Diez años de ‘First Dates’: el ritual televisivo que nos recuerda cómo mirarnos a los ojos

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Joan Tahull Fort, Profesor e investigador en sociología, especializado en dinámicas sociales y educativas contemporáneas, Universitat de Lleida

Pareja de participantes en _First Dates_. Mediaset

En abril de 2026 se cumplirán diez años del estreno del programa de televisión First Dates, el restaurante televisivo donde dos desconocidos se sientan a charlar y compartir una cena frente a las cámaras. Una década después, el formato mantiene una rara estabilidad en la televisión actual: continuidad, éxito sostenido y un público diverso que lo sigue a diario.

Desde su debut, el 17 de abril de 2016, el programa ha tenido una audiencia media de entre 1,2 y 1,3 millones de espectadores, con cuotas de pantalla que rondan el 7-8 %.

Más allá de los índices de audiencia, esa fidelidad refleja el clima social del momento. First Dates no es solo un programa de entretenimiento: se ha consolidado como una ventana a la diversidad de biografías, deseos y formas de entender el amor, la sexualidad, la convivencia, la familia… En un contexto saturado de estímulos y pantallas, el programa va a lo esencial: la socialización, el encuentro, el reconocimiento del otro y la autenticidad.

Cuatro razones del interés de la audiencia

El programa logra conectar con los espectadores a través de cuatro dimensiones fundamentales:

  1. Identificación emocional. Muchos espectadores se reconocen en los participantes porque comparten sus miedos, sus ilusiones y esas segundas oportunidades que alguna vez vivieron o imaginaron. El vínculo que se genera va más allá de la mera observación: no se trata solo de contemplar una historia ajena, sino de reconocerse en los gestos, las dudas y los deseos que todos, de algún modo, tenemos.

  2. Entretenimiento sin estridencias. La brevedad de los encuentros, el tono ligero y la ausencia de dramatismo permiten desconectar al final del día, sin la carga emocional de las noticias o los programas más agresivos. Hay espacio para la risa y para alguna que otra sorpresa, pero sin recurrir a la humillación ni a la exageración.

  3. Curiosidad por lo nuevo. Las citas funcionan como un observatorio de los códigos afectivos contemporáneos: la negociación del compromiso, los pactos de convivencia, las expectativas sobre el sexo o la familia y la visibilidad de identidades y orientaciones diversas. Para quienes crecieron en otras tradiciones, presenciar esas conversaciones resulta informativo, incluso liberador; en algunos casos permite comprender mejor a determinadas personas cercanas. Y para los más jóvenes, supone la oportunidad de descubrir otros modelos y formas de entender la vida, la pareja y la familia.

  4. Ritual cotidiano y conversación social. Convertido en una cita diaria, se ha integrado en la rutina de muchos espectadores: acompaña la cena, marca el final del día y ofrece un espacio de desconexión. Para muchos, el programa se ha convertido también en tema de conversación: las citas de la noche anterior, las reacciones de los participantes, sus gestos o maneras de relacionarse crean temas de conversación entre familiares y amigos.

Estas motivaciones no son exclusivas de las personas mayores, sino que actúan como un puente entre generaciones. Mientras los mayores descubren cómo piensan y sienten los jóvenes y adultos –e incluso otros mayores distintos de sí mismos–, los adultos confrontan sus modelos y los jóvenes encuentran nuevas formas de interpretar la vida y proyectarse hacia el futuro. Unos actualizan sus referentes y otros comprueban que sus dudas no son tan originales y que, en el fondo, son compartidas.

El presentador Carlos Sobera (en el centro) y el equipo que le acompaña delante de las cámaras celebran el programa número 2000 en noviembre de 2024.
Mediaset

En cada mesa se ensaya, sin pretensiones, una pedagogía del encuentro: mirarse, preguntar, responder con cierta honestidad, gestionar la atracción o el desacuerdo, expresar los límites y ofrecer –o negar– una segunda cita con respeto.

La forma importa tanto como el fondo. Esa cultura del cuidado y la cortesía emocional –poco habitual en los tiempos actuales y en las redes sociales– está en el programa.

First Dates ofrece una mirada serena, sin estridencias ni gritos, con personas muy distintas. En sus mesas cabe casi todo: edades, cuerpos, creencias, trayectorias, orientaciones y procedencias. La diversidad se vive como una experiencia cotidiana: cada comensal habla de sí mismo. En tiempos de polarización, ese gesto sencillo adquiere un evidente valor cívico y humano.

Individualismo, soledad no deseada y encaje social

Vivimos la paradoja de estar hiperconectados y, al mismo tiempo, sentirnos solos. La soledad no deseada se extiende entre jóvenes y mayores; el individualismo transforma los vínculos en conexiones fugaces y destaca más lo llamativo frente a lo cuidadoso y delicado.

En ese contexto, First Dates actúa como un refugio emocional: observar una conversación normal, a un ritmo humano y con unas reglas claras de cortesía.

Para quienes viven en los márgenes de la vida social –por viudedad, separación, jubilación, migración…–, el programa cumple una función simbólica y práctica: recordar que el encuentro sigue siendo posible y que el aprendizaje social no termina a los 30.

Observar las citas de otros alimenta la esperanza, legitima la búsqueda de compañía y refuerza el sentido de pertenencia a una comunidad diversa, compleja y compuesta por personas diferentes.

Por qué funciona

El programa tiene unas características que lo hacen único:

  • Formato claro: una fórmula sencilla y reconocible –dos personas en una mesa que tienen que tomar una decisión– que facilita una comprensión inmediata y mantiene la atención sin exigir continuidad.

  • Tono cuidado: humor sin burla, ternura sin cursilería y curiosidad sin morbo.

  • Ritmo breve: historias cortas cerradas en sí mismas que evitan el desgaste de los formatos más largos.

  • Valor público: normaliza la diversidad y muestra nuevas formas de entender la vida, la familia, la pareja, el amor, el sexo…

Algunos programas televisivos funcionan como agentes de socialización y generadores de relatos compartidos. En España, el caso de First Dates resulta paradigmático: una propuesta sencilla produce aprendizajes sutiles y fomenta vínculos más allá de la pantalla. Por ello se ha consolidado como un espacio con una clara función socializadora y prosocial.

Diez años, una invitación

Que First Dates vaya a cumplir una década no es solo motivo de celebración televisiva. Es también una invitación a repensar nuestros espacios y tiempos de encuentro: ¿dónde practicamos hoy la escucha, la empatía o la negociación cotidiana del desacuerdo? Quizá el éxito del programa se explique, en parte, porque en casa y fuera no encontramos estos momentos.

En un tiempo en que las relaciones tienden a medirse en clics y notificaciones, First Dates recuerda que somos seres sociales, que necesitamos la presencia del otro para reconocernos.

Volver a valorar la conversación, la mirada compartida o el placer de la compañía contribuye al bienestar y a un vida más feliz: aprender de la presencialidad, abrirse al encuentro y redescubrir la satisfacción de estar –de verdad– con alguien.

The Conversation

Joan Tahull Fort no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Diez años de ‘First Dates’: el ritual televisivo que nos recuerda cómo mirarnos a los ojos – https://theconversation.com/diez-anos-de-first-dates-el-ritual-televisivo-que-nos-recuerda-como-mirarnos-a-los-ojos-267083