Colombia prohíbe los toros, pero la comunidad taurina se aferra al valor cultural de la lidia

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Francisco Cavanzo, Antropología, Universidad de los Andes

Padre e hijo viendo una corrida en Puente de Piedra (Colombia). Francisco Cavanzo

La Corte Constitucional colombiana ha ratificado la Ley 2385 de 2024 en la que se prohíben las corridas de toros. Dicho fallo, y las celebraciones de movimientos sociales, expresan transformaciones institucionales. Las moralidades contemporáneas inciden en la configuración de los marcos normativos sobre la cultura.

Como muestran diferentes encuestas, la mayoría de las personas jóvenes se opone a estas prácticas. La tradición taurina difícilmente se articula con las visiones actuales, en las que la protección de la vida no humana ocupa un lugar central. Algo que recogen corrientes políticas, académicas y jurídicas.

Pese a esa hegemonía antitaurina, subsiste una comunidad consolidada que valora, protege y lucha por la supervivencia de la tauromaquia. La pregunta es entonces: ¿cómo esa comunidad le da sentido a la tradición en el mundo contemporáneo?

Dimensión ritual y tradición cultural

En Culture: A Critical Review of Concepts and Definitions (1952), Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn definían tradición cultural como el patrón de significados transmitidos históricamente y encarnados en símbolos. A través de ellos, las personas comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y actitudes hacia la vida. Desde esta perspectiva, la tauromaquia cumple cabalmente con la definición: es un entramado de símbolos, relatos y prácticas que atraviesan generaciones.

La tauromaquia, tal como hoy la conocemos, se consolida en el siglo XVIII. La obra de Goya representa la expresión de un tiempo en el que los toreros comienzan a ser retratados como héroes populares. Estos encarnaban la dualidad de la masculinidad hispana –fortaleza y sensualidad–, con un componente de tradición que se proyecta hacia un pasado más profundo.

El mundo del toreo ha tejido relatos que vinculan la práctica con cultos ibéricos del toro en Altamira, Osuna o Balazote. Estos enlazan también con la iconografía cretense y mediterránea, e incluso con interpretaciones sobre la violencia ritual, entendida como materialización del dominio humano sobre la naturaleza. Sea cierto o no este vínculo histórico, lo central es que la comunidad taurina reproduce un relato donde el toreo se significa como rito y representación del control sobre fuerzas naturales.

En este marco, la corrida de toros puede entenderse como un ritual que dramatiza el dominio del ser humano sobre la naturaleza, encarnada en la figura del toro bravo. Este enfrentamiento no es solo físico, sino profundamente simbólico: el matador representa una masculinidad hispánica forjada en la tensión entre el riesgo y el control, entre la violencia y la estética.

La lidia, en ese sentido, actualiza una narrativa donde el hombre se afirma frente a la fuerza indómita del animal. Al mismo tiempo, traduce esa confrontación en un espectáculo codificado que la comunidad reconoce como expresión de valor, honra y pertenencia cultural.

Perspectiva etnográfica

Más allá de estas narrativas históricas, un acercamiento etnográfico permite observar fracturas en las interpretaciones establecidas desde y hacia el toreo. En mi primera asistencia a una corrida esperaba encontrarme con una élite blanco-mestiza consumiendo este espectáculo como forma de capital simbólico y cultural.

Algo de ello estaba presente, pero el público revelaba una amplia diversidad social, etaria, cultural e incluso étnica.

El consumo taurino, entonces, no se explica de manera suficiente con un lente estrictamente bourdiano. En el libro La distinción (1979), Pierre Bourdieu mostró cómo los gustos y consumos culturales se organizan según jerarquías sociales y funcionan como capital simbólico para marcar distancias de clase. Sin embargo, al observar el público taurino y su variación, esa lógica resulta insuficiente: más que reproducir jerarquías sociales, la tauromaquia se sostiene en redes afectivas e intergeneracionales que exceden la explicación por capitales.

Aquí resulta pertinente la comparación con la obra El fanático de la ópera (2012), de Claudio Benzecry, quien muestra que limitar la comprensión del consumo cultural a los capitales invisibiliza otras dimensiones.

Los fanáticos de la ópera no actúan únicamente para marcar diferencias sociales, sino porque hay procesos de aprendizaje entre diferentes generaciones de consumidores que luego generan fuerzas afectivas.

En el caso taurino, la presencia de públicos heterogéneos y la participación activa de jóvenes en procesos de aprendizaje de códigos y prácticas sugieren una red socioafectiva intergeneracional. La tauromaquia se transmite y perdura no solo porque otorgue ventajas en jerarquías sociales, sino porque está articulada con afectos, aprendizajes y memorias compartidas.

Joven banderillero en corrida.
Francisco Cavanzo

Voces taurinas

El trabajo de campo también ha recogido testimonios de la comunidad taurina. Estas elecciones de voces cercanas al toreo responden al interés por comprender cómo los propios participantes otorgan sentido a la práctica en un contexto de creciente cuestionamiento social. No se trata entonces de legitimar sus posturas, sino de comprender cómo interpretan las transformaciones de la fiesta brava.

Dos ejemplos ilustran bien este punto:

— Entrevistador: ¿por qué cree que el toreo es tan perseguido hoy en día?

— Jaime (torero retirado): porque la gente no entiende el toreo, ven al matador como un bárbaro y no saben de nuestra preparación ni de lo que sabemos del toro. La gente se deja llevar por lo que dicen en las noticias, pero no saben, por ejemplo, que el toro bravo solo existe por las corridas, y si se acaban, el toro también desaparece.

— Esteban (joven aficionado): a la gente le molesta la libertad, quieren imponer su forma de ver sobre nuestra tradición. La cultura del toro bravo es cultura hispanoamericana.

Estos fragmentos revelan dos elementos clave. Por un lado, un marco cultural aprendido que estructura cómo se ordena el mundo: el toreo no es simple espectáculo, sino tradición que otorga sentido y continuidad. Por otro, muestran una subjetividad situada: Jaime interpreta la persecución como ignorancia sobre el toro y Esteban como atropello a la libertad. Ambos resignifican la tauromaquia como espacio de pertenencia, identidad y resistencia cultural.

La muerte de Teseo

La prohibición de la tauromaquia en Colombia cristaliza tensiones entre moralidades contemporáneas y tradiciones históricas. No obstante, los relatos históricos, las prácticas comunitarias y los testimonios etnográficos muestran que, para la comunidad taurina, el toreo sigue siendo más que un espectáculo: es un rito cultural donde se transmiten afectos, aprendizajes e identidades intergeneracionales.

Así, más allá de su aceptación o rechazo, la tauromaquia permite observar cómo las personas dotan de sentido a las prácticas culturales, cómo las defienden frente a discursos hegemónicos y cómo revelan, a través de sus testimonios, un orden simbólico que articula memoria, ritual y subjetividad.

The Conversation

Francisco Cavanzo no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Colombia prohíbe los toros, pero la comunidad taurina se aferra al valor cultural de la lidia – https://theconversation.com/colombia-prohibe-los-toros-pero-la-comunidad-taurina-se-aferra-al-valor-cultural-de-la-lidia-264828