Source: The Conversation – (in Spanish) – By Antonio Manuel Peña García, Catedrático del Área de Ingeniería Eléctrica, Universidad de Granada
Imagine que está tranquilamente en casa y de repente recibe una de esas “llamadas de la suerte”. Al otro lado del teléfono, un famosísimo presentador vocifera entusiasmado que está en directo y que puede ganar un millón de euros si responde a la siguiente pregunta: ¿de qué color es la luz del otoño?
¿Qué contestaríamos usted o yo? ¿Y mil personas al azar? No tengo pruebas ni dudas de que muchos responderíamos “dorada”. Pero no todos. ¿No todos? ¿Acaso es una sensación subjetiva? Pensemos antes de contestar. Pero rápido, que estamos en directo.
¿Qué dice la física?
En el hemisferio norte, el otoño es el periodo en el que la Tierra se acerca al Sol desde un punto en el que días y noches tienen igual duración (equinoccio de otoño) hasta su máxima cercanía (solsticio de invierno). Comienza el 22 de septiembre y finalizará el 21 de diciembre. Para nuestros vecinos del hemisferio sur, esta época es la primavera.
Aunque esta definición requiere algunos matices, nos da la primera pista para responder a la pregunta del millón.
Lo primero que llama la atención es que el invierno en nuestro hemisferio coincida con la menor distancia al Sol, ya que cuanto más cerca estemos, más radiación solar llega a la Tierra. Sin embargo, es la inclinación de los rayos en cada estación y no la distancia a nuestra estrella es lo que determina la cantidad de luz y calor que recibimos.
Como en otoño la elevación solar máxima va decreciendo y sabemos que el color del cielo pasa del azul al amarillo-rojizo cuando el Sol está más bajo, es lógico que su luz parezca más dorada.
Entonces, la luz del invierno ¿debería ser más dorada todavía? ¿Y los primeros días de primavera?
Pero a mí la primavera se me antoja multicolor. Y el invierno blanco aunque no nieve. ¿Y a usted?
Es más, el otoño puede ser lluvioso, lo que limpia la atmósfera de aerosoles que enrojecen el cielo… A la física no le gusta esa imagen otoñal eminentemente dorada.
Sonata de otoño
Si alguien consagró su pluma a describir la luz, ése fue D. Ramón del Valle-Inclán, el otro gran manco de nuestra literatura.
“Aquel renacimiento de nuestros amores fue como una tarde otoñal de celajes dorados, amable y melancólica”.
En su Sonata de otoño (1902), Valle nos pinta el ocaso de una vida amada con un sentimiento jamás igualado en las letras españolas. Y lo hace desde el otoño de su Galicia natal, que para él era, ante todo, dorado.
Este otro pasaje es especialmente revelador:
“Yo también los evoqué un día lejano, cuando la mañana otoñal y dorada envolvía el jardín húmedo y reverdecido por la constante lluvia de la noche. Bajo el cielo límpido, de un azul heráldico, los cipreses venerables parecían tener el ensueño de la vida monástica”.
Sin reparos en describir la mañana como dorada y azul al mismo tiempo.
Y no solo Valle. Son incontables los grandes literatos (¡y pintores!) que han soñado un otoño entre rayos dorados. Desde Octavio Paz hasta Juan Ramón Jiménez. Pero, ¿por qué contradicen a la física? Quizá el poeta moguereño nos de una pista:
“Esparce octubre, al blando movimiento del sur, las hojas áureas y las rojas…”.
¿Es posible que imaginemos el otoño en tonos dorados solo porque es el color característico de las hojas en esta estación? ¿Existe algo en nosotros que acertada o equivocadamente asocie un color a otras sensaciones o viceversa?
Fuego rojo, fuego azul y una misteriosa hipótesis
Si nos hubieran preguntado por el color del fuego o de las cosas muy calientes, la respuesta habría sido más fácil: rojo. Todo el mundo asocia el rojo al calor. Hasta llegar el rojo vivo, expresión de algo extremadamente caliente. ¿Y de qué color son las cosas muy frías? Blancas o azuladas, por supuesto.
Pero la física, que es una aguafiestas, vuelve a la carga con una pregunta burlona: si la llama del soplete es azulada y la de una cerilla, roja, ¿cuál está más caliente? Independientemente de lo que estemos quemando, que influye mucho en el color, si observamos una llama es frecuente que su interior (más caliente) sea azulado y su exterior (más frío), rojo.
El color de las estrellas
También las estrellas azules son más calientes que las rojas. Este hecho lo explica la “curva de emisión del cuerpo negro”, que durante décadas trajo de cabeza a los físicos y desembocó en el desarrollo de la mecánica cuántica. Vamos, que si algún color debe asignarse a las temperaturas, es el azul a las altas y el rojo a las bajas. Y esto es incontestable.
Entonces, ¿por qué asociamos el último a lo caliente? La respuesta es breve: lo hacemos y punto. La llamada “hipótesis del tono-calor” se estableció hace más de un siglo, pero no está claro por qué nuestro cerebro contradice a la física.
El ser humano ha evolucionado durante cientos de milenios junto a fuegos de combustibles vegetales, rojos y poco calientes. ¿Es posible que haya quedado grabado en lo más profundo de nuestro ser que lo caliente es rojo? Yo creo que sí, pero no está demostrado. Como también es posible que las hojas doradas que tapizan árboles y suelos en otoño nos hagan concebir esta estación de ese color.
Literatura y arte dicen que la luz del otoño es dorada sin que la física esté totalmente conforme. Cabe pensar que se trate de una asociación mental atávica. ¿Será aceptable para ganar el millón?
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Antonio Manuel Peña García no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
– ref. El engaño de la luz dorada del otoño, bajo la mirada de la física – https://theconversation.com/el-engano-de-la-luz-dorada-del-otono-bajo-la-mirada-de-la-fisica-264439

