Günther Anders, de visionario de la tecnología a ‘sembrador de pánico’

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Florence Lojacono, Profesor Titular de Universidad, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

El grupo especial del ejército ucraniano “Alpha” junto a un dron empleado como arma en la guerra a principios de 2020. L. Nord, CC BY

El filósofo alemán Günther Anders (Günter Stern, 1902-1992) suele recordarse más como el primer marido de Hannah Arendt que como un pensador clave en nuestra forma de entender la tecnología.

Günther Stern y Hannah Arendt, 1929.
Wikimedia Commons.

Sin embargo, fue un filósofo y periodista independiente desde sus comienzos. Se exilió en Estados Unidos en 1936 y terminó su vida en Austria, convertido en una de las voces más firmes del movimiento antinuclear.

Era un pensador distinto: su pseudónimo, Anders, significa “otro” en alemán. Lo que hoy llamaríamos un autor disruptivo. En 1956, publicó La obsolescencia del hombre, una de las críticas más radicales a la tecnología moderna.

Un mundo de fantasmas

Por “tecnología moderna” debemos entender, en 2025, las tecnologías de la mediación. Son técnicas que nos sumergen en una realidad constantemente retocada, filtrada y cada vez más distante de la experiencia directa. A esa fabricación de lo real que sustituye lo vivido, Anders la llamó “fantasmas”.

Recordemos la película The Truman Show (1998). Truman vive en un mundo completamente artificial. Cada gesto, cada paisaje, cada amistad y cada amanecer han sido diseñados para retransmitirse en directo en un espectáculo planetario. La cinta no es solo una ficción distópica: a través de la exageración –un método que Anders reivindicaba como revelador de los peligros latentes–, ilustra cómo sería vivir rodeados de fantasmas.

Fotograma de la película El show de Truman.
Paramount Pictures., CC BY

Antes que el escritor, filósofo y cineasta Guy Debord (La sociedad del espectáculo, 1967) o el filósofo y sociólogo Jean Baudrillard (La sociedad de consumo, 1970), Anders advirtió que la experiencia directa del mundo estaba siendo sustituida por su puesta en escena. Más recientemente, la filósofa Virginia Ballesteros señaló que estas mediaciones no son meras herramientas, sino la condición misma de nuestro acceso al mundo.

Hoy la proliferación de fantasmas andersianos es más evidente que nunca. La inteligencia artificial generativa (herramientas como ChatGPT, Midjourney o Sora) produce textos, imágenes y vídeos indistinguibles de lo real. Los deepfakes reconfiguran la política, convirtiendo discursos y rostros en simulacros convincentes. Los avatares, los chatbots y la realidad aumentada disuelven al individuo singular en construcciones fabricadas para el consumo de masas.

La ilusión del “buen” y “mal” uso

Más disruptivo aun que el concepto de fantasma fue su crítica a la distinción entre “buen” y “mal” uso de la tecnología.

Distinguir entre ambos, en efecto, es una figura retórica llamada “disociación de noción”. Como todo recurso retórico, resulta persuasivo. Sin embargo, en nuestro caso, descansa en una ilusión: la de que la tecnología sea neutral. Nada más falso. Según defendía Anders, la amenaza no está en el uso que hagamos de ella, sino en su propia esencia. En pocas palabras: todo lo que una herramienta permite hacer, tarde o temprano se hará, sin detenerse en lo ético. No es nada tranquilizador, de ahí que se definiera como un “sembrador de pánico”.

La tecnología en cuestión no es la que sale de las fraguas de un herrero. Son tecnologías punteras que encierran la posibilidad de una destrucción masiva. Hiroshima y Auschwitz lo fueron. Por eso, Anders consideraba estéril la discusión sobre si un instrumento se usa “para bien” o “para mal”. En contraste, buena parte del discurso actual sobre inteligencia artificial –el de Yuval Noah Harari, por ejemplo– sigue anclado en esa distinción retórica. Para Anders era, más bien, un problema ético.

No sorprende, entonces, que se convirtiera en un activista antinuclear. También fue un precursor al advertir sobre los riesgos que la expansión tecnológica suponía para la ecología. Si un artefacto tiene el potencial de matar a millones de personas, terminará siendo utilizado con ese fin. Y si puede desequilibrar el ecosistema del planeta, lo hará. A eso lo llamó “globocidio”… hoy hablamos de ecocidio.

Un pensador más actual que nunca

La tecnología, por su propia lógica, acaba siempre por desplegar todas las posibilidades que encierra. Su crítica no se limitaba a señalar riesgos. Se atrevía a cuestionar el corazón mismo de la idea de progreso.

Cuidado, sin embargo, con tacharlo de tecnófobo. El filósofo francés Michel Onfray lo expresó con claridad: la crítica de Anders no apunta contra el progreso en sí, sino contra su sacralización como religión industrial.

Releer a Anders no es arqueología filosófica, sino una urgencia. Su crítica de los fantasmas y su rechazo de la neutralidad tecnológica iluminan hoy los debates sobre inteligencia artificial, biotecnología y digitalización. Al hacerlo, ponen en duda certezas quizá demasiado cómodas.

Lejos de ser un ludita, Anders desenmascaró la fe ciega en el progreso y señaló sus zonas de sombra. En un tiempo marcado por la colonización digital de la vida, su voz resuena con una fuerza más necesaria que nunca.

The Conversation

Florence Lojacono no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Günther Anders, de visionario de la tecnología a ‘sembrador de pánico’ – https://theconversation.com/gunther-anders-de-visionario-de-la-tecnologia-a-sembrador-de-panico-264601