Source: The Conversation – (in Spanish) – By Maria Ximena Senatore Connolly, Researcher, Instituto de Ciencias de Patrimonio (Incipit -CSIC)

¿Puede la Antártida convertirse en el único continente sin ruinas? ¿Qué pasaría si proteger su naturaleza implicara también decidir qué pasado y qué presente recordaremos en el futuro?
Aunque suele imaginarse como un territorio apenas explorado, la presencia humana se extiende ya más de dos siglos y ha dejado huellas materiales y memorias diversas. Pero ¿qué recordamos y qué olvidamos de ella?
Las políticas ambientales, diseñadas para reducir el impacto humano, también actúan como políticas de memoria. Analizar casos contrastantes nos permite reflexionar sobre protección y olvido.

M. X. Senatore.
En 1959, el Tratado Antártico declaró al continente un espacio dedicado a la paz y la ciencia. Tres décadas después, el Protocolo de Madrid lo convirtió en uno de los territorios más protegidos del planeta. Desde entonces, todo resto de actividades humanas, pasadas o presentes, debe retirarse, salvo excepciones como los declarados “sitios y monumentos históricos”.
Este régimen ha reducido la contaminación y ha protegido la biodiversidad, pero también ha cambiado la forma de planificar el futuro. Hoy se priorizan acciones reversibles como el diseño de bases científicas con arquitecturas desmontables. La protección ha sido necesaria, pero también ha abierto nuevas preguntas. ¿Qué ocurre cuando unas huellas se conservan y otras se eliminan? Entonces empieza a jugar no sólo la protección ambiental, sino también la forma en que se construye la memoria.
Cápsulas del tiempo
La protección histórica se ha centrado en un grupo selecto de sitios, la mayoría ligados a las hazañas de los grandes exploradores o científicos del siglo XX. Sus cabañas, restauradas con detalle, se presentan como cápsulas del tiempo, con latas de galletas, ropa colgada, libros e instrumentos científicos aún en su lugar.
El resultado es un pasado conservado en un instante idealizado: no son ruinas porque ocultan el paso del tiempo. En la restauración no sólo se han borrado distintas capas de historias humanas, sino también aquellas vinculadas a elementos no humanos, como hongos o hielo depositado durante décadas.
Estas reconstrucciones ofrecen una imagen limpia y ordenada de un pasado excepcional y memorable. Así, el recuerdo queda asociado a gestas heroicas, mientras que otras experiencias antárticas diferentes y diversas desaparecen de la escena.

U.S. Department of State
Paisajes vacíos
La “naturaleza intacta” es otro principio importante de la protección de la Antártida. Bajo esta lógica, todo resto de actividad humana que no sea declarado histórico debe retirarse, manteniendo la imagen de un continente puro.
La limpieza protege el medio ambiente, pero también borra memorias de personas, animales y paisajes. Un ejemplo es la antigua factoría ballenera de las Orcadas del Sur. Desmantelada, sin estudios ni documentación, apenas queda memoria de su existencia.
De este modo, la división entre “naturaleza” y “cultura” guía tanto la protección ambiental como el cuidado del patrimonio. De un lado, genera cápsulas heroicas, y del otro, huellas descartadas sin documentar. Así, la política ambiental también moldea qué pasados permanecen visibles y cuáles quedan excluidos.

M. X. Senatore.
Algunas ruinas inadvertidas han escapado a esta lógica y se han convertido en el foco de la arqueología contemporánea. No remiten a un pasado único y estático, sino que están en cambio constante. Son fragmentos desordenados donde se cruzan lo humano y lo no humano, el pasado y el presente. Un ejemplo muy interesante son los huesos de ballenas que yacen en las playas. No encajan en categorías de patrimonio cultural, ni en la idea de naturaleza intacta. Al mismo tiempo, condensan pasados diversos e inexplorados.
¿Cómo llegaron allí y qué historias anteriores reflejan? ¿Cómo se perciben hoy en día? Estas preguntas están abiertas y muestran el potencial de los restos para generar conocimiento sobre la interacción entre humanos y la Antártida.
Esqueletos de ballenas
En los años setenta, el naturalista francés Jacques-Yves Cousteau visitó una playa cubierta de huesos. Los interpretó como restos de la industria ballenera que tuvo impacto en la Antártida a comienzos del siglo XX. Con algunos armó un gran esqueleto y lo llamó “un monumento a la locura humana”.
Esta historia es poco conocida pero el esqueleto persiste. Armado en la playa, pasa fácilmente desapercibido porque se interpreta como algo natural. Sin embargo, está formado por huesos de distintos animales y especies. Es un ensamblaje que mezcla historias y tiempos diferentes.
No es el único caso. Tal vez inspirados por Cousteau, otros esqueletos han sido armados poco a poco, de forma anónima. Uno se integró a la vida cotidiana y afectiva de una base científica, otro se convirtió en atractivo turístico, y así han generado nuevas experiencias y significados. Nos muestran que las ruinas forman memorias presentes, cambiantes y abiertas.
Memorias de la Antártida
Los recuerdos no siempre se dejan encasillar. Como los esqueletos de ballenas, no son sitios históricos, tampoco desechos y mucho menos naturaleza intacta. Nos obligan a pensar en los efectos no esperados de las políticas de protección y en las múltiples formas que puede tomar la memoria antártica.
M. X. Senatore.
De la mano de la protección ambiental se ha construido una historia selectiva que ofrece un pasado idealizado y limita lo que se recuerda. El desafío es abrir la mirada hacia memorias menos controladas e idealizadas, más diversas y cercanas. Memorias que, como las ruinas que sobreviven, se resisten a quedar fijadas en una única forma de relato.
Asimismo, esta ausencia tiene efectos prácticos: limita la investigación ambiental e histórica y también reduce nuestra capacidad de comprender las interacciones humanas con y en la Antártida, incluidas las experiencias –cambiantes y diversas– de quienes han vivido y trabajado allí. Sin esas huellas, el lugar aparece como un territorio sin inscripciones ni conexiones.
La Antártida podría convertirse en el único continente sin ruinas: todo se construye con vistas a un futuro retiro. En ese proceso de crear pasados excepcionales y presentes bajo la idea de pureza ambiental, ¿olvidaremos cómo llegamos hasta aquí?
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Maria Ximena Senatore Connolly no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
– ref. ¿Un continente sin ruinas? La Antártida, entre la protección ambiental y la memoria – https://theconversation.com/un-continente-sin-ruinas-la-antartida-entre-la-proteccion-ambiental-y-la-memoria-264725
