Source: The Conversation – (in Spanish) – By Laura Hormigón, Investigadora en danza, Instituto de Historia (IH – CSIC)

Cuando se subía a un escenario, era diferente. Podía ser más brusca en los pasos y, pese a tener un movimiento magistral de brazos, solo bordear la corrección técnica con los pies. Era rebelde, imponía su criterio artístico y se negaba a amoldarse a lo establecido. Pero tenía una capacidad interpretativa que, de alguna manera, conectó con el público de forma extraordinaria. Por eso Maya Plisetskaya ocupa un lugar destacado en la historia de la danza.
Plisetskaya nació en Moscú el 20 de noviembre de 1925 en una familia muy relacionada con las artes escénicas. Su madre era actriz de cine mudo y sus tíos maternos, Asaf y Sulamith, fueron bailarines destacados del Bolshoi, el legendario teatro de la ópera ruso. Maya, al igual que sus dos hermanos, tomó el camino de la danza, convirtiéndose para muchos en una de las mejores bailarinas del siglo XX.
Después de graduarse en 1943 en la escuela coreográfica de Moscú como alumna aventajada de Elizaveta Gerdt, ingresó en el ballet del Bolshoi. En esta compañía ocupó la categoría de prima ballerina assoluta desde 1960, un título honorífico y raro que se da a las bailarinas que son consideradas excepcionales.
En 1958 se casó con el compositor Rodión Shchedrín (1932-2025), que escribió y orquestó varios ballets creados y protagonizados por ella, como Anna Karenina (1972), basado en la novela homónima de Tolstoi.
Los brazos y los saltos
Plisetskaya destacó por tener una personalidad desafiante, arrolladora y rebelde, aspectos que le permitieron abordar con éxito personajes dramáticos cargados de temperamento y con una gran demanda interpretativa como Odile ([conocido popularmente como el cisne negro])(https://www.youtube.com/watch?v=6PI4mWIoQMo&t=2s) de El lago de los cisnes, Zarema de La fuente de Bachisarai, Laurencia y Carmen.
En el plano técnico destacó por su arrojo a la hora de enfrentarse a las dificultades técnicas, por la altura de sus saltos, la flexibilidad de su espalda y la elegancia en los movimientos de sus brazos (llamados port de bras en ballet), que la hicieron brillar en el solo “La muerte del cisne”. En él demostró tener capacidad para interpretar papeles de mayor lirismo y consiguió con ello conquistar al público. Así sucedió durante una gira por Japón (en 1989 y ya con 64 años), donde realizó hasta cinco bises de esa pieza. Era –y es– poco frecuente encontrar esta doble faceta en una misma bailarina, y quizás esto la hizo tan especial.
Pero Plisetskaya no solo bailó el repertorio clásico que se escenificaba en Rusia. También participó en montajes de danza moderna, trabajando directamente con coreógrafos como Alberto Alonso, Roland Petit y Maurice Béjart, quienes crearon especialmente para ella obras emblemáticas como Carmen suite (1967), el dúo La rose malade (1973) e Isadora (1976).
Eso sí, nunca bailó aquello que no le gustaba; por ejemplo, Giselle, un personaje que consideraba opuesto a ella por ser demasiado resignada y apacible.
Una íntima relación con España
Aunque actuó por todo el mundo, España fue un país especialmente cercano para ella, y confesaba lo mucho que disfrutaba bailando coreografías de tema español.
Protagonizó el ballet Don Quijote y, desde 1956, bailó Laurencia, una obra creada por el bailarín y coreógrafo georgiano Vakhtang Chabukiani en 1939 basada en la Fuenteovejuna de Lope de Vega. Paradójicamente, se convirtió en uno de los ballets preferidos de Stalin. Es antológica la sucesión de saltos que Plisetskaya ejecutaba en la variación de la boda con Frondoso, en la que casi tocaba la cabeza con el pie.
En cuanto a Carmen, fue un personaje que siempre la atrajo y ansiaba interpretar. Ella misma eligió al cubano Alberto Alonso –después de ver una de sus coreografías durante las representaciones del Ballet Nacional de Cuba en Moscú– para que le creara este ballet a partir de las adaptaciones de la ópera de Bizet que hizo Rodión Shchedrín. Su última función del mismo fue en Taiwán (1990), durante su etapa como directora del español Ballet del Teatro Lírico Nacional.
Según Alonso, la Carmen de Plisetskaya destacaba por la firmeza, la madurez, el enfrentamiento y la valentía. Era completamente diferente a la que poco después él creó para su cuñada, la gran bailarina y coreógrafa cubana Alicia Alonso. Precisamente yo tuve el honor de protagonizar esta última versión en muchas ocasiones mientras fui primera bailarina.

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Mientras dirigió el Ballet del Teatro Lírico Nacional (entre 1987 y 1990), José Granero creó para ella María Estuardo (1988), una impresionante producción con escenografía y vestuario de Hugo de Ana. La bailarina aseguró que disfrutó con la precisión dramática del maestro Granero.
En 1993 Maya Plisetskaya recibió la nacionalidad española por Real Decreto. Sin embargo, nunca llegó a hablar el idioma y solo chapurreaba un poco inglés. Esta barrera impidió que su trabajo de dirección fuera más fluido y directo, por lo que en esta tarea se apoyó mucho en su hermano Azari y en el estadounidense Ray Barra, ya que ambos hablaban español.
España le otorgó además dos importantes reconocimientos: la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (1990) y el Premio Príncipe de Asturias de las Artes (2005) (junto a la también bailarina y ahora coreógrafa Tamara Rojo).
Años finales
Plisetskaya se retiró de la escena pasados los 80 años. Antes había ido abandonando las zapatillas de puntas y adaptando las coreografías que interpretaba para hacerlas técnicamente más asequibles a su edad y condición física.
Por su 75 aniversario, Maurice Béjart le compuso el solo Ave, Maya, que todavía bailó en un festival español con 81 años, la última vez que actuó en el país.
El 2 de mayo de 2015 falleció en Múnich, donde residía con su esposo. Afortunadamente, dejó escrita una autobiografía –dividida en Yo, Maya Plisetskaya (1995) y Trece años después (2006)–, que se tradujo a más de diez idiomas y que aporta infinitos detalles personales y profesionales sobre su vida.
Maya Plisetskaya fue una bailarina independiente que desafió las normas y que bailó de una forma muy diferente a la de otras artistas soviéticas de su época. Adorada por unos y menos admirada por otros, está claro que no dejó a nadie indiferente.
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Laura Hormigón no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
– ref. Cien años de ‘esos brazos’ en el ballet, cien años de Maya Plisetskaya – https://theconversation.com/cien-anos-de-esos-brazos-en-el-ballet-cien-anos-de-maya-plisetskaya-269548
