Source: The Conversation – (in Spanish) – By Laura G. de Rivera, Ciencia + Tecnología, The Conversation
Me van a decir que siempre hablo de inteligencia artificial y tienen razón. Lo hago sin querer, como una especie de exorcismo inconsciente, como si de tanto desgastar el término pudiera pulir y limpiar de todo eso que tiene que nos confunde. Empezando por la palabra “inteligencia” misma. ¿Qué ganamos y qué perdemos cuando la IA deja de ser un mero artefacto para convertirse, lingüísticamente, en un alter ego humano: un ente que “piensa”, “siente” e, incluso, “cuida” de las personas?
La ciencia (y eso incluye a la filosofía, que sería algo así como la ciencia del amor al conocimiento) se ha volcado en los últimos cinco años en analizar las complejas implicaciones que tienen las nuevas herramientas digitales en nuestras vidas. Pueden servir para algo tan bello como hacer poesía, pero también para fines perversos, como facilitar la pederastia en plataformas de videojuegos online. Tenemos que alertar sobre los riesgos, no para asustar a nadie, sino para dar la oportunidad a la gente de prevenirlos. Seguramente, en eso pensaba Günter Anders, conocido por sus colegas como “sembrador del pánico” y firme defensor de que la tecnología jamás será neutral.
Y es que la realidad, a veces, resulta incómoda, sobre todo cuando la producción de conocimiento está moldeada por intereses geopolíticos, desigualdades estructurales y presiones económicas. O cuando desafía mantras generalizados, como la falsa creencia de que tecnología es siempre equivalente a progreso. También tiene su cara oculta: puede emplear mano de obra barata en condiciones infrahumanas –los nuevos esclavos digitales–, tener un gran impacto medioambiental o trastocar la salud mental de jóvenes y adolescentes.
¿Pero quién es el responsable de hacer que los beneficios de la tecnología sean accesibles para todos y, al mismo tiempo, de protegernos de sus riesgos? Podemos empezar por hacer algunas cosas en nuestra esfera individual, sí. Pero el grueso de la tarea cae en los reguladores y, antes de eso, en todos estos investigadores que se lanzan a estudiar y producir evidencia sobre riesgos, consecuencias, novedades que los avances tecnológicos traen la sociedad. Necesitamos, sin duda, científicos más comprometidos y gobernantes mejor informados.
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– ref. La selección: metáforas que nos confunden – https://theconversation.com/la-seleccion-metaforas-que-nos-confunden-268736

