Voces ucranianas (III): imaginando el fin de la guerra

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Léna Georgeault, Directora del Grado en Relaciones Internacionales, Universidad Villanueva

Manifestación contra la guerra en Cracovia (Polonia) el 24 de febrero de 2024. Rudenko Alla/Shutterstock

“La libertad no es gratis”, recita Theodor*. Probablemente ha repetido ese eslogan mil veces, pero en la voz de este joven no suena gastado. Los ucranianos saben que su soberanía se paga en sangre, ciudades arrasadas y niños deportados a la fuerza.

Pese a los horrores de la guerra, el espíritu de resistencia permanece obstinadamente vivo entre los refugiados en Breslavia (Polonia). Esa determinación encuentra su eco en la certeza, ampliamente compartida, de que la negociación no ofrece una salida real. “Ni la palabra ni la firma de Rusia tienen valor alguno”, zanja Oksana*, refugiada con su marido y su hija en Polonia desde hace unos meses. “Rusia sólo entiende la fuerza”, coincide Natalia*, estudiante en Breslavia.

Ese escepticismo hacia una vía negociada contrasta con el desgaste perceptible dentro de Ucrania, donde el cansancio de guerra ha ganado terreno. Según un sondeo de Gallup, la proporción de ucranianos dispuestos a combatir “hasta la victoria” ha caído del 73 % en 2022 al 24 % en 2025.

En el supuesto de que se alcanzara un acuerdo, el desenlace dependería de la relación de fuerzas entre Kiev y Moscú. De ahí que el apoyo de Washington y, en menor medida, de las capitales europeas, se perciba como decisivo.

Al respecto, los más jóvenes, como Theodor y Natalia, son los que más frustración expresan: lamentan una ayuda insuficiente, aplastada por trámites que la retrasan como si se viviera en dos temporalidades inconciliables. “En el frente, cada segundo importa”, insiste Natalia, mientras que, en el resto del mundo, las decisiones se calibran según encuestas y presupuestos, con la vista puesta en las reacciones del Kremlin.

Theodor admite que se ha vuelto más exigente y más impaciente: “En las películas, Estados Unidos siempre salva al mundo. Ahora parece que juegan una partida premeditada. Tardan demasiado y lo que envían es escaso en comparación con sus capacidades”.

No hay lugar para la tibieza

La exigencia de contundencia resume bien el sentimiento común: frente a un adversario que tantea los límites sin cesar, la tibieza equivale a ceder terreno. Artem*, presidente de la Fundación Ucrania, recuerda varios episodios en los que Moscú avanzó sin encontrar resistencia. Cita Chechenia, donde el Kremlin impuso a sangre y fuego el régimen de los Kadyrov sin apenas coste internacional; Georgia, donde en 2008 se quedó con Osetia del Sur y Abjasia ante una reacción tímida; y, sobre todo, Crimea, cuya anexión en 2014 no fue revertida pese a las sanciones.

Para él, cada concesión de Occidente fue una invitación a dar un paso más. Oksana apunta en la misma dirección: Rusia debe quedar lo bastante debilitada como para renunciar a nuevas aventuras exteriores y volverse hacia sus propios problemas internos, con una población empobrecida que necesita atención. Un mensaje concebido para terminar calando también dentro de la sociedad rusa y erosionar el apoyo a la política de Putin.

A la presión exterior de Rusia se suma un reto interno que marcará el futuro: la unidad nacional. La guerra ha intensificado las sospechas hacia los rusoparlantes. Para algunos, demostrar patriotismo significa dejar de hablar ruso y adoptar el ucraniano en la vida cotidiana.

Theodor lo ilustra con un titubeo: “Hablo ruso… bueno, puedo hablar ruso”, se corrige. Marta, joven ucraniana del oeste de paso por Breslavia, es aún más tajante: “Quizás sea duro, pero los llamo rusos”, dice sobre quienes siguen usando esa lengua, incluso después de haber visto sus casas derribadas o a sus familiares asesinados. “No sé qué tiene que pasar para que lo entiendan”, añade con una mezcla de incredulidad y amargura.

Kinga, de la asociación Nomada, recuerda en cambio a una refugiada que le insistía en que el ruso forma parte de la historia del país y que se puede ser patriota y rusoparlante a la vez. El propio Theodor observa: “Ahora mismo, en el frente, hay ucranianos rusoparlantes matando a rusos”.

No es la única fractura que atraviesa el país: también está la que separa a quienes huyeron de la guerra y a quienes la sufren cada día en Ucrania. Natalia cuenta la historia de una conocida que emigró al Reino Unido y comparte vídeos sobre su nueva vida. Bajo ellos, se acumulan mensajes de odio que le reprochan haberse marchado y llevar ahora una existencia cómoda mientras otros siguen bajo las bombas.

La negociación, vista desde dos perspectivas

Esas experiencias tan distintas de la guerra probablemente expliquen que la mayor inclinación a negociar que se note en Ucrania no se observe con la misma claridad en la comunidad de refugiados de Breslavia.

A pesar de esas grietas, también emerge la convicción de que el país puede salir reforzado de la guerra. “Ahora nos hemos dado cuenta de que Ucrania es un gran país y de que tiene mucho que ofrecer”, afirma Artem, convencido de que la experiencia acumulada en estos años de resistencia encierra lecciones valiosas para Europa.

Theodor lo formula desde otro ángulo: “Nuestro trabajo como ucranianos es dar a conocer nuestra cultura y hacerla exportable”, sostiene, convencido de que Ucrania no sólo sobrevivirá, sino que contribuirá a enriquecer a la Unión Europea, a la que aspira a integrarse.

Theodor es muy consciente de que no todo el mundo en Europa ve con buenos ojos el lugar que Ucrania reclama, algo que el joven achaca a la vulnerabilidad occidental ante la propaganda rusa. “Nosotros compartimos durante mucho tiempo el mismo espacio informacional con Rusia, los conocemos muy bien”, dice, reivindicando la capacidad ucraniana para detectar las manipulaciones de Moscú.

Lamenta, en cambio, que en Occidente “Rusia consiga seducir a todo el espectro político”, desde los nostálgicos del comunismo hasta quienes la ven como último baluarte del conservadurismo. Entiende que en la indiferencia hacia Ucrania pesa también el temor a provocar al Kremlin. Y formula un deseo personal: “Que los españoles nunca conozcan la guerra, ni ellos, ni sus hijos, ni sus nietos”.

“Pero la libertad no es gratis”, repite una vez más.


Los nombres marcados con asterisco han sido modificados para proteger la identidad de las personas entrevistadas.


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Léna Georgeault no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

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Cuando los músculos se rebelan: la distonía, un trastorno del movimiento infradiagnosticado

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Natalia Brandín de la Cruz, Personal Docente e Investigador Grado de Fisioterapia, Universidad San Jorge

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Si pensamos en un trastorno del movimiento, seguramente nos vendrá a la cabeza el temblor de la enfermedad de Parkinson. Pero existe otro grupo de condiciones, igual de debilitantes y mucho menos conocidas, que afectan profundamente la calidad de vida de quienes las padecen.

Una de ellas es la distonía, trastorno del sistema nervioso central que puede aparecer a cualquier edad y afecta nada menos que al 1 % de la población mundial. Se caracteriza por contracciones musculares involuntarias, sostenidas o intermitentes, que pueden causar movimientos y posturas anormales de torsión, en muchos casos acompañadas de dolor y deformidad articular. Además, los movimientos distónicos también pueden asociarse al temblor.

La distonía suele empeorar con el cansancio, el estrés y los estados emocionales negativos, pero mejora durante el sueño y con la relajación. También puede reducirse su intensidad mediante trucos sensitivos, que son gestos voluntarios como tocar la barbilla o las cejas, ponerse un palillo en la boca o un pañuelo en el cuello.

En lo que se refiere a las causas, hay un amplio abanico de posibles desencadenantes. Puede ser hereditaria, como consecuencia de ciertas mutaciones genéticas que afectan a la transmisión de la dopamina o a circuitos de los núcleos basales del cerebro. Además, tenemos las llamadas distonías secundarias o adquiridas, que se derivan de lesiones estructurales del sistema nervioso central (como traumatismos, accidentes cerebrovasculares, encefalitis o tumores), exposición a fármacos y enfermedades metabólicas o degenerativas. Y por último las distonías idiopáticas, de origen desconocido, que son las más frecuentes.

Un amplio catálogo de manifestaciones

La forma más común del trastorno en adultos es la distonía focal, que afecta a una región específica del cuerpo. Dentro de esta categoría, la más conocida y frecuente es la distonía cervical (tortícolis espasmódica), que implica a los músculos del cuello y, a veces, también al hombro. Se manifiesta con movimientos de la cabeza de derecha-izquierda (como diciendo “no-no”), o arriba-abajo (“sí-sí”).

Otras modalidades de la distonía focal son las siguientes:

  • El blefaroespasmo, que produce movimientos involuntarios de los músculos de los párpados, causando parpadeos excesivos o el cierre involuntario de los ojos.

  • La distonía del escritor, que afecta a la mano y el brazo durante actividades específicas, como la escritura.

  • La distonía oromandibular, o sea, la contracción de los músculos de la parte inferior de la cara y los músculos superficiales del cuello (que a veces incluye distonía de la lengua).

  • La distonía laríngea o disfonía espasmódica, que es la contracción anómala de los músculos que regulan el cierre y apertura de las cuerdas vocales y produce dificultades en el habla.

Y por si fuera poco, además de las citadas distonías focales, existen otras variedades: la segmentaria, que involucra dos o más partes adyacentes del cuerpo (como el síndrome de Meige, que afecta los músculos de la cara, la mandíbula y la lengua); la generalizada, que implica a la mayor parte del cuerpo, incluyendo tronco y extremidades; la hemidistonía, que afecta un lado entero del cuerpo; y la multifocal, que involucra a dos o más partes del cuerpo no contiguas.

Cómo puede tratarse

Aunque la distonía no tiene cura, existen tratamientos que pueden mejorar significativamente la calidad de vida del paciente. Es importante contar con un equipo interdisciplinar de profesionales que incluya neurólogos, fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, logopedas y psicólogos especializados en trastornos del movimiento. Un abordaje integral que combine cuidados médicos, apoyo emocional y acompañamiento humano puede marcar la diferencia y ayudar a estos pacientes a recuperar la confianza.

Dentro de estos equipos, la fisioterapia juega un papel primordial. Se centra en aumentar la movilidad, reducir el dolor y ayudar a los pacientes a manejar los movimientos involuntarios favoreciendo la funcionalidad y promoviendo una mayor autonomía en su vida diaria.

Actualmente, algunas áreas de interés en la investigación de la distonía incluyen el desarrollo de estudios genéticos, nuevas terapias farmacológicas e intervenciones de estimulación cerebral.

Una enfermedad muy incapacitante

Según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), existen más de 20 000 personas afectadas por algún tipo de distonía en España, pero podrían ser muchas más porque nos hallamos ante uno de los trastornos del movimiento más infradiagnosticados. Muchas veces se confunde con temblor parkinsoniano, temblor esencial, tics, mioclonías (otro tipo de movimientos rápidos e involuntarios), trastorno de movimiento psicógeno o incluso escoliosis.

Se trata de una enfermedad muy incapacitante. Su impacto en la calidad de vida no solo se traduce en las dificultades físicas. El estrés, la ansiedad y la depresión son comunes en los pacientes, debido a la naturaleza crónica de la enfermedad.

Para hacernos una idea, la mayoría de los socios de la Asociación Distonía España (ALDE) tienen reconocido un porcentaje medio de discapacidad de entre el 33 % y el 65 %, y en muchos casos, superior.

Las personas con esta dolencia no son propensas a contar lo que les pasa ni a mostrarse en sociedad, lo que invisibiliza aún más la enfermedad. A menudo viven recluidas a causa del dolor continuo, los trastornos emocionales y el estigma social.

Recursos y apoyo

Para aquellos afectados por la distonía y sus familias, varias organizaciones ofrecen apoyo, información y recursos:

En definitiva, la distonía sigue siendo una gran desconocida. La falta de conocimiento y el estigma asociado a los trastornos neurológicos poco comunes dificultan el diagnóstico temprano y el acceso a tratamientos adecuados. Aumentar la conciencia pública, capacitar a profesionales de la salud y fomentar la investigación básica y clínica son pasos esenciales para mejorar el pronóstico de quienes viven con este trastorno.

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Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.

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Las manos, prodigio evolutivo y desesperación de artistas

Source: The Conversation – (in Spanish) – By A. Victoria de Andrés Fernández, Profesora Titular en el Departamento de Biología Animal, Universidad de Málaga

nicimbikije/Shutterstock

Los artistas les temen a las manos humanas más que a ningún otro motivo figurativo.

Cuando se trata de un escultor, la explicación es bastante intuitiva. Los dedos son estructuras largas y delgadas, esto es, mucha superficie a esculpir para muy poco volumen sustentante. En otras palabras, las probabilidades de que se parta uno y se vaya al traste todo el trabajo son elevadísimas. Y es que los errores, en escultura, no tienen vuelta atrás: un dedo roto significa volver a empezar de cero.

Por el contrario, en pintura, sí que es posible corregir los errores. Las técnicas de rayos X han puesto de manifiesto cómo nuestras pinacotecas están llenas de pentimentos o arrepentimientos de los artistas. Es más, algunos son hasta detectables a simple vista, como las famosas patas traseras del caballo de Felipe IV (el gran Velázquez odiaba con toda su alma pintar equinos).

Entonces, ¿por qué siempre se han quejado los pintores, a lo largo de los siglos, de tener que representar manos? ¿No es más difícil conseguir que una cara se parezca al modelo? ¿No requiere más maestría técnica plasmar con exactitud un rostro que una mano?

Pues no. Y la explicación, como en tantas otras cosas, la encontramos en la biología evolutiva.

Qué supuso el modo “manos libres”

Nuestras manos lo manipulan todo, lo transforman todo y lo crean todo. Constituyen una de las herramientas más poderosas que existen en la naturaleza. De hecho, aunque existen grupos animales que tienen un cerebro mayor que el nuestro (y, posiblemente, podrían sobrepasarnos en generar pensamientos complejos), no llegarán nunca a emular lo que hacemos nosotros.

Ni cetáceos ni proboscídeos pueden transformar los pensamientos en hechos y estructuras materiales. No hay manos que manipulen la materia ni dedos para crear objetos en la realidad de un delfín, de una ballena o de un elefante.

La verdad es que la naturaleza del planeta vivió un hecho singular cuando una subtribu de homínidos del este del continente africano, los homininos, adoptamos la postura erguida (hace unos 7 millones de años). De repente, pudimos hacer infinidad de cosas que antes estaban vetadas en el mundo animal. De repente, con dos manos dotadas de dedos flexibles y articulados, más el lujazo de un pulgar oponible, pudimos pinzar, manipular de forma precisa y delicada, modelar utensilios, transportar enseres, coger en brazos a las crías, recolectar, fabricar armas… Desde aquí, fue un sencillo paso la generalización del uso del fuego en el Pleistoceno medio, con todo lo que ello supuso: calor, luz, protección ante depredadores y una cocina que aumentó la variedad de nutrientes a la vez que redujo la transmisión oral de enfermedades bacterianas y endopararasitarias.

Pero las manos nos reservaban un regalo aún mejor. Me refiero a la espectacular revolución que supuso el poder establecer una comunicación a lo largo del tiempo. Las palabras ya no se las llevaba el viento. Los mensajes se podían conservar. Porque eso fue la escritura, algo que ocurrió hace poco más de cinco milenios pero que ha hecho de nosotros una especie sin parangón cultural.

Somos lo que somos no sólo por lo que pensamos, sino porque podemos ejecutar nuestros pensamientos, transformarlos en acciones y reflejarlos en escritos que trasciendan el espacio y el tiempo.

Y todo, gracias a las manos…

La otra comunicación

Los humanos actuales nos comunicamos, básicamente, a través del lenguaje oral y del lenguaje escrito. Pero también nuestros antecesores se comunicaban mucho antes de la existencia de la palabra. Lo hacían mediante el lenguaje corporal. La inmensa mayoría de los animales tienen códigos externos de coloración y posturas que sirven como advertencias, reclamos, atractivos sexuales o intimidaciones de muy diverso tipo. Los que, además, disponemos de una musculatura facial compleja, podemos generar gestos y muecas que comunican con extraordinaria precisión nuestra reacción ante diferentes estímulos externos.

La amplia gesticulación y los ademanes diversos posibilitaron la comunicación de nuestros ancestros mucho antes de que apareciese el lenguaje hablado y, por supuesto, el escrito.

Sin embargo, la liberación de las extremidades anteriores nos amplió, de una manera sorprendente, esta facultad. Las manos se convirtieron en un recurso expresivo espectacular.

La razón es puramente matemática. Pensemos en por qué el rostro de todos los primates es tan extraordinariamente plástico. Está claro que son muchos los músculos implicados en la mímica facial, y las posibilidades de combinarlos contraídos o relajados en un determinado gesto son enormes. Tan valioso es este recurso que, a pesar de que algunos dominen providencialmente la retórica, no renuncian a acompañar las palabras con significativos movimientos de cejas, interesantes fruncidos de frente o encantadoras sonrisas para añadir precisión, resolución, delicadeza, seducción o fuerza a su mensaje oral.

Pues bien, las manos, como terminales de los brazos, constituyen otra herramienta con la que sumar infinitos matices a nuestros argumentos orales. Y ello es posible gracias a las enormes posibilidades combinatorias de los movimientos relativos entre los 27 huesos de una mano. Los ocho carpianos, los cinco metacarpianos y las catorce falanges se combinan en trillones de posibilidades diferentes.

La desesperación de los artistas

Pero volvamos a los pintores y a sus reticencias a pintar manos. ¿Por qué? Las caras expresan multitud de gestos diferentes y los pintores no se quejan tanto.

Mi propuesta es que la explicación estriba en que la cara es una estructura prácticamente plana (de hecho, el elemento que aporta mayor tridimensionalidad, que es la nariz, apenas si tiene movimiento propio). El artista debe ser hábil para representar una buena gesticulación, de acuerdo; pero no pasa por el espantoso trance de torturarse con el escorzo.

Esta compleja técnica de deformación bidimensional para conseguir efectos tridimensionales se le complica extraordinariamente cuando pinta manos. Representar manos gesticulantes implica multitud de escorzos simultáneos y con diferentes orientaciones espaciales, pues cada uno de ellos corresponde a la particular posición espacial que adopta, para cada expresión, todos y cada uno de los elementos articulables de la mano.

No es de extrañar, pues, que en las obras que los comitentes encargaban a los artistas, las manos tuviesen tarifa propia. No sólo acrecentaba el importe del cuadro su tamaño, el número de elementos representados o la tipología del color a utilizar (los azules, por ejemplo, eran considerablemente caros). Si había manos, y si tenían un protagonismo iconográfico especial, la cosa subía de nivel.

Virgen de las Rocas, de Leonardo da Vinci.
Louvre/Wikimedia Commons, CC BY

Esta es la razón por la que los artistas de dibujos animados, cucos ellos, minimizaron el problema reduciendo el número de dedos o camuflándolos en guantes gruesos y poco articulados como los de Mickey Mouse.

Pero también es la razón por la que lloramos ante ciertos prodigios de la historia del arte. Pocas manos han conseguido proteger a un niño con tanta delicadeza como la Virgen de las Rocas, de Leonardo da Vinci, o han sabido insuflar la vida con un dedo milagroso como el de la Capilla Sixtina.

Y desde luego, muy pocas manos han derrochado el perdón de un padre como ésas con las que Rembrandt nos abraza a todos los que sentimos la reconciliación en El regreso del hijo pródigo.

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A. Victoria de Andrés Fernández no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

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Así impacta en nuestro cerebro tener un gato como mascota

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Laura Elin Pigott, Senior Lecturer in Neurosciences and Neurorehabilitation, Course Leader in the College of Health and Life Sciences, London South Bank University

¿Está aumentando el nivel de oxitocina en sus cerebros? Zhenny-zhenny/Shutterstock

Los gatos pueden tener fama de independientes, pero las últimas investigaciones sugieren que compartimos una conexión única con ellos, impulsada por la química cerebral.

La principal sustancia implicada es la oxitocina, apodada como la “hormona del amor”. Es el mismo compuesto neuroquímico que se libera cuando una madre acuna a su bebé o cuando los amigos se abrazan, fomentando la confianza y el afecto. Y ahora los estudios demuestran que este neurotransmisor también es importante para el vínculo entre gatos y humanos.

La oxitocina fomenta la confianza y la calma

La oxitocina desempeña un papel fundamental en los vínculos sociales, la confianza y la regulación del estrés en muchos animales, incluidos los seres humanos. Un experimento de 2005 demostró que hacía que los voluntarios humanos estuvieran mucho más dispuestos a confiar en los demás cuando practicaban juegos financieros.

También tiene efectos calmantes en humanos y animales, ya que suprime la hormona del estrés cortisol y activa el sistema nervioso parasimpático (el sistema de descanso y digestión) para ayudar al cuerpo a relajarse.

Los científicos saben desde hace tiempo que las interacciones amistosas desencadenan la liberación de oxitocina tanto en los perros como en sus dueños, creando un círculo vicioso de vinculación. Sin embargo, hasta hace poco no se sabía mucho sobre su efecto en los gatos.

## Los efectos de acariciar un gato que ronronea

Los gatos son más sutiles a la hora de mostrar afecto. Sin embargo, sus dueños suelen referir los mismos sentimientos cálidos de compañía y alivio del estrés que los dueños de perros, y los estudios respaldan cada vez más estos testimonios. Investigadores de Japón, por ejemplo, informaron en 2021 que las breves sesiones de caricias con sus gatos aumentaban los niveles de oxitocina en muchos propietarios.

En ese estudio, las mujeres interactuaron con sus mascotas durante unos minutos mientras los científicos medían los niveles hormonales de los propietarios. Los resultados sugirieron que el contacto amistoso (acariciar al gato, hablarle en un tono suave) estaba relacionado con un aumento de la oxitocina en la saliva de los humanos, en comparación con un período de descanso tranquilo sin su gato.

Muchas personas encuentran relajante acariciar a un minino que ronronea, y las investigaciones indican que no es solo por su suave pelaje. El acto de acariciar e incluso el sonido del ronroneo pueden desencadenar la liberación de oxitocina en nuestro cerebro. Un estudio de 2002 descubrió que esta descarga provocada por el contacto suave con un gato ayuda a reducir el cortisol (nuestra hormona del estrés), lo que a su vez puede reducir la presión arterial e incluso el dolor.

Hombre con un gato gris en el regazo.
Acurrucarse con un gato puede ayudar a suprimir la hormona del estrés, el cortisol.
Vershinin89/Shutterstock

¿Cuándo se libera la oxitocina entre gatos y humanos?

Las investigaciones están identificando momentos específicos que provocan la liberación de esta hormona en nuestra amistad entre especies. El contacto físico suave parece ser un desencadenante principal para los gatos.

Un estudio de febrero de 2025 descubrió que cuando los dueños acariciaban, abrazaban o mecían a sus gatos de forma relajada, la oxitocina de los dueños tendía a aumentar, al igual que la de los gatos, siempre que la interacción no fuera forzada para el animal.

Los investigadores monitorizaron los niveles de la hormona en los gatos durante 15 minutos de juego y mimos en casa con su dueño. Los felinos con un vínculo seguro que iniciaban el contacto, por ejemplo, sentándose en el regazo o empujando con el hocico, mostraban un aumento de oxitocina. Cuanto más tiempo pasaban cerca de sus humanos, mayor era el aumento.

¿Qué ocurre con los felinos menos cariñosos? El mismo estudio observó patrones diferentes en gatos con estilos de apego más ansiosos o distantes. Los ejemplares evasivos (los que mantenían la distancia) no mostraron cambios significativos en la oxitocina, mientras que los ansiosos (que buscaban constantemente a su dueño, pero se sentían fácilmente abrumados al ser manipulados) tenían niveles altos de oxitocina desde el principio.

Se descubrió que la oxitocina de los gatos evasivos y ansiosos descendía tras un abrazo forzado. Cuando las interacciones respetan la comodidad del animal, la hormona del vínculo fluye, pero cuando un gato se siente acorralado, es esquiva.

Quizás los humanos podrían aprender algo de sus amigos felinos sobre cómo gestionar los estilos de apego. La clave para crear un vínculo con un gato es comprender cómo se comunican.

A diferencia de los perros, los gatos no dependen del contacto visual prolongado para crear vínculos. En su lugar, utilizan señales más sutiles. La más conocida es el parpadeo lento, una sonrisa felina que transmite seguridad y confianza.

El ronroneo también desempeña un papel importante en la creación de conexiones con las personas. El ronroneo grave no solo se ha relacionado con la curación de los propios gatos, sino también con efectos calmantes en los seres humanos. Escuchar ese peculiar sonido puede reducir la frecuencia cardíaca y la presión arterial, y la oxitocina media estos beneficios.

La compañía de un gato, reforzada por todos esos pequeños aumentos de oxitocina de las interacciones diarias, puede servir como amortiguador contra la ansiedad y la depresión, en algunos casos proporcionando un consuelo equiparable al apoyo social humano.

¿Son los gatos menos cariñosos que los perros?

Es cierto que los estudios suelen encontrar respuestas más fuertes de oxitocina en las interacciones entre perros y humanos. En un experimento muy comentado de 2016, los científicos midieron la oxitocina en mascotas y propietarios antes y después de diez minutos de juego. Los perros mostraron un aumento medio del 57 % en los niveles de oxitocina después del juego, mientras que los gatos mostraron un aumento de alrededor del 12 %.

En los seres humanos, los niveles de oxitocina aumentan durante las interacciones sociales significativas. Los estudios demuestran que el contacto con un ser querido produce respuestas de oxitocina más fuertes que el contacto con extraños. Por lo tanto, el saludo alegre de un perro es similar a la emoción que se siente al ver a un hijo o a la pareja.

Los perros, al ser animales de manada domesticados para la compañía constante de los humanos, están casi programados para buscar el contacto visual, las caricias y la aprobación de las personas, un comportamiento que estimula la liberación de oxitocina en ambas partes. Los gatos, sin embargo, evolucionaron a partir de cazadores solitarios que no necesitaban gestos sociales evidentes para sobrevivir. Por lo tanto, es posible que no muestren un comportamiento impulsado por la oxitocina con tanta facilidad o consistencia. En cambio, los gatos pueden reservar su comportamiento de liberación de esa hormona para cuando se sienten realmente seguros.

La confianza de un gato no es automática, hay que ganársela. Pero una vez concedida, se refuerza con la misma sustancia química que une a los padres, parejas y amigos humanos.

Así que, la próxima vez que su gato le mire lentamente desde el otro lado del sofá o se suba a su regazo para acurrucarse y ronronear, tenga en cuenta que también está ocurriendo algo invisible: la oxitocina está aumentando en ambos cerebros, profundizando la confianza y aliviando el estrés de la vida cotidiana. Los gatos, a su manera, han aprovechado la antigua biología del amor.

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Laura Elin Pigott no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

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El largo y difícil camino hacia un mundo sin petróleo

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Carme Frau, Profesora Ayudante Doctora (UIB, Facultad de Economía y Empresa, Área de Finanzas), Universitat de les Illes Balears

Refinería de petróleo en el estado de Washington (Estados Unidos). Walter Siegmund/Wikimedia Commons, CC BY

Este verano un diario balear tituló uno de sus textos con la frase: “La independencia total del petróleo no la veremos, es una utopía”. Dicha afirmación es mía y nace de mis investigaciones sobre economía de la energía. Con ella no busco desanimar, sino invitar a un debate realista sobre la transición energética.

En un mundo que aspira a la sostenibilidad, ¿es posible dejar atrás el petróleo? Desde una perspectiva económica, la respuesta es compleja, pero encontrarla es necesario.

La persistente relevancia del petróleo

En 2024, el petróleo representó el 31,3 % del consumo energético mundial. En el corto plazo, sectores como el transporte terrestre, la industria química y la aviación dependen de él de manera casi insustituible. Aunque las energías renovables crecen rápidamente (en 2024, el 29,7 % de la electricidad mundial fue de ese origen), su escalabilidad está limitada por costes, infraestructura y almacenamiento.

Porcentaje de participación de las distintas fuentes de energía (renovables y no renovables) en el consumo total y en la generación eléctrica.
Fuente: elaboración propia

Aunque, por ejemplo, la producción de baterías para vehículos eléctricos requiere minerales cuya extracción y procesamiento aún dependen de combustibles fósiles, esto no significa que debamos rendirnos ante el petróleo. Todo lo contrario: la economía nos enseña que los incentivos y las políticas públicas pueden acelerar la transición. Pero ignorar la realidad de nuestra dependencia actual es tan utópico como imaginar un mundo sin petróleo de la noche a la mañana.




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Los límites de la transición energética

La transición hacia fuentes renovables es imparable, pero no está exenta de desafíos. Por ejemplo, en España, el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima aspira a que, en 2030, el 81 % de la electricidad sea de origen renovable. Sin embargo, el uso del petróleo seguirá siendo crucial para sectores no electrificados como el transporte marítimo o la producción de cemento y plásticos.




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Además, los costes de esa transición son significativos: según la Agencia Internacional de la Energía, para alcanzar la neutralidad climática para el 2050 se requerirían inversiones globales de 5 billones de dólares anuales. ¿Y quién pagará esta factura? Los gobiernos, las empresas y, en última instancia, los consumidores.

Otro obstáculo es la desigualdad a nivel global. Mientras que Europa avanza en la descarbonización, países como Nigeria, que ocupa el décimo lugar a nivel mundial en reservas probadas de petróleo, dependen de él para crecer económicamente. Forzar una transición homogénea, sin considerar estas realidades, podría agravar las desigualdades.

Hacia una transición realista

Entonces, ¿cuál es el camino? Desde la economía, propongo tres pilares, los tres del lado de la oferta:

  1. Incentivos económicos: subsidios a las energías renovables, impuestos al carbono y mercados de emisiones bien diseñados pueden acelerar el cambio sin demonizar al petróleo.

  2. Innovación tecnológica: invertir en tecnologías como la captura de carbono y el hidrógeno verde y el diseño de baterías más eficientes es esencial para reducir la dependencia del petróleo en sectores críticos (transporte, generación eléctrica, etc.).

  3. Cooperación global: la transición debe ser inclusiva, apoyando a los países en desarrollo para que adopten energías limpias sin comprometer su crecimiento.




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Futuro energético

Hoy por hoy, la independencia total del petróleo es una utopía. Para avanzar no necesitamos utopías sino políticas basadas en datos, innovación y pragmatismo. El futuro energético no se construye con promesas sino con pasos firmes que nos lleven hacia una economía más sostenible y libre de gases contaminantes. El petróleo seguirá con nosotros, pero su protagonismo puede y debe disminuir: depende de nosotros decidir cómo.

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Carme Frau no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. El largo y difícil camino hacia un mundo sin petróleo – https://theconversation.com/el-largo-y-dificil-camino-hacia-un-mundo-sin-petroleo-264836

¿Por qué nos parece que los veranos no duran tanto como antes?

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Fernando Díez Ruiz, Professor, Faculty of Education and Sport, Universidad de Deusto

Casi todos asociamos las vacaciones asociamos con la playa y el descanso. En la imagen, Palma de Mallorca. Andrés Nieto Porras. , CC BY-SA

¿Recuerda aquellos veranos de la infancia que parecían eternos? Días interminables jugando en la calle, disfrutando con los amigos, noches que se alargaban entre juegos y risas. Sin embargo, al crecer y hacernos más mayores, los periodos de vacaciones parece que no duran nada.

Como escribió Marcel Proust, “el tiempo, que cambia a las personas, no altera la imagen que de ellas guardamos”. Quizá lo mismo ocurre con los veranos: no es que hayan cambiado, sino que somos nosotros quienes los percibimos de otra manera.

Percepción subjetiva del tiempo

El tiempo es objetivo, marcado por el reloj y por el calendario. Pero su vivencia es profundamente subjetiva.

En Antes del amanecer (Linklater, 1995), una sola noche en Viena parece expandirse hasta convertirse en un universo completo de recuerdos. La película ilustra cómo la intensidad emocional y la novedad transforman unas horas en una experiencia vital extensa.

Imagen de la película Antes del amanecer, una metáfora de lo mucho que puede estirarse el tiempo.
Columbia Pictures.

Nuestro cerebro no percibe el paso de las horas de forma lineal, sino en función de la novedad, la atención y la memoria. Cuantas más experiencias nuevas vivimos, más información almacenamos y, en consecuencia, el tiempo se percibe como más largo.

Durante la infancia todo es descubrimiento: los amigos, los juegos, los lugares. Cada verano está repleto de “primeras veces”. El cerebro infantil está en un estado a aprendizaje continuo, saturado de estímulos que se procesan y registran. Esa abundancia de experiencias genera la impresión de que los días son extensos y variados.

Con los años, el cerebro se va habituando y tiene que atender a múltiples preocupaciones y decisiones. Ya no registra tanto detalle porque reconoce patrones conocidos. Al haber menos novedades, los recuerdos son más escasos, y lo que queda en la memoria es un resumen simplificado de semanas enteras. Así, al mirar atrás, sentimos que “el verano voló”.

Atención vs estrés

El modo en que gestionamos la atención también influye. Los adultos suelen vivir los veranos con prisas: planificar viajes, trabajar antes y después de las vacaciones para cubrir tareas, atender a la familia. Este fraccionamiento mental reduce la capacidad de disfrutar del presente. Cuando la atención se dispersa, el cerebro procesa menos detalles y los días se sienten más cortos. Es normal que un adulto, cuando comienza el verano, tarde entre 2 y 3 días antes de sentirse plenamente en modo descanso.

En cambio, los niños tienen la capacidad de sumergirse plenamente en una actividad. Una tarde en la piscina o un partido improvisado de fútbol en la plaza les absorbe de tal forma que cada momento queda grabado. La intensidad de esa vivencia amplia la sensación temporal.

Vacaciones con ojos de niño

La psicología cognitiva lleva décadas investigando este fenómeno. William James, considerado padre de la psicología moderna, ya señalaba en 1890 que la novedad es clave en la percepción del tiempo. Estudios recientes en neurociencia confirman que la dopamina (neurotransmisor asociado al aprendizaje y la recompensa) se libera más intensamente cuando enfrentamos experiencias nuevas. Esa descarga favorece la codificación de recuerdos y alarga la sensación temporal.

Un experimento interesante mostró que, cuando se pide a adultos y a niños estimar la duración de una misma actividad divertida, los pequeños tienden a decir que duró más. Esto sugiere que no solo la memoria posterior, sino también la vivencia inmediata, se percibe de manera distinta con la edad.

Los estudios evidencian que las vacaciones son necesarias tanto para los más pequeños como para los mayores. Esto se debe a que, cuando interrumpimos nuestras rutinas, abrimos espacios para nutrirnos de nuevos lugares, perspectivas, y damos pie a la creatividad. Así, el descanso y la desconexión contribuyen a mejorar el rendimiento cognitivo.

Cabe destacar que los descansos cortos lejos del hogar y el trabajo pueden ser más restauradores que unas vacaciones más largas.. Además, el contacto con la naturaleza, la realización de actividades locales o diferentes prácticas culturales ayudan a reforzar los vínculos familiares y sociales. De esta manera, cuando volvemos de vacaciones, solemos experimentar una sensación de bienestar que nos permite retomar el curso o el trabajo con más ganas.

Cómo vivir un eterno verano

Si los días de vacaciones se nos escapan de las manos, quizás podamos aprender de la infancia y buscar estrategias para “estirarlos”. O incluso, hacerlos “presentes” en los días laborables. No se trata de añadir más días al calendario, sino de enriquecerlos con ideas como:

  • Romper la rutina: probar actividades nuevas, visitar lugares desconocidos, aprender algo distinto. La novedad genera recuerdos y amplia la sensación de tiempo.

  • Vivir el presente: practicar la atención plena (mindfulness) ayuda a ralentizar la percepción del paso del día.

  • Reducir las prisas: organizar los días de descanso evitando agendas sobrecargadas. A veces, menos planes significa más disfrute.

  • Registrar experiencias agradables: escribir un diario o tomar fotografías cuando estamos de vacaciones –siempre y cuando no nos metamos en la rutina estresante de subirlas a las redes sociales– contribuye a reforzar la memoria, y al mirar atrás sentimos que el tiempo fue más largo.

Una mirada final

Los veranos no han cambiado de duración. Somos nosotros quienes los percibimos de forma distinta. La niñez los convierte en un mundo de descubrimientos, mientras que la mirada de adulto los reduce a un paréntesis breve en la rutina anual.

Quizás la clave esté en recuperar esa mirada infantil: abrirnos a lo inesperado, vivir con intensidad y permitir que cada día deje huella. Al fin y al cabo, lo que da longitud al tiempo no son los relojes, sino la riqueza de lo vivido.

The Conversation

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.

ref. ¿Por qué nos parece que los veranos no duran tanto como antes? – https://theconversation.com/por-que-nos-parece-que-los-veranos-no-duran-tanto-como-antes-265106

Cómo desarrollar una mirada crítica hacia la tecnología desde las aulas

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Victoria Marín Juarros, Profesora Titular de Universidad en Ciencias de la Educación, Tecnología Educativa, Universitat de Lleida

M.Somchai/Shutterstock

La transformación digital en todos los ámbitos de la vida nos plantea múltiples preguntas sobre las relaciones entre tecnología y sociedad. En el ámbito de la educación, en concreto, nos vemos en la necesidad de preparar al alumnado para una ciudadanía digital activa. Queremos educar ciudadanos y ciudadanas capaces de usar la tecnología de una manera competente, adecuada y responsable en su vida diaria.

A este objetivo se le llama “competencia digital”, y se ha introducido en instituciones y centros educativos a través de las leyes educativas y los currículos. Por ejemplo, en el contexto de la educación obligatoria en España, la competencia digital es parte del actual currículo LOMLOE.

En el contexto universitario, la competencia digital es parte de algunos programas de estudios. Destaca especialmente en la formación de maestros como la competencia digital docente. Sin embargo, y a pesar de las definiciones manejadas del término, a menudo se enseña desde una visión instrumental y neutral de las tecnologías digitales. Es decir: enseñamos simplemente a usarlas.

Más allá de usarlas

Pero también es necesario el cómo, por qué y para qué se utilizan. Es decir, aprender a hacerlo de una manera ética y crítica, lo que implica además ciertos conocimientos y actitudes y no solo destrezas técnicas. Pasar de ser usuarios pasivos de estas tecnologías, y receptores de la información que nos llega a través de ellas, a seleccionar qué usamos, entender por qué y para qué, y desarrollar un sentido de la responsabilidad digital.




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Estos son algunos de los objetivos que tenemos en cuenta en una investigación en curso en la que proponemos estrategias concretas para preparar a los futuros profesionales a desarrollar esa mirada ética y crítica hacia la tecnología en la sociedad actual.

¿Cómo funcionan las tecnologías digitales e internet?

Entender la faceta material de la infraestructura que hay detrás del uso de las tecnologías digitales e internet sería uno de los pilares básicos para construir una competencia digital crítica.

Por ejemplo, dedicar tiempo de clase a entender qué son y cómo funcionan los cables submarinos de telecomunicaciones o el consumo energético y de agua que implica la inteligencia artificial generativa aporta una dimensión práctica imprescindible para entender todo lo que implica tener acceso a internet y herramientas digitales en la palma de la mano. Ser conscientes de este entramado ayuda a chicos y chicas a poner unas bases de un uso responsable y sostenible de las tecnologías digitales.

Prestar atención a las infraestructuras

Este nivel se podría trabajar a partir de la observación y registro de las infraestructuras tecnológicas (cables, centros de procesamiento de datos). Podemos pedir al alumnado que fotografíe elementos que forman parte de esta infraestructura, como torres de telefonía o antenas, en su entorno cotidiano.




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En una experiencia previa en el contexto norteamericano, tras leer y debatir sobre la infraestructura que necesitan nuestras tecnologías digitales, un grupo de estudiantes universitarios recorrieron durante 15 minutos su campus examinando las infraestructuras digitales que encontraban (cables de fibra óptica enterrados, servidores, cámaras de vigilancia) y tomando fotos de ellas con sus cámaras o móviles. Todas las fotos se revisaron en grupo y se discutió sobre ellas.

Las metáforas que rodean a las tecnologías

Otra manera de trabajar una comprensión más profunda y crítica de las tecnologías que usan en su día a día puede ser a través de la deconstrucción de metáforas, como la nube o los datos (digitales y personales) como el nuevo petróleo. En el aula se podría plantear la exploración del origen de estas metáforas o la creación artística de su interpretación personal por parte del alumnado.

El uso de metáforas suaviza y reduce la complejidad de las infraestructuras digitales, por lo que esta deconstrucción implica una investigación más profunda para sacar a la luz muchos detalles (quién hay detrás, cómo se mantiene) que a menudo quedan en segundo plano.

¿Qué tecnología uso y por qué?

En su papel de consumidor, los estudiantes deben entender que existen diferentes alternativas en el mercado tecnológico, y cómo con sus decisiones y compras privilegian unos servicios, programas y aplicaciones. A menudo priorizamos las herramientas más conocidas (Microsoft, Google…), aparentemente gratuitas (a cambio de datos personales) o semigratuitas y accesibles en línea.

En este sentido, otro aspecto que puede ayudar a trabajar la competencia digital crítica es la identificación de alternativas no comerciales, abiertas y libres como LibreOffice en vez de Microsoft Office, o GIMP en vez de Adobe Photoshop.

En clase se pueden realizar auditorías tecnoéticas de las herramientas según tipologías, que ayuden a contemplar aspectos de ética social, comercial, pedagógica y ambiental. Por ejemplo, el grado de accesibilidad e inclusividad de la herramienta (ética social) o la posibilidad de poder utilizarla sin conexión a internet (ética ambiental) son aspectos que pueden influir en las decisiones.

Explorar la faceta creativa

Jóvenes y adolescentes a menudo adoptan un papel pasivo ante las tecnologías, y es precisamente entender las posibilidades de participación y creación que ofrecen lo que les permite dar el salto a un uso más crítico.

Esta faceta se puede explorar con actividades como la edición y traducción de artículos a través de Wikipedia como plataforma colaborativa abierta y libre, la creación de nuevos contenidos (como páginas web) que puedan utilizar otras personas y el uso de licencias abiertas Creative Commons en esos contenidos para la promoción del conocimiento en abierto, compartido y reutilizable.




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En todos estos casos, estamos haciendo un uso deliberado y significativo, cuyo resultado va más allá de la actividad en cuestión, pues puede servir a alumnado futuro u otras personas externas a la clase.

Desarrollando la alfabetización crítica en todas las etapas

Además de estos cuatro aspectos, nuestra colección de prácticas educativas desarrolla muchas otras propuestas: trabajar la alfabetización en datos vinculada a los sesgos de la inteligencia artificial; el fomento de la ciudadanía y responsabilidad digitales mediante la construcción de una huella digital ética; la evaluación crítica de contenido, o la producción mediática crítica a través de cartografías digitales para narrar cuentos, entre otras.

Si bien el proyecto se centra en educación superior, y en especial en la formación inicial de docentes de colegios e institutos, las propuestas se podrían adaptar a otros niveles educativos.

The Conversation

Esta publicación es parte del proyecto de I+D+i PID2022-136291OA-I00, financiado por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033/ y “FEDER Una manera de hacer Europa”.
Victoria I. Marín reconoce el apoyo de la Ayuda RYC2019-028398-I financiada por MCIN/AEI/ 10.13039/501100011033 y FSE “El FSE invierte en tu futuro”.

ref. Cómo desarrollar una mirada crítica hacia la tecnología desde las aulas – https://theconversation.com/como-desarrollar-una-mirada-critica-hacia-la-tecnologia-desde-las-aulas-258941

‘Para mi sorpresa, creció más de lo que hubiese podido imaginar’: el legado de Robert Redford en Sundance

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Jenny Cooney, Lecturer in Lifestyle Journalism, Monash University

Robert Redford en el ‘brunch’ de cineastas durante el Festival de Cine de Sundance de 2005. George Pimentel/WireImage

Cuando en 1981 Robert Redford fundó el Instituto Sundance, con sede en Utah, con el fin de proporcionar un sistema de apoyo independiente a cineastas, transformó por completo Hollywood. De hecho Sundance, bautizado con el nombre de su papel en Dos hombres y un destino (1969), se convirtió en su mayor legado.

Redford, que ha fallecido a los 89 años, ya era un gran icono cinematográfico cuando compró un terreno y creó un espacio sin ánimo de lucro con la misión de “fomentar las voces independientes, defender las historias arriesgadas y originales, y cultivar una comunidad para que los artistas puedan crear y prosperar a nivel mundial”.

Comenzando con laboratorios, becas, subvenciones y programas de mentoría para cineastas independientes, finalmente decidió lanzar su propio festival de cine en la cercana Park City, también en Utah, en 1985.

“Los laboratorios eran sin duda la parte más importante de Sundance y siguen siendo el núcleo de lo que somos y lo que hacemos hoy en día”, reflexionó el actor durante mi última entrevista con él en 2013 en el Festival Internacional de Cine de Toronto, mientras promocionaba su propia película independiente, Cuando todo está perdido.

Pero, como me dijo, después de cinco años de funcionamiento del programa:

“Me di cuenta de que habíamos tenido mucho éxito, pero ahora no tenían ningún sitio al que acudir. Así que pensé: ‘Bueno, ¿y si creamos un festival en el que al menos podamos reunirlos para que vean el trabajo de los demás y así podamos crear una comunidad para ellos?’. Y entonces, para mi grata sorpresa, creció más allá de lo que hubiese podido imaginar”.

Y eso es decir poco. Una impresionante lista de cineastas pueden agradecer a Redford el impulso que dio a sus carreras. Entre los antiguos alumnos del Instituto Sundance se encuentran Bong Joon-ho (que trabajó en sus primeros guiones en los laboratorios Sundance antes de Parásitos), Chloé Zhao y Taika Waititi, que a menudo regresa al Instituto como mentor.

Tres personas en un escenario
El presidente y fundador del Instituto Sundance, Robert Redford, la directora ejecutiva del Instituto Sundance, Keri Putnam, y el director del Festival de Cine de Sundance, John Cooper, durante el festival de 2018.
Nicholas Hunt/Getty Images

Entre las primeras películas que se estrenaron en el festival se encuentran Reservoir Dogs (1992), de Quentin Tarantino; Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989), de Steve Soderbergh; Slackers (2002), de Richard Linklater; Cigarettes and Coffee (1993), de Paul Thomas Anderson; el cortometraje Angry (1991), de Nicole Holofcener; Pi (1998), de Darren Aronofsky, y Whiplash (2014), de Damian Chazelle.

Creando un refugio

Para cualquiera que tuviera la suerte de asistir a Sundance en sus inicios, aquel era un refugio para los cineastas independientes. No era raro ver a “Bob”, como siempre se le conocía en persona, caminando por la calle principal de camino al estreno de una película o a una cena con jóvenes directores ansiosos por recibir sus consejos.

Ver a Redford interpretar a Bob Woodward en el thriller sobre el Watergate Todos los hombres del presidente (1976) fue una de mis primeras inspiraciones para dedicarme al periodismo. Además, desde que me enamoré de él en El golpe (1973) y Tal como éramos (1973), me costaba no sentirme intimidada al cruzarme con él en Park City.

Robert Redford y Andie MacDowell en el Festival de Cine de Sundance en 2003.
Randall Michelson/WireImage

Sin embargo, Bob te hacía olvidar rápidamente su estatus de icono. En poco tiempo, acababas charlando sobre un nuevo cineasta al que él apoyaba con entusiasmo o sobre su labor medioambiental (fue miembro del consejo de administración de la organización sin ánimo de lucro Natural Resources Defense Council durante cinco décadas).

Todo el mundo se sentía igual en ese mundo del cine independiente, y Redford era el responsable del buen ambiente.

En 1994, estuve esperando en una cafetería de Main Street a que Elle MacPherson bajara esquiando de una montaña para hacerle una entrevista promocionando su papel en la película australiana Sirenas. Más tarde ese mismo día, compartí un chocolate caliente con Hugh Grant mientras se quejaba de que se le habían congelado los dedos de los pies por llevar unos zapatos inadecuados y haber tenido que caminar bajo una tormenta de nieve para asistir al estreno de Cuatro bodas y un funeral.

En sus inicios, Sundance era un destino para los amantes del cine, no para los peluqueros y maquilladores, los vestidos de diseñador inapropiadamente glamurosos o los regalos promocionales.

La llegada de Hollywood

Pero, al final, como no se podía negar la influencia de cualquier película que llegara a Sundance, Hollywood llamó a la puerta.

“En 1985, solo teníamos un cine y quizá cuatro o cinco restaurantes en la ciudad, por lo que era un lugar mucho más tranquilo y pequeño, pero con el tiempo creció tanto que el ambiente cambió por completo”, reflexionó Redford durante nuestra entrevista:

“De repente, toda esta gente vino a aprovecharse de nuestro festival y, como somos una organización sin ánimo de lucro, no pudimos hacer nada al respecto. Teníamos lo que llamábamos ‘ambush mongers’ (en español sería algo parecido a ‘promotores de emboscadas’) que venían a vender sus productos y repartir regalos promocionales, y estoy seguro de que siempre habrá gente así, pero somos lo suficientemente fuertes como para resistir”.

El evento resistió, pero la infraestructura cedió. En 2027, el festival se trasladará finalmente a Boulder, Colorado, tras un cuidadoso proceso de selección destinado a garantizar que se mantenga el espíritu de Sundance.

Redford dejó de ser la cara visible del certamen en 2019 para dedicarse a pasar más tiempo con los cineastas y sus proyectos. Sin embargo, apoyó el traslado a Colorado y dijo en su declaración sobre el anuncio

“No hay palabras para expresar la sincera gratitud que siento hacia Park City, el estado de Utah y todos los miembros de la comunidad de Utah que han ayudado a construir la organización”.

El espíritu de Sundance sigue vivo, pero no será lo mismo sin Bob en las calles o en las salas de cine.

The Conversation

Jenny Cooney no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. ‘Para mi sorpresa, creció más de lo que hubiese podido imaginar’: el legado de Robert Redford en Sundance – https://theconversation.com/para-mi-sorpresa-crecio-mas-de-lo-que-hubiese-podido-imaginar-el-legado-de-robert-redford-en-sundance-265495

Genocidio: la palabra que creó Raphael Lemkin y que hoy nos interpela en Gaza

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Joaquín González Ibáñez, Derecho Internacional Público – Protección internacional de derechos humanos, Universidad Complutense de Madrid

kipgodi/Shutterstock

La visión de justicia que algunos tratados internacionales quieren alcanzar está vinculada, a veces, a un nombre propio y a una historia humana excepcional que desembocó en su creación. La Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de 1948 nació como una decisión soberana de los Estados, pero se cimentó en la imaginación moral y visión jurídica del polaco Raphael Lemkin.

Lemkin disfrutó gracias a la literatura de la capacidad de imaginar la vida de los otros. En su autobiografía, titulada Totalmente extraoficial, Lemkin relata cómo conformó su visión de justicia desde su niñez en Polonia hasta su condición de refugiado en Estados Unidos y cómo creó el neologismo “genocidio”, en 1943 hasta que finalmente fuera adoptada el 9 de diciembre de 1948 en la Convención sobre genocidio.

Con su relato, Lemkin exhorta a informarse, obliga a comprometerse y afirma que “la función de la memoria no es solamente registrar los acontecimientos del pasado, sino también estimular la conciencia”. Al igual que nosotros hoy en Gaza, Ucrania, Myanmar, Sudán y el resto de crisis invisibilizadas con víctimas civiles, Lemkin enfrentó durante sus estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad de Leópolis en 1921 –cuyos bancos de la última fila eran el lugar obligado para los estudiantes judíos– el dilema y la crisis moral frente a las matanzas de los armenios en 1915 y la inacción jurídica contra los perpetradores turcos.

Hoy somos parte de las revoluciones que iniciaron personas como Lemkin. Hemos aprendido que la historia humana evoluciona porque siempre hubo personas que atisbaron nuevos escenarios y construyeron espacios innovadores desde donde reorientar la acción humana de la justicia.

La revolución de los derechos humanos no avala que las personas de una determinada nacionalidad, etnia, religión o grupo gocen prima facie de una especial probidad, buena fe u honradez. Son únicamente nuestros actos los que determinan nuestra condición y responsabilidades.

Tras los procesos de Núremberg, se asentó el principio jurídico de que quien comete crímenes internacionales es responsable de los mismos sin excepción alguna. En 2025, lo trascendente es cómo protegemos con mayor eficacia a las víctimas en el plano interno o internacional, independientemente de quién cometió los crímenes.

Justicia para todas las víctimas

Por tanto, la justicia que reclamamos es para las víctimas de las atrocidades cometidas por Hamás en Israel el 7 de octubre de 2022, sean las asesinadas o las supervivientes que aún hoy, en 2025, se encuentran en Gaza como rehenes de dicho grupo terrorista. De igual modo, protestamos por los diferentes crímenes internacionales que se están perpetrando de manera indiscriminada por parte de Israel contra la población civil de Gaza.

La lectura del artículo II de la Convención sobre Genocidio permite realizar una interpretación legítima sobre si las acciones realizadas por el ejército de Israel coinciden con las conductas descritas en la Convención como actos de genocidio.

La destrucción de infraestructuras alimenticias y energéticas y el quebranto absoluto de las instituciones vitales para el desarrollo de la comunidad palestina gazatí (escuelas, lugares de culto y hospitales), así como la creación deliberada de hambrunas y víctimas mortales como resultado de operaciones militares, con un porcentaje abrumador de mujeres y niños entre las víctimas, pueden subsumirse en el tipo penal del crimen de genocidio.

Los hechos coinciden en su descripción con varias de las conductas recogidas expresamente en la Convención como constitutivas de este crimen: “matar a miembros del grupo, causar daños físicos o psicológicos graves o someter deliberadamente a los miembros del grupo a condiciones de vida que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”.

En relación con la intencionalidad dolosa de la comisión del crimen, las alegaciones de Sudáfrica en el proceso en la Corte Internacional de Justicia de enero de 2024 señalaban las declaraciones expresas de miembros del gobierno de Israel que deshumanizaban y cosificaban a los palestinos. Se suman, además, las recientes perífrasis conceptuales sobre el destino de los palestinos al citar pasajes del Antiguo Testamento que instaban a cometer matanzas y exterminios. Todos estos elementos muestran una deliberada voluntad de destruir total o parcialmente a la población gazatí.

Acusar de antisemitismo a quien interpreta que las acciones del ejército de Israel son constitutivas de un genocidio, como la relatora de la ONU Francesca Albanese, el escritor israelí David Grossman o los periodistas que sobreviven en Gaza y relatan lo que acontece, es una forma de censura y violencia moral dirigida contra quienes deciden no permanecer indiferentes frente a la hambruna y el asesinato de decenas de miles de personas. El silencio nunca ha ayudado a las víctimas; el ruido que distorsiona tampoco.

Sólo la voz de las personas que incidan en la acción cívica y busquen una respuesta institucional nacional e internacional puede acabar con la indiferencia.

Debemos expresar rechazo al dolor

Si bien la Corte Penal Internacional imputó a Netanyahu y a su exministro de Defensa Yoav Gallan por el crimen de genocidio en noviembre de 2024, y previamente Sudáfrica denució a Israel en diciembre de 2023 ante la Corte Internacional de Justicia por violación de la Convención sobre Genocidio, lo que está ocurriendo en Gaza es demasiado importante para dejarlo sólo en manos de los juristas.

Se puede y se debe expresar rechazo a la catástrofe y al dolor aberrante. Los desastres humanitarios, los conflictos y las guerras nos han enseñado que nuestra indignación es intermitente. Pero también sabemos, gracias al legado de personas como Lemkin, que las revoluciones son todas imposibles, hasta que acontecen. Entonces, se convierten en inevitables.

Albie Sachs, jurista judío, víctima del apartheid y magistrado del Tribunal Constitucional de la nueva Sudáfrica de Nelson Mandela, señalaba que “aunque siempre uno debería ser escéptico sobre las pretensiones del Derecho, nunca se debería ser cínico sobre sus posibilidades”. Por eso, el legado de Lemkin no puede ser una entelequia.

En Gaza tenemos la posibilidad de oponernos a una nueva barbarie y evitar la impunidad. En palabras de Lemkin, esta es una nueva causa de la humanidad.

Gracias a Lemkin, el Derecho ofrece una posibilidad de respuesta a las víctimas inermes y casi invisibilizadas. Y ciertamente, es una justicia humana e imperfecta frente a la catástrofe proferida, pero una justicia posible.

The Conversation

Joaquín González Ibáñez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Genocidio: la palabra que creó Raphael Lemkin y que hoy nos interpela en Gaza – https://theconversation.com/genocidio-la-palabra-que-creo-raphael-lemkin-y-que-hoy-nos-interpela-en-gaza-264955

La Vuelta, Mayo del 68 o las campañas contra el apartheid: cómo las protestas incomodan y transforman

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Igor Ahedo Gurrutxaga, Profesor de Ciencia Política – Investigador Principal de Parte Hartuz – Director del programa de doctorado Sociedad, Política y Cultura, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Protestas propalestinas el pasado domingo durante la última etapa de la Vuelta ciclista a España. RTVE

¿Sirve para algo parar la Vuelta ciclista a España? ¿Puede la protesta ser compatible con la normalidad? ¿Es legítima la neutralidad en estos tiempos? Son preguntas que el movimiento de protesta ante la masacre que Israel está perpetrando en Gaza ha puesto sobre la mesa y el tablero mediático recientemente.

La ciencia política y la política comparada dan algunas pistas. La primera es que la protesta forma parte del avance democratizador a lo largo de la historia. La segunda es que el éxito de la protesta es esquivo pero, a menudo, desencadena cambios en la mirada de las poblaciones. La tercera es que cualquier análisis sobre la protesta sirve para interrogarnos sobre nuestra responsabilidad personal ante la realidad.

No se puede entender la democracia sin comprender que el conflicto es parte consustancial del avance en los derechos sociales, políticos y económicos. No se puede entender la política como proceso de mejora de la vida pública sin comprender que los movimientos sociales son agentes legítimos y necesarios.

La política es un proceso cuyo resultado deriva de una correlación de fuerzas entre actores mediadores de intereses (generales o particulares) presentes en la sociedad. De esta correlación emerge un tipo u otro de sistema (más o menos democrático), así como decisiones que obligan. Desde cuestiones generales como los derechos sociales a aspectos particulares como quién participa en un evento deportivo, todo es resultado de una correlación de fuerzas.

En contextos autoritarios, la ausencia de partidos políticos hace que los movimientos sociales sean claves en la transición o cambio de régimen. Son los únicos actores capaces de socavar la legitimación del régimen, sea en Birmania, Portugal o la RDA. El impacto de la protesta siempre se acumula en la memoria, sea en forma de tumultos frente al muro de Berlín, o sea en forma claveles en los fusiles de los militares –Portugal, 1974–.

No es un momento, es un proceso

Pero estos eventos no son espontáneos: son el resultado de la lenta, oculta e inexorable acción de una miríada de colectivos que van limitando la legitimidad de los regímenes autoritarios o de las políticas injustas. Esta es una clave. La protesta no es un momento, sino un proceso.

En los regímenes democráticos, el papel de los movimientos sociales sigue siendo esencial. Y también molesto para los actores con capacidad de influencia. Molestan a los partidos y a los grupos de interés, algunos de ellos con acceso a grandes recursos económicos y capacidad de influencia.

Por ello, para garantizar un equilibrio de los intereses generales sobre los particulares en democracia se necesita de una sociedad civil sana y organizada en colectivos que apuesten por el avance de los derechos, limiten los intereses particulares y presionen a los decisores públicos.

Así las cosas, la presencia de los movimientos sociales y la protesta está detrás de cualquier avance de derechos. La institucionalización de las políticas de igualdad, los derechos reproductivos, sexuales y cívicos de las mujeres no se puede entender sin décadas, sino siglos, de lucha feminista, una lucha que toma forma de protestas convencionales, pero también desobedientes.

Su práctica transita entre las estrategias convencionales, regladas y ajustadas al marco legal y las prácticas disruptivas, orientadas a desestabilizar el orden para llamar atención sobre la injusticia. Por eso, los repertorios de protesta de los movimientos sociales contemplan la ruptura de la norma y la normalidad. Cuando esta ruptura se hace masiva, pone al sistema ante los límites del mantenimiento de aquello que la sociedad asimila como injusto.

De la ‘mili’ al ‘apartheid’

En España, la “mili” –el antiguo servicio militar obligatorio– no desapareció a causa de estrategias como la objeción de conciencia, asimilada por el sistema a través de la prestación social sustitutoria. Es verdad que se apoyó en este avance asentado en lo normal y lo legal, practicado de forma masiva, pero se precipitó con la ruptura del orden: como consecuencia de una creciente ola desobediente que tenía su expresión en la insumisión de miles de jóvenes al servicio militar. En este contexto, la correlación de fuerzas que es la política impedía a España presentarse como una democracia avanzada con un ejército de jóvenes en prisión que se negaban a portar las armas.

No cabe duda de que los movimientos sociales son agentes claves en los procesos de democratización y en el avance de la democracia: han hecho tambalear los cimientos del apartheid, han deslegitimado las políticas de segregación en EE. UU, han permitido el avance de la igualdad de género en España o han provocado la caída de regímenes en países como Taiwan, Nepal, Portugal o Chile.

Pero su éxito no es univoco. Estos movimientos han provocado cambios culturales, sin impactos inmediatos en el sistema político, como fue el caso de Mayo del 68. Pueden provocar cambios en el gobierno, pero no en el sistema, como sucedió en Chile con el ascenso de Gabriel Boric y el rechazo a la reforma constitucional.

El feminismo o Gaza

También pueden provocar cambios lentos, pero inexorables, que permiten comprender sistemas de dominación, como sucede con el feminismo. Y pueden evidenciar que la normalidad no es una opción cuando se asiste a una de las mayores barbaries de la historia de la humanidad, como está sucediendo en Gaza.

Ello nos lleva a una última reflexión. Más que preguntar si sirve la protesta, la pregunta en nuestro tiempo es si es legítimo no protestar. Decía Erich Fromm que si en todos los mitos el origen de la civilización fue resultado de un acto de desobediencia, el final de la civilización puede ser el resultado de un acto de obediencia masiva.

Gaza interpela al mundo y evidencia el abismo del fin de la civilización. Por eso, si el antónimo de la obediencia es la desobediencia, no hay otra salida que la protesta frente a lo intolerable que es la normalidad en un mundo en escombros en el que la neutralidad es complicidad.

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Igor Ahedo Gurrutxaga no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. La Vuelta, Mayo del 68 o las campañas contra el apartheid: cómo las protestas incomodan y transforman – https://theconversation.com/la-vuelta-mayo-del-68-o-las-campanas-contra-el-apartheid-como-las-protestas-incomodan-y-transforman-265436