Por qué movernos nos ayuda a borrar los malos recuerdos

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Óscar Elía Zudaire, Profesor de Psicología, Universidad Europea

Kostikova Natalia/Shutterstock

“Dale duro al gym y no le des más vueltas, tío”.

Esa frase, a medio camino entre el meme y el consejo bienintencionado, tiene más trasfondo científico del que parece. Detrás de los batidos de proteínas y los selfies en el espejo hay una base científica sorprendentemente sólida: entrenar puede ayudarnos a olvidar malos recuerdos. Y no, no se trata de broscience (algo así como la ciencia de los devotos de los gimnasios), esto es neurociencia de verdad.

Nuevas neuronas al rescate

En lo más profundo de nuestro cerebro, en el hipocampo –una estructura cerebral clave para la memoria–, está la zona subgranular del giro dentado, donde se generan continuamente nuevas neuronas. Este proceso, llamado neurogénesis adulta, es uno de los pocos ejemplos de nacimiento de células nerviosas que perdura durante nuestra vida.

Las neuronas “recién nacidas” se integrarán en los circuitos cerebrales ya existentes formando nuevas conexiones sinápticas. Y es ahí donde viene lo interesante: estas nuevas neuronas y el nuevo “cableado” añadido a nuestro cerebro, además de ayudarnos a aprender, desestabiliza los recuerdos que ya no necesitamos.

En otras palabras, el cerebro está continuamente renovando sus conexiones, y esta reconexión hace que podamos olvidar ciertas cosas.

Un grupo de científicos ha demostrado en ratones que aumentando la neurogénesis en esa zona del hipocampo después de una experiencia traumática, el recuerdo de dicha vivencia y los síntomas de estrés postraumático asociados a ella se reducen. Los animales de laboratorio dejan de responder exageradamente a situaciones ante las que no deberían reaccionar, muestran menos síntomas de ansiedad y extinguen mejor los recuerdos asociados al miedo. Cuantas más neuronas nuevas, menos recuerdos traumáticos y menos conductas de estrés.

Ejercicio regenerador

¿Y cómo podemos aumentar la neurogénesis? Con ejercicio. Con cardio, con pesas o simplemente moviéndonos y manteniéndonos activos. Ya son varios los estudios que indican que la actividad física favorece la formación de nuevas neuronas en adultos. El ejercicio aeróbico moderado (como caminar a buen ritmo, correr o montar en bici) parece ser especialmente eficaz, aunque el entrenamiento de fuerza también puede aportar beneficios.

Este efecto se produce gracias a varias moléculas liberadas durante la actividad física, como el BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro), que actúa como “fertilizante” para las neuronas, favoreciendo su crecimiento y conexión. Otras sustancias, como la irisina, el IGF-1 o las betaendorfinas, también están implicadas en ese proceso regenerador. Además de crear nuevas neuronas, el ejercicio mejora la plasticidad cerebral, es decir, la capacidad del cerebro para adaptarse y cambiar.

Para saber más sobre cómo funciona este proceso, un equipo de investigación simuló eventos de neurogénesis en una red neuronal entrenada para reconocer objetos. Al introducir nuevas neuronas (es decir, renovando algunas conexiones), la red funcionó mejor, y pudo generalizar el conocimiento a nuevas imágenes. Es posible que nuestro cerebro utilice la neurogénesis del mismo modo: previniendo la sobrecarga cognitiva, rompiendo con viejos patrones y haciendo hueco para los nuevos.

Antes de que la mala experiencia se grabe para siempre

¡Pero no hay que esperar demasiado! Otro estudio encontró que esta forma sana de olvidar, promovida por la neurogénesis, solo funciona mientras los recuerdos todavía dependan del hipocampo. Si esperamos demasiado y ese recuerdo traumático se “distribuye” por todo el cerebro, será menos susceptible a los cambios en la plasticidad del hipocampo y dará igual el ejercicio que hagamos: nos seguirá doliendo.

En resumen: hacer ejercicio no solo hace que nos sintamos mejor, puede ayudarnos a que nuestro cerebro se resetee. No solo enterrando viejas memorias, sino ayudando a olvidarlas desde un punto de vista biológico. Todo parece indicar que el cerebro necesita esa neurogénesis para ayudarnos a olvidar, adaptarnos y seguir hacia adelante.

Así que, al menos esta vez, tu amigo del gimnasio, ese gymbro, tenía razón.

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Óscar Elía Zudaire no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

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La salud va por barrios: cómo afecta la escasez de recursos a los territorios desfavorecidos

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Isabel Aguilar Palacio, Profesora Titular de Medicina Preventiva y Salud Pública. Universidad de Zaragoza., Universidad de Zaragoza

Rodrigo Pukan/Shutterstock

Imagine dos barrios en una misma ciudad. En uno, las aceras están sombreadas por árboles, las viviendas son confortables y los centros de trabajo, ocio y salud quedan a pocos minutos andando. En el otro, las calles son áridas, las viviendas precarias y los servicios, escasos o lejanos. ¿Cree que sus habitantes tienen la misma salud? Lo más probable es que no.

La llamada “privación” no es solo una cuestión económica: es la acumulación de desventajas que impactan directamente en la vida de las personas. Medirla es esencial para entender y reducir las desigualdades sociales en salud.

Privación y salud

La privación es la insatisfacción de necesidades básicas por la falta de acceso a recursos materiales, sociales o económicos esenciales, con profundas implicaciones sobre el bienestar y la calidad de vida de las personas y de las comunidades. Esto impacta directamente sobre la salud de las poblaciones, con la aparición de múltiples enfermedades, tanto agudas como crónicas.

Por ejemplo, la falta de acceso a alimentos saludables, a unas condiciones de vivienda adecuadas o a espacios de ocio y de ejercicio contribuyen a la aparición de dolencias como la diabetes o las patologías cardíacas. También deteriora la salud mental, ya que el estrés crónico asociado a la incertidumbre económica, la inseguridad alimentaria o la falta de vivienda favorecen la aparición de síntomas como la ansiedad, la depresión y otros problemas vinculados a la salud mental.

Esta falta de recursos limita igualmente la capacidad de las personas para obtener cuidados formales e informales adecuados, agravando las condiciones de salud. La privación es, por tanto, un fenómeno multifacético que afecta a cada aspecto del bienestar humano.

¿Qué son los índices de privación y para qué sirven?

Con el objetivo de poder comprender y abordar las desigualdades en salud –esto es, las diferencias innecesarias, injustas y evitables–, surgieron los índices de privación. Estas herramientas cuantitativas permiten caracterizar a las personas residentes de diferentes áreas combinando datos sobre empleo, educación e ingresos, y también conocer los recursos existentes en cuestiones como la vivienda o el acceso a otros servicios básicos. La meta es generar una puntuación que refleje el grado de privación relativa o absoluta.

Los índices de privación tienen una gran variedad de aplicaciones. Se utilizan para la planificación en salud, identificando grupos en situación de mayor vulnerabilidad con el fin de diseñar políticas que sean efectivas, o para distribuir los recursos de manera más equitativa.

Además, son herramientas esenciales para evaluar las desigualdades existentes y medir el impacto de las políticas en la reducción de dichas desigualdades. Por último, desempeñan un rol crucial en la investigación, ayudando a comprender la relación entre privación y fenómenos de salud o enfermedad.

Por ejemplo, en España los índices de privación han servido para relacionarla con enfermedades tan diversas como el cáncer de estómago o el riesgo de aparición de covid-19 (https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC10075210/), pero también para priorizar intervenciones en salud en zonas urbanas.

Una nueva propuesta de la Sociedad Española de Epidemiología

Uno de los primeros índices de privación desarrollado fue el índice de Townsend en la década de los 70. Peter Townsend definió la privación como “aquella situación en la que las personas carecen de los recursos necesarios para participar en las actividades, costumbres y estilos de vida considerados habituales en la sociedad a la que pertenecen”. Este enfoque fue fundamental para los estudios sobre pobreza y desigualdad.

El índice de privación de Townsend no solo consideraba la falta de recursos básicos, sino también la incapacidad de participar de forma plena en la sociedad, siguiendo el marco conceptual de desigualdad definido por el economista indio Amartya Sen, entendido como “un entorno de oportunidades”. Este punto de vista llevó al desarrollo de indicadores que medían la privación a través de distintas dimensiones, como la vivienda, el empleo, la educación y el acceso a otros servicios esenciales.

Durante décadas, el desarrollo de otros registros incorporaron distintas dimensiones, como son el índice de Carstairs o el Índice Europeo de Privación.

En España, la Sociedad Española de Epidemiología (SEE) desarrolló el índice de privación 2011, adaptado a las características del territorio español. Esta herramienta utiliza datos censales para medir desigualdades en dimensiones clave, como el empleo y la educación.

Desde entonces, la situación del país ha cambiado. Por ese motivo, la SEE está llevando a cabo una revisión y actualización de su índice, que utilizará la información del Censo de 2021 y que incorporará nuevas dimensiones vinculadas a la desigualdad que han cobrado importancia en los últimos años, como los hogares monomarentales o características de la vivienda.

Herramienta para la acción

Medir la privación no es un ejercicio meramente teórico: es el primer paso para construir políticas públicas más eficaces y sociedades más justas. Resulta fundamental que avancemos en la comprensión y en el abordaje de las desigualdades en salud, con el fin de diseñar estas políticas que contribuyan a la existencia de sociedades más equitativas y saludables.

Los índices de privación son una herramienta clave en la evaluación de estas desigualdades y ofrecen una guía para la acción de salud pública.


Artículo escrito con el asesoramiento de la Sociedad Española de Epidemiología. Ignacio Duque, experto en geoestadística de indicadores sociales, ha contribuido a la elaboración de este texto.


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Isabel Aguilar Palacio recibe fondos del Instituto de Salud Carlos III y del Gobierno de Aragón para proyectos de investigación y de la Comisión Europea y de la Innovative Health Initiative como experta. Miembro de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE).

Daniel La Parra Casado, Elena Mª Gras García, Mercedes Esteban Peña, Tania Fernández Villa y Unai Martin no reciben salarios, ni ejercen labores de consultoría, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del puesto académico citado.

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El reto de mantener nuestras elecciones éticas de consumo alimentario cuando viajamos

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Alicia Orea-Giner, Tecnóloga Social para el Turismo Regenerativo e Interseccional, Universidad Rey Juan Carlos

Maridav/Shutterstock

Consumir productos locales, evitar alimentos ultraprocesados o encontrar opciones veganas no siempre es fácil, especialmente lejos de casa. En nuestro entorno habitual, sabemos qué comprar, dónde y por qué. Pero viajar rompe esa rutina. Nos enfrentamos a menús que no entendemos, a cartas sin opciones éticas o a lugares donde el consumo responsable ni se contempla.

Una investigación reciente aborda esta cuestión. En el estudio, hemos analizado los hábitos de quienes intentan seguir comiendo de forma ética mientras viajan. Participaron personas vegetarianas, veganas, flexitarianas, defensoras del comercio justo y activistas por el bienestar animal. La conclusión fue clara: viajar pone a prueba sus convicciones, pero también las transforma.

Escena callejera con personas sentadas comiendo en la terraza de un puesto de comida
Puestos de comida callejera en Hanoi, Vietnam.
Hồng Quang Official/Pexels, CC BY-SA

Comer también es hacer política

La comida es una decisión personal, pero también política. Muchas personas eligen qué comer según criterios medioambientales, sociales o de justicia animal. Este tipo de activismo, conocido como “consumo político” o “lifestyle politics” en inglés, se expresa en lo que apoyamos, rechazamos o dejamos de comprar.

Cuando no hay opciones éticas visibles, Instagram y TikTok se convierten en herramientas clave. Estas redes sociales no solo se emplean para mostrar comida apetitosa. También se usan para señalar buenas prácticas, denunciar impactos negativos y recomendar negocios comprometidos.

Además, permiten conectar con comunidades afines y obtener información útil. Las redes también visibilizan demandas que, de otro modo, quedarían ocultas.

Podemos encontrar algunos ejemplos de estas prácticas en otro estudio reciente. El trabajo analiza iniciativas lideradas por mujeres que promueven el consumo ético y la soberanía alimentaria en ciudades y en entornos rurales.

Dos de los proyectos más destacados son Hacia lo Salvaje y Biela y Tierra. El primero busca demostrar que otra vida en armonía con la naturaleza es posible: eso se traduce en viajes lentos y alojamientos y alimentación respetuosos con el entorno. El segundo proyecto combina activismo, educación y cicloturismo para visibilizar experiencias agroecológicas y feministas en el medio rural. Además, Biela y Tierra junto a Brújula Intercultural trasladan a la práctica todas estas cuestiones a través de RuralForks, demostrando que con planificación y flexibilidad es posible. Proponen una ruta de 12 días en bici en grupo con 20 personas jóvenes menores de 30 años visitando iniciativas rurales alineadas con la sostenibilidad. Durante este viaje, ponen atención y acción para que los menús sean inclusivos, con productos locales, saludables y sostenibles. Todo esto se realiza reduciendo envases de un solo uso y buscando cómo gestionar los residuos generados, favoreciendo la circularidad.




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Cómo mantener nuestros principios lejos de casa

La buena noticia es que, con un poco de esfuerzo y planificación, es posible comer fuera de casa sin renunciar a nuestros principios éticos.

En este sentido, una de las primeras decisiones importantes a la hora de viajar es elegir bien el destino. Muchas personas buscan lugares donde sea más fácil encontrar restaurantes veganos, mercados locales o alojamientos con cocina. Antes de salir, también es útil investigar en redes sociales como Instagram o TikTok para buscar recomendaciones u opciones de viaje que cumplan con ciertos criterios éticos.

Cocinar es una opción frecuente: da más control sobre los ingredientes y evita que tengamos que comer fuera cuando no hay alternativas adecuadas. También podemos recurrir a comprar directamente en mercados locales, cooperativas o pequeñas tiendas que apuesten por la soberanía alimentaria y prácticas más justas. Además, algunas personas llevan sus propios cubiertos, bolsas o botellas reutilizables para evitar residuos innecesarios.

En los estudios mencionados anteriormente se proponen una serie de estrategias:

  1. Si viaja a un país extranjero, haga una lista de palabras clave en el idioma local relacionadas con sus restricciones o principios (por ejemplo: “producto local”, “orgánico”, “sin explotación animal”). Puede llevarlas anotadas o usar aplicaciones de traducción rápida.

  2. Lleve tentempiés éticos o productos básicos que le ayuden en momentos en los que no encuentre alternativas (frutos secos, barritas caseras, infusiones, etc.).

  3. Evite el consumo por inercia o conveniencia. Si un sitio no cumple con sus valores, busque otra opción o reduzca su consumo en ese momento. A veces, la mejor decisión es simplemente esperar.

  4. Pregunte al personal del restaurante sobre el origen de los alimentos o las condiciones laborales, aunque eso implique incomodar o romper la dinámica turística convencional.

  5. Busque alojamientos que incluyan criterios éticos y medioambientales, como el uso de energías renovables, cocina disponible o colaboración con productores locales.

  6. Aproveche el viaje para aprender: participe en talleres de cocina local sostenible, visite granjas ecológicas o conozca proyectos agroecológicos de la zona.

  7. Utilice las redes sociales para amplificar su experiencia, tanto para visibilizar iniciativas comprometidas como para señalar prácticas problemáticas.

Viajar con conciencia ética no significa tener todas las respuestas ni actuar con perfección. Pero sí implica hacerse preguntas, tomar decisiones con sentido y aceptar que cada elección, por pequeña que parezca, es parte de una transformación colectiva.

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Alicia Orea-Giner no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. El reto de mantener nuestras elecciones éticas de consumo alimentario cuando viajamos – https://theconversation.com/el-reto-de-mantener-nuestras-elecciones-eticas-de-consumo-alimentario-cuando-viajamos-260220

Mirando a Srebrenica para entender Gaza: ¿cómo se prueba la intención de destruir a un grupo?

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Pilar Eirene de Prada, Profesora/Investigadora en Derecho Internacional y RRII, Universidad Francisco de Vitoria

Tumbas de civiles asesinados en Potocari, Srebrenica. dotshock/Shutterstock

Este mes de julio se cumplen treinta años de la masacre ocurrida en Srebrenica, un enclave montañoso ubicado en el este de Bosnia y Herzegovina, cercano a la frontera con Serbia. Entre el 6 y el 11 de julio de 1995, más de 8 000 hombres y niños bosniomusulmanes fueron asesinados por fuerzas serbobosnias en este lugar, declarado “zona segura” por Naciones Unidas, y bajo la protección directa de los cascos azules. Las escenas retransmitidas por los periodistas de guerra dieron la vuelta al mundo y marcaron un hito en la conciencia colectiva de Occidente.

Hoy, cuando las imágenes que llegan desde Gaza vuelven a activar el debate sobre qué constituye un genocidio, resulta imprescindible volver la mirada al caso de Srebrenica para entender cómo los tribunales internacionales interpretan este crimen internacional.

¿Por qué solo se reconoció el genocidio en Srebrenica?

El Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) reconoció la masacre de Srebrenica como genocidio. Fue un hito jurídico importante, pero también dejó un sabor amargo, especialmente en las víctimas. El tribunal solo calificó como genocidio los crímenes cometidos en Srebrenica, dejando fuera otros episodios de violencia igualmente sistemática contra la población bosniomusulmana ocurridos en otros municipios. ¿Por qué?

La respuesta está en una interpretación legal extremadamente restrictiva del crimen de genocidio. Según la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1948), requiere probar que los actos (asesinatos, torturas, destrucción de condiciones de vida…) fueron cometidos con la “intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal”.

El problema es cómo se interpreta esa “intención”. La jurisprudencia dominante ha adoptado lo que se conoce como purpose-based approach (enfoque fundado en la intencionalidad específica). Es decir, una exigencia de propósito consciente y deliberado de destrucción. Bajo esta lógica, no basta con demostrar que los actos tuvieron efectos devastadores para el grupo. Hay que probar que fueron cometidos con la intención específica de eliminarlo.

La intención genocida va más allá de una orden

En contextos modernos de conflicto, la intención de destruir a un grupo se evidencia a través de la acumulación de políticas públicas, decisiones militares, marcos normativos y narrativas sobre el otro. La prueba de cargo, ya sea una orden explícita, discursos que hablen abiertamente de aniquilación o referidos a un único acto de exterminio, se vuelve casi imposible de objetivar.

Además, limitar el genocidio a un episodio concentrado y mediáticamente visible deja fuera del radar muchas otras formas de destrucción colectiva, más complejas y larvadas.

El contexto es relevante

En este sentido, resulta cada vez más necesario repensar la manera en que identificamos el genocidio, que se aleja también del modelo totalizador del holocausto (para algunos único genocidio posible y por lo tanto irrepetible).

Una alternativa a este enfoque tradicional es lo que la doctrina jurídica crítica ha denominado knowledge-based approach, o enfoque basado en el conocimiento. Esta perspectiva no exige demostrar una voluntad explícita de exterminio, sino que se pregunta si los perpetradores sabían –o no podían ignorar– que sus actos contribuían a un patrón sistemático de destrucción del grupo.

Este enfoque se apoya en una visión más estructural y menos individualista del genocidio. El crimen no se comete solo desde una voluntad interna subjetiva, sino a través de patrones más amplios que podemos construir si tenemos en cuenta importantes elementos contextuales: políticas públicas, marcos legales de excepción, discursos deshumanizantes y/o decisiones estratégicas sostenidas en el tiempo. Bajo esta lógica, la responsabilidad penal no se diluye, sino que se adapta a las realidades contemporáneas de la violencia colectiva.

Del marco téorico a la práctica: Gaza

Este debate trasciende el marco teórico y tiene una gran relevancia en la práctica. Desde octubre de 2023, Gaza ha sido sometida a una campaña de destrucción progresiva: bombardeos masivos, cortes de suministro, desplazamientos forzados, hambre inducida y colapso sanitario. Más de 55 000 personas han muerto y cientos de miles han sido heridas. Pero más allá de las cifras, lo que está en juego es una forma sostenida de aniquilación del modo de vida palestino.

Así lo planteó Sudáfrica en la demanda presentada ante la Corte Internacional de Justicia en diciembre de 2023. Y se ratificó por la Corte en sus providencias de medidas provisionales.

En ellas, el principal órgano judicial de Naciones Unidas determinó que existe un riesgo real e inminente de que se cause un perjuicio irreparable al derecho del pueblo palestino en Gaza a ser protegido frente a actos genocidas y otras conductas prohibidas por la Convención. Y sin embargo, el reconocimiento jurídico de este escenario como genocidio sigue siendo objeto de gran disputa.

Rafael Lemkin, el jurista que acuñó el término “genocidio” en 1944, entendía este crimen no solo como la destrucción física de personas, sino como la eliminación de la vida colectiva de un grupo, su cultura, sus símbolos y sus condiciones de existencia.

Genocidio cultural: más allá de la violencia directa

Sin embargo, la definición legal vigente, moldeada por intereses coloniales y centrada en el modelo del Holocausto, excluyó deliberadamente el genocidio cultural. Esta visión estrecha ignora que los grupos humanos también pueden ser destruidos mediante políticas de desplazamiento y asimilación forzada. Unas estrategias que borran la memoria, el idioma o el vínculo con el territorio. Los grupos humanos no se destruyen solo con violencia directa.

Treinta años después de Srebrenica, urge una relectura crítica de la figura del genocidio. No para vaciarla de contenido, sino para restaurar su capacidad protectora frente a nuevas formas de destrucción colectiva. El conocimiento del perpetrador sobre el impacto de sus actos debe bastar para generar responsabilidad genocida. Especialmente si esos actos contribuyen a un plan sistemático de eliminación del grupo.

En un mundo donde el exterminio se administra burocráticamente, la justicia internacional debe aprender a reconocer y nombrar las violencias del presente. Incluso cuando no se ajustan a las categorías del pasado o correrá el riesgo de dejar impunes las formas contemporáneas de destrucción colectiva.

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Pilar Eirene de Prada no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Mirando a Srebrenica para entender Gaza: ¿cómo se prueba la intención de destruir a un grupo? – https://theconversation.com/mirando-a-srebrenica-para-entender-gaza-como-se-prueba-la-intencion-de-destruir-a-un-grupo-260461

La fórmula del éxito deportivo según Alcaraz: sacrificio pero con límites

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Itziar Urquijo Cela, Profesora de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, Universidad de Deusto

Carlos Alcaraz, durante una rueda de prensa durante el torneo Conde de Godó, en Barcelona, el 12 de abril de 2025. Marta Fernández Jiménez/Shutterstock

El documental A mi manera, recién estrenado en Netflix, deja claro que el tenista Carlos Alcaraz ha decidido vivir y competir bajo sus propias reglas. Lo que podría parecer una simple estrategia de marca personal adquiere otra dimensión tras la reacción que ha generado: opiniones divididas y críticas de referentes y compañeros del mundo del tenis que dudan de que su forma de entender el deporte sea compatible con alcanzar la cima.

Pero ¿y si no fuese el joven tenista el que está equivocado? ¿Y si su actitud no cuestionara el éxito sino más bien la tradicional vía para conseguirlo?

¿Triunfar a cualquier precio o triunfar al tiempo que se vive?

Durante mucho tiempo, hablar de éxito en el deporte implicaba un sacrificio sin límites: renunciar a todo, sufrir, soportar y soportar, como si solo de esa forma se pudiese llegar a lo más alto. Esta fórmula ha funcionado en algunos casos, pero también ha hecho mucho daño a tantos profesionales, generándoles sensación de abandono o problemas de salud mental, entre tantos otras consecuencias.

A sus 22 años, Alcaraz rompe con esa manera de pensar. No quiere que su pasión, el tenis, le exija tanto como para dejar de seguir siendo él mismo y deje de tener una vida fuera del deporte. Este planteamiento puede resultar para muchos ingenuo o incluso poco profesional, pero la psicología del deporte le da la razón al tenista español. La evidencia científica deja claro, por ejemplo, cómo el éxito deportivo da largo plazo requiere integrar la salud mental como un pilar del rendimiento y no como un aspecto al margen.




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La base invisible del alto rendimiento

La idea anterior podría explicarse desde la teoría de la autodeterminación, la cual sostiene que las personas desarrollan una mayor motivación y rinden mejor cuando se sienten capaces, libres para decidir y conectadas con los demás.

En el caso de Alcaraz, estas tres experiencias están muy presentes en su forma de jugar. Su competencia se refleja en el alto nivel deportivo que demuestra y en la seguridad con la que se expresa: el joven tenista siente capaz de lograr lo que se propone.

No obstante, su mayor cualidad es la autonomía: en vez de seguir el camino preestablecido, como tantos deportistas hacen, él decide cómo entrena, compite y vive, siendo fiel a sus sentimientos y valores.

Por otro lado, la relación que mantiene tanto con su entorno deportivo como con el familiar le permite mantener los pies en el suelo.




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Más allá de ser un tenista

Si tenemos en cuenta que todo lo relacionado con la práctica deportiva se mide en números y rankings es normal que estos profesionales se sientan reducidos a los resultados que dan. Y esta sensación se conoce como metadehumanización: verse a uno mismo como un producto y no como una persona.

No obstante, en un mundo deportivo donde todo gira en torno al rendimiento, el tenista español ha decidido poner sus límites y utilizar el mecanismo de la desidentificación adaptativa, que hace una diferencia entre la persona y el deportista. Es decir, un abordaje de roles donde querer ser el mejor no implica renunciar a disfrutar, compartir tiempo con los suyos y seguir siendo Carlos fuera de la pista.




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Alcaraz como espejo: lo que no queremos ver

El documental de Alcaraz no solo muestra cómo entrena y compite el tenista, sino que enseña una manera distinta de comprender el deporte, en la que llegar al éxito deportivo puede ser compatible con disfrutar del día a día, como lo hace él. Ya hubo antes otros deportistas que rompieron con esa lógica en el alto rendimiento.

La tenista japonesa Naomi Osaka, por ejemplo, decidió no acudir a varias ruedas de prensa por motivos de ansiedad. Poco después, la gimnasta artística estadounidense ganadora de 41 medallas entre Juegos Olímpicos y Campeonatos Mundiales, Simone Biles, renunció a competir en varias finales olímpicas para cuidar su salud mental. En ambos casos se habló de falta de compromiso, debilidad y de una actitud decepcionante para con sus públicos.

Carlos Alcaraz no sólo ha abierto un debate público sobre la forma de entender el éxito en el deporte de alta competición, sino que ha puesto en evidencia un modelo establecido y nada saludable que ha llevado a muchos deportistas al límite.

¿Y si el verdadero riesgo para los deportistas profesionales es seguir teniendo de referencia esa forma de entender el éxito tan perjudicial?

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Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.

ref. La fórmula del éxito deportivo según Alcaraz: sacrificio pero con límites – https://theconversation.com/la-formula-del-exito-deportivo-segun-alcaraz-sacrificio-pero-con-limites-260053

Vuelve Superman, un superhéroe para su tiempo

Source: The Conversation – (in Spanish) – By David Moriente Díaz, Profesor de Historia y Teoría del Arte, Universidad Autónoma de Madrid

Fotograma de ‘Superman’, la versión de 2025 de James Gunn. FilmAffinity

En junio de 1938 el dibujante Joseph “Joe” Shuster y el guionista Jerome “Jerry” Siegel presentaron, en el primer número de la revista Action Comics, a Superman. Este personaje, además de convertirse en celebérrimo, abriría la puerta a un nuevo género que continúa hasta hoy: el de las aventuras de superhéroes.

Portada de una revista en la que un hombre vestido de azul y con capa roja levanta un coche por encima de su cabeza.
Portada del primer número de Action comics con Superman haciendo de las suyas.
RTVE/Heritage Auctions

En su icónica portada y en apenas once páginas, los autores del cómic desplegaron el origen extraterrestre del personaje, su llegada a la Tierra, sus habilidades sobrehumanas y su dedicación al bien. De hecho, en el último minuto salvaba a una mujer acusada injustamente de haber cometido un asesinato de ser ejecutada en la silla eléctrica.

Con apenas 24 años y con formaciones casi autodidactas, Shuster y Siegel marcaron los inicios de un mito que alcanza hasta hoy.

Ambos, de origen judío-lituano, eran norteamericanos de segunda generación que vivían en el barrio judío de Glenville (Cleveland). Se habían criado en el seno de familias muy humildes que habían llegado a Estados Unidos huyendo del creciente antisemitismo en Europa, de igual modo que otros nombres axiales para la industria cultural del cómic de los años cincuenta y sesenta –la denominada “edad de oro”– como, por ejemplo, Jack Kirby o Will Eisner.




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Shuster y Siegel no crearon a Superman de la nada, sino que absorbieron la influencia de numerosos elementos que conformaban el ambiente de la cultura popular del momento, que se transmitía a través, principalmente, del pulp (publicaciones de papel barato). Así, por ejemplo, bebieron del virtuosismo de un personaje como Doc Savage (Henry Rawlston y John Nanovic, 1933), quien en sus peripecias buscaba eliminar “las injusticias y castigar a los malvados”, como rezaban los lemas de la época. O se inspiraron, un poco después, en la sólida brújula moral y la identidad secreta en la figura cuasifantástica de The Phantom (Lee Falk y Ray Moore, 1936).

Superman tiene ‘algo más’

Sin embargo, el matiz diferencial de Superman –y que sería la clave de su éxito– es que introducía el superpoder, una característica que lo hacía entroncar directamente con los mitos de los semidioses: podía volar, y tenía una fuerza y resistencia inmensurables, además de facultades como proyectar rayos ópticos o despedir un aliento helado.

Ahora se estrena la última adaptación cinematográfica de la historia del personaje, de la mano del director James Gunn. Tras su exitosa trilogía dedicada a los personajes de la editorial Marvel, los Guardianes de la Galaxia, Gunn ha sido contratado por DC Comics para ordenar el mundo cinematográfico del Universo DC –el de Superman y Batman, entre otros– y competir con la compañía rival Marvel Studios.

Gunn ha decidido no ahondar en los inicios del mito de Superman, que ya han sido tratados infinidad de veces en la gran pantalla. Así, los espectadores dan por sabida su historia: Superman –de nombre original Kal-El– es el único superviviente de la destrucción del planeta Krypton causada por la explosión de su sol. Lo hace gracias a que su padre lo manda a la Tierra siendo un bebé en una pequeña cápsula. Lo encuentran los Kent, un humilde matrimonio de granjeros de Kansas, quienes lo crían inculcándole el valor supremo de hacer el bien.

Una década convulsa

A finales de la década de los treinta, cuando se publicó el cómic, la sociedad estadounidense trataba de olvidar la brutal recesión del país acaecida a consecuencia del crack del 29. La crisis había sido atajada gracias a las medidas del New Deal propuestas por el presidente Roosevelt, que reforzaban la necesidad de premiar el trabajo duro y el heroísmo cotidiano de la clase trabajadora, un estrato al que pertenecían los padres adoptivos de Superman.

Simultáneamente, esa sociedad encaraba con incertidumbre un futuro cuyo escenario prebélico ya era palpable en Europa tras el ascenso de los nazis al poder en 1933. Como nota curiosa, durante la Segunda Guerra Mundial, y con toda la maquinaria propagandística al servicio del ejército de Estados Unidos, Superman se enfrentó con personajes inspirados en la Alemania nazi, aunque nunca “zurró” directamente a Hitler (como sí hizo, por ejemplo, el Capitán América).

El héroe y su punto débil

¿Qué significa el héroe (uso deliberadamente el género masculino) como sujeto narrativo?

La voz procede del griego hḗrōs, un concepto usado para referirse a los semidioses, es decir, los hijos habidos de la unión entre dioses y mortales. Estos seres, en términos generales, se situaban a medio camino entre lo humano y lo divino. Según esto, el valor, el sacrificio y la empatía se atribuían a la humanidad, mientras que la superioridad moral y las habilidades sobrenaturales serían de origen celestial. La combinación de ambas, entonces, conformaba el perfecto modelo a seguir.

Los héroes procedentes de la mitología de todas las culturas, de Gilgamesh a Hércules pasando por Kintaro o Beowulf, encarnan el prototipo de lo bello, lo bueno y lo verdadero.

No obstante, Superman –al igual que, por ejemplo, Aquiles– también tenía un punto débil: la kriptonita, un material procedente de su mundo natal que podía anular sus superpoderes y lo transformaba en un mortal como el resto de nosotros.

Quién somos y quién queremos ser

La RAE define a un “supermán” como un “hombre de capacidades y cualidades sobrehumanas”.

Sin embargo, el triunfo de su impronta en la sociedad como mito moderno hay que buscarlo en la doble faz del personaje. Tenemos, por un lado, al tímido, torpe y algo estúpido Clark Kent que con sus gafas permitía a cualquiera –siempre que fuera caucásico y occidental– identificarse con él. Pero además, existía la posibilidad de que esa envoltura endeble albergase un otro yo capaz de enfrentarse a todo. Alguien que, como el Übermensch (superhombre) de Friedrich Nietzsche, hubiese alcanzado un estado supremo.

Un chico con traje, pelo rizado y gafas mira hacia arriba, fuera de campo.
Tal vez no todos podamos ser Superman, pero sí podemos ser Clark Kent.
IMDB

Tras numerosas adaptaciones al medio fílmico en los últimos años, quizá haya que destacar que, a diferencia de la penúltima visión de Zack Snyder y su Man of the Steel (2013), la de Gunn recupera la esencia más humanista –más clásica incluso– y bondadosa de un personaje. Tal vez estos sean los ideales necesarios para subsistir en los Estados Unidos de hoy, con un ambiente casi distópico. Como se suele decir: la realidad supera a la ficción.

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David Moriente Díaz no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Vuelve Superman, un superhéroe para su tiempo – https://theconversation.com/vuelve-superman-un-superheroe-para-su-tiempo-260658

Tres alimentos con K y con hongos: lo que el kéfir, la kombucha y el koji tienen en común

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Sergio Fuentes Antón, Profesor de Didáctica de las Ciencias Experimentales, Universidad de Salamanca

Preparación de kombucha. ViJpeg/Shutterstock

En las estanterías de muchas tiendas gourmet y de cada vez más supermercados es frecuente encontrar frascos de kéfir, botellas de kombucha o bolsas de arroz fermentado con koji. Estos tres productos que comparten la inicial “k” tienen algo más profundo en común: su origen en la fermentación, un proceso milenario que transforma alimentos gracias a la acción de hongos y bacterias.

Durante siglos, el ser humano se ha servido de ciertos microorganismos para conservar alimentos, potenciar sabores y mejorar su digestibilidad, mucho antes incluso de comprender lo qué ocurría a nivel microscópico en el interior de nuestro cuerpo. Hoy, la ciencia de la microbiota y el creciente interés por la alimentación saludable han devuelto el protagonismo a estos cultivos vivos.

Kéfir, kombucha y koji representan culturas distintas –la de los pueblos nómadas, la del té oriental y la cocina japonesa– unidas por la misma fascinación: el poder invisible de los hongos para convertir lo ordinario en extraordinario. ¿Qué es los hace únicos y por qué están conquistando nuestras cocinas?




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Kéfir: la bebida de los nómadas

El kéfir es una bebida fermentada de textura cremosa y sabor ligeramente ácido, elaborada tradicionalmente a partir de leche y unos gránulos únicos que concentran un ecosistema vivo de bacterias y hongos. Se cree que su origen se remonta a las montañas del Cáucaso, donde los pueblos nómadas lo preparaban en sacos de piel de cabra que colgaban de las puertas para que se agitara al paso de la gente.

Los gránulos de kéfir contienen una combinación simbiótica de microorganismos (principalmente lactobacilos, levaduras y hongos filamentosos) que transforman la lactosa en ácido láctico, dióxido de carbono y compuestos aromáticos.

Este proceso no solo prolonga la conservación de la leche, sino que enriquece la bebida con vitaminas, enzimas y probióticos que favorecen la salud intestinal. En la actualidad, el kéfir se elabora también con agua y azúcar, dando lugar a versiones veganas y refrescantes. Su historia refleja cómo la humanidad aprendió a domesticar microorganismos mucho antes de descubrirlos al microscopio.




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El té convertido en elixir: la kombucha

Las primeras referencias de esta bebida la sitúan en la antigua China, donde ha sido consumida desde hace milenios. La kombucha es una bebida fermentada a base de té endulzado que se transforma gracias a un cultivo simbiótico de bacterias y levaduras conocido como SCOBY (siglas de Symbiotic Culture Of Bacteria and Yeast).

Durante la fermentación, el SCOBY produce ácidos orgánicos, vitaminas del grupo B y pequeñas cantidades de alcohol y dióxido de carbono, responsables de su característico sabor avinagrado y burbujeante.

Actualmente, la kombucha se ha convertido en un icono de las dietas saludables y la cultura foodie. Esta mezcla de hongos y bacterias no solo crea un sabor único, sino que refleja la capacidad de la fermentación para reinventar algo tan cotidiano como una taza de té.

Koji: el hongo que cambio la gastronomía japonesa

El koji es un cultivo de hongos que ha modelado la cocina de Japón durante más de un milenio. Su protagonista es el Aspergillus oryzae, un hongo filamentoso que se cultiva sobre granos cocidos de arroz, cebada o soja.

Bajo condiciones de humedad y temperatura controladas, el hongo coloniza el cereal, liberando enzimas que transforman los almidones y proteínas en azúcares y aminoácidos. Este proceso es la base de productos esenciales como el miso, la salsa de soja y el sake, todos ellos con matices de sabor que deben su complejidad al koji.

Más allá de su importancia culinaria, este hongo se considera un símbolo cultural: en Japón se le llama cariñosamente “el hongo nacional”.

Hoy, chefs de todo el mundo exploran nuevas aplicaciones del koji en panes, embutidos o quesos veganos, demostrando que la fermentación fúngica sigue siendo una herramienta de innovación gastronómica.




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El poder invisible de los hongos

Kéfir, kombucha y koji son mucho más que tendencias gastronómicas: representan un redescubrimiento de la fermentación como aliada de la salud, el sabor y la sostenibilidad. Estos alimentos, nacidos de tradiciones milenarias, nos recuerdan que convivimos con un universo microscópico que transforma lo que comemos y ayudan a mejorar la salud y el bienestar. El kéfir, por ejemplo, contiene sustancias anticancerígenas.

Detrás de su aparente sencillez se esconden hongos y bacterias que trabajan en simbiosis, liberando nutrientes, creando aromas complejos y prolongando la vida útil de los alimentos.

En un mundo que busca alternativas más naturales y menos procesadas, la fermentación y los hongos emergen como un puente entre el pasado y el futuro. Quizá, la próxima vez que contemplemos un hongo, recordemos que su labor silenciosa ha dado forma a culturas enteras y que, con cada sorbo o bocado, seguimos alimentando una relación milenaria que nos conecta con la vida más allá de lo visible.

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Sergio Fuentes Antón no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Tres alimentos con K y con hongos: lo que el kéfir, la kombucha y el koji tienen en común – https://theconversation.com/tres-alimentos-con-k-y-con-hongos-lo-que-el-kefir-la-kombucha-y-el-koji-tienen-en-comun-259621

Protección solar: nueve dudas frecuentes resueltas por una experta

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Azahara Rodríguez Luna, Profesora de Farmacología e Investigadora en Fotobiología, Universidad Loyola Andalucía

verona studio/Shutterstock, CC BY

La piel es nuestro escudo natural. Nos protege de agentes externos, regula la temperatura corporal y participa en la producción de vitamina D. A pesar de ello, su cuidado –especialmente frente a la exposición solar– sigue rodeado de mitos, dudas y confusión. ¿Hay que ponerse protector todos los días? ¿Incluso con nubes o en interiores? ¿Bloquea la síntesis de vitamina D? ¿Y qué ocurre si tomo medicamentos? Veamos qué dice la ciencia al respecto.

1. ¿Debemos usar fotoprotección todos los días?

Sí, ¡aunque no vayamos a la playa o a la piscina! La radiación solar está presente durante todo el año, incluso en invierno o cuando el cielo está nublado. No solo importa el sol que vemos, sino también el que no vemos.

La clave está en el índice ultravioleta (UVI), que mide la intensidad de la radiación solar. Si el UVI es 3 o superior, ya se recomienda usar fotoprotección, especialmente en las zonas expuestas. En muchas ciudades de España, por ejemplo, el UVI supera ese valor durante varias horas al día, también en primavera o en días nublados.

La exposición solar acumulativa sin protección acelera el envejecimiento cutáneo, favorece la aparición de manchas y eleva el riesgo de cáncer de piel. Aplicar fotoprotector a diario en las zonas expuestas (rostro, cuello, dorso de las manos) es una medida sencilla, eficaz y avalada por la ciencia para prevenir esos daños.

2. ¿Cada cuánto y qué cantidad de protector solar hay que ponerse?

Según los estudios que evalúan la eficacia del protector solar, para que un producto con factor de protección solar (FPS) 50 funcione como promete, deberíamos aplicar 2 miligramos por cada cm² de piel. Traducido a algo más práctico: eso supone unos 30-35 mililitros (mL) por aplicación en un adulto, lo que significa que un bote de 250 mL apenas duraría 2 o 3 días si lo usáramos de forma estricta.

Pero seamos realistas: en el día a día casi nadie se pone tanta cantidad ni con esa frecuencia, lo que reduce considerablemente la protección. Por esto, es muy importante reaplicar el fotoprotector cada 2 horas, hacerlo al sudar o bañarse, usar SPF 50 y complementar la fotoprotección tópica con otras medidas.

3. ¿Y si está nublado o estoy en casa?

¡También hay que protegerse! Aunque las nubes bloquean parte de la radiación solar, dejan pasar entre el 30 % y el 80 % de los rayos ultravioleta, por lo que el riesgo para la piel persiste. Sobre todo son peligrosos los rayos UVA: responsables del envejecimiento prematuro, atraviesan fácilmente las nubes y también el vidrio de ventanas, lo cual implica que pasamos muchas horas expuestos sin darnos cuenta (en la oficina, en el coche o en casa).




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Por otro lado, la luz azul que emiten los dispositivos digitales –como móviles, tabletas y pantallas LED– y su papel en el fotoenvejecimiento ha cobrado creciente interés. Aunque aún se necesitan más estudios clínicos para entender su impacto exacto en la piel sana y establecer estrategias óptimas de fotoprotección, estudios preclínicos sugieren que podría agravar condiciones cutáneas como el melasma, la hiperpigmentación postinflamatoria y ciertas dermatosis. Por ello, se recomienda precaución en pieles sensibles o con alteraciones pigmentarias, y considerar una protección de amplio espectro en caso de exposiciones prolongadas a luz azul en interiores.

4. ¿Desde qué edad puede usarse?

Desde los seis meses de vida. Antes de esa edad, no se recomienda exposición directa al sol y se debe priorizar la protección física: ropa, sombrilla y sombra. A partir del medio año, ya se pueden aplicar al bebé fotoprotectores pediátricos específicos, formulados con filtros físicos (minerales) y sin ingredientes irritantes.

5. ¿Existe el fotoprotector “pantalla total”?

No. El concepto de “pantalla total” es un mito. Ningún protector solar bloquea el 100 % de la radiación. Sin embargo, si lo aplicamos bien y lo combinamos con otras medidas, podemos proteger nuestra piel de forma muy eficaz. Por eso, lo ideal es usarlo siempre acompañándolo con estas acciones:

  • Evitar el sol en las horas centrales del día (entre las 12 y las 16 horas).

  • Usar gorra, sombrero, gafas de sol y ropa que cubra bien la piel expuesta.

  • Buscar la sombra siempre que sea posible.

  • Hidratarnos y complementar nuestra alimentación con alimentos antioxidantes.

  • Considerar la fotoprotección oral (suplementos nutricionales) como complemento, para alcanzar aquellas zonas donde la protección tópica no es suficiente.

6. ¿Cómo elegir un buen fotoprotector?

Es importante considerar diferentes aspectos, fijándonos en que:

  1. Tengan FPS 50 y protección UVA (verifique que lo indique con sus logos).

  2. Protejan también frente a luz visible e infrarroja (especialmente en pieles con melasma o rosácea).

  3. Contengan antioxidantes.

  4. Y muy importante: que nos guste su textura. Solo así nos lo aplicaremos bien y con regularidad.

7. ¿Los fotoprotectores solares bloquean la vitamina D?

No. Aunque filtran parte de la radiación UVB –que es la responsable de activar la síntesis de vitamina D en la piel–, no la eliminan por completo ni impiden su producción. En la práctica, basta con unos pocos minutos de exposición solar indirecta al día, en zonas pequeñas como manos o antebrazos, para cubrir las necesidades diarias de vitamina D (el tiempo exacto depende del fototipo y de la intensidad solar). Esto es especialmente fácil en climas soleados como el español.

Y si hay déficit, la solución no es exponerse sin protección, sino combinar una exposición saludable con una alimentación adecuada o suplementos, siempre bajo consejo médico. Quemarse nunca es el camino para tener más vitamina D.

8. ¿Debo ponerme crema si tengo la piel morena o no me suelo quemar?

Tener un fototipo alto no significa ser invulnerable al sol. Las pieles más oscuras cuentan con una mayor protección natural frente a la radiación ultravioleta, pero igualmente pueden sufrir daño solar acumulado, envejecimiento prematuro y cáncer de piel, que a menudo se diagnostica más tarde y con peor pronóstico. Por eso, también es fundamental vigilar este tipo de piel con regularidad, aplicando la regla ABCDE para detectar posibles señales de alarma y ante cualquier cambio consultar al especialista.

En definitiva, la prevención y el autoexamen son igual de importantes en todos los tonos de piel.

9. ¿Y si estoy tomando medicamentos?

Algunos fármacos pueden hacer que la piel reaccione con más intensidad a la radiación solar. Es lo que se conoce como fotosensibilidad, y puede provocar manchas, erupciones o incluso quemaduras graves tras una exposición solar que, en otras circunstancias, sería bien tolerada.

Entre los medicamentos más comunes que pueden causar ese efecto están ciertos antibióticos, antiinflamatorios (ibuprofeno, naproxeno), diuréticos, retinoides y otros tratamientos para el acné. Si está en tratamiento, consulte con su farmacéutico para adaptar su exposición al sol y priorizar el uso de fotoprotectores con filtros físicos (más recomendables en estos casos). Es fundamental evitar el sol directo, cubrirse con ropa adecuada y reaplicar el protector con frecuencia para minimizar riesgos.




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En cualquier caso, protegerse del sol no consiste solo en ponerse crema: la fotoprotección inteligente combina varios pilares. Implica evitar la exposición en las horas de mayor radiación (entre las 12 y las 16 h), usar ropa de tejido tupido o con FPS, gorros de ala ancha y gafas de sol homologadas, mantener una alimentación rica en antioxidantes y recurrir a complementos como la fotoprotección oral, cuando sea necesario.

Tener una relación sana con el sol no significa huir de él, sino aprender a disfrutarlo con responsabilidad. Adoptar un estilo de vida soludable, que combine educación, sentido común y hábitos sostenibles de exposición solar, es la mejor forma de cuidar nuestra piel… hoy y a largo plazo.

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La autora, Azahara Rodríguez Luna, recibe fondos de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) en el marco del programa de fomento de la cultura de la innovación pública 2024, para el desarrollo del proyecto de investigación y promoción de la salud Programa Integral de Prevención del Cáncer de Piel en Acción (PIPPA). Además, es miembro de Soludable, un grupo de trabajo impulsado por el Hospital Universitario Costa del Sol, cuyo objetivo es promover hábitos de vida saludables y prevenir el cáncer de piel.

ref. Protección solar: nueve dudas frecuentes resueltas por una experta – https://theconversation.com/proteccion-solar-nueve-dudas-frecuentes-resueltas-por-una-experta-259306

La adolescencia digital en la consulta

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Daniel Ilzarbe, Investigador en Neuroimagen, psiquiatra infantil y adolescente, Institut d’Investigacions Biomèdiques August Pi Sunyer – Hospital Clínic Barcelona / IDIBAPS

Abro los ojos con el despertador del móvil. Mientras me bebo un café, leo las noticias de la prensa digital, y se me hace un poco tarde contestando los primeros correos electrónicos del día. Atravieso los tornos del metro gracias a la aplicación del abono transporte del móvil. Las ocho paradas que separan mi casa del trabajo pasan volando mientras escucho mi lista de canciones favoritas y contesto mensajes en grupos de WhatsApp.

Llego al hospital y enciendo el ordenador para llamar a mi primera visita. En la sala de espera está Antonio, un adolescente de 14 años, viendo vídeos y sentado entre su madre, que al verme aparecer abandona rápidamente una videoconferencia, y su padre, que aprovechaba para ponerse al día con las noticias.

Los padres entran en la consulta quejándose de que su hijo pasa mucho tiempo “en las pantallas”. “Yo también”, pienso, y les lanzo la pregunta crucial: “¿Y vosotros?”. Tragan saliva mientras el adolescente les mira, esperando la respuesta de sus padres con interés. Lanzamos esa misma pregunta a los lectores: ¿y ustedes?

Por la consulta pasan muchas familias con quejas sobre el uso que hacen sus hijos adolescentes de las pantallas. Algunos tienen serios problemas y otros no tanto. Pero, sin duda, son cada vez más los que sufren las consecuencias de un uso excesivo o inadecuado de los dispositivos digitales con conexión a internet. Así es una mañana en nuestra consulta.

Antonio: un trastorno de juego ‘online’

Hace más de un mes que Antonio dejó de ir a clase. Era un buen estudiante hasta que descubrió los videojuegos online. Inicialmente los usaba como una forma de divertirse con los compañeros de clase, pero gradualmente se convirtió prácticamente en su única actividad. Dice que quiere ser gamer profesional, y por eso pasa muchas horas jugando o viendo vídeos para aprender más.

Ha dejado de quedar con sus amigos y se muestra irritable y agresivo cuando sus padres intentan limitar su tiempo de juego. Una vez llegó a romper la puerta de su habitación. En la consulta, Antonio reconoce que siente ansiedad cuando no está conectado. Nos explica que, desde hace tiempo, sus amigos le han ido dejando de lado y se siente solo. Su identidad se ha construido en torno a un personaje virtual femenino (Osaki) y el mundo online es un refugio donde se siente aceptado y le reconocen sus habilidades.

El diagnóstico apunta a un trastorno de juego online, con un trastorno comórbido de ansiedad y síntomas depresivos. No es la primera vez que Antonio acude a los servicios de salud mental. Cuando tenía cinco años, fue diagnosticado con trastorno del espectro autista (en aquel momento, síndrome de Asperger).

Sus padres están pensando en separarse: el padre se pasa el día gritando a los hijos cómo hacer las cosas y la madre ha decidido no gritar más y dejarles hacer. Les pido que, para la próxima visita, acuda también el hermano mayor, que tiene un diagnóstico de trastorno por déficit de atención e hiperactividad, ha sido expulsado del colegio por colgar fotos inadecuadas de otras compañeras suyas en redes sociales, y se pasa el día navegando por internet y escribiendo mensajes en sus redes.

Aunque hagan caso a mi petición, el hermano de Antonio no podrá recibir un diagnóstico específico relacionado con el uso de pantallas, ya que en la actualidad ningún manual de trastornos mentales recoge la adicción a redes sociales como entidad diagnóstica (Clasificación Internacional de Enfermedades; Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders). Si bien la falta de diagnóstico puede ser una dificultad para la vinculación a los servicios de salud mental, la mayoría de comunidades autónomas dispone de recursos preventivos específicos para asesorar en estos casos.

Antonio sí tiene diagnóstico porque el trastorno por uso de videojuegos está reconocido y considerado una posible entidad diagnóstica a estudiar. Pero aún existe debate en la comunidad científica sobre si la adicción a los videojuegos o las redes sociales deben considerarse un trastorno mental.

El caso de Antonio y su hermano pone de relevancia situaciones familiares, escolares y sociales complejas, con niños y adolescentes con vulnerabilidades intrínsecas potenciadas por lo extrínseco, la punta del iceberg. El uso de pantallas asoma por encima de la superficie, pero por debajo está lo relevante: problemas en casa, en la escuela, malestar psicológico independiente o previo al uso de pantallas, etcétera.

Berta: la importancia del entorno en el abordaje terapéutico

Berta, una adolescente de 16 años, suele llegar tarde a las visitas. Cuando vino por primera vez a la consulta sus padres decían que vivía “pegada” a su teléfono móvil, que era “una víctima del scroll infinito”. Lo primero que hacía al despertarse era actualizar sus perfiles y revisar las redes sociales buscando “me gusta” y comentarios de aprobación de los demás. Por la noche, a veces le daban las 2 o las 3 de la madrugada haciendo “el último scroll”.

Todo comenzó durante el confinamiento. Berta, como muchos adolescentes, encontró en las redes sociales y las plataformas de streaming una forma de entretenerse y de mantenerse conectada con sus amigos. Descubrió una forma de obtener atención y validación fingiendo ser feliz y vivir una vida idealizada, como la de sus instagrammers favoritos. Pasaba cada vez más tiempo en las redes sociales, modificando sus fotos, respondiendo a comentarios y pensando qué colgar al día siguiente.

Al terminar el confinamiento y volver al instituto, la relación con sus amigas se había deteriorado. En casa, seguía comiendo sola en su habitación (algo que había empezado como algo temporal cuando tuvo la covid-19), y apenas cruzaba unas palabras al día con sus padres. Un día recibió un comentario negativo de un seguidor que la afectó muchísimo y empezaron las autolesiones: había visto por redes que otras adolescentes también lo hacían. Los padres ya habían solicitado seguimiento en el centro de salud mental y Berta accedió a ir a consulta después de una conversación con ellos.

Berta pudo explicar que estaba triste y ansiosa, que le costaba dormir y se sentía especialmente mal por la bajada de rendimiento en el instituto. Pudo reconocer que tenía “dependencia” del móvil. Accedió a comenzar una terapia para explorar su necesidad de validación de los demás, trabajar su autoestima y desarrollar habilidades de relación social más satisfactorias que las de las redes. Aprendió a regular el uso de las plataformas en línea y pudo volver a utilizar algunas de ellas, limitando las que le habían ocasionado más problemas.

La participación de los padres fue clave en el proceso de Berta: les permitió entender la sintomatología que perpetuaba el uso abusivo y desarrollar estrategias para acompañar a su hija, combinando amor y límites. Coordinarnos con el instituto también ayudó a reintegrar a Berta en su círculo social y a reengancharse al curso.

El abordaje terapéutico de estos casos requiere, además de la participación de los profesionales de salud mental, de todos los agentes involucrados que rodean a los adolescentes: escuela, actividades extraescolares, amistades y, sobre todo, los padres.

En situaciones excepcionales, como en el caso de Berta, que había llegado a pasar más de 24 horas comprobando publicaciones en redes sociales e internet, se proponen periodos de abstinencia temporales con ingreso hospitalario.

Durante estos días sin acceso a los dispositivos, se desarrollan estrategias de regulación, habilidades y búsqueda de otras actividades. Esta abstinencia es siempre temporal porque la abstinencia absoluta no es, ni puede ser, el objetivo. Especialmente en el mundo entre pantallas en el que vivimos en la actualidad.

Hoy Berta pide espaciar las visitas porque se siente mucho mejor, y asegura que ya sabe pedir ayuda, si la necesita.

Adrián: cuando el malestar e internet se retroalimentan

Adrián acaba de cumplir 15 años. A nivel académico siempre había sido brillante, especialmente en matemáticas y tecnología. Incluso es posible que tenga “altas capacidades”. Sin embargo, a nivel social siempre se ha sentido incomprendido por sus compañeros, percibido a menudo como “raro”.

Al empezar la ESO (Educación Secundaria Obligatoria) fue víctima de ciberacoso. Los mensajes hirientes y las burlas, tanto en formato digital como en la vida real, se extendieron rápidamente por toda la escuela; incluso se difundieron fotos falsas de Adrián creadas con inteligencia artificial. Le afectó mucho y minó su autoestima: se aisló, se volvió desconfiado y acabó manifestando síntomas de ansiedad y depresión.

En segundo de la ESO encontró refugio en el mundo online. Siempre le habían gustado mucho la programación, el diseño de páginas web, los videojuegos, las películas de anime y los foros de ciencia ficción. Con sus nuevos amigos online, Adrián se sentía aceptado y podía compartir sus intereses.

Su intensa dedicación a las actividades en internet afectó a su rendimiento escolar: dejó de entregar trabajos, suspendió algunas asignaturas… lo que le generó una gran frustración. La situación empeoró con la presión del padre, que tenía expectativas muy altas para su hijo, y le reprendía constantemente por su uso de las pantallas, alegando que, si no le dedicaba suficiente tiempo a los estudios, no conseguiría buenas notas ni llegar a la universidad.

Adrián se deprimió profundamente, no podía concentrarse para estudiar y rumiaba constantemente pensamientos negativos sobre sí mismo y el futuro. La frustración se transformó en rabia hacia su padre. Las discusiones en casa se volvieron más frecuentes y tensas, con Adrián mostrándose cada vez más irritable, desafiante y retraído. En la consulta confesó que tenía pensamientos obsesivos y sueños en los que se veía haciendo daño a su padre y a algunos compañeros del instituto con un cuchillo.

La literatura científica ha relacionado el uso de redes sociales con síntomas depresivos, obsesivos y de ansiedad, autolesiones y tentativas autolíticas, así como conductas de riesgo, como puede ser el uso de sustancias. Sin embargo, la evidencia actual no permite establecer causalidad.

Algunos autores sugieren que se potencian mutuamente: el tipo de uso que se hace de las redes sociales puede potenciar algunos rasgos de personalidad o síntomas de algunas patologías, y viceversa. En el caso de Adrián, el uso intensivo de internet le hacía aislarse más y aumentaba su malestar, y esto a su vez provocaba que pasase cada vez más tiempo en el ciberespacio.

Un círculo vicioso

¿Hasta dónde puede crecer este círculo vicioso? ¿Qué impacto pueden tener en su desarrollo los contenidos a los que tienen acceso los adolescentes en internet? Cada vez más series y documentales, como Adolescencia o Malas influencias, nos ofrecen escenarios, a veces extremos, a los que podría llegar esta situación de retroalimentación negativa: un malestar emocional que provoca uso excesivo de internet, lo que a su vez empeora el sufrimiento y provoca aún mayor uso de internet con riesgo de exposición a contenidos nocivos.

Esta espiral impacta en la percepción que los adolescentes tienen del mundo, las decisiones que toman y las consecuencias de salud, familiares, sociales e incluso legales. Detectar este círculo vicioso a tiempo es clave para poder entenderlo e intervenir de forma precoz y preventiva.

En nuestro trabajo diario como terapeutas vemos algunos adolescentes en los que los síntomas de psicopatología pueden llegar a ser graves, con desconexión de la realidad o conductas de riesgo dirigidas hacia sí mismos o hacia los demás.

Para ayudarles, es fundamental realizar una evaluación completa del patrón de uso, los posibles trastornos comórbidos y del contexto familiar y social. De este modo, conseguimos diseñar un plan de intervención individualizado y flexible.

Las terapias cognitivo-conductuales, las terapias familiares y los grupos psicoeducativos y terapéuticos son las herramientas imprescindibles para ayudar a los adolescentes y a sus familias a desarrollar estrategias de afrontamiento saludables, establecer límites en el uso de las pantallas, mejorar su autoestima y reconectar con el mundo social presencial.

El mundo digital es una realidad. El aprendizaje sobre él es una necesidad. Los adultos debemos ser ejemplo: mostrar cómo se realiza un buen uso de la tecnología, de forma segura y saludable, complementándolo con las experiencias en el mundo presencial. Es también nuestra responsabilidad como terapeutas. Ahora nos dirigimos a los lectores: ¿acaso no es la de todos?


Este artículo se publicó originalmente en la Revista Telos de la Fundación Telefónica, y forma parte de un número monográfico dedicado a la Generación Alfabeta.


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Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.

ref. La adolescencia digital en la consulta – https://theconversation.com/la-adolescencia-digital-en-la-consulta-260865

¿Para qué viajar?

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Rafael Cejudo Córdoba, Profesor Titular de Ética y Filosofía Política, Universidad de Córdoba

Fotograma de ‘Come, reza, ama’, una película en la que el personaje interpretado por Julia Roberts (a la izquierda) busca, a través del viaje, volver a sentir apetito por su vida. FilmAffinity

La “propensión a viajar” de un grupo mide la probabilidad de que sus miembros hagan turismo. Se puede definir como el porcentaje de población que viaja a otros países, o más en general, como el deseo que una persona tiene de hacer turismo.

En la actualidad esta propensión es más alta que nunca: 1 400 millones de turistas se movieron por el mundo el año pasado, 140 millones más que en 2023. Eso equivale aproximadamente a casi dos de cada diez habitantes del planeta. Europa es la región del mundo preferida. Concretamente, 747 millones de turistas la eligieron en 2024, mientras que a España llegaron 93,8 millones de viajeros.

Esto supone una riqueza extraordinaria. Con razón se dice frecuentemente que el turismo es “nuestro petróleo”. En Noruega este hidrocarburo y el gas equivalen al 20,5 % de su PNB, mientras que el turismo supone el 13,1 % del PIB español. Pero como el petróleo, la industria turística también tiene impactos medioambientales negativos muy importantes. Sabemos que entre 2009 y el comienzo de pandemia de covid, las emisiones contaminantes debidas al turismo crecieron un 3,5 % al año, lo cual es una tasa que dobla la del crecimiento del resto de emisiones.

Un hombre observa la esfinge sentado de espaldas a la cámara.
En Muerte en el Nilo un crimen interrumpe el crucero por Egipto de Hercules Poirot.
IMDB

Uno de los efectos negativos del turismo es saber que nuestra propia conducta contribuye a esos efectos negativos. Nosotros somos parcialmente responsables.
Y no solo porque consentimos actividades negativas para el entorno, sino porque directamente las causamos con nuestras elecciones y comportamientos de ocio.

Como en otras muchas situaciones, estamos ante un problema de acción colectiva. Por un lado, queremos cooperar porque eso nos beneficiaría a todos, aunque suponga actuar en contra de nuestros intereses inmediatos. Por otro, queremos hacerlo contando con que los demás, al menos la mayoría, también lo hacen, porque si no es así, nuestro esfuerzo será inútil y parecerá estúpido. No se trata de una cuestión de mero egoísmo personal; aunque nosotros sí hagamos lo correcto a pesar de todo, de nada servirá si los demás no lo hacen.

Tratándose de un problema como el descrito, la razón para viajar menos, o para viajar de otra manera, no es tanto disminuir el impacto negativo global sino rechazar la complicidad con el mismo… por sentido del deber o simplemente porque nos guste.

Viajar para descubrir

Montaigne, considerado el primer ensayista moderno, escribía en 1588 que viajar era positivo, al proporcionar novedades desconocidas: “como he dicho con frecuencia, no conozco mejor escuela para moldear la propia vida que mostrar continuamente la diversidad de tantas otras, sus opiniones y costumbres”.

El primer ensayista inglés, Bacon, afirmaba otro tanto en su ensayo titulado Viajar, publicado en 1625: “viajar es parte de la educación en los jóvenes, y parte de la experiencia en la madurez”.

Un grupo de mujeres pasean por una plaza en la que al fondo se ve el David de Miguel Ángel.
En Una habitación con vistas una joven visita Florencia en un viaje que puede cambiarle la vida.
IMDB

El mismo viaje, por tanto, es una experiencia diferente según la edad del que viaja. Pero Bacon va más allá de esta obviedad. Considerando la trayectoria vital de una misma persona, en su juventud viajar fue una forma de aprender, mientras que esos mismos viajes, mirados desde la cuesta abajo de la vida, son parte de su experiencia. Y si ya en la madurez se viaja de nuevo, viajar es haber viajado, porque se aprendió ya lo necesario para que el viaje sea una forma de ampliar y de probar la experiencia personal.

Ahora bien, cualquiera viaja como si fuera un joven ignorante e inexperto si desconoce el lugar al que va, especialmente su cultura característica. Dice Bacon que “aquel que viaja a un país antes de haberse iniciado en su idioma, va a la escuela, no a un viaje”.

Pero ¿qué aprendemos viajando?

En gran medida, viajamos para divertirnos. Si, por ejemplo, que hacemos turismo de riesgo o “Extreme Budget Travel” (intentar llegar lo más lejos posible gastando el mínimo), ¿qué queremos aprender con la aventura?

Lo que en el fondo quiere aprender el turista es cómo viviría si no fuera como es el resto del tiempo, si fuera alguien de otro lugar, con otras costumbres. Es decir, “cruzar la línea”, probar cómo sería librarse de las rutinas, normas y convenciones de nuestro día a día (sin riesgo, eso sí). Todo turismo es entonces cultural, en el sentido de ser una experiencia planificada de contacto con otra cultura, que puede ser más o menos genuina.

Un joven hace autoestop sentado en un sofá viejo al lado de una señal en la carretera.
Hacias rutas salvajes contaba la peripecia real de Christopher McCandless viajando por Alaska sin dinero y entrando en contacto con quienes se cruzaban en su camino.
FilmAffinity

Tal como advirtió Freud en 1930, la vida en sociedad es inevitable por sus ventajas, pero también implica renunciar a satisfacer nuestros deseos de manera instintiva o inmediata. Por eso el turismo es una actividad liberadora y muy gratificante; consiste en dejar en casa, al otro lado de la línea, tanto la mochila de problemas como las máscaras que nos ponemos.

La industria turística juega con la apariencia de que podemos librarnos, siquiera unos días, de ser quien somos. Esta emancipación de la vida cotidiana puede resultar genuina, y no tiene que ser muy cara, si cambiamos nuestra perspectiva desde el objeto del viaje (a dónde viajo) al sujeto del mismo (yo que viajo).

El objeto del viaje o el sujeto que viaja

El ensayo de Bacon trata de los jóvenes miembros de la nobleza que viajaban desde Inglaterra a Italia (el llamado “Grand Tour”). Su finalidad era visitar lugares donde pudieran contemplarse monumentos y panoramas inolvidables. Lo visitado, el objeto del viaje, era su razón de ser. El viaje turístico conserva esta noción de que hay que viajar a donde merezca la pena ir.

Por eso existe la idea de los “lugares que visitar antes de morir” que masifica y degrada los destinos turísticos más conocidos. Incluso cuando se considera que el itinerario seguido es tanto o más importante que el punto de llegada, seguimos en el modelo de que el valor del viaje está en el objeto, en los lugares recorridos, y no en el sujeto que viaja.

Tres mujeres hacen fotos en Barcelona con la Sagrada Familia al fondo.
En Vicky Cristina Barcelona, las dos primeras son turistas en la ciudad del título.
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Esta otra posibilidad, la de enfocarse en el sujeto, surgió en el siglo XIX con el Romanticismo y su importancia de la interioridad personal. “He viajado mucho en Concord”, decía el filósofo norteamericano Henry Thoreau en 1854, quien vivió toda su vida en ese pueblo o muy cerca de él. Lo importante no era haber visitado lugares lejanos, sino haber visto el propio pueblo y a sus gentes con otra mirada, una que sea crítica y que desvele las costumbres como meras costumbres, lo que vale la pena y lo que no.

Ese tipo de viaje al que se refería Thoreau, por Concord o por los alrededores de su río Merrimack, es una forma enriquecedora de pasear. El paseo es uno de los lujos más baratos; una actividad y sobre todo una actitud (la del paseante o flâneur), que no es un mero viaje para pobres, sino para quienes se distancian de lo cotidiano observando críticamente su realidad cultural.




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Estamos dejando de pasear por la ciudad


Walter Benjamin plasmó en cientos de páginas sus divagaciones por la ciudad de París. El paseante “va a hacer botánica al asfalto”, decía en El París de Baudelaire, pero no con una mente crítica y fría. Más bien al contrario, su característica es la empatía con la naturaleza (en el caso de Thoreau) o de la vibrante vida de la ciudad (en el de Benjamin). En este tipo de viaje no hay necesariamente un punto de llegada (el paseo es divagación), no hay ese “hemos hecho tal y tal pueblo”, ni tampoco aquel “conozco Viena pero no Budapest”.

Como decía Pessoa, regresando de Cascais a la capital portuguesa: “el tren se va parando, estamos en el Cais do Sodré. Llegué a Lisboa pero no a una conclusión”. Si aprendemos algo en nuestros paseos, es que casi todo sigue por aprender.

The Conversation

Rafael Cejudo Córdoba no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. ¿Para qué viajar? – https://theconversation.com/para-que-viajar-260841