Hemos identificado los árboles que mejor funcionan para refrescar las ciudades

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Daniel Jato Espino, Investigador Sénior / Profesor en Ingeniería y Gestión Ambiental, Universidad Internacional de Valencia

Jardines del Turia, en Valencia. Maksim Safaniuk/Shutterstock

En verano, muchas ciudades se convierten en auténticos hornos. El fenómeno conocido como isla de calor urbana –la concentración del calor debida a los materiales, la densidad de población y el tráfico en las ciudades– no solo incomoda. También puede afectar seriamente a la salud, sobre todo en zonas densamente urbanizadas.

Hay una solución natural y eficaz que a menudo pasa desapercibida: los árboles. Sin embargo, no todos refrescan igual. Y no todas las ciudades tienen suficientes para marcar la diferencia.

¿Por qué hace más calor en las ciudades?

Las ciudades están construidas con materiales que absorben el calor durante el día. El asfalto, por ejemplo, lo retiene y lo libera lentamente por la noche. Por eso, incluso cuando el sol se ha ido, las temperaturas siguen siendo altas.

En zonas urbanas densas como Madrid, la diferencia con respecto a áreas rurales puede llegar hasta los 8 ºC. Este calor acumulado no se disipa fácilmente. Los edificios altos y las calles estrechas crean lo que se conoce como “efecto cañón urbano”. El calor queda atrapado como en una olla a presión.

Si además hay poca vegetación, el resultado son diferencias notables de temperatura entre zonas urbanas y rurales. Este fenómeno está provocando un aumento de las noches tropicales –cuando la temperatura no baja de los 20°C– en muchas ciudades españolas.

Elegir el árbol adecuado es clave

Los árboles no solo dan sombra, también refrescan el aire mediante evapotranspiración –transferencia de humedad a la atmósfera–. Este proceso combina la evaporación del agua del suelo con la transpiración de las hojas. Así, se reduce la temperatura del entorno, especialmente en días calurosos.

Pero no todos los árboles tienen el mismo efecto. Algunas especies, por su forma, densidad de hojas y adaptación al clima, son especialmente eficaces para enfriar el ambiente urbano.

Cinamomo.
Paulo rsmenezes/Wikimedia Commons, CC BY-SA

En un estudio realizado en Valencia, identificamos tres especies destacadas. El cinamomo (Melia azedarach) crece rápido y tiene hojas grandes y densas que generan sombra y humedad. El azahar de la China (Pittosporum tobira) resiste bien la sequía y tiene una copa baja y compacta, ideal para calles estrechas. Y el olmo común (Ulmus minor) tiene una copa amplia y ayuda a crear microclimas frescos, aunque su uso ha disminuido por su vulnerabilidad a enfermedades como la grafiosis, causada por un hongo.

En general, estas especies combinan copas densas, hojas grandes y troncos no muy altos. Además, se adaptan bien al clima mediterráneo. Por eso, son buenas opciones para ciudades como Valencia, Málaga o Sevilla, donde el calor urbano tiene un impacto notable en la mortalidad.

No obstante, solo una de estas especies es autóctona: el olmo. Las otras dos provienen de Asia. Por tanto, también es importante priorizar la plantación de especies propias. Estas están mejor adaptadas al entorno local y presentan menos riesgos ecológicos en los ecosistemas urbanos.

Ramas y hojas de un árbol
Ramas y hojas de un olmo común.
Lidine Mia/Wikimedia Commons, CC BY-SA

Más árboles y mejor situados

En muchas ciudades españolas, los árboles se concentran en parques o avenidas principales. Mientras tanto, algunos barrios residenciales, especialmente los más vulnerables, tienen menos vegetación. Esta desigualdad agrava el impacto del calor urbano.

No se trata solo de plantar más árboles. También hay que elegir bien qué especies se usan y dónde se colocan. Un árbol mal adaptado o mal ubicado puede tener un efecto limitado. En cambio, una planificación cuidadosa puede reducir la temperatura en zonas críticas.

Se deben seleccionar especies adaptadas al clima local, con alta capacidad de sombra y evapotranspiración. Además, es necesario priorizar aquellas zonas más vulnerables, donde el calor afecta más y hay menos vegetación. También es importante involucrar a la ciudadanía en los proyectos de reforestación urbana, fomentando el cuidado del espacio público. Por último, para conseguir efectos a mayor escala, el arbolado ha de integrarse en redes de infraestructura verde, conectándose con parques, jardines y espacios naturales.

Estas medidas no solo ayudan a combatir el calor. También mejoran la calidad del aire, aumentan la biodiversidad, reducen el consumo energético al requerir las viviendas menos climatización y pueden incluso revalorizar las viviendas cercanas.




Leer más:
Ciudades jardín contra el déficit de naturaleza urbano


Plantar es planificar contra el calor urbano

Los árboles son mucho más que decoración urbana. Son infraestructura climática. Elegir bien qué especies plantar y dónde hacerlo puede marcar la diferencia entre una ciudad sofocante y una ciudad habitable.

En un contexto de cambio climático, apostar por el arbolado urbano es apostar por el bienestar, la salud y la resiliencia de nuestras ciudades.

The Conversation

Daniel Jato Espino ha recibido fondos de la Consellería de Innovación, Universidades, Ciencia y Sociedad Digital de la Generalitat Valenciana a través del proyecto de investigación ECOVAL (ref. CIGE/2021/079).

ref. Hemos identificado los árboles que mejor funcionan para refrescar las ciudades – https://theconversation.com/hemos-identificado-los-arboles-que-mejor-funcionan-para-refrescar-las-ciudades-263657

¿Nos enamoraríamos del señor Darcy de ‘Orgullo y prejuicio’ en la vida real?

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Lara López Millán, Docente Universitaria de Artes y Educación, Universidad Camilo José Cela

Matthew Macfadyen en la adaptación de ‘Orgullo y prejuicio’ de 2005. FilmAffinity

Imaginen la escena: Matthew Macfadyen, a cargo del personaje del señor Darcy, cruzando la niebla en la versión de Joe Wright de Orgullo y Prejuicio (2005). El abrigo ondea al ritmo de sus pasos y la voz le tiembla cuando pronuncia una confesión frente a Keira Knightley –quien interpreta a Elizabeth Bennet– que suena a todo menos ensayada.

El señor Darcy y su ondeante abrigo diciendo ‘has hechizado mi cuerpo y mi alma’.

Esa secuencia –inexistente en la novela original de Jane Austen– ha quedado grabada en la memoria de las espectadoras como un momento cumbre del romanticismo cinematográfico. ¿Qué tiene entonces este personaje que, a casi dos siglos de su creación, sigue siendo un arquetipo romántico vigente? Tal vez la promesa –potenciada por la cámara, la música y el montaje– de un hombre que combina poder, misterio y ternura.

Pero el Darcy de Jane Austen (1775-1817) pertenecía a la Inglaterra de la Regencia (1811-1820), un mundo de herencias, escalafones y matrimonios como estrategia social. Era orgulloso, reservado y con prejuicios de clase, más cercano a un terrateniente preocupado por su patrimonio que al héroe apasionado que nos vende el cine.

En las adaptaciones, con la camisa mojada de Colin Firth en la miniserie de la BBC en 1995 o las miradas contenidas de Macfadyen, se han ido suavizando sus aristas, erotizando su presencia y dotándolo de una vulnerabilidad muy contemporánea. Así, un personaje complejo ha sido convertido en el mito romántico que seguimos persiguiendo.

La Inglaterra del privilegio y la etiqueta

Para entender al Sr. Darcy, hay que situarlo en un mundo marcado por la ostentación de la aristocracia terrateniente y una jerarquía social férrea, donde la movilidad entre clases era mínima y el matrimonio funcionaba tanto como alianza económica como vía para preservar o mejorar el estatus familiar.

En este contexto, el “caballero” no era solo un título social, sino un papel que implicaba privilegios materiales y un código de conducta inflexible: cortesía en público, discreción en los asuntos íntimos y un profundo respeto –y defensa– de la estructura social.

Fitzwilliam Darcy encarna a la perfección ese modelo: un heredero acomodado, educado para administrar propiedades, mantener un apellido intachable y protegerse de cualquier vínculo que pudiera considerarse una “alianza desigual”. No es un rebelde romántico, sino un hombre que aprende, con dificultad, a dejar que la afectividad dialogue con el deber.

En Orgullo y Prejuicio, Darcy se presenta desde el inicio como alguien arrogante, distante y poco dado a la amabilidad superficial. No busca agradar ni cortejar; más bien parece evitar cualquier contacto que no considere necesario. Sin embargo, Austen no lo convierte en un villano, sino en un personaje en evolución. Su transformación no le lleva a ser un “príncipe azul” perfecto, sino un hombre que, tras enfrentarse a sus prejuicios y reconocer sus errores, cede parte de su orgullo en favor de la honestidad y el afecto.

La autora lo dibuja como un personaje reservado, incluso incómodo en situaciones sociales, con una torpeza emocional que puede sorprender a quienes solo lo conozcan a través de ciertas representaciones cinematográficas que lo hayan idealizado como un seductor. Sin embargo, adaptaciones como la mencionada de 2005 reflejan con fidelidad esa incomodidad y esa reserva, acercándose mucho más al Darcy literario.

En su contexto histórico, la decisión de proponer matrimonio a Elizabeth Bennet –una mujer de clase social inferior, sin gran fortuna ni conexiones ventajosas– implicaba desafiar abiertamente las expectativas de su posición. Ese gesto, más que las escenas de niebla o camisas mojadas, es lo que hace que el Darcy literario conserve su poder de fascinación doscientos años después.

El Darcy de Colin Firth en la miniserie de la BBC se bañaba en camisa y después, con esa falta de decoro, se topaba con Lizzie Bennet.

De la Regencia a los galanes de hoy

El Darcy cinematográfico ha calado hondo porque encaja con arquetipos románticos actuales: el hombre inaccesible que, gracias al amor, se transforma; aquel que combina seguridad económica con ternura emocional, misterio con entrega. Es un modelo que promete estabilidad y pasión al mismo tiempo, una combinación que sigue fascinando y generando deseo.

La popularidad de series y adaptaciones recientes, o reinterpretaciones modernas de Austen, demuestran cómo la estética de la Regencia –o de sus fantasías– sigue siendo un marco fértil para recrear ideales románticos. En estas versiones, el glamour, los vestidos, los bailes y las intrigas se mezclan con figuras masculinas poderosas pero vulnerables, reforzando la idea de un “amor que transforma” en escenarios históricos cuidadosamente estilizados.

Anthony Bridgerton (protagonista de la segunda temporada de Los Bridgerton) es el heredero perfecto de este molde: serio, controlador y devoto de sus responsabilidades familiares, pero finalmente dispuesto a dejarse arrastrar por la pasión. Lo mismo ocurre con Simon Basset, duque de Hastings en la primera temporada de la serie, cuya mezcla de orgullo, trauma personal y vulnerabilidad lo convirtió en el nuevo suspiro colectivo.

Retratos de dos hombres jóvenes vestidos de época en una serie de televisión.
Regé-Jean Page como Simon Basset (izq.) y Jonathan Bailey como Anthony Bridgerton (dcha.) son dos nuevas ‘versiones’ del siempre omnipresente señor Darcy.
Liam Daniel y Nick Briggs/Netflix

También encontramos ecos de Darcy en el Sr. Knightley de la adaptación de Emma de 2020, más paternal y menos orgulloso que el Darcy de Orgullo y Prejuicio, pero igualmente inscrito en la lógica del “hombre que cambia por amor”. Incluso en traslaciones de Austen más libres, como la última versión de Persuasión, se repite la tensión entre orgullo y afecto, distancia y atracción con el capitán Wentworth.

Sin embargo, la idealización tiene sus riesgos. En la vida real, alguien tan orgulloso y distante probablemente resultaría difícil de tratar, incluso frustrante. Parte del encanto de Darcy reside en la ficción: la fantasía de que la inteligencia, la perseverancia y el carácter pueden superar barreras sociales y emocionales, que el afecto puede suavizar los orgullos y derribar los prejuicios.

La romantización de la Regencia en pantalla no solo embellece la historia, sino que refuerza nuestra atracción por estos personajes como símbolos de deseo, poder y ternura, un ideal cuidadosamente construido que sigue inspirando fantasías románticas modernas.


¿Quiere recibir más artículos como este? Suscríbase a Suplemento Cultural y reciba la actualidad cultural y una selección de los mejores artículos de historia, literatura, cine, arte o música, seleccionados por nuestra editora de Cultura Claudia Lorenzo.


Austen, más vigente que nunca

Jane Austen nunca escribió sobre el amor como una fuerza irracional: en sus novelas, el afecto se equilibra con la razón, los valores y la compatibilidad. El Sr. Darcy seduce porque encarna una doble promesa: por un lado, el amor romántico que impulsa a ambos protagonistas a crecer y superar sus prejuicios; por otro, la fantasía de que incluso el más orgulloso puede ceder ante un buen argumento… y una buena dosis de ironía.

Tal vez no nos enamoraríamos de él en la vida real. Pero en la literatura y el cine, Darcy sigue siendo irresistible. Entre novelas, adaptaciones y reinterpretaciones modernas, su figura nos recuerda que los ideales románticos no mueren: se transforman, se amplifican y continúan fascinándonos, siglo tras siglo.

The Conversation

Lara López Millán no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. ¿Nos enamoraríamos del señor Darcy de ‘Orgullo y prejuicio’ en la vida real? – https://theconversation.com/nos-enamorariamos-del-senor-darcy-de-orgullo-y-prejuicio-en-la-vida-real-262907

Neurohambruna: cómo la escasez de comida reprograma a los hijos de la guerra

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Nora Guasch Capella, Investigadora Predoctoral en Biología Psiquiátrica, Institut d’Investigacions Biomèdiques August Pi Sunyer – Hospital Clínic Barcelona / IDIBAPS

Niños comiendo sopa en un centro de acogida durante el Invierno del Hambre en Holanda (1944-1945) Menno Huizinga/Wikimedia Commons, CC BY

Todos sabemos que las guerras tienen consecuencias devastadoras: ciudades destruidas, economías colapsadas, familias separadas… pero hay un efecto menos visible que puede alcanzar incluso a quienes no vivieron el conflicto directamente: los trastornos mentales.

¿Pueden los efectos de una guerra viajar más allá del tiempo y marcar a quienes aún no han nacido? La ciencia dice que sí.

Durante los grandes conflictos del siglo XX, como la Segunda Guerra Mundial o la Revolución china, millones de personas vivieron en condiciones de pobreza extrema y escasez alimentaria. Esta situación provocó desnutrición severa en la población, pero también afectó a quienes la sufrieron indirectamente: los bebés en gestación.

Dos de los casos más documentados, el Invierno del Hambre en Holanda (1944-1945) y la Gran Hambruna China (1959-1961), muestran cómo la escasez de alimentos durante el embarazo afectó a los fetos en gestación. Décadas después, estudios revelaron que estos tenían mayor riesgo de desarrollar esquizofrenia, depresión o trastorno bipolar.

A pesar de las diferencias geográficas y temporales, los datos coinciden: el hambre prenatal no solo afecta el crecimiento físico, también deja huellas duraderas en la salud mental.

El cuerpo de la madre es como un ‘canal de noticias’

Para entender cómo el hambre prenatal puede dejar marcas tan profundas, imaginemos que el cuerpo de la madre es como un “canal de noticias” para el feto. Todo lo que ocurre afuera –lo que la madre come, cómo se siente, etc.– se traduce en mensajes químicos que informan al bebé sobre el entorno donde crecerá.

Si las señales indican tranquilidad y abundancia, el feto crece en un ambiente seguro. Pero si señalan hambre o estrés, el mensaje es claro: “El mundo afuera es hostil y los recursos son limitados”. En respuesta, el cuerpo del bebé se adapta ajustando su metabolismo o reduciendo el crecimiento de ciertos órganos, con el objetivo de sobrevivir y ahorrar energía.




Leer más:
Así cambia el cerebro de las mujeres embarazadas


Tales adaptaciones pueden ser útiles a corto plazo si el niño nace en un ambiente de carencias. En cambio, si luego vive en un entorno con abundancia, ese cuerpo “programado para la escasez” puede desarrollar problemas como diabetes tipo II, obesidad o hipertensión.

Estas mismas señales también afectan al cerebro. Durante el embarazo, las conexiones neuronales se forman según el entorno. Si es hostil, el cerebro se adapta para sobrevivir, pero eso puede aumentar el riesgo de trastornos mentales en el futuro. Curiosamente, muchas personas con esquizofrenia también desarrollan diabetes tipo II. ¿Casualidad? Parece que no.

Problemas mentales y metabólicos, que suelen considerarse independientes, podrían tener un origen común: condiciones adversas al inicio de la vida.

De la desnutrición prenatal a la psicosis

Para desarrollar un trastorno mental como la esquizofrenia no basta con tener una predisposición genética, también hace falta un “detonante” ambiental. Y uno de los más potentes es el estrés extremo o la falta de nutrientes durante el embarazo.

Durante esta etapa crítica, el cerebro del feto se está formando a toda velocidad. Si faltan nutrientes esenciales como ácido fólico o ciertos aminoácidos, se ve comprometido el desarrollo de estructuras clave como el hipocampo (implicado en la memoria) o la corteza prefrontal (clave para tomar decisiones y percibir la realidad). Pero no se queda aquí: también se altera la química cerebral.

Uno de los sistemas más sensibles a estas alteraciones es el de la dopamina, un mensajero químico que regula funciones como la motivación, la atención o la percepción. En condiciones normales, la dopamina actúa como un “director de orquesta”, coordinando la actividad de distintas áreas del cerebro. Pero si este sistema se desajusta por experiencias adversas durante la gestación, puede acabar sobrerreaccionando. El resultado: un cerebro que interpreta mal la realidad y que puede producir síntomas como alucinaciones o delirios.

La huella epigenética

Más allá de la genética, lo que realmente cambia en estos casos no es el ADN en sí, sino cómo se usa. Y ahí es donde entra en juego la epigenética.

La epigenética no implica modificar la secuencia del ADN –eso sería una mutación–, sino ajustar el encendido o apagado de ciertos genes. Es como si el ADN fuera un manual de instrucciones, y el ambiente decidiera qué páginas hay que leer. El hambre, el estrés o la falta de nutrientes durante el embarazo funcionan como interruptores, activando o silenciando genes según qué percibe el cuerpo como prioritario.

Lo fascinante es que estas modificaciones epigenéticas no cambian el contenido del ADN, pero sí su funcionamiento. Una de las más estudiadas es la metilación del ADN, una especie de “post-it químico” que marca qué genes deben mantenerse apagados. Estas marcas pueden crearse en respuesta al entorno, pueden permanecer estables durante años y, afortunadamente, podemos medirlas. Al analizar muestras biológicas, los científicos pueden identificar estas señales moleculares y relacionarlas con riesgos futuros de salud.

Eventos que pasan factura

¿Qué pasa cuando una embarazada vive una situación de crisis? No hace falta imaginar una guerra: los efectos del estrés también se cuelan en contextos aparentemente seguros. En países desarrollados, muchas mujeres enfrentan dificultades para acceder a alimentos nutritivos o a una vivienda estable. Incluso fenómenos como un apagón prolongado –como el vivido en España el pasado 28 de abril, con más de 12 horas sin electricidad en algunas zonas– pueden generar ansiedad, inseguridad y afectar la salud de quienes están en etapas vulnerables, como el embarazo.

Este tipo de experiencias no solo dejan una huella momentánea. La ciencia ha demostrado que el estrés durante la gestación puede alterar el desarrollo del cerebro del bebé, aumentando el riesgo de problemas metabólicos y de salud mental a lo largo de su vida.

Por eso, entender cómo el entorno influye desde el inicio nos permite ampliar la mirada sobre la salud mental. No hablamos solo de decisiones individuales o genética, sino también de derechos, políticas públicas y justicia social. Proteger a las embarazadas garantiza cuerpos sanos, sí, pero también proteger mentes. Porque el impacto del hambre o el estrés no se queda en el presente: puede transmitirse, silencioso, a las generaciones futuras.

The Conversation

Este artículo fue finalista del Premio Luis Felipe Torrente de Divulgación sobre Medicina y Salud, organizado por la Fundación Lilly y The Conversation

ref. Neurohambruna: cómo la escasez de comida reprograma a los hijos de la guerra – https://theconversation.com/neurohambruna-como-la-escasez-de-comida-reprograma-a-los-hijos-de-la-guerra-263140

Las protestas contra la gentrificación en México se radicalizan al calor del nacionalismo y la memoria histórica

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Fabian Acosta Rico, Doctor en Antropología Social , Universidad de Guadalajara

Tercera marcha contra gentrificación en Ciudad de México, que tuvo lugar el pasado 26 de julio. Gill_figueroa/Shutterstock

Este verano se han registrado hasta la fecha tres marchas contra la gentrificación en Ciudad de México. Y seguimos contando.

El término gentrificación podría postularse como palabra del año. Su acepción más común tiene que ver con la migración de personas con un poder adquisitivo mayor al de los residentes del lugar de acogida. Esta definición de ONU-Habitat, la agencia de Naciones Unidas que promueve el desarrollo urbano sostenible, describe lo que está sucediendo en muchas ciudades y países.

Los extranjeros que llegan a residir pagan altas sumas por alquileres, restaurantes y servicios, dado que sus monedas valen más, ya sean dólares o euros. En consecuencia, por un efecto de la ley de la oferta y la demanda, terminan encareciendo el costo de la vida del lugar, desplazando a los locales y borrando señas de identidad.

El fenómeno ha puesto bajo el foco a la Ciudad de México y a algunos pueblos mágicos del país, como San Miguel de Allende, en el estado de Guanajuato. Su rastro se ha extendido también a otras partes de la República mexicana, como Mazatlán, Oaxaca o Mérida. Y a pueblos ribereños de la Laguna de Chapala, como Ajijic y Jamay (ambos en el estado de Jalisco).

Demandas justas

Bajo el lema “no es desarrollo, es despojo”, la segunda de las marchas contra la gentrificación de este verano en la Ciudad de México, convocada por más de 20 organizaciones cívicas, dejó un manifiesto con demandas concretas.

Estas se centran en medidas orientadas a regular el derecho a la vivienda y parar los pies a los megaproyectos urbanos, respetando la autogestión comunitaria de los pueblos orginarios.

Foto tomada durante la primera marcha contra la gentrificación, realizada en el barrio Condesa de la Ciudad de México el pasado 4 de julio.
Octavio Hoyos/Shutterstock

Pero, en México, el ardor contra la gentrificación, visible en las calles, presenta otras condiciones específicas relacionadas con el imaginario social.

Estas particularidades tienen que ver con algunos demonios históricos y culturales. La lista incluye la conquista y colonización, la guerra con Estados Unidos, la invasión francesa, la entronización de un príncipe austríaco, el malinchismo y una obsesión nacionalista para denunciar cualquier atisbo de presencia extranjera que ponga en peligro la descolonización.

Luchas de clases, xenofobia y prejuicios

La desigualdad social y el desnivel económico entre los nativos y los extranjeros agitan el cóctel. Una combinación cuyos frutos remueven el espectro de la lucha de clases, así como la xenofobia o el odio al de fuera, al “fuereño”.

Todo comienza con el acto de migrar, de irte de tu lugar de nacimiento a una nueva tierra, con gente distinta, buscando una mejor vida o escapando de otra peor. Al migrante se le etiqueta muchas veces, echando los prejuicios por delante. En la categorización del migrante hay escalas de xenofobia que impone el lugareño. La intención de migrar despliega una serie de categorías, y una de ellas, la última en ser mencionada, tiene que ver con la gentrificación.

Los migrantes cuya intención es delinquir, estafar, cometer fraudes o cualquier tipo de ilícito representan una minoría, como demuestran las estadísticas y confirman las cifras.

En Estados Unidos, por ejemplo, un estudio del Instituto Cato sobre tasas de encarcelamiento de inmigrantes entre 2010 y 2023 arrojó dos conclusiones:

  1. Que todos los inmigrantes, tanto legales como ilegales, tienen menos probabilidades de ser encarcelados que los estadounidenses nativos, en relación con su proporción en la población.

  2. Por sí solos, los inmigrantes ilegales tienen también menos probabilidades de ser encarcelados que los estadounidenses nativos.

Según los datos del estudio, durante el periodo referido fueron encarcelados 1 617 197 estadounidenses nativos. La cifra de migrantes irregulares ascendió a solo 67 813, mientras que los extranjeros regulares apresados sumaron 58 515.

Entre los inmigrantes también hay clases

Los migrantes irregulares son los más odiados y las voces ultranacionalistas apelan a ellos en sus generalizaciones a la hora de descalificarlos. Véanse las recurrentes diatribas antiinmigrantes de Donald Trump en Estados Unidos y las de personajes europeos como Giorgia Meloni en Europa.

Por otro lado, están aquellos que migran esperando la caridad social o el amparo estatal, ya sea por un impedimento físico, psicológico, cultural o por simple vagancia. También a ellos se les repudia.

Otros buscan oportunidades laborales, sueldos convenientes y una sociedad mejor estructurada que brinde verdadera seguridad social, oferta educativa para sus hijos y servicios de salud. Con ellos, la xenofobia tiene menos argumentos de réplica, pues son personas útiles, que llegan a generar riqueza.

Los hay que vienen a invertir su dinero. En el caso de México, es notable la presencia de chinos e hindús que montan sus tiendas y se integran sólo económicamente, pero se mantienen autosegregados. Los lugareños pueden llegar a repudiarlos, pero muchas personas compran en sus comercios, por lo cual reciben algo de la indulgencia local.

Finalmente, están los que buscan gastar, no como turistas ocasionales, sino como residentes en pos de tierras paradisiacas o de joyas coloniales. Son personas cosmopolitas con un cierto sentido de desarraigo a su terruño.

Capaces de adoptar una nueva patria, pueden asumir la idiosincrasia y cultura ajenas. Van con un flujo migratorio de norte a sur, en el caso de América. En un primer momento, de temprano reconocimiento, los locales no los rechazan; no sufren la xenofobia que habitualmente padecen los migrantes que delinquen, mendigan o trabajan. Su realidad es distinta: es la del cliente que viene a traer divisas, dólares o euros (de ser el caso).

Giro de guion para los residentes del Norte

Pero este primer encanto desaparece cuando se quedan a residir de forma permanente. Es entonces cuando se presenta el choque entre globalismo y nacionalismo, dos fuerzas en confrontación en esta postmodernidad.

Del lado nacionalista, se alinean los que tienen raíces que los anclan a su tierra por amor o necesidad. En el otro, el de la globalidad, se posicionan quiénes tienen alas y son viajeros que pueden establecerse en cualquier lugar de la aldea global.

Es el choque entre un postmoderno globalismo y un nacionalismo que emparenta con los nuevos populismos, tanto de derecha como de izquierda.

Demonios históricos y culturales

En México, la gentrificación va de la mano de un globalismo de ricos, consustancial con las claves de una romantizada ciudadanía universal. Su auge despierta algunos demonios históricos y culturales entre los mexicanos. Demonios que salen a relucir en las manifestaciones de repudio a los extranjeros que pasaron de ser turistas a convertirse en residentes.

¿Cuáles son estos demonios? El demonio de la conquista y la colonización española. El demonio del despojo de más de la mitad del territorio mexicano en una guerra pérdida apátridamente en 1847 contra los Estados Unidos. El demonio de una intervención francesa que derivó en un segundo imperio en 1864, con la entronización de un príncipe extranjero, un príncipe austriaco.

Malinchismo y nacionalismo

Repudiar al extranjero que viene supuestamente a reconquistar México obedece a una narrativa nacionalista que busca socavar el también inveterado malinchismo. Malinchismo que fue entendido como aprecio de la cultura extranjera en menosprecio de la mexicana.

El grito nacionalista contra la gentrificación tiene ecos profundos en el clamor por hacer valedera la descolonización. Por un miedo ancestral, se siente que existe un peligro de retorno de los extranjeros a las tierras que otros tiempos subyugaron bajo el estatus de colonia o protectorado.

Hace falta poner reglas claras, regulaciones de los gobiernos de las naciones de acogida que le pongan diques aceptables a la gentrificación. El aislacionismo y el cierre de fronteras no son la solución. En la aldea global, migrar por las razones que sean constituye un fenómeno casi inevitable. Para facilitarla minimizando conflictos, se antoja necesario diseñar marcos regulativos nacionales e internacionales.

The Conversation

Fabian Acosta Rico no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Las protestas contra la gentrificación en México se radicalizan al calor del nacionalismo y la memoria histórica – https://theconversation.com/las-protestas-contra-la-gentrificacion-en-mexico-se-radicalizan-al-calor-del-nacionalismo-y-la-memoria-historica-262408

Labubu, el peluche viral que explica cómo nacen (y se evaporan) las tendencias

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Sandra Bravo Durán, Socióloga y Doctora en Creatividad Aplicada, UDIT – Universidad de Diseño, Innovación y Tecnología

Hace unas semanas, entré por curiosidad en una tienda Pop Mart en un centro comercial de Kuala Lumpur. No sabía que estaba a punto de presenciar una escena sociológicamente fascinante: adultos y adolescentes agitando cajas cerradas, intentando adivinar qué personaje les tocaría por el peso o la forma. Miraban vitrinas, susurraban nombres, comparaban modelos con la emoción de quien está a punto de jugarse algo más que un simple juguete. Todos buscaban lo mismo: un Labubu. Pero nadie sabía si conseguiría el que deseaba.

Ese pequeño personaje con orejas puntiagudas y sonrisa afilada no era solo un juguete de vinilo. Era un símbolo. Un objeto de deseo. Y también, un caso perfecto para entender cómo funcionan las tendencias en el siglo XXI.

De monstruo de nicho a estrella viral

Labubu nació en 2015 de la mano del artista hongkonés Kasing Lung, como parte del universo The Monsters. Durante años fue una figura marginal, valorada por fans del art toy y el diseño asiático underground. Todo cambió cuando Pop Mart adquirió los derechos y lo transformó en fenómeno global: cientos de versiones, colaboraciones con marcas de lujo, ediciones limitadas y un sistema de venta en cajas cerradas (blind boxes) que no permiten ver cuál es su contenido, convirtió la compra de labubus en un pequeño ritual de azar y expectativas.

El boom definitivo llegó cuando, en abril de 2025, la cantante tailandesa Lisa, con más de 100 milones de seguidores en Instagram y miembro del grupo femenino de k-pop Blackpink, colgó su foto en la red con varios labubus colgando de su bolso. Le siguieron Rihanna, Dua Lipa, se viralizó en TikTok y surgieron millones de fans en todo el mundo. Labubu pasó de nicho a viral. De novedad a moda. De objeto a fenómeno.

Pero ¿cómo ocurre esto? ¿Cómo algo tan específico y raro se convierte en un objeto de deseo para millones de personas en todo el mundo?

Cuando la innovación se comporta como la materia

En mi tesis doctoral propuse una teoría interdisciplinar inspirada en la idea de modernidad líquida desarrollada por el filósofo polaco-británico Zygmunt Bauman y en el comportamiento de líquidos y gases, tanto en reposo como en movimiento (física de fluidos). Sugiero que la innovación es la materia de la que está hecha la moda. Y como toda materia, puede encontrarse en tres estados: sólido, líquido y gaseoso.




Leer más:
El universo dentro del último aliento de César


A su vez, la innovación puede encontrarse en tres fases: novedad, tendencia y moda. Este paralelismo no es metafórico, sino estructural. Igual que el agua cambia de estado en función de la temperatura y la presión, las innovaciones también se transforman dependiendo del contexto social, cultural y económico.

La novedad es el estado sólido: tiene forma, es densa, estática y circula entre pocos. De acuerdo a la teoría de difusión de las innovaciones –desarrollada a mediados de los sesenta del siglo pasado por el sociólogo estadounidense Everett Rogers–, esta etapa corresponde a los innovadores. Es una propuesta con gran valor simbólico pero sin difusión masiva.

Cuando comienza a expandirse, se vuelve tendencia y se hace líquida: fluye, se adapta, conecta comunidades. En esta fase aparecen los early adopters. Es el momento en que la idea empieza a convertirse en conversación.

Cuando alcanza el punto de fusión, traspasa un abismo (the chasm): la brecha crítica en el ciclo de adopción de un producto innovador. Sus primeros usuarios suelen ser visionarios, buscan las últimas innovaciones y asumen riesgos. En cambio, la mayoría temprana solo salta el abismo cuando ya la innovación ya ha sido probada y validada por otros.

En la viralidad de las modas o la adopción de nuevas innovaciones, pasado el abismo hay un punto clave (tipping point) en el que el contagio ya
es muy difícil de parar. Entra en el mainstream o mercado masivo y se transforma en moda: pasa al estado gaseoso, se masifica, pierde densidad, se vuelve omnipresente… hasta que se evapora.


Sandra Bravo

Este proceso es cíclico. Muchas innovaciones se quedan congeladas. Otras nunca se consolidan y no fluyen. Algunas se esfuman rápidamente, casi tan pronto como llegan. El deseo y la innovación, como la materia, necesitan condiciones para sostenerse.

Quién decide qué deseamos (y por cuánto tiempo)

Labubu ha pasado por todas esas fases. Empezó siendo una figura marginal (sólido), se volvió tendencia al cruzar nuevas audiencias (líquido) y alcanzó el estado gaseoso al viralizarse globalmente.

Los labubus están en TikTok, adornando bolsos de lujo y en reportajes de prensa. Lo que comenzó siendo un símbolo de distinción se va convirtiendo en ruido visual. Una señal de que el ciclo se agota. Y que quizá esté a punto de empezar de nuevo.

Pero las tendencias no cambian de estado por sí solas. Igual que el agua necesita temperatura y presión para transformarse, las modas también responden a estímulos externos. En este caso: marcas, algoritmos, consumidores e influencers.

La temperatura cultural la generan las campañas, los lanzamientos, el contenido visual. La presión simbólica proviene del deseo colectivo: la comunidad que replica gestos, los fans que buscan el objeto, la ansiedad por pertenecer.

Y además, existen fuerzas de empuje –como los influencers– que agitan el sistema desde dentro, validando tendencias y desplazando otras estéticas.

Yo soy así

Hoy, la visibilidad no depende tanto de lo que es, sino de cuántas veces puede ser compartido. Y así, emergen lo que yo llamo microidentidades líquidas: formas rápidas y flexibles de decir “yo soy así” en una cultura donde ese yo es mutable, compartido, estético y performativo.

Como explica el sociólogo británico Anthony Giddens, la sociedad actual en la modernidad tardía el yo se convierte en un proyecto reflexivo, construido a partir de las imágenes, elecciones y narrativas disponibles.

Y en un mundo que –en palabras del filósofo coreano y Premio Princesa de Asturias 2025 Byung-Chul Hanrecompensa la visibilidad y el rendimiento constante, cada tendencia se convierte en una máscara provisional. Un Labubu no es solo un objeto: representa pertenencia, afecto compartido, incluso un lenguaje generacional.

En este ecosistema volátil somos cuerpos flotando en un fluido simbólico: nos empujamos, nos chocamos, cambiamos de forma… al ritmo del mercado.

Del hype al vacío: flotar, saturarse, desaparecer

El formato blind box añade, además, una dimensión emocional: no solo compramos un objeto, sino también la experiencia misma de desear, esperar, probar suerte. En una cultura saturada de predicción algorítmica, el azar introduce una chispa de misterio. Para el filósofo francés Roland Barthes, la moda es lenguaje antes que indumentaria. Hoy podríamos decir que ese lenguaje habla, sobre todo, en clave emocional.

Las cajas cerradas no permiten ver qué labubu contienen, lo que añade emoción a la compra.
Sandra Bravo

Pero ese lenguaje también obedece a leyes físicas. El principio de Arquímedes dice que un cuerpo sumergido en un fluido desplaza un volumen equivalente. En moda ocurre lo mismo: cuando una tendencia entra con fuerza otra es empujada fuera. El mercado simbólico no es infinito. Solo flota lo que logra desplazar a otra estética. Los labubu, al popularizarse, reemplazaron a figuras kawaii anteriores como Molly o Sonny Angel.

Y como todo gas, el hype tiende a disolverse. La sobreexposición agota el deseo. Surgen copias, se pierde el misterio, aparece la saturación. Y entonces el ciclo se reinicia: nuevas versiones, más presión, más temperatura.

El misterio de lo que llega (y se va)

Wang Ning, fundador y director general de Pop Mart, supo leer el punto exacto de fusión de estos objetos. En 2025, tras sumar 20 mil millones de dólares a su patrimonio gracias a la viralidad de Labubu, apareció en las listas como el 79º hombre más rico del mundo. Porque entender el cuándo, más que el qué, sigue siendo el verdadero poder.

Este modelo de moda líquida no busca explicar caprichos estéticos, sino revelar el proceso por el que una innovación nace, se expande y termina por desvanecerse. Porque las tendencias, aunque parezcan imprevisibles, también tienen estructura. No flotan al azar: cambian de estado según la presión del deseo colectivo y la temperatura cultural que las rodea.

El verdadero reto para las marcas no es detectar lo nuevo, sino saber en qué punto del ciclo está. ¿Es aún salgo sólido y marginal, con alto riesgo de desvanecerse sin haber trascendido? ¿Está ya en fase líquida, ganando tracción? ¿O ya es gas, omnipresente pero a punto de evaporarse?

¿En qué punto del ciclo nos encontramos? ¿La fiebre de los labubus ha alcanzado ya el punto de saturación y tiende hacia la evaporación?
Sandra Bravo

Para los consumidores, su posición en esa curva depende de cuánto riesgo están dispuestos a asumir. Hay quienes adoptan lo que luego será moda incluso antes de que tenga nombre. Otros esperan a que sea seguro, validado, casi obligatorio. Y, en medio, fluyen millones de microidentidades que se encienden y se apagan como una llama.

Labubu no es la excepción. Es un caso perfecto: nació como rareza, fluyó como tendencia y explotó como moda. Hoy flota por todas partes. Pero también puede que pronto empiece a disiparse.

The Conversation

Sandra Bravo Durán no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Labubu, el peluche viral que explica cómo nacen (y se evaporan) las tendencias – https://theconversation.com/labubu-el-peluche-viral-que-explica-como-nacen-y-se-evaporan-las-tendencias-264413

Al sistema inmune también le salen ‘arrugas’: ¿qué ocurre cuando nuestras defensas envejecen?

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Daniel Miranda Prieto, Investigador Predoctoral de Inmunología, Universidad de Oviedo

El envejecimiento supone un gran desafío económico y sanitario para las sociedades occidentales. En España, por ejemplo, un tercio de la población será mayor de 65 años en 2055. Estas cifras apuntan a un incremento de casos de patologías asociadas a la edad como las enfermedades cardiovasculares o el cáncer, sin olvidar el aumento de las personas susceptibles a enfermedades infecciosas y autoinmunes.

Para prevenir o ralentizar esas consecuencias, resulta esencial comprender los cambios que experimenta nuestro cuerpo con el paso del tiempo. Es fácil entender qué ocurre en los huesos, el cerebro o las hormonas, pero ¿de qué manera afecta el envejecimiento a nuestras defensas?

Como veremos más adelante, nuevos hallazgos sobre la naturaleza de las enfermedades autoinmunes (cuando el sistema inmune ataca por error a nuestro propio cuerpo) nos están proporcionando pistas valiosas al respecto.

Los achaques del sistema inmunitario

El sistema inmunitario se puede dividir en dos ramas: la innata y la adaptativa. La primera responde rápidamente ante cualquier amenaza y avisa a la adaptativa. En ella participan, entre otros, dos tipos de glóbulos blancos: los monocitos y los neutrófilos. Estas células inician la inflamación, que nos ayuda a luchar contra las amenazas a las que nos enfrentamos. Sin embargo, las respuestas inflamatorias deben ser cortas y precisas, ya que si no el sistema inmunitario se agota manteniendo la inflamación y disminuye su capacidad para protegernos.




Leer más:
Enfermedades autoinmunes: ¿de verdad nuestro cuerpo se destruye a sí mismo?


La inmunidad adaptativa tarda varios días en desarrollarse porque actúa específicamente contra el microorganismo o célula cancerígena que nos amenaza. Está constituida por otro tipo de glóbulos blancos: los linfocitos T y B. Los primeros interaccionan con la inmunidad innata, eliminan células infectadas y activan a los segundos, que producen anticuerpos. Ambos generan células de memoria que recuerdan a los enemigos a los que nos hemos enfrentado para que, si vuelven a atacarnos, actuemos de forma más rápida y efectiva.

Lo que ocurre es que, con el paso del tiempo, nuestras células del sistema inmunitario también envejecen en un proceso llamado inmunosenescencia o immunoaging. En primer lugar, los neutrófilos y monocitos experimentan una reducción en su capacidad de moverse y de eliminar patógenos eficazmente. Y en lo que se refiere a la inmunidad adaptativa, la generación de nuevos linfocitos disminuye, lo que dificulta hacer frente a nuevos patógenos. Aunque se acumulan las células de memoria, su activación se ve limitada.

Esta nueva composición del sistema inmunitario favorece una inflamación constante y respuestas más débiles y desordenadas ante las amenazas. Nuestras defensas envejecidas se vuelven torpes y un poco más lentas. Todo ello contribuye a una mayor desprotección frente a infecciones, un mayor daño en nuestro organismo y, en consecuencia, al desarrollo de patologías asociadas a la edad.

Autoinmunidad: un envejecimiento prematuro

Pero, a veces, el envejecimiento del sistema inmune no se corresponde con la fecha de nacimiento. Es lo que ocurre con los pacientes de algunas enfermedades autoinmunes como la artritis o el lupus.

Recientemente, se ha descubierto un nuevo tipo de linfocitos B –las llamadas células B asociadas a edad o células ABC– cuyo número aumenta de manera natural al cumplir años. No obstante, su abundancia puede dispararse en otras situaciones.

Aunque inicialmente se pensaba que su función era únicamente producir anticuerpos frente a la presencia de patógenos, se ha comprobado que también juegan un papel central en la autoinmunidad. Es decir, estas células producen anticuerpos contra partes de nuestro propio organismo y activan a otros linfocitos, lo que contribuye a generar inflamación sostenida en el tiempo.

En esta situación, la inflamación agrava la enfermedad, afectando a diferentes tejidos; entre ellos, los vasos sanguíneos. Y es aquí donde encontramos una conexión entre las dolencias autoinmunes y ciertos achaques propios de la tercera edad.

Enfermedades cardiovasculares: el enemigo número uno

La primera causa de muerte en el mundo son las enfermedades cardiovasculares, y la edad es uno de los principales factores de riesgo. Pero además, muchos pacientes con enfermedades autoinmunes tienen una mayor probabilidad de padecer patologías del corazón respecto a la población sana de su misma edad y sexo.

Un evento clave que precede a muchas enfermedades cardiovasculares es la formación de placas de colesterol. Este proceso se ve favorecido por la inflamación, que daña las células de los vasos sanguíneos, favorece los depósitos de ese lípido e impide su eliminación por los macrófagos, aumentando así el tamaño de las placas. De ese modo, los cambios que alteran el funcionamiento de nuestras defensas pueden favorecer el crecimiento de las placas de colesterol y, con ello, el riesgo de enfermedades cardiovasculares.




Leer más:
Las mujeres tienen un sistema inmune más robusto, pero eso también puede pasarles factura


Ya que todos estos cambios se van acumulando, es fácil comprender que el riesgo se incrementará con el paso de los años, aunque no siempre es así. En ocasiones, nuestro sistema inmunitario sufre un envejecimiento prematuro, lo que explica que aparezcan dolencias asociadas a la edad en personas jóvenes, mucho antes de lo esperable. De hecho, se ha visto que las células ABC tienen un papel en las enfermedades cardiovasculares que no se puede explicar por la fecha de nacimiento de los individuos. En este caso, es más importante la edad de las defensas que la que figura en el DNI.

Este tipo de descubrimientos podrían abrir nuevos horizontes para ralentizar el envejecimiento del sistema inmunitario, mejorar la calidad de vida de los mayores y ayudar a encontrar soluciones a diversas patologías. La relación entre las dolencias autoinmunes y las enfermedades cardiovasculares podría ser una clave para aumentar nuestra longevidad. Quizá el sistema inmunitario albergue la fuente de la eterna juventud.

The Conversation

Daniel Miranda Prieto recibe fondos del Instituto de Salud Carlos III como investigador predoctoral con un Contrato Predoctoral de Formación en Investigación en Salud (PFIS) (ISCIII:FI22/00148, convocatoria en concurrencia competitiva).

Javier Rodríguez-Carrio recibe fondos en convocatorias competitivas como Investigador Principal del Instituto de Salud Carlos III para sus líneas de investigación en artritis reumatoide.

ref. Al sistema inmune también le salen ‘arrugas’: ¿qué ocurre cuando nuestras defensas envejecen? – https://theconversation.com/al-sistema-inmune-tambien-le-salen-arrugas-que-ocurre-cuando-nuestras-defensas-envejecen-261816

La revolución silenciosa de Giorgio Armani

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Sandra Bravo Durán, Socióloga y Doctora en Creatividad Aplicada, UDIT – Universidad de Diseño, Innovación y Tecnología

Giorgio Armani, retratado tras un desfile en Milán en 2015. FFFILMS.IT/Shutterstock

El mundo de la moda acaba de perder a una de sus figuras más silenciosamente influyentes. Giorgio Armani nos acaba de dejar a los 91 años, dejando tras de sí no solo una firma, sino un universo. En las últimas horas, los medios han recopilado biografías, líneas del tiempo y homenajes visuales.

Pero más allá de las cifras, las pasarelas y las celebridades, lo que queda es una pregunta más compleja: ¿qué hizo Armani con la sociedad? ¿Qué cambió, realmente, en nuestro modo de vestir, de ver y de estar en el mundo?

Decía la experta en industrias culturales Joanne Entwistle que el vestido ha sido siempre una frontera entre el cuerpo individual y el cuerpo social. Armani transformó esa frontera en un puente. Lo hizo con trazo limpio, sin levantar la voz. Convirtió la discreción en lenguaje, la sobriedad en estatus y la comodidad en poder. Armani no fue solo un diseñador: fue un editor de silencios, un arquitecto de códigos simbólicos.

Reescribir el traje: diseñar el poder sin gritarlo

En 1975, fundó su firma junto a Sergio Galeotti. Desde entonces, reescribió los códigos del poder. Lo hizo no a través del exceso, como Versace o Mugler, sino a través de la eliminación. Quitó forros, hombreras, rigidez. Desarmó el traje masculino desde dentro y propuso una nueva masculinidad que no necesitaba blindaje. En pleno auge del neoliberalismo y la cultura corporativa, Armani ofreció un uniforme para el poder tranquilo. Su propuesta no era disruptiva desde el grito, sino desde la pausa. Frente al maximalismo estridente, eligió el susurro. Y ese susurro transformó la estética ejecutiva en Hollywood, Wall Street y hasta en los gobiernos.

Una mujer con un vestido dorado en una alfombra roja.
Demi Moore vestida de Armani en la última ceremonia de los Globos de Oro.
Tilnseltown/Shutterstock

Uno de sus gestos más potentes fue también el menos comentado: su forma de tratar el cuerpo femenino sin erotizarlo ni infantilizarlo. Armani no diseñaba para agradar al deseo masculino, sino para empoderar al sujeto que lo llevaba. En los años 80, cuando el power dressing femenino llenaba las oficinas de hombreras afiladas y faldas tubo, Armani ofreció pantalones fluidos, blazers suaves, tejidos que abrazaban sin marcar.

No era una moda feminista en el sentido militante, pero sí profundamente política: daba herramientas para habitar el espacio público con autoridad no agresiva. En vez de simular al hombre, las mujeres Armani ocupaban su lugar con elegancia autónoma.

Más estilo que moda, más emoción que tendencia

El estallido global llegó en 1980 con American Gigolo. Richard Gere, prácticamente vestido de Armani en cada escena, se convirtió en el símbolo del nuevo hombre: elegante, sensual, seguro, pero también relajado. La película hizo por Armani lo que Sexo en Nueva York hizo por Manolo Blahnik. Desde entonces, el armanismo se expandió: no como una tendencia, sino como una estética emocional. Armani no vendía ropa; vendía actitud, luz tamizada, deseo contenido.

Un hombre con abrigo beis y cigarro en la boca.
Richard Gere en un fotograma de American Gigolo.
CinemaPhoto/Corbis

Lo mismo ocurrió con sus musas: Michelle Pfeiffer, Cate Blanchett, Julia Roberts… Ninguna respondía al estereotipo ruidoso de la diva sexualizada. Eran mujeres inteligentes, sofisticadas, con siluetas suaves y presencia hipnótica. Como si la ropa no las cubriera, sino que simplemente estuviera ahí, flotando en el aire.

El arte de construir sin logotipo

Mucho antes de que la industria hablara de lifestyle brands o universos de marca, Giorgio Armani ya había trazado una forma de expansión estética que no dependía de un logotipo visible. Su fuerza no residía en un símbolo gráfico, sino en un tono visual, un gesto compartido, una atmósfera. La marca Armani se reconocía por cómo caía un pantalón, por cómo iluminaba una pasarela, por el silencio elegante de un escaparate.

Una tienda blanca con una A gigante y una X gigante en su fachada.
Tienda de Armani Exchange, la marca juvenil de Armani, en Florida (Estados Unidos).
DowntownMiami/Wikimedia Commons, CC BY-SA

Desde los años noventa, diversificó sin fragmentarse: Armani Jeans, Emporio Armani, Armani Casa, Armani Beauty, Armani Hotels… Pero lo hizo sin sacrificar su narrativa. Cada extensión era una pieza más del mismo relato: sobriedad, calma, precisión. Fue uno de los primeros diseñadores en entender que la moda podía diseñar no solo prendas, sino experiencias. Su legado anticipó la lógica actual del branding emocional y la coherencia multisensorial que hoy persiguen las grandes casas de lujo.

Armani construyó un mundo reconocible sin necesidad de gritar su nombre. Y eso, en una industria obsesionada con el logo, sigue siendo una de sus mayores revoluciones.

La arquitectura invisible del estilo

Desde la sociología de la moda, el legado de Giorgio Armani puede leerse a través de varios ejes que explican su sofisticación estructural. Como sostenía el sociólogo Pierre Bourdieu, los objetos de moda son dispositivos simbólicos que nos ayudan a navegar las tensiones entre pertenencia y diferenciación. Armani transformó ese equilibrio en una forma de arte: construyó un capital simbólico basado en la contención, no en la ostentación. Sus prendas no buscaban deslumbrar, sino insinuar. No gritaban, susurraban. Su cliente no necesitaba exhibirse, sino habitar una elegancia sin fricción.

Una mujer desfila con un pantalón negro y una chaqueta colorida.
Imagen de un desfile de Giorgio Armani para la colección Primavera/Verano 2016.
Fashionstock/Shutterstock

Incluso desde la mirada del también sociólogo Zygmunt Bauman, Armani podría considerarse un maestro de la coherencia en un entorno líquido: fluyó con los tiempos, sí, pero sin diluirse jamás. Supo mantenerse en la parte alta del mercado sin necesidad de viralidad, sin coreografías ni ruidos. Él mismo lo dijo en una de sus últimas entrevistas: “Prefiero dejar intuir antes que exhibir”. Esa frase no es solo una declaración estética; es un manifiesto de poder simbólico.

Hay diseñadores que imponen, y otros que persuaden. Armani persuadía. No por casualidad comenzó como escaparatista y dibujante: siempre pensó como un arquitecto. Por eso sus colecciones parecían edificios invisibles: no se veían las estructuras, pero sostenían al cuerpo con precisión silenciosa. Su ropa era una forma de habitar el mundo con firmeza liviana.

Solía decir que el negro no es ausencia de color, sino la síntesis de todos ellos. Esa idea resume su visión: no se trataba de quitar para vaciar, sino para concentrar. Su moda era esencialista, no minimalista. Cada prenda tenía algo de haiku, de ceremonia japonesa, de exactitud sin alarde. Armani no diseñó para llamar la atención: diseñó para que el cuerpo habitara el estilo como se habita una verdad que no necesita ser dicha.

El verdadero lujo silencioso

Un hombre vestido de negro saluda.
Giorgio Armani saluda al público tras el desfile de Emporio Armani en la Semana de la Moda de Milán Otoño/Invierno 2019/20.
FashionStock/Shutterstock

La muerte de Giorgio Armani marca el fin de una era en la moda. Pero su legado no es un archivo cerrado: es un estilo de pensamiento. Quedan sus tejidos, sus cortes, sus desfiles. Pero sobre todo queda una forma de mirar el cuerpo, el género, el trabajo y el poder con delicadeza y profundidad.

En un momento en que la moda se ha vuelto algoritmo, meme, logotipo y viralidad, Armani sigue siendo ese susurro que atraviesa la sala. Una marca sin escándalo que entendió que el verdadero lujo no es hacerse ver, sino saber estar.

Ese quiet luxury del que ahora todos hablan, el que se ha convertido en tendencia, él lo practicó durante cinco décadas. Cuando aún no tenía nombre, Armani ya lo había convertido en código y lenguaje. Porque el auténtico lujo silencioso… era él.

The Conversation

Sandra Bravo Durán no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. La revolución silenciosa de Giorgio Armani – https://theconversation.com/la-revolucion-silenciosa-de-giorgio-armani-264635

Giorgio Armani: adiós al arquitecto de la elegancia moderna

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Pedro Mir, Profesor de Marketing – Comportamiento del Consumidor, Universidad de Navarra

Con el fallecimiento, a los 91 años, de Giorgio Armani, se cierra un capítulo dorado de la alta costura y se consolida el legado de un visionario que redefinió para siempre los códigos de la elegancia contemporánea. La muerte del diseñador constituye un momento crucial para un imperio que genera ingresos anuales de 2 300 millones de euros.

El revolucionario silencioso

Armani transformó la moda con sus siluetas no estructuradas, desafiando décadas de tradición sartorial. En una época en la que las hombreras dominaban las pasarelas y los trajes masculinos seguían códigos rígidos victorianos, el maestro milanés propuso algo radicalmente diferente: la sofisticación a través de la simplicidad.

Su genio residió en comprender que el verdadero lujo no gritaba, sino que susurraba. Las chaquetas Armani, con su estructura relajada y sus líneas fluidas, liberaron tanto al hombre como a la mujer del corsé de la formalidad extrema. Era, en esencia, el concepto de elegancia discreta convertido en un imperio multimillonario.

Cómo vestir los sueños de millones de personas

Armani es reconocido por haber inventado la moda de alfombra roja, un logro que trasciende la industria textil para adentrarse en el territorio de la cultura popular. Desde Richard Gere en American Gigolo hasta las estrellas de hoy, el diseñador italiano entendió que vestir a Hollywood significaba vestir los sueños de millones de personas.

Sus creaciones no solo adornaban cuerpos; construían personajes, definían épocas y establecían estándares de aspiración global. Cada traje de Armani en pantalla se convertía en un manifiesto silencioso sobre qué significaba ser elegante, poderoso y deseable.

Armani ayudó a definir el eslogan made in Italy como sinónimo de calidad para los consumidores, elevando la manufactura italiana a niveles de prestigio mundial. Su contribución trasciende la moda: fue un embajador cultural que exportó la sofisticación mediterránea a mercados globales, desde Tokio hasta Nueva York.

El imperio Armani no es solo un testimonio de éxito comercial, sino de la capacidad de una visión artística coherente para transformarse en un fenómeno cultural duradero.

El minimalista máximo

En una industria obsesionada con la ostentación, Armani abrazó la sobriedad como filosofía creativa. Sus paletas neutras, sus texturas exquisitas y sus cortes impecables demostraron que se podía ser revolucionario siendo sutil. Cada prenda era un ejercicio de sustracción: eliminar lo innecesario hasta alcanzar la esencia pura del diseño.

Esta aproximación minimalista no era frialdad, sino calidez destilada. Sus prendas envolvían al usuario en una segunda piel de confianza, transformando la vestimenta de mero atuendo a armadura psicológica.

Durante más de cinco décadas, Armani moldeó la elegancia moderna con una claridad de visión que se expandió mucho más allá de la moda.

Su influencia se extiende desde la arquitectura de sus boutiques hasta la filosofía de vida que representaba: la belleza encontrada en la simplicidad, el poder expresado con moderación. Hoy, mientras el mundo de la moda procesa esta pérdida irreparable, queda claro que Giorgio Armani no solo vistió cuerpos: vistió una época.

Su legado perdurará en cada silueta que celebre la elegancia por encima de la exhibición, en cada prenda que prefiera la sutileza al grito, en cada diseñador que entienda que la verdadera revolución, a veces, llega susurrando.

Il Signore Armani, como era conocido cariñosamente, nos deja no solo un imperio comercial, sino una lección maestra sobre cómo la visión artística auténtica puede transformar industrias enteras. En un mundo cada vez más ruidoso, su voz silenciosa resuena ahora con más fuerza que nunca.

CEO y único accionista de su empresa

El imperio Armani no era solo una marca, sino un ecosistema financiero meticulosamente estructurado. La arquitectura del negocio refleja la visión estratégica de su fundador: Giorgio Armani como la marca insignia de alta costura, Emporio Armani posicionada en el segmento accesible de lujo, y Armani Exchange capturando el mercado joven. Esta segmentación permitió al grupo penetrar múltiples demografías sin canibalizar sus propias marcas.

En una industria dominada por conglomerados como LVMH y Kering, Armani representaba la excepción: era tanto CEO como único accionista de la empresa, manteniendo un control absoluto sobre su visión creativa y estrategia comercial.

Esta independencia no fue solo ideológica, sino financieramente astuta. Sin presiones de accionistas externos, el grupo pudo mantener márgenes sanos y reinvertir consistentemente en su infraestructura global.

La empresa podría tener un valor actual de entre 6 000 y 7 000 millones de euros. Independientemente de la cifra exacta, Armani se consolidó como uno de los empresarios más exitosos de la historia de la moda.

Expansión estratégica más allá del textil

El genio financiero de Armani se manifestó en su capacidad de diversificación. La compañía opera una gama de cafés en todo el mundo, además de planear junto con Emaar Properties lanzar una cadena hotelera y resorts de lujo en grandes ciudades como Nueva York y Tokio. Esta expansión es la extensión lógica de una marca que había logrado trascender la moda para convertirse en sinónimo de un estilo de vida aspiracional.

El negocio Armani se había expandido hacia la música, el deporte y la gastronomía italiana, creando un ecosistema de marcas que se reforzaba mutuamente y maximizaba el valor de la propiedad intelectual.

Mientras otros grupos de lujo sufrían las fluctuaciones del mercado, Armani demostró una resistencia excepcional. El grupo de lujo italiano creció sus ingresos un 16,5 % en 2022 a pesar de la volatilidad del mercado. La estrategia conservadora del grupo, manteniendo una reserva de efectivo de más de mil millones, le permitió navegar crisis económicas sin depender de financiación externa o socios estratégicos. Esta liquidez no solo proporcionaba estabilidad, sino poder de negociación y capacidad de inversión contracíclica.

Un modelo de negocio que otros intentaron copiar

El éxito financiero de Armani no fue casualidad. Su modelo combinaba control vertical de la producción, expansión geográfica estratégica y una gestión de marca que maximizaba el precio de calidad superior.

Hoy, mientras el mundo de la moda procesa esta pérdida, los analistas financieros reconocen en Armani no solo a un diseñador, sino a un estratega que construyó una de las empresas más rentables y estables del sector de lujo.

Su capacidad para mantener márgenes superiores al 20 % durante décadas, expandirse globalmente sin perder identidad de marca y resistir las presiones de consolidación sectorial convierte su legado en un caso de estudio obligatorio para cualquier escuela de negocios.

El imperio que deja Armani no es solo un conjunto de activos, sino la materialización de una visión que entendió que el verdadero lujo no se compra, se construye. Marca por marca, tienda por tienda, temporada tras temporada.

The Conversation

Pedro Mir no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Giorgio Armani: adiós al arquitecto de la elegancia moderna – https://theconversation.com/giorgio-armani-adios-al-arquitecto-de-la-elegancia-moderna-264659

Respirar aire limpio, un derecho universal que se sigue vulnerando en todo el mundo

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Manuel Pujadas Cordero, Jefe de la Unidad de Caracterización y Control de la Contaminación Atmosférica, Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT)

Saurav022/Shutterstock

Tras la Segunda Guerra Mundial no resultó demasiado difícil consensuar a nivel internacional que el mantenimiento de la paz y la seguridad entre las naciones, el fomento del desarrollo económico y social y la promoción de la cooperación debían ser objetivos prioritarios y permanentes. La redacción y firma por representantes de 50 países de la Carta de las Naciones Unidas, en vigor desde el 24 de octubre de 1945, supuso la base fundacional de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuya Asamblea General consensuó y adoptó, tres años después, la famosa Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH).

Analizar los treinta artículos que constituyen ese imponente listado de derechos (políticos, sociales, económicos y culturales), capitales para todos los seres humanos, quizás nos permitiera identificar algunos otros que, dadas las circunstancias, no fueron considerados entonces prioritarios, aunque sin duda lo son.

Me refiero, por ejemplo, al derecho a respirar aire saludable o al derecho a beber agua realmente potable. Se podría decir que, por su naturaleza, ambos estarían implícitamente recogidos en el derecho a la vida, que lógicamente encabeza el listado de la DUDH. Pero lo cierto es que, casi 80 años después de aquella firma, para muchos millones de personas en todo el mundo se trata de aspiraciones tan básicas como inalcanzables.

Llegados a este punto y puestos a defender con decisión estos derechos tan primarios, antes resulta imprescindible definirlos y acotarlos técnicamente. Y para ello hay que responder a la siguiente cuestión: ¿en qué condiciones el aire o el agua dejan de ser aptos para el consumo? En una primera reacción podríamos pensar que se trata de una pregunta retórica porque su respuesta ya se conoce, sin embargo, nada más lejos de la realidad.

¿Qué es el aire?

Centrándonos en la primera parte de esa cuestión, conseguir establecer los límites físico-químicos mínimos que debe cumplir el aire respirable es un reto científico de primer orden.

El aire ambiente es una mezcla compleja de constituyentes, gaseosos y no gaseosos, que ha ido evolucionando a lo largo de la historia de nuestro planeta y que sigue en plena transformación.

La intuición llevó a Hipócrates (siglo IV a. e. c.) a relacionar ciertos problemas de salud con respirar aire “sucio”, pero no fue hasta el siglo XIX pasado cuando se comenzó a entender realmente qué era el aire y sus implicaciones.

Primero se identificaron los componentes gaseosos mayoritarios (nitrógeno, oxígeno y argón) y ya en el siglo XX se descubrió que estos se mantienen en proporciones bastante estables en la troposfera desde hace al menos 100 millones de años. Se identificó el papel del oxígeno como sostén de la vida aeróbica y, poco a poco, se fueron descubriendo otros muchos constituyentes minoritarios y sus diferentes papeles y efectos (sobre la salud humana, la biodiversidad, el clima, etc.).

Establecer este tipo de relaciones causales es una tarea muy compleja y en continua evolución que se viene desarrollando desde mediados del siglo XX, momento en el que nació el concepto de “calidad del aire”.

El Día Internacional del Aire Limpio

Gracias al trabajo de físicos y químicos atmosféricos, biólogos, médicos, ambientalistas, etc., se ha avanzado muchísimo en el conocimiento de la atmósfera, en general, y del aire ambiente y sus interacciones con la biosfera en particular. Esto ha permitido ir acotando los límites que deben establecerse para las concentraciones ambientales de aquellos constituyentes que por sus efectos negativos sobre la salud y el medio ambiente identificamos como contaminantes atmosféricos más peligrosos, como las partículas, el monóxido de carbono y el dióxido de nitrógeno.

Tras el inmenso golpe de la covid-19 en 2020, la ONU declaró el 7 de septiembre como el Día Internacional del Aire Limpio (“para un cielo azul”, según reza el eslogan). Seguramente, volver a constatar las terribles consecuencias de respirar en todo el mundo aire contaminado (en este caso biológicamente), contribuyó a esa decisión que, desde mi punto de vista, viene a reconocer implícitamente, por fin, la universalidad del derecho a respirar aire limpio y saludable.

Posteriormente, en 2022, la Asamblea General de las Naciones Unidas tomó una decisión histórica al reconocer que todos los humanos tenemos el derecho a acceder a un medio ambiente saludable. Esta vez el reconocimiento fue explícito y amplio, pero era “solo el principio”, como advirtió el secretario general de la ONU António Guterres, ya que requiere que todos los países apliquen medidas para “hacerlo una realidad para todo el mundo, en todas partes”.

Diferencias entre países

Décadas antes de este reconocimiento de la ONU, las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de muchas agencias medioambientales de distintos países evidenciaron la necesidad imperiosa de controlar la presencia en el aire ambiente de ciertos contaminantes (actualmente: partículas PM10 y PM2.5, ozono, dióxido de nitrógeno, dióxido de azufre, monóxido de carbono, etc.).




Leer más:
Efectos de las partículas en la salud: no solo el tamaño importa


Todo esto se fue implementando principalmente en zonas del mundo altamente desarrolladas, como EE. UU., Europa, Canadá, Japón, etc., a través de la adopción de estrictos marcos regulatorios y de fuertes mecanismos de control, tanto para las emisiones atmosféricas contaminantes de origen antrópico como para vigilar la calidad del aire, en un esfuerzo progresivo y permanente. Baste recordar, por ejemplo, que la última Directiva europea de Calidad del Aire es de octubre de 2024.

Fruto de estas iniciativas, la calidad del aire en esas áreas ha mejorado significativamente respecto a la existente hace cuatro o cinco décadas, y con ello la vida de muchísimas personas. No obstante, a estas alturas del siglo XXI, la experiencia cotidiana de otros muchos millones de personas, generalmente en países desfavorecidos y casi olvidados, es radicalmente distinta.

En esos entornos la calidad del aire, sencillamente, no es una prioridad y la población no puede ejercer su derecho básico a respirar con seguridad. En consecuencia, sus cifras de morbilidad y mortalidad prematura debidas a la contaminación del aire son escandalosas y periódicamente denunciadas por la OMS en informes oficiales demoledores.

Ante este panorama, no podemos resignarnos a que una gran parte de la población mundial siga sin poder ejercer el derecho básico a respirar un aire “razonablemente” limpio. Es inaceptable que desde su nacimiento muchísimas personas vean incrementar de manera continua e inexorable el riesgo de contraer enfermedades muy graves o de morir muy prematuramente por respirar sistemáticamente aire contaminado.

Por ello, los científicos e ingenieros tenemos que seguir trabajando sin descanso para mejorar la base de conocimiento en todos los aspectos relacionados con este problema y para encontrar soluciones urgentes. Como sociedad del siglo XXI, globalizada para tantas cosas, no deberíamos ignorar ni permitir este tremendo drama global.

The Conversation

Manuel Pujadas Cordero no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Respirar aire limpio, un derecho universal que se sigue vulnerando en todo el mundo – https://theconversation.com/respirar-aire-limpio-un-derecho-universal-que-se-sigue-vulnerando-en-todo-el-mundo-264287

Hablar dos idiomas desde pequeños: un entrenamiento cerebral para toda la vida

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Alejandro Martínez, Personal de investigación en el grupo Neuro-colab, UDIT – Universidad de Diseño, Innovación y Tecnología

Tolikoff Photography/Shutterstock

Cuando niñas y niños crecen escuchando dos idiomas, su familia y docentes a veces se preocupan: ¿se confundirá? ¿Tardará más en hablar? ¿Afectará a su rendimiento escolar?

Estas dudas son comprensibles: efectivamente, los niños y niñas bilingües pueden tardar un poco más en pronunciar sus primeras palabras o mezclar ambos idiomas al inicio. Sin embargo, esto no es un retraso patológico, sino parte natural de su aprendizaje. En realidad, están procesando el doble de información lingüística, lo que supone un entrenamiento adicional para el cerebro, que se fortalece de manera muy beneficiosa para toda la vida.

Qué significa ser bilingüe

Ser bilingüe no es simplemente hablar dos idiomas con fluidez: una persona bilingüe es quien usa regularmente ambos idiomas en su vida
. Esto incluye a quienes aprenden uno en casa y otro en el colegio, a los niños que hablan un idioma con un progenitor y otro con el otro, o a quienes viven en comunidades donde se alternan dos lenguas de manera habitual.




Leer más:
¿Cuándo se convierte alguien en bilingüe?


Ahora bien, ¿se es bilingüe para siempre? La respuesta es matizada. Una persona puede dejar de usar uno de sus idiomas y con el tiempo experimentar atrición lingüística: perder vocabulario, fluidez o precisión. No obstante, aunque la competencia práctica disminuya, el cerebro conserva las huellas de ese aprendizaje temprano. Estudios recientes muestran que los beneficios cognitivos —como la flexibilidad mental o la reserva cognitiva— persisten incluso en quienes han dejado de usar de manera activa sus dos lenguas.

El cerebro bilingüe en desarrollo

Durante la infancia, el cerebro es muy plástico. La hipótesis del período crítico sugiere que aprender idiomas temprano favorece una organización cerebral más integrada: las redes neuronales de los distintos idiomas se solapan y cooperan, en lugar de funcionar de manera separada como suele suceder en adultos.

Por ejemplo, un niño que aprende inglés y castellano desde pequeño puede alternar entre idiomas de forma rápida y natural, mientras que un adulto necesitará más esfuerzo y energía para cambiar de lengua. Hay diversos estudios de neuroimagen que muestran que cuanto antes se adquiere un segundo idioma, más se solapan sus redes neuronales con las del primero, reduciendo el esfuerzo para cambiar de lengua.

Un aprendizaje doble, no ralentizado

En la práctica, aunque parezca que los niños bilingües empiezan a hablar más tarde, lo que ocurre es que están distribuyendo su vocabulario entre dos idiomas. Si un niño monolingüe conoce 60 palabras en castellano, un bilingüe puede saber 30 en inglés y 30 en castellano: el total es el mismo. Es decir, progresan más despacio en cada lengua por separado, pero no en su desarrollo lingüístico global.

Más allá del vocabulario, gestionar dos idiomas desde temprano entrena el control ejecutivo, que incluye la capacidad de concentrarse, alternar tareas y filtrar distracciones. Por ejemplo, un niño bilingüe puede cambiar rápidamente entre instrucciones en castellano e inglés en clase, o seleccionar el idioma adecuado según con quién habla. Estas situaciones refuerzan la memoria de trabajo y la atención sostenida.




Leer más:
Pensar antes de hablar: cómo controlar la mente permite a los niños desarrollar el lenguaje


El cerebro bilingüe, además, suprime temporalmente la lengua que no necesita en cada contexto. Este proceso, conocido como [“control inhibitorio”], no significa “borrar” un idioma, sino apagarlo momentáneamente para que el otro fluya sin interferencias. Esa gimnasia cerebral fortalece redes vinculadas a la toma de decisiones, la planificación y la resolución de problemas.

Beneficios a lo largo de la vida

El bilingüismo no solo aporta ventajas durante la infancia: sus efectos positivos pueden mantenerse incluso si con los años se deja de usar uno de los idiomas de manera habitual. Aunque pueda perderse esta segunda lengua, el entrenamiento cognitivo temprano permanece latente.

Por ejemplo, adultos mayores que crecieron hablando dos idiomas muestran más materia gris en áreas clave del cerebro y se puede retrasar en ellos la aparición de síntomas de alzhéimer.

Flexibilidad cognitiva

Además, manejar dos idiomas fomenta la flexibilidad cognitiva, es decir, la capacidad de adaptarse a situaciones cambiantes. Cuando un niño o un adolescente cambia de idioma según con quién habla, lee un texto en un idioma y luego explica la misma idea en otro, está practicando la capacidad de concentración y atención focalizada en otros contextos: en juegos, conversaciones en entornos ruidosos, cambios inesperados en clase o en actividades extracurriculares. Esta flexibilidad le permite aprender nuevas habilidades de manera más fluida.

La clave no es que las personas bilingües sean “mejores” que otras personas, sino que su cerebro aprende a gestionar la información de manera diferente, lo que les permite enfrentarse a desafíos variados con mayor facilidad.

Estas experiencias contribuyen a lo que los científicos llaman “reserva cognitiva”, un recurso mental que protege el cerebro y ayuda a mantener capacidades cognitivas durante décadas, incluso en la vejez.

Cómo aprovechar las ventajas del bilingüismo

Fomentar el bilingüismo no significa presionar ni forzar resultados, sino crear contextos naturales de exposición a ambos idiomas. Leer cuentos en dos lenguas, ver películas en versión original con subtítulos, cantar canciones, jugar a juegos de roles o mantener conversaciones en la lengua familiar son maneras informales de practicar sin convertirlo en una obligación.

Esto es importante porque, aunque los programas académicos como el método AICLE (Aprendizaje Integrado de Contenidos y Lenguas Extranjeras) tienen un papel, el bilingüismo cotidiano se enriquece en situaciones más espontáneas: cocinar siguiendo recetas en francés, jugar a videojuegos en inglés o compartir historias familiares en la lengua materna. Estas experiencias refuerzan el vínculo emocional con el idioma y lo convierten en una herramienta viva, más allá de la escuela.

Lejos de ser un reto, la exposición a dos idiomas es una oportunidad para que los niños desarrollen un cerebro flexible, bien conectado y capaz de organizar el conocimiento de manera eficiente. Crecer en contextos que valoren ambos idiomas permite aprovechar estas ventajas cognitivas y culturales, apoyando tanto su aprendizaje académico como su desarrollo personal.

The Conversation

Alejandro Martínez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Hablar dos idiomas desde pequeños: un entrenamiento cerebral para toda la vida – https://theconversation.com/hablar-dos-idiomas-desde-pequenos-un-entrenamiento-cerebral-para-toda-la-vida-262576