La vida universitaria provoca menos ansiedad si tenemos autoestima y sentido de la coherencia

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Pedro Ángel Palomino Moral, Chair professor, Universidad de Jaén

Drazen Zigic/Shutterstock

En la etapa universitaria adquirimos nuevos conocimientos, forjamos amistades profundas, nos asomamos a las posibilidades profesionales… Pero también podemos ver tambalearse nuestra salud mental.

Diferentes investigaciones indican que entre el 30 y el 60 % de los estudiantes universitarios sufre ansiedad. Tiene sentido si consideramos que la vida universitaria representa un reto de adaptación y equilibrio, en la que se manifiestan diversos estresores que requieren atención y esfuerzo mantenido: clases, horarios, contenidos diversos según asignaturas, relaciones con compañeros y profesorado, retos económicos, nuevas responsabilidades… Además, la gestión adecuada y equilibrada del tiempo de estudio, ocio y descanso no suele ser sencilla, lo que puede afectar al bienestar y calidad de vida del estudiantado.

En un estudio que hemos desarrollado sobre una muestra representativa de 530 estudiantes andaluces –el 56,6 % mujeres, con una edad media de 20,11 años–, más del 60 % presentó niveles de ansiedad clínicamente relevantes, con puntuaciones más altas en las chicas. Los datos reflejaron que la ansiedad aumentaba cuando los estudiantes presentaban escasa autoestima y falta de sentido de la coherencia (SOC), definido como la capacidad que tienen las personas para percibir la vida como comprensible, manejable y significativa.

Cuando el estrés deja de ser adaptativo

Desde la perspectiva de los psicólogos Richard Lazarus y Susan Folkman, la ansiedad se entiende como una respuesta emocional derivada de la valoración cognitiva que la persona hace de su situación personal. Así, la vida universitaria puede ser estimulante, atractiva y desafiante para unos, o amenazante y excesiva para otros. Dicho de otro modo, no pesan tanto las demandas externas sino cómo la persona las interpreta, las evalúa y construye sus respuestas.

Si el estudiante considera que una demanda académica, social o personal supera sus capacidades, aparece la ansiedad como señal de desajuste. En este sentido, la ansiedad puede entenderse como un indicador de desequilibrio entre las exigencias del entorno y los recursos de afrontamiento disponibles, lo que hace necesario reforzar recursos protectores como el apoyo social, el sentido de coherencia, el afrontamiento funcional (basado en la solución de problemas, la aceptación y la reinterpretación positiva) o la autoestima.

El sentido de coherencia y la autoestima funcionan como escudos psicológicos

Analizando las trayectorias de los estudiantes que participaron en nuestro estudio, identificamos que hay dos elementos que nos protegen frente a la ansiedad: el SOC y la autoestima. En cualquier contexto, estos dos rasgos actúan como mecanismos psicológicos de integración, que nos protegen emocionalmente, amortiguan el impacto de los estresores y permiten una interpretación más comprensible, manejable y significativa de las exigencias y demandas externas.

Otra conclusión interesante es que tanto el SOC como la autoestima están más presentes cuanto mayor es el apoyo social y más positiva es la dinámica familiar positiva de los estudiantes.

Preparados para resistir a la sobrecarga académica y la presión social

La sobrecarga académica, la inadecuada planificación del proceso de estudio y aprendizaje, la presión social o las dificultades económicas pueden hacer a los estudiantes caer en la ansiedad si no están emocionalmente preparados.

Tradicionalmente, los enfoques de intervención sobre la ansiedad se han centrado en identificar el problema (una vez aparece) y los síntomas. Sin embargo, el llamado modelo salutogénico de Aaron Antonovsky ofrece una perspectiva alternativa: identificar los recursos que promueven la salud, el desarrollo humano, la capacidad de respuesta o la adaptación. Es decir, prevenir (dotando de herramientas psicológicas) mejor que curar, haciendo al estudiantado más resistente a las situaciones estresantes gracias al apoyo social, un funcionamiento familiar sano y buenas dosis de autoestima.

La autoeficacia y el optimismo también nos protegen

En la jerga se habla de Recursos Generalizados de Resistencia (GRR) para referirse a aquellos recursos internos y externos que permiten a los estudiantes comprender, manejar y dar sentido a las tensiones de la vida universitaria. Dos de los recursos internos más poderosos son el SOC y la autoestima, pero también se incluyen en la lista la autoeficacia (creencia en las propias capacidades), el optimismo, la resiliencia o las habilidades de afrontamiento activo del estrés y manejo de problemas.

En cuanto a los recursos externos, se refieren a aquellos relacionados con la red y el entorno del estudiante: el apoyo social, la red de ayuda de proximidad a partir de amigos y compañeros, las relaciones familiares funcionales, la pertenencia a grupos, las asociaciones, etc. Al aportar ayuda incondicional al estudiante, refuerzan su capacidad de manejar las demandas.

También las relaciones positivas con docentes y la mentoría pueden contribuir a evitar que la ansiedad aparezca. La propia institución universitaria puede contribuir a crear contextos académicos saludables, significativos y accesibles mediante los programas de tutorización, apoyo psicológico, orientación académica y mentoría.

Así se crea un ecosistema facilitador del bienestar emocional en el marco de una cultura participativa, orientada al desarrollo humano, que debe estar cimentada en valores compartidos de respecto, esfuerzo, equidad, solidaridad e inclusión donde la salud también es un valor conectado con la sostenibilidad y el desarrollo humano.

The Conversation

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.

ref. La vida universitaria provoca menos ansiedad si tenemos autoestima y sentido de la coherencia – https://theconversation.com/la-vida-universitaria-provoca-menos-ansiedad-si-tenemos-autoestima-y-sentido-de-la-coherencia-266694

Impulsando el Día Mundial ‘One Health’: nos va la vida en ello

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Jesús Pérez Gil, Catedrático de Universidad, Dpto. Bioquímica y Biología Molecular, Facultad de Ciencias Biológicas, Universidad Complutense de Madrid

Este 3 de noviembre se celebra el Día Mundial One Health o, en español, “Una Sola Salud”. Es una oportunidad para hacer a todos conscientes de que la salud global requiere un cuidado a múltiples niveles, muchos de ellos preventivos, y en todos los casos multidisciplinares.

Uno de los mayores impactos son los efectos del cambio climático en nuestra salud. Los daños que causan las altas temperaturas en la salud de las personas más vulnerables es lo más visible del “iceberg”, pero hay mucho más.

Una sola salud

El enfoque One Health o “Una Sola Salud” advierte que hay que abordar la salud de un modo integral. Los humanos no somos piezas aisladas en el entorno que habitamos. No somos burbujas, ni iglús, todo nos afecta.

Muchos de los problemas y desafíos más severos tienen que ver con cuestiones que se inician o extienden desde o hacia la salud animal. Las especies que nos sirven para producir alimentos, nuestras mascotas, y las especies silvestres integradas en todos los ecosistemas interaccionan de múltiples modos con los seres humanos, y esa interacción se proyecta de forma global sobre el medio ambiente y el planeta en su conjunto. No somos islas.

La conexión animal-humano

La epidemia de covid-19 que todos tenemos presente fue un claro ejemplo de esta interacción. Se trata de una zoonosis, es decir, una enfermedad transmitida por un patógeno que salta entre diferentes especies animales y el hombre.

En el caso de la covid-19, aun se está debatiendo cuál fue la especie animal original. Pero es solo un ejemplo de múltiples enfermedades zoonóticas que han afectado a la salud humana a lo largo de la historia, incluyendo las recientes encefalopatía bovina espongiforme (el mal de las “vacas locas”), el síndrome respiratorio agudo severo (SARS-Cov-1), el ébola, la gripe aviar, el síndrome respiratorio del oriente medio (MERS) y otras.

Lejos de culpabilizar a los animales silvestres, se sabe que cuando un virus puede infectar a múltiples especies, su efecto es menos devastador que cuando sólo hay una especie huésped. Por desgracia, la reducción de hábitats, la agricultura, la ganadería y el cambio climático están produciendo la extinción de muchas especies, generando una pérdida de diversidad.

Los diferentes ecosistemas empobrecidos son mucho menos adaptables a condiciones cambiantes, y menos capaces de absorber y amortiguar el impacto de factores diversos. El hacinamiento humano y de los animales estabulados, el aumento significativo de animales de compañía y la alta movilidad global de las personas, animales y mercancías acaban configurando un cóctel perfecto para futuras pandemias.

Cambio climático

Pero la visión One Health abarca mucho más.

Las evidencias científicas son incontestables: llevamos años, décadas, registrando de forma progresiva un incremento sostenido de la temperatura media del planeta. Cada año registramos récords de temperaturas en múltiples localidades, en invierno y en verano, en el hemisferio norte y el sur.

La temperatura media de los océanos es más alta que nunca, lo cual parece estar alterando la dinámica de sus corrientes y flujos de materia y vida. El hielo de los casquetes polares, y también el de los glaciares de nuestras montañas, no deja de retroceder, o incluso de desaparecer.

Hay un amplio acuerdo en que la salud del planeta está comprometida, y que la actividad humana durante el último siglo, incluyendo el gasto masivo de combustibles fósiles y la liberación de CO₂ a la atmósfera, tiene mucho que ver en ello. La alteración dramática del equilibrio de energía, agua y recursos está ya suponiendo un impacto muy importante sobre la sostenibilidad de los ecosistemas que compromete el futuro cercano de muchas especies, y también de la sociedad humana tal y como la conocemos.

Impacto del cambio climático en salud

Uno de los mayores impactos que quizá de forma imperceptible para todos estamos empezando a sentir tiene que ver con los efectos del cambio climático en nuestra salud. En 2024, casi 63 000 personas de 32 países europeos murieron a causa del exceso de calor.

Estas muertes de las personas más vulnerables es solo la punta del iceberg, pues el efecto del cambio climático es mucho mayor para la salud de las personas, de los animales y del medio ambiente.

Este cambio climático promueve que patógenos y vectores de patógenos extiendan su distribución hacia latitudes más altas y que sus ciclos de vida se aceleren, con lo cual se extienden muchas enfermedades hasta alcanzar regiones donde antes no existían. Por ejemplo, acaba de notificarse la detección por primera vez de mosquitos en Islandia, un lugar donde hasta ahora eran desconocidos, asociada a récords de temperaturas.

También provoca cambios en el ciclo del agua, aumentando la temperatura, aumentando el nivel del mar y cambiando regímenes hídricos que causan grandes lluvias torrenciales con mayor intensidad y frecuencia, como las que tristemente acontecieron hace aproximadamente un año en el levante español, con sus tristes consecuencias. Más de 230 muertos en un sólo episodio. Un año después, volvemos a recibir noticias de danas en el litoral levantino casi cada día.

El cambio climático también causa el desplazamiento de poblaciones a consecuencia de la desertificación, la falta de agua o la pérdida de recursos, lo que conlleva un empeoramiento de las condiciones higiénicas y socioeconómicas de los pueblos, redundando de forma inmediata en su salud. Peor alimentación, peor entorno, menores oportunidades de desarrollo, generan sin duda peor salud y tensionan los sistemas sociosanitarios.

Impulsemos One Health

Necesitamos que las estructuras que gestionan las condiciones de salud de nuestra sociedad incorporen esta visión, que debe ser también altamente cooperativa.

El enfoque One Health se centra sobre todo en mantener un equilibrio entre la salud de las personas, de los animales y del medioambiente, basado intrínsecamente en la prevención. Organismos como el Banco Mundial ya ponen de relieve datos económicos enfatizando que los gastos en prevención son sólo del 10 % respecto a los beneficios económicos que conllevan. La mitad del PIB mundial depende de la naturaleza, y los ecosistemas sanos sustentan alrededor del 40 % de los empleos a escala mundial. Es decir, que el enfoque One Health, además de mejorar nuestra salud, también garantiza el mantenimiento de nuestros sistemas económicos.

Médicos, farmacéuticos, veterinarios, biólogos, enfermeros, psicólogos, sociólogos, deben trabajar juntos para adelantarse y prevenir el impacto de tantos factores sobre la salud.

Las normas, las leyes, las políticas, deben incorporar este abordaje para garantizar mejor calidad del agua, del aire, ciudades mejores, más amigables y más sostenibles, o un seguimiento más eficiente de las condiciones ambientales que producen mayor impacto en nuestra salud.


Además de los firmantes, han participado en este artículo Rita de la Plaza (Tesorera del Consejo General de Colegios Farmacéuticos) y Miquel Molins (Secretario del Consejo General de Colegios Oficiales de Veterinarios). Ambos son miembros, como los firmantes, de la Directiva de la Plataforma One Health de España.


The Conversation

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.

ref. Impulsando el Día Mundial ‘One Health’: nos va la vida en ello – https://theconversation.com/impulsando-el-dia-mundial-one-health-nos-va-la-vida-en-ello-267026

Los planes arquitectónicos de Donald Trump demuestran que la antigua Roma sigue estando de moda

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Israel Campos Méndez, Profesor Titular de Historia Antigua, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

Donald Trump en el Despacho Oval de la Casa Blanca con una maqueta de la ampliación de la Casa Blanca y el nuevo arco del triunfo que quiere construir en Washington. White House, CC BY

Cuando en el año 54 a. e. c. Julio César todavía no había terminado de conquistar toda la Galia (Francia), ya había proyectado que la mejor forma de asegurarse un lugar en la posteridad debía ser invertir en obra pública. Llevaba cinco años de guerra contra los galos y veía que el final se encontraba cerca. Por ese motivo, consiguió que se autorizara el inicio de la muy necesaria ampliación del foro romano, por medio de la construcción de lo que acabaría llamándose el Foro Julio. De esta forma, el centro político de Roma, donde tenían lugar las asambleas del pueblo y estaban presentes los edificios públicos más importantes, tendría un nuevo espacio de expansión.

La guerra civil que se inicia entre César y sus rivales políticos en Roma y lo grande de la empresa provocaron que hasta el año 46 a. e. c. el Foro Julio no pudiera ser inaugurado de forma oficial. En él se dispuso una enorme plaza rectangular para alojar una estatua ecuestre de César. Además, había un lugar primordial para un templo dedicado a la diosa romana Venus Generatrix, de quien la familia Julia se consideraba descendiente. Se completaba el espacio con un comicio para las reuniones públicas y una zona de mercados y tabernas para el entretenimiento de la población.

Foro de Julio en Roma.
Foro Julio en Roma.
Viacheslav Lopatin/Shutterstock

Las funciones prácticas de uso estaban aseguradas, pero no podemos ignorar cuál era la intencionalidad que había detrás de esta construcción. Se trataba de un ejercicio de demostración de poder iniciado cuando el pulso contra Pompeyo el Grande, su principal rival político, y el sector conservador del senado romano empezaba a barruntar un futuro enfrentamiento militar.

Al mismo tiempo, se convirtió en el escenario perfecto donde terminar de confirmar su triunfo, no solo en las guerras contra los galos, sino, principalmente, la victoria contra Pompeyo en la ciudad griega de Farsalia y las demás batallas importantes que tuvieron lugar entre los años 49 y 45 a. e. c. de guerra civil y que abarcaron África y la península ibérica.

Las construcciones en la antigua Roma

César no fue el único gobernante romano en entender la importancia de la construcción de edificios que no solo resolvían necesidades públicas, sino que funcionaban como escaparate de sus propios logros personales o el ejercicio personalista del poder.

De hecho, durante la época de la república se esperaba de los magistrados que invirtieran parte de su capital en un ejercicio de generosidad cívica. De esta forma se revertían sobre la ciudad los beneficios económicos que obtenían desde sus puestos de poder político.

Sin embargo, a partir de la instauración del imperio, desde Augusto en adelante, los emperadores entendieron que su poder también se reflejaba en la capacidad para dejar su impronta urbana a través de la construcción de edificios que actuasen como una gran pintada que dijera: “Fulanito estuvo aquí”. El complejo palaciego de la Domus Aurea (literalmente “Casa de Oro”) fue construido para satisfacer la megalomanía de Nerón en esa misma línea. Posteriormente en el área que ocupaba se construyó el Coliseo.

Pasión histórica por la Antigüedad

Ha quedado por tanto asumida, dentro del imaginario colectivo occidental, la idea de que propaganda y ostentación encuentran en el mundo romano un lugar donde inspirarse.

Los grandes palacios, teatros o iglesias de los siglos XVII al XIX reproducían los esquemas constructivos del clasicismo. El monumento nacional a Víctor Manuel II –también conocido como Altare della Patria– a los pies del Capitolio de Roma es una imitación del famoso “Altar de Pérgamo”. El Imperio napoleónico utilizó el arco del triunfo romano como elemento de celebración de las victorias militares –como muestra el que se encuentra en París–.

Maqueta del diseño de una ciudad.
Maqueta del diseño de Berlín según los planos del arquitecto nazi Albert Speer.
Bundesarchiv, Bild 146III-373, CC BY-SA

Y en el siglo XX, las dictaduras personalistas fascistas miraron también a la Antigüedad para generar los instrumentos visuales con los que transmitir la grandeza y el triunfalismo. De esta forma, su arquitectura utilizó la retórica de la grandeza del pasado clásico como un vehículo para glorificar el poder y la estabilidad del régimen. Mussolini encargó el “Palazzo della Civiltà Italiana” como un nuevo coliseo rectangular. Y la maqueta del proyecto de Hitler para la nueva capital de Alemania evocaba una nueva Roma.

Imperio llama a Imperio

En estos días, ha llamado la atención un nuevo ejemplo de cómo dicha cultura sigue siendo referente para la transmisión de estos propósitos. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, proyecta construir un enorme arco del triunfo en la ciudad de Washington con motivo de la conmemoración del 250 aniversario de la independencia de este país.

Estados Unidos es un territorio que no tiene un pasado vinculado con la huella del Imperio romano. Por eso, resulta enormemente llamativo comprobar cómo está plagado de recreaciones arquitectónicas que buscan entroncar directamente con este pasado. Cuando se construyeron la mayoría de ellos –pensemos en el Capitolio, el obelisco del Monumento a Washington, el Lincoln Memorial, etc.– se podía entender que la antigüedad clásica estuviera ejerciendo aún una influencia destacable en el modelo político y de propaganda. Sin embargo, en el momento actual, cualquier evocación directa a símbolos arquitectónicos de un pasado remoto nos parece un tanto paradójica.

La razón podría ser que en estos tiempos el gobierno conservador norteamericano está interesado en romper con cualquier “modernidad” y buscar en los “modelos tradicionales” la recuperación de una época dorada perdida. La remodelación del ala este de la Casa Blanca, cuya construcción anterior tenía una clara evocación neoclásica, se ha proyectado como un enorme salón de baile. Si nos fiamos de los planos difundidos, reproducen el interior de una basílica romana cargada de columnas corintias y rosetones en el techo. El proyecto del arco del triunfo está coronado también por una enorme estatua de lo que debe ser una diosa alada de la victoria.

Un hombre sujeta una foto de un salón dorado y explica algo ante otros hombres sentados alrededor.
Donald Trump muestra la maqueta de su nuevo proyecto de Casa Blanca y una imagen de cómo será el salón de baile en una reunión con el secretario de la OTAN Mark Rutte.
White House, CC BY

Esto confirma que los modelos icónicos procedentes del mundo romano antiguo están dando forma a programas propagandísticos. Pero se trata de un uso que queda separado de los valores arquitectónicos intrínsecos de los edificios tomados como referentes. Después de todo, las basílicas en la antigua Roma eran espacios públicos pensados para que los magistrados pudieran impartir justicia y la población desarrollara sus negocios protegida de las inclemencias del tiempo. Lo único que pervive en su diseño actual es la utilización interesada de una idea de ese imperio que todavía sirve para lanzar un determinado discurso.

Porque lo que evoque a la grandeza de Roma continúa siendo percibido como sinónimo de grandeza actual. Después de todo, esa época es el espejo donde nos seguimos mirando.


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The Conversation

Israel Campos Méndez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Los planes arquitectónicos de Donald Trump demuestran que la antigua Roma sigue estando de moda – https://theconversation.com/los-planes-arquitectonicos-de-donald-trump-demuestran-que-la-antigua-roma-sigue-estando-de-moda-268457

El cerebro no sólo piensa, también quema grasa

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Enrico Castroflorio, Neurocientífico especializado en función sináptica y lípidos, Universitat de les Illes Balears

Kateryna Kon/Shutterstock

Durante décadas, los libros de Biología repitieron la misma idea: las neuronas solo funcionan gracias al azúcar y la glucosa es su combustible exclusivo, su “gasolina premium”.

No obstante, un nuevo estudio publicado en Nature Metabolism acaba de dar la vuelta a esa historia: las neuronas también pueden quemar grasa para producir energía. Y no de forma excepcional, sino como parte de su funcionamiento cotidiano.

Este descubrimiento cambia cómo entendemos el metabolismo cerebral. Las sinapsis (las estructuras por las que las neuronas se comunican entre sí) almacenan pequeñas gotas de grasa que pueden ser utilizadas como fuente directa de energía cuando el cerebro lo necesita. En otra palabras: nuestro cerebro no solo piensa, también “quema” lípidos.

Las gotas de grasas que alimentan el pensamiento

Un equipo liderado por investigadores de la Universidad de Yale y Cornell ha identificado una enzima clave, llamada DDHD2, como una lipasa sináptica: su función es romper los triglicéridos contenidos en las gotitas de grasa para liberar ácidos grasos que las mitocondrias pueden quemar para producir ATP, la moneda energéticas de las células.

En un ensayo animal, los científicos bloquearon DDHD2 en ratones y observaron que las neuronas se llenaban de estas gotitas, haciendo que el cerebro perdiera energía rápidamente. Además, los animales entraron en un estado de letargo o torpor similar al que se observa durante el ayuno extremo o la hibernación, reduciendo su temperatura corporal de varios grados.

Este experimento clave demuestra que las neuronas dependen de la combustión de grasa para mantener su actividad eléctrica y comunicarse entre sí.




Leer más:
Nuestras neuronas sufren atascos que pueden dañar el cerebro


Sinapsis con hambre: cuando la electricidad impulsa el metabolismo

El estudio fue todavía más allá: los autores observaron que la actividad eléctrica de las neuronas regula directamente el uso de grasa. Cuando los investigadores inhibían la comunicación eléctrica entre neuronas, las gotas de lípidos se acumulaban. Y, por el contrario, cuando se permitía que las neuronas se activaran, las grasas se consumían más rápido,

Es decir, cada impulso nervioso viene acompañado de un pequeño “chispazo metabólico”. ¿Y cómo funciona?

Las sinapsis utilizan su reserva local de lípidos para generar ATP, la moneda energética que las células utilizan para “comprar” reacciones bioquímicas y, así, mantener la maquinaria de reciclaje de vesículas sinápticas. Incluso en ausencia de glucosa, las neuronas pueden seguir funcionando gracias a esta “combustión de emergencia”.

Si lo pensamos, el proceso es muy similar a la forma en que los músculos recurren a la grasa cuando se agota el azúcar durante el ejercicio intenso.

Implicaciones para las enfermedades neurológicas

Si bien ya se conocía que la mutación en el gen DDHD2 produce una rara enfermedad hereditaria llamada paraplejia espástica compleja tipo 54, que causa debilidad motora, discapacidad intelectual y problemas de visión, este nuevo estudio explica por qué. Sin DDHD2, las neuronas no pueden liberar los ácidos grasos que necesitan para producir energía. El resultado deriva en el colapso metabólico local en las sinapsis, que afecta a la transmisión neuronal y, como consecuencia, a la función cognitiva.

Además, este descubrimiento abre una nueva línea de investigación sobre el papel de los lípidos en otras patologías cerebrales. [Enfermedades como el alzhéimer], el párkinson o la esclerosis lateral amiotrófica se han asociado con alteraciones en el metabolismo lipídico del cerebro.

Por tanto, nuevas terapias basadas en el mantenimiento del metabolismo lípidico o en lípidos sintéticos podrían ser la clave para mantener o facilitar la correcta comunicación entre neuronas en enfermedades donde este diálogo neuronal se interrumpe, con consecuencias devastadoras.




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Reparar la barrera cerebral: ¿una nueva vía para frenar el alzhéimer?


Unas neuronas más “flexibles” de lo que creíamos

Más allá de la curiosidad científica, este trabajo nos recuerda que el cerebro es un sistema metabólicamente flexible y sorprendentemente adaptable. Puede usar azúcar, lactato, cuerpos cetónicos (productos de desecho de las grasas) y, como ahora sabemos gracias a este estudio, las neuronas recurren constantemente a sus propias reservas de grasa para mantenerse activas.

Con este nuevo trabajo, la frontera entre metabolismo y pensamiento se difumina: cada idea, cada recuerdo, cada movimiento depende de un equilibrio energético que las neuronas ajustan con precisión. Saber que su función también es quemar grasa dentro de sus sinapsis añade una capa más de complejidad y belleza a las células del cerebro.

The Conversation

Enrico Castroflorio recibe fondos de Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidad, Agencia Estadal de Investigación. Trabaja como investigador senior para Laminar Pharmaceuticals y es Profesor y Colaborador de Universidad de las Islas Baleares (UIB).

ref. El cerebro no sólo piensa, también quema grasa – https://theconversation.com/el-cerebro-no-solo-piensa-tambien-quema-grasa-268254

The anguish of losing: The Blue Jay fan’s guide to dealing with feelings of despair

Source: The Conversation – Canada – By Craig Greenham, Associate Professor, Department of Kinesiology, University of Windsor

The thrill of victory and the agony of defeat. This tidy maxim has been used for years to describe sports outcomes.

This polarized expression, however, oversimplifies fan reaction to events like the Blue Jays’ World Series loss, ignores the complicated emotional terrain of fandom and fails to recognize the psycho-social forces at work.

So, why are many Canadians so deeply invested in the Blue Jays?

Fans develop parasocial relationships with players, teams and even broadcasters — evident in the outpouring of emotion surrounding Jays’ announcer Buck Martinez’s cancer journey — through repeated media exposure.

Over time, these constant encounters foster a sense of familiarity and emotional intimacy, as if a genuine personal relationship exists. In a way, it makes sense: over the course of a long season, many Blue Jays fans see and hear more from slugger George Springer than from some of their real-life friends.

Personal pain

Jays losses therefore feel personal — and so, too, does the team’s success. This connection is captured by the concept of what’s known as BIRGing — basking in the reflected glory — when fans feel a sense of personal triumph when their team performs well, as though there’s a twinning of fates.

The phenomenon was playfully illustrated in a 2024 A&W promotion — “Blue Jays Win, You Win” — that offered free or discounted food after each victory, literally tying fan rewards to team success.

Of course, the opposite is true too. When the Jays fall short, fans feel lacerated. The more crucial the game, the deeper the cut. Given this emotional investment, it’s no surprise that Blue Jays fans felt like a bundle of nerves heading into Game 7 and were devastated by the result.

The nature of the Game 7 loss inflames the emotions further — a game the Jays were leading until the ninth inning. There were opportunities to increase that lead that went maddeningly unrealized, embattled relievers yielded home runs to Dodger lesser lights, there were near-collisions in the outfield that could have jarred loose a key run from an outfielder’s glove, and a play at home plate that required frame-by-frame analysis to determine an outcome ultimately unfavourable to the Jays.

Canadians understand the description “sudden death” as a hockey term, but there’s no denying that Game 7 created a similar profound sense of loss, not just in Toronto but across the country.

In the sports realm, the ninth inning events resembled a funeral for Jays fans. The finality and closure was symbolized by the final out; the loss of routine and community created a void and disconnection for fans; feelings of mourning a dream amid the vanquished hope as the team fell just short of the ultimate World Series goal; and an unknown future that brings with it the anxiety of not knowing which players will return and an understanding these opportunities are rare.

Players and fans have to navigate and negotiate their way through the loss. The tears on the field and in the clubhouse mirrored those in the stands and living rooms across the country, a vivid reminder that fandom is as much about emotional commitment as the scoreboard.

Haunted by the Maple Leafs

Of course, Blue Jays fandom isn’t siloed — especially for those in Ontario. Many of the club’s loyal supporters are equally passionate about the forlorn Toronto Maple Leafs, who have not won a Stanley Cup since 1967.

The hockey club has put the fan base through the proverbial wringer with prolonged periods of ineptitude, mixed with inexplicable collapses and controversial playoff defeats.

The fragility of this fan base is palpable — excited in hope, but also braced for doom because of its frequent visits. Toronto sports fans aren’t used to being favoured by fortune. That’s why moments like the Joe Carter World Series home run in 1993 or the Kawhi Leonard buzzer-beater baseline jumper in the 2019 NBA playoffs have been immortalized.

Kawhi Leonard’s iconic buzzer beater in 2019. (NBA)

They’re outliers, those precious times when the fan base evaded the grim reaper’s scythe and grasped the greater glory.

The rarity of these victories elevates them to mythic moments — reminders that even in a history full of sports heartbreak, there are flashes of transcendent jubilation that justify the fan’s emotional investment.

Five stages of grief

Sports fans are nothing if not resilient, however, and Blue Jays fans are working themselves through the classic five stages of grief — denial, anger, bargaining, depression and acceptance.

What has likely expedited the process and softened the blow for some is the fact that the Blue Jays weren’t expected to challenge for the World Series at all in 2025. The club finished last in its division in 2024 and surprised the baseball world with its rise to prominence.

This process is called framing and it explains how people interpret and give meaning to events. It’s the lens. So instead of focusing on the anguish of Game 7, diehard fans emphasize team growth, memorable moments and optimism for next season.

Naturally, nothing in baseball is guaranteed and a Blue Jays return to the World Series in 2026 will require the personnel, performance, health and luck necessary to have success. Fans, meantime, will use the off-season to emotionally steel themselves for, potentially, another wild ride. Spring, after all, is the season of hope when anything seems possible.

The Conversation

Craig Greenham does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.

ref. The anguish of losing: The Blue Jay fan’s guide to dealing with feelings of despair – https://theconversation.com/the-anguish-of-losing-the-blue-jay-fans-guide-to-dealing-with-feelings-of-despair-268756

Dix ans après, quel bilan pour l’accord de Paris ?

Source: The Conversation – in French – By Christian de Perthuis, Professeur d’économie, fondateur de la chaire « Économie du climat », Université Paris Dauphine – PSL

Que reste-t-il de l’accord de Paris, dix ans après sa signature, au moment de l’ouverture de la COP30 au Brésil, dans un contexte de tensions géopolitiques et de « backlash » climatique mené par les États-Unis ? Des signaux encourageants subsistent malgré tout, notamment l’accélération des transitions énergétiques dans les pays émergents. De quoi garder entrouverte une fenêtre, certes bien étroite, sur la voie de la stabilisation de la température mondiale.


Lors de son adoption en 2015, l’accord de Paris a généré beaucoup d’espoirs, car il embarquait l’ensemble des signataires. De par son caractère universel, il allait donner une tout autre dimension à la lutte contre le réchauffement planétaire.

Changement d’ambiance, dix ans après, à l’ouverture de la COP30 sur le climat à Belém au Brésil, qui doit se tenir du 10 au 21 novembre 2025. En 2024, le thermomètre a affiché un réchauffement de 1,5 °C, les émissions mondiales de CO2 ont continué d’augmenter et sa concentration dans l’atmosphère a battu tous ses records. Avec la défection des États-Unis après la réélection de Donald Trump, l’universalisme de l’accord en a pris un sérieux coup.

Ni tout rose ni tout noir, notre bilan de dix années d’application de l’accord de Paris s’écarte d’une telle vision simpliste suggérant que rien n’a bougé durant les dix dernières années. Depuis 2015, des progrès substantiels ont été réalisés.

« Les émissions mondiales ne cessent d’augmenter ». Oui, mais…

Le premier bilan global des émissions de gaz à effet de serre discuté à la COP de Dubaï en 2023 a certes rappelé que les émissions mondiales de gaz à effet de serre n’étaient pas encore stabilisées. Diagnostic confirmé en 2024, mais qui reste insuffisant à ce stade pour analyser l’impact de l’accord de Paris sur le régime des émissions.

On peut également relever que :

  • Au cours de la dernière décennie, le rythme de croissance des émissions mondiales de CO2, le principal gaz à effet de serre d’origine anthropique, a été divisé par trois relativement à la décennie précédente.

  • Cette inflexion majeure s’explique par le déploiement, bien plus rapide qu’escompté, des capacités de production d’énergie solaire et éolienne.

La transition d’un système économique reposant sur les énergies de stock (fossile et biomasse) vers des énergies de flux (soleil, vent, hydraulique…) a donc été bel et bien amorcée durant les dix premières années de l’accord. Elle semble désormais irréversible, car ces énergies sont devenues bien moins coûteuses pour les sociétés que l’énergie fossile.

De plus, on ne saurait jauger de l’efficacité de l’accord à partir du seul rétroviseur. Il faut également se projeter dans le futur.

Les principaux émetteurs de CO₂ dans le monde.
Fourni par l’auteur

Du fait de ses investissements massifs dans la production et l’utilisation d’énergie renouvelable, la Chine est en train de franchir son pic d’émissions, pour des rejets de CO2 de l’ordre de 9 tonnes par habitant, quand les États-Unis ont passé leur pic à 20 tonnes, et l’Europe à 11 tonnes. L’Inde pourrait d’ici une dizaine d’années franchir le sien à environ 4 tonnes.

Le fait que ces pics d’émissions soient substantiellement plus bas que ceux des vieux pays industrialisés est une information importante. Les pays moins avancés peuvent désormais construire des stratégies de développement sautant la case fossile. Ceci laisse une fenêtre entrouverte pour limiter le réchauffement planétaire en dessous de 2 °C.

Des objectifs de température désormais inatteignables ?

L’Organisation météorologique mondiale (OMM) a indiqué que le thermomètre avait franchi 1,5 °C en 2025, soit la cible de réchauffement la plus ambitieuse de l’accord. Cette poussée du thermomètre reflète en partie la variabilité à court terme du climat (épisode El Niño, par exemple). Elle résulte également de dangereuses rétroactions : le réchauffement altère la capacité des puits de carbone naturels (forêts et océan) à séquestrer le CO2 de l’atmosphère.

Faut-il pour autant en conclure que les objectifs sont désormais inatteignables, au risque d’ouvrir un peu plus les vannes du backlash climatique ?

L’alerte de 2024 confirme ce qui était déjà apparu dans les scénarios prospectifs du 6ᵉ rapport d’évaluation du Groupe d’experts intergouvernemental sur l’évolution du climat (Giec). Du fait de l’inertie du stock de CO2 déjà présent dans l’atmosphère, la cible de 1,5 °C est en réalité dépassée avant 2035 dans la majorité des scénarios.

Cela n’exclut pas qu’on puisse limiter le réchauffement en dessous de 2 °C, l’autre cible de l’accord de Paris, à condition de réduire massivement les émissions de CO2 une fois le pic d’émission atteint. D’après le Global Carbon Budget, le budget carbone résiduel pour limiter le réchauffement à 2 °C s’établit à environ vingt-cinq années au rythme actuel d’émissions.

Et pour viser 1,5 °C ? Il faut alors passer en régime d’émissions nettes négatives durant la seconde partie du siècle. Dans ces scénarios dits du « dépassement » (overshooting), les puits de carbone séquestrent plus de CO2 qu’il n’en est émis, ce qui permet de faire redescendre le thermomètre après le franchissement du seuil. Ce serait toutefois aller au-delà de l’accord de Paris, qui se contente de fixer un objectif de zéro émission nette.

Comment financer une transition juste ?

L’accord de Paris stipule que les financements climatiques internationaux à la charge des pays développés doivent atteindre au minimum 100 milliards de dollars (86,4 milliards d’euros) par an à partir de 2020, puis être fortement réévalués.

Le bilan est ici en demi-teinte :

  • La barre des 100 milliards de dollars (86,4 milliards d’euros) n’a été franchie qu’en 2022, avec trois ans de retard.

  • À la COP29 de Bakou, un nouvel objectif de 300 milliards de dollars (259,2 milliards d’euros) par an à atteindre d’ici 2030 a été acté. Un tel triplement, s’il est effectif, ne permettra de couvrir qu’une partie des besoins de financement, au titre de l’adaptation au changement climatique, et des pertes et dommages.

Durant les dix premières années de mise en œuvre de l’accord, il n’y a toutefois guère eu d’avancée sur les instruments financiers à utiliser. En particulier, les dispositions de l’article 6 ouvrant la possibilité d’appliquer la tarification carbone n’ont pas été traduites dans un cadre opérationnel permettant leur montée en puissance.

Manque également à l’appel un accord plus précis sur qui paye quoi en matière de financement climatique. Ce flou artistique quant à qui sont les bailleurs de fonds et à hauteur de combien chacun doit contribuer fragilise la portée réelle de l’engament financier.

Il reste donc beaucoup de chemin à parcourir pour traduire la promesse de 300 milliards de dollars (259,2 milliards d’euros) par an en engagements crédibles.

Les COP sur le climat, l’énergie fossile et le jeu des lobbies

Pas plus que la Convention climat datant de 1992, l’accord de Paris ne mentionne la question de la sortie des énergies fossiles, le terme lui-même n’étant nulle part utilisé.

En 2021, la décision finale de la COP26 mentionnait pour la première fois le nécessaire abandon du charbon ; celle de la COP28 à Dubaï élargissait la focale à l’ensemble des énergies fossiles. C’est un progrès, tant la marche vers le net zéro est indissociable de la sortie accélérée des énergies fossiles.

Paradoxalement, depuis que les COP ont inscrit la question de l’énergie fossile à leur ordre du jour, la présence des lobbies pétrogaziers s’y fait de plus en plus pesante.

Elle est visible dans les multiples évènements qui se tiennent parallèlement aux sessions de négociation, et plus discrète au sein des délégations officielles conduisant les négociations. Une situation régulièrement dénoncée par les ONG qui réclament plus de transparence et une gouvernance prévenant les conflits d’intérêts lorsque le pays hôte de la COP est un pays pétrolier, comme cela a été le cas à Dubaï (2023) et à Bakou (2024).

En réalité, l’accord de Paris n’a pas accru l’influence des lobbies proénergie fossile : ces derniers s’appliquent à freiner les avancées de la négociation climatique depuis ses débuts. Il n’a pas non plus réduit leur pouvoir de nuisance, qui résulte de la prise de décision au consensus, qui donne un poids disproportionné aux minorités de blocage. Pas plus qu’il ne prévoit de mécanisme retenant ou pénalisant ceux qui font défection.

Un « backlash » climatique impulsé par l’Amérique trumpienne

Parmi les décrets signés par Donald Trump le premier jour de sa présidence figurait celui annonçant le retrait des États-Unis de l’accord de Paris sur le climat. Une façon particulière de souffler la dixième bougie d’anniversaire.

Si la sortie lors du premier mandat avait été un non-événement, il en fut autrement cette fois-ci. En quittant l’accord, l’Amérique trumpienne ne s’est nullement mise en retrait. L’offensive engagée au plan interne par l’administration républicaine contre toute forme de politique climatique s’est doublée d’une diplomatie anti-climat agressive, comme l’a illustré le torpillage en règle de l’accord sur la décarbonation du transport maritime de l’Organisation maritime internationale.

Cette diplomatie repose sur les mêmes fondements que la nouvelle politique étrangère du pays : la défense de ses intérêts commerciaux, à commencer par ceux des énergies fossiles, à l’exclusion de toute autre considération portant sur les normes internationales en matière de droits humains, de défense de l’environnement ou de lutte contre le réchauffement planétaire.

Cette offensive anti-climat peut-elle sonner le glas de l’accord de Paris ? Les États-Unis disposent d’alliés parmi les grands exportateurs d’énergie fossile et leur idéologie anti-climat se diffuse insidieusement au-delà de leurs frontières. S’ils faisaient trop d’émules, l’accord de Paris perdrait rapidement de sa consistance.

Un autre scénario peut encore s’écrire : celui d’un front commun entre la Chine, l’Union européenne et l’ensemble des pays réaffirmant leurs engagements climatiques. Un tel jeu d’alliance serait inédit et pas facile à construire. Il sera peut-être rendu possible par la démesure de l’offensive anti-climat de l’Amérique trumpienne. Le premier acte se jouera à la COP de Belém, dès novembre prochain.

The Conversation

Christian de Perthuis ne travaille pas, ne conseille pas, ne possède pas de parts, ne reçoit pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’a déclaré aucune autre affiliation que son organisme de recherche.

ref. Dix ans après, quel bilan pour l’accord de Paris ? – https://theconversation.com/dix-ans-apres-quel-bilan-pour-laccord-de-paris-268532

Aliments sans gluten : qui les achète et pourquoi ? quels ingrédients inattendus contiennent-ils ?

Source: The Conversation – in French – By Marie-Françoise Samson, Chercheuse en biochimie alimentaire, Inrae

Celles et ceux qui privilégient les aliments sans gluten font souvent ce choix car ces produits sont perçus comme plus sains. Mais certaines recettes incorporent une longue liste d’ingrédients (agents de texture, protéines, matières grasses, sucres et autres additifs) et… beaucoup d’eau. C’est ce que révèlent Dominique Desclaux et Marie-Françoise Samson, de l’Inrae, dans « Gluten, alimentation et santé » (éditions Quae).


La proportion de gens qui évitent/bannissent le gluten de leur alimentation est variable. En 2013 par exemple, 30 % des Américains se déclaraient intéressés par un régime sans gluten. Soixante-cinq pour cent pensent aussi que ce régime est plus sain et 27 % le choisissent pour perdre du poids (Jones, 2017).

En France, selon des données de l’enquête Nutrinet collectées en 2016, sur un peu plus de 20 000 personnes, 10,31 % d’entre elles éviteraient le gluten et 1,65 % de façon stricte. Selon une autre enquête réalisée en Angleterre en 2019, parmi les personnes qui évitent le gluten, 76 % le font parce qu’elles ont la maladie cœliaque, 8 % parce qu’elles sont intolérantes au gluten, 10 % parce qu’elles vivent avec une personne cœliaque et seulement 6 % pour d’autres raisons (Vriesekoop et al., 2020).

Parmi ces autres raisons vient en tête la perception que le régime sans gluten est plus sain, qu’il peut procurer un bien-être et un confort physique immédiats et sur le long terme. Vient ensuite la volonté de perdre du poids. Parmi ces consommateurs, on retrouve beaucoup de femmes, plutôt jeunes.

En France et dans différents pays, les consommateurs qui font le choix d’une alimentation sans gluten pour des raisons liées au bien-être ont recours à d’autres pratiques qui, pour eux, vont dans le même sens : plus de fruits et légumes, moins d’alcool et de produits gras et sucrés, mais aussi moins de produits laitiers. Ces mêmes personnes privilégient les produits issus de l’agriculture biologique, les circuits courts et évitent les aliments ultratransformés.

Une liste d’ingrédients longue comme un jour sans pain

Soixante-dix pour cent des aliments consommés par les Français contiendraient du gluten. On rappelle que, dans les produits à base de blé, comme le pain ou les gâteaux, le réseau de gluten se développe lors du pétrissage et de la formation de la pâte. Une structure protéique tridimensionnelle est créée, qui apporte de l’élasticité au mélange. Ce réseau piège aussi le gaz carbonique (CO2) produit lors de la fermentation, dans le cas du pain, ou généré par la levure chimique dans le cas des gâteaux. Les bulles de gaz formées vont alors s’expanser tout en étant contenues par le réseau et provoquer la levée de la pâte. Lors de la cuisson, le réseau se fige, contribuant ainsi à la stabilité du produit.

Ces propriétés uniques rendent le gluten presque indispensable à la formulation de produits tels que le pain ou les gâteaux. Dans le cas des produits type « pain sans gluten », la fabrication est un défi, car rien ne peut rivaliser avec les protéines du blé, mais des formulations complexes vont permettre de s’en approcher.

Si la liste des ingrédients est restreinte dans un pain de tradition française – une farine de blé panifiable, de l’eau, du sel, un levain ou une levure, et éventuellement d’autres farines (farines de fève 2 % max., farine de soja 0,5 % max., farine de blé malté 0,3 % max.) –, il n’en va pas de même pour leurs analogues sans gluten vendus dans le commerce. Parfois, une vingtaine d’ingrédients sont nécessaires pour obtenir un pain.

Quelles farines pour du sans-gluten ?

Se passer de gluten nécessite d’avoir recours à d’autres céréales et d’autres ingrédients ou additifs. L’élément principal est le plus souvent un amidon, comme dans les pains à base de blé (l’amidon est le constituant majeur de la farine de blé). Celui du maïs est l’ingrédient principal dans environ 60 % des recettes (Roman et al., 2019). Il est très souvent associé à une farine de riz blanc (dans 30 % des formulations). L’amidon de maïs donne des pains avec un volume important, mais avec une texture plutôt sèche et friable.

D’autres types d’amidon sont parfois incorporés dans des proportions plus faibles, comme le tapioca, la fécule de pommes de terre ou des amidons modifiés. D’autres farines peuvent venir compléter la liste des ingrédients de base, comme des farines de riz complet ou de sarrasin.

Ces ingrédients de base sont une réalité commerciale, mais la littérature scientifique fait état d’essais avec des farines de céréales autres que le riz ou le maïs : sorgho, millet, teff ; de pseudo-céréales : amarante, quinoa, chia ; de légumineuses (pois chiches, pois, soja) ; ou encore de châtaignes. Les légumineuses sont intéressantes sur le plan nutritionnel (teneur en protéines plus élevée et composition en acides aminés différente et complémentaire de celle des céréales), mais, si elles sont utilisées en proportions trop importantes, les études sensorielles révèlent qu’elles apportent de l’amertume ou des goûts inhabituels mal perçus par les jurys et les consommateurs.

Comment épaissir et retenir l’eau ?

Des agents de texture (hydrocolloïdes) sont incorporés dans plus de 80 % des recettes pour leurs propriétés épaississantes et leur forte capacité à retenir l’eau. Ils permettent aussi d’augmenter la viscosité du mélange, afin de mieux retenir les gaz de fermentation et la levée de la pâte. Le plus fréquemment utilisé est l’hydroxypropyl méthylcellulose (HPMC). Les gommes de xanthane, de guar ou de caroube sont aussi utilisées, car elles présentent une meilleure capacité de rétention d’eau. Des pectines sont parfois ajoutées, mais moins fréquemment que le psyllium (plantain des Indes), reconnu aussi pour ses effets bénéfiques sur la santé (traitement des diarrhées et de la constipation, régulation de la glycémie et de la lipidémie).

Quelles protéines rajouter ?

À côté de l’amidon et des ingrédients structurants, les protéines les plus fréquemment incorporées proviennent de l’œuf, entier ou blanc, ou du soja. On peut citer aussi les protéines de pois, de lupin ou de lait. L’ajout de protéines permet en outre de développer des arômes lors de la cuisson, par le biais de la réaction de Maillard.

Pourquoi rajouter du sucre ?

La plupart des pains sans gluten contiennent des sucres ajoutés : saccharose le plus souvent, glucose, fructose, sirops d’origines diverses (betterave, canne à sucre, sirop de maïs, de riz ou d’agave). Les sucres sont ajoutés pour servir de « carburant » aux levures et amener le développement d’arômes et de la coloration lors de la cuisson, toujours par le biais de la réaction de Maillard.




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Certains rajoutent aussi du gras…

Des huiles et des matières grasses sont également incorporées afin de renforcer la sensation d’humidité en bouche, d’améliorer la texture (pains moins durs, mie plus souple) ainsi que la durée de conservation, très souvent jugée décevante. Les huiles de colza/canola, tournesol et soja sont les plus utilisées devant l’huile d’olive, la margarine ou l’huile de palme.

… et encore de nombreux additifs

Parmi les ingrédients mineurs, on retrouve :

  • des émulsifiants utilisés pour stabiliser les bulles et les uniformiser dans la pâte, ou encore pour limiter les pertes en eau au cours du temps. Parmi les plus employés, on trouve les mon – -o- et diglycérides d’acides gras et les lécithines ;

  • les conservateurs comme l’acide propionique, le glycérol, les sorbates ;

  • des agents levants, naturels comme les levures et les levains, ou chimiques comme le bicarbonate de sodium ;

  • des acides pour améliorer la conservation en diminuant le pH et pour produire du CO2 avec le bicarbonate ;

  • des arômes ;

  • des graines entières ou broyées de lin, tournesol, sésame, pavot, chia ou courge qui vont apporter des oméga-3 et des oméga-6 et masquer certains goûts désagréables ;

  • des fibres en plus des hydrocolloïdes, pour enrichir les pains sur le plan nutritionnel et pour augmenter la capacité de rétention d’eau (inuline, fibres de pomme ou de betterave) ;

  • des enzymes pour former des liaisons entre les polymères entrant dans la composition du pain ou pour produire des sucres pour les levures ;

  • du sel…

Et de l’eau, dont la proportion varie, selon les ingrédients ajoutés, de 50 à 220 %.

Les pâtes et biscuits sans gluten : moins d’additifs ?

Contrairement au pain, les pâtes alimentaires et les biscuits ont des listes d’ingrédients beaucoup plus courtes. Dans le cas des pâtes alimentaires, la substitution du blé dur par 100 % de légumineuses (pois chiches, lentilles) est maintenant fréquente. Cependant, la grande majorité des pâtes sont élaborées à partir de farine de riz ou de maïs ou encore de mélanges des deux. Dans quelques cas, on retrouve des émulsifiants (mono – et diglycérides d’acides gras). La composition des biscuits est également plus « légère », dans la mesure où la pâte n’est pas levée. Là encore, les ingrédients de base sont l’amidon de maïs et la farine de riz, additionnés de sucre, de matières grasses, de levure chimique et de sel.

Les produits sans gluten sont-ils ultratransformés ?

Sur le plan organoleptique, des efforts ont été réalisés par les industriels pour améliorer les propriétés des produits sans gluten. À propos du pain, les critiques les plus fréquentes portent sur la texture qualifiée de dure et de friable, sur l’aspect des alvéoles parfois très grosses, sur le goût qualifié de fade ou de « carton ». Les reproches concernent aussi sa conservation. Les pâtes alimentaires sont, pour leur part, jugées plus proches, voire équivalentes aux analogues contenant du gluten.

Sur le plan nutritionnel, les produits sans gluten apparaissent de qualité inférieure à celle des équivalents qui en contiennent (pains, pâtes, biscuits, gâteaux, snacks, pizza).

The Conversation

Les auteurs ne travaillent pas, ne conseillent pas, ne possèdent pas de parts, ne reçoivent pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’ont déclaré aucune autre affiliation que leur organisme de recherche.

ref. Aliments sans gluten : qui les achète et pourquoi ? quels ingrédients inattendus contiennent-ils ? – https://theconversation.com/aliments-sans-gluten-qui-les-achete-et-pourquoi-quels-ingredients-inattendus-contiennent-ils-268619

What’s the No. 1 MBA? Why business deans invest in rankings, knowing they miss a lot

Source: The Conversation – Canada – By Catherine Heggerud, Associate Professor (Teaching), Haskayne School of Business, University of Calgary

When Harvard Business School tumbled to sixth place in the U.S. News MBA rankings in 2020, the reaction was swift. Critics questioned the methodology, picking up on earlier critiques of rankings.

Some ranking skeptics continue to point to low response rates — for example, in 2025, U.S. News disclosed that approximately only half of the ranked schools participated in peer assessment surveys, which gauge how top administrators regard other institutions.

Yet behind closed doors, business school deans across North America have nuanced conversations about rankings — ones that reveal an uncomfortable truth about how rankings shape their institutions.

I interviewed four Canadian business school deans about the influence of MBA rankings on strategic planning during 2021-22, using semi-structured questions. These deans represent about a quarter of management schools from research-intensive universities in Canada. I discovered something striking: these leaders simultaneously dismiss rankings as flawed measures, while dedicating significant institutional resources to improving them.

The ranking obsession is real

Despite their public skepticism about rankings, every dean I interviewed could point to concrete ways their schools invest in them.

One noted that “all the data collection happened within the school” and identified a dedicated data analyst whose job centres on ranking submissions. Another described having “a senior staff member who is in charge of gathering the data” and co-ordinates with media relations teams.




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The contradiction becomes starker when you examine what deans say versus what they do. In interviews, I heard statements like “we can never rank so it’s a waste of our time” and “the ranking itself, if that aligned with your mission, who cares?” Yet these same leaders described conducting internal “education campaigns” to help stakeholders understand rankings and carefully select which ranking systems to participate in based on where their programs might perform well.

A person in front of a screen showing various metrics indicators.
Deans described different ways of investing energy and resources in rankings.
(Ruthson Zimmerman/Unsplash)

What rankings miss

The deans’ skepticism is founded. Current MBA ranking methodologies have significant blind spots that leaders recognize but feel powerless to address.

Take the Financial Times Global MBA Ranking, which heavily emphasizes post-graduation salary data and international diversity. Or QS World University Rankings that weighs “thought leadership” through media mentions and research publications. These metrics favour certain types of programs while potentially disadvantaging schools serving different missions or regional economies.

One dean told me bluntly: “The faculty that understand the rankings care less.” This observation cuts to the heart of the problem — those closest to the educational mission see rankings as measuring the wrong things.

Rankings measure what’s easy to count, not what matters. Teaching quality, mentorship, curriculum innovation — none show up in the formulas. Neither does information on whether graduates become ethical leaders or build meaningful careers over decades rather than months.

As the Rockefeller Institute found, when schools chase rankings, they end up “working toward improving their performance as measured by ranking factors rather than toward actual improvement of the academics and educational experience.”

Academic research shows ranking systems distort institutional behaviour, while studies of business schools demonstrate rankings “blindly follow the money,” ignoring social impact and educational quality.

The financial pressure driving the paradox

So why do deans continue playing a game if they know it’s flawed?

Canadian universities increasingly depend on international student tuition as government funding has declined. Between 2000 and 2021, tuition revenue at Canadian universities grew from 14.4 per cent to 25.6 per cent of total revenue.

For MBA programs, while program costs vary, international students pay significantly more than domestic students: for example, at Rotman School of Management at University of Toronto, domestic students pay around $70,000 while international students pay around $109,000.




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As one dean explained to me: “By accepting international students, we are helping domestic students from the funding cuts.” Another noted that “rankings are mostly important for international students” who use them as key decision-making tools when evaluating programs from abroad.

This creates a compelling justification: pursue better rankings to attract international students, whose higher tuition subsidizes domestic students and program quality. It’s a rationale that allows academic leaders to reconcile their intellectual skepticism with market reality.

As deans make sense of the landscape where they lead, they interpret the ranking landscape — while also shaping how stakeholders understand it. This reflects a broader paradox: deans must simultaneously embrace contradictory demands — dismissing rankings publicly while investing privately. A dynamic tension persists.

What this means for the future

Rankings have transformed from a strategic choice into an operational necessity. What began as optional marketing has become embedded in how business schools function and communicate.

For prospective MBA students: treat rankings as one data point among many. Review official employment reports, which detail hiring companies and placement rates. Connect with alumni through LinkedIn or school events to hear about actual experiences. Investigate which companies recruit at different schools and which program culture matches your preferences.

For business education more broadly, the ranking paradox reveals a system increasingly shaped by external accountability measures that may not align with core educational missions.

Until ranking methodologies evolve to better capture what makes business education valuable — or until institutions find ways to communicate quality that don’t depend on rankings — deans will continue walking this tightrope, publicly dismissing what they privately work hard to improve.

The Conversation

Catherine Heggerud does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.

ref. What’s the No. 1 MBA? Why business deans invest in rankings, knowing they miss a lot – https://theconversation.com/whats-the-no-1-mba-why-business-deans-invest-in-rankings-knowing-they-miss-a-lot-266556

Lasting peace and recovery in Gaza depends on local participation, not just ceasefires

Source: The Conversation – Canada – By Mahmood Fayazi, Assistant Professor and Head of Disaster and Emergency Management Program, Royal Roads University

Two years into the Israeli war in Gaza, world leaders recently gathered in Sharm El-Sheikh, Egypt, to deliberate on a long-awaited peace plan to end the conflict.

As part of this plan, both Israel and Hamas agreed to another ceasefire agreement — the latest in a series of truces that have repeatedly collapsed since the war began in late 2023.

The meeting, involving Egypt, Qatar, Turkey and the United States, marks the most concerted diplomatic effort yet to halt a conflict that has killed more than 67,000 Palestinians, according to the Gaza Health Ministry, and at least 1,200 Israelis, according to Israel. It’s also displaced nearly 400,000 Palestinians.

Yet even if the fighting does stop, fundamental questions persist: how, when and by whom will Gaza be rebuilt? The recovery and reconstruction of the Gaza Strip will undoubtedly be an immense and complex undertaking, but the history of past conflicts sheds light on the way forward.

The scale of destruction

A February report from the World Bank estimated that recovery and reconstruction needs in Gaza and the West Bank will cost US$53.2 billion. Around US$20 billion of this is required to restore essential services, rebuild infrastructure and revitalize the economy — an amount exceeding the annual GDP of Belarus and Slovenia.

The scale of devastation is staggering. An estimated 84 per cent of the Gaza Strip and up to 92 per cent of Gaza City has been destroyed, with satellite data showing 292,904 homes destroyed or damaged. More than 60 million tonnes of debris — equivalent to 24,000 Olympic-sized swimming pools — is awaiting removal.

The conflict has devastated Gaza’s economic sectors. Up to 96 per cent of agricultural assets and 82 per cent of businesses were damaged or destroyed, halting production and eliminating key income sources.

Years of Israel’s blockade on Gaza — which predates Hamas’s Oct. 7, 2023 attacks on Israel — have further restricted the movement of goods and people in and out of Gaza, severing access to international markets and vital raw materials. As a result, there has been near-total economic collapse and the private sector faces complete paralysis.

Beyond the physical and economic devastation, Gaza’s population faces severe psychological trauma. High rates of post-traumatic stress disorder, depression and anxiety, coupled with displacement and community breakdown, risk creating an intergenerational cycle of suffering through the psychological and epigenetic transmission of trauma.

Trump’s controversial peace plan

In an attempt to jump-start Gaza’s recovery, U.S. President Donald Trump introduced a 20-point peace plan envisioning interim governance by a committee of Palestinian technocrats under a “Board of Peace.” Authority would later be transferred to the Palestinian Authority following institutional reforms.




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The plan outlines an economic development program to be designed by experts who “helped birth some of the thriving modern miracle cities in the Middle East.” It also includes the creation of a “special economic zone” and temporary security provided by International Stabilization Forces made up of U.S., Arab and international partners.

Under the proposal, Hamas, which has governed Gaza for nearly two decades, would be expected to disarm, accept amnesty and transfer control to international forces. Yet even if Hamas disarms, experts estimate up to 100,000 members could remain in Gaza’s political landscape and reconstitute under new forms to maintain influence.

While the peace plan outlines a framework for recovery, past post-conflict settings shows that externally designed plans rarely succeed without active local engagement.




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Learning from past failures

As an expert in disaster and emergency management, I am conducting an ongoing systematic literature review (not yet published) analyzing recovery processes across post-war settings in Europe, Asia and Africa.

Experiences from Iraq and Afghanistan demonstrate that it’s naive to assume economic, administrative and security frameworks can succeed without genuinely engaging the local population.

This research shows that externally driven recovery plans often fail, and underscores the importance of adapting lessons from places where recovery has been effective.

My developing review suggests several critical factors for sustainable recovery:

  • Developing local capacities
  • Building strong and transparent institutions
  • Implementing gradual and sequenced reforms
  • Ensuring there is a deliberate transition from external to local leadership

Conversely, over-relying on external powers, neglecting capacity-building and failing to address social exclusion and power imbalances can undermine long-term outcomes.

Rebuilding hope through local participation

A common theme across nearly all the studies I looked at is the importance of restoring household livelihoods. This can be done by revitalizing economic production, supporting small businesses and implementing reforms that empower communities and restore hope.

After financing more than US$6.2 billion across 157 post-conflict operations in 18 countries, the World Bank concluded in 1997 that “without economic hope, we will not have peace.” This underscores the central role of economic recovery and livelihood restoration in post-war reconstruction.

An analysis of 36 post-civil war peace episodes (1990–2014) highlights the need for co-ordinated international efforts focused on administrative restructuring, judicial reform and local government elections.

Successfully integrating diverse political voices in post-war governance promotes transparency, accountability and local ownership, while helping to restore hope among populations affected by war.

In contrast, top-down reforms implemented without local engagement, as seen in Cambodia and Pakistan, can deepen divisions and undermine peace and development.

Toward a people-centred reconstruction

Although each post-war context is unique and requires its own approach, research consistently shows that actively including survivors in recovery efforts is essential.

Gaza’s reconstruction will only succeed if its people regain hope and play a central role in shaping a safe, peaceful and prosperous future for themselves and their communities.

Any international coalition or political initiatives aimed at rebuilding Gaza must recognize that survivors are not passive victims. They are central agents of their own recovery, whose voices must guide the reconstruction process.

Once immediate humanitarian needs are met through international support, all subsequent decisions about Gaza’s long-term development must be made through inclusive, democratic processes.

Fair and transparent elections must follow the urgent restoration of security, food, clean water, health care and education. Only through such an inclusive and locally grounded process can Gaza move toward genuine recovery, lasting peace and sustainable development.

The Conversation

Mahmood Fayazi does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.

ref. Lasting peace and recovery in Gaza depends on local participation, not just ceasefires – https://theconversation.com/lasting-peace-and-recovery-in-gaza-depends-on-local-participation-not-just-ceasefires-268176

How the physics of baseball explains Blue Jay Kevin Gausman’s signature pitch

Source: The Conversation – Canada – By Patrick Clancy, Assistant Professor, Physics & Astronomy, McMaster University

There are few sports more exciting than playoff baseball, but behind every pitch there is also a fascinating story of physics. From gravity to spin, the science shaping the game can be just as compelling as the action on the field.

When the World Series returned to Toronto for Game 6, right-handed pitcher Kevin Gausman took the mound for the first six innings. Gausman’s best pitch is the splitter, an off-speed pitch that looks like a conventional fastball but travels more slowly and drops more sharply before it crosses the plate.

Physicists consider the flight of a baseball as an example of projectile motion. The trajectory of the ball depends on several forces: the force of gravity (pulling the ball downwards), the drag force (slowing the ball as it moves through the air), and the Magnus force (which causes the ball to curve if it spins as it travels).

Why splitters are so hard to hit

So why is the splitter so difficult to hit? Start with speed. The average speed of Gausman’s fastball is 95 miles per hour (or 42.5 meters a second). Since the distance from the pitcher’s mound to home plate is 18.4 meters, this means that it takes 430 milliseconds, or less than half a second, for Gausman’s fastball to reach the batter.

In contrast, the splitter, which travels at an average speed of 85 mph (or 38.0 m/s), takes 490 milliseconds. That 60 millisecond-difference may seem small, but it can be enough to separate a strike from a base hit.

For context, a typical swing for a major league batter takes approximately 150 milliseconds. This includes time for the batter’s eye to form a picture of the ball leaving the pitcher’s hand, for their brain to process this information and send signals to the muscles in their arms, legs and torso, and for their muscles to respond and swing the bat.

This means a batter has roughly a quarter of a second to judge the trajectory of a pitch and decide whether to swing. Considering that it takes approximately 100 milliseconds for a blink of the human eye, it’s remarkable that batters can hit any major league pitch at all.

The importance of the drop

The second secret to the splitter is the drop. All baseball pitches drop as they travel towards home plate due to the force of gravity, which causes a baseball (or any object in freefall) to accelerate downwards.

If there were no other forces acting on the ball, this would cause Gausman’s fastball to drop by about 92 centimetres on the way to home plate, and his splitter to drop by approximately 115 centimetres.

In practice, however, there is another important force that acts on the ball to oppose the effect of gravity — the Magnus force. The Magnus force arises from the rotation or spin of an object (like a baseball) as it passes through a fluid (like air).

The ball’s rotation makes air move faster over one side than the other. On the side spinning in the same direction as the airflow, air speed increases; on the opposite side, it slows down. This difference in air speed creates a pressure imbalance, generating a force that acts perpendicular to the ball’s path.

This is an example of Bernoulli’s Principle, the same phenomenon that generates lift as air passes around the wing of an airplane.

In the case of a fastball, the pitcher creates a strong backspin by pulling back with their index and middle fingers as they release the ball. This rotation results in an upwards force, which causes the ball to drop far less than it would under the effect of gravity alone. The faster the rotation, the stronger this lift force becomes.

Gausman’s signature pitch

Gausman’s fastball typically drops 25 to 30 centimetres on the way to home plate — less than one third of the drop experienced by a “dead ball” without spin.

On the splitter, he changes his grip to dramatically reduce the amount of backspin, weakening the Magnus force and allowing the ball to fall much farther, about 50 to 75 centimetres, before it hits the plate. The result is a pitch that doesn’t reach the batter when or where they expect it to be.

Kevin Gausman explains the art of the splitter. (Toronto Blue Jays)

While the Blue Jays failed to win a third World Series title, Gausman’s splitter offered an example of how physics can shape performance in elite sport. Understanding the science behind the pitch offers a new way to appreciate the game.

The Conversation

Patrick Clancy does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.

ref. How the physics of baseball explains Blue Jay Kevin Gausman’s signature pitch – https://theconversation.com/how-the-physics-of-baseball-explains-blue-jay-kevin-gausmans-signature-pitch-268732