Nobel de Física 2025: el despegue de los bits cuánticos

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Ramon Aguado, Doctor en Física Teórica que trabaja en materiales cuánticos en el Instituto de Ciencia de Materiales de Madrid (ICMM) como Investigador Científico, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

GarryKillian/Shutterstock

¿Puede un objeto que cabe en la palma de la mano exhibir comportamiento cuántico? Aunque parecía imposible hace unas décadas, hoy sabemos que sí. El Premio Nobel de Física de 2025 ha reconocido a John Clarke, Michel H. Devoret y John M. Martinis por demostrar de forma inequívoca que un circuito eléctrico basado en superconductores –materiales que conducen electricidad sin resistencia eléctrica ni pérdida de energía cuando se enfrían por debajo de su temperatura crítica– puede exhibir dos fenómenos cuánticos fundamentales: el efecto túnel cuántico macroscópico y la cuantización de la energía.

El premio Nobel de Física 2025 ha recaído en John Clarke, Michel H. Devoret y John M. Martinis.
Niklas Elmehed / Nobel Prize Outreach.

Huevos y péndulos cuánticos en un chip

Para entender la magnitud de su logro, es útil recurrir a una analogía “casera”. Imaginemos un cartón de huevos con un huevo en uno de los huecos. Si inclinamos ligeramente el cartón, con mucho cuidado, el huevo sigue en su hueco, en una posición bien definida. Algo similar ocurre si empujamos ligeramente un péndulo: oscilará levemente alrededor de su posición estable antes de que la gravedad le haga regresar a su punto de equilibrio. En ambos ejemplos, el huevo y el péndulo están en su estado de mínima energía, estable y predecible, como dicta la física clásica.

Ahora, imaginemos lo imposible: que el huevo, al inclinar levemente el cartón, apareciese mágicamente en el hueco contiguo, como si hubiera atravesado la pequeña protuberancia de dicho cartón, la “barrera de potencial”, que los separa. Este fenómeno, impensable en nuestra experiencia cotidiana, es el efecto túnel en física cuántica.

El efecto túnel gobierna algunos de los procesos fundamentales del universo. Es el responsable de la desintegración radiactiva de núcleos atómicos pesados y hace posible la fusión nuclear que alimenta a las estrellas.

Pero su influencia va mucho más allá: el efecto túnel y la superconductividad, el fenómeno que permite a los materiales conducir electricidad sin resistencia, han estado extraordinariamente presentes en la historia de los Premios Nobel.

A hombros de gigantes

El camino a este Nobel de 2025 está cimentado sobre otros galardones anteriores. La teoría BCS de la superconductividad –llamada así por las iniciales de John Bardeen, Leon Cooper y Robert Schrieffer, que recibieron el Nobel en 1972– fue revolucionaria.

Esta teoría explica que la clave para entender la superconductividad es la formación de pares de Cooper, parejas de electrones que, a temperaturas extremadamente bajas, se acoplan en vez de repelerse.

Estos pares se comportan como una sola entidad cuántica, con una función de onda macroscópica con una fase coherente bien definida. Y dan lugar a un maravilloso ejemplo de fenómeno emergente en física de la materia condensada: de la interacción de billones de electrones surge un estado colectivo con propiedades que no existen a nivel individual.

Inspirándose en estas ideas rompedoras de la teoría BCS y en los experimentos de Ivar Giaever sobre el efecto túnel, el físico Brian Josephson realizó una predicción audaz en 1962. Postuló que una corriente eléctrica, compuesta por estos pares de Cooper, podría atravesar por efecto túnel una barrera aislante que separase dos superconductores (una configuración hoy en día conocida como “unión Josephson”). Esta “supercorriente” podría fluir eternamente, sin resistencia y sin necesidad de aplicar un voltaje, desafiando la comprensión clásica de la electricidad. Ambos compartirían el premio Nobel de Física en 1973.

Por último, Anthony Leggett (Nobel en 2003) desarrolló las bases teóricas para entender la coherencia cuántica a escala macroscópica.

Los primeros pasos de un Nobel

Alrededor de 1985, John Clarke, profesor en la Universidad de California en Berkeley, propuso a Michel Devoret (investigador postdoctoral) y a John Martinis (investigador predoctoral) un experimento crucial que fusionaba conceptos fundamentales de superconductividad y mecánica cuántica. El objetivo era demostrar experimentalmente que la fase cuántica colectiva de los pares de Cooper en una unión Josephson –una variable electromagnética macroscópica– exhibía efectos cuánticos observables.

Su configuración experimental permitió detectar el efecto túnel macroscópico de la fase superconductora entre dos estados de energía potencial, equivalente al salto cuántico de un sistema colectivo formado por millones de pares de Cooper.

Volviendo a nuestra analogía del huevo: el estado de supercorriente sin voltaje es como el huevo en reposo en su hueco. Pero, cuánticamente, existe una probabilidad de que el huevo “cambie” de hueco. Esta imagen es físicamente muy poderosa porque el potencial energético que describe el efecto Josephson puede visualizarse precisamente como el cartón de huevos, donde la fase cuántica del estado superconductor representa la posición efectiva en ese cartón.

Igual que nuestro huevo cuántico puede cambiar de hueco mediante efecto túnel, la fase del estado superconductor puede realizar saltos cuánticos entre diferentes estados. Este fenómeno, traducido al circuito eléctrico, se manifiesta como un voltaje medible donde antes el voltaje era nulo.

En busca del “átomo artificial”

Esta medición directa del efecto túnel coherente de una variable macroscópica representó un avance fundamental, pues demostraba de manera incontrovertible que las leyes cuánticas gobiernan no solo a las partículas subatómicas, sino también estados colectivos en sistemas superconductores macroscópicos.

Pero Clarke, Devoret y Martinis fueron más allá. Así como los átomos absorben y emiten luz de colores (frecuencias) muy específicas, lo que revela sus niveles de energía cuantizados, sus experimentos demostraron que su circuito superconductor solo respondía a frecuencias de microondas muy concretas, con transiciones precisas, cuya vida media dependía del nivel energético.

Esto probó de manera espectacular que el chip no solo presentaba efecto túnel, sino que se comportaba como un “átomo artificial”. De nuevo, podemos usar nuestra imagen del cartón de huevos, esta vez como un conjunto de pozos de potencial: un sistema cuántico diseñado a medida con estados energéticos discretos y cuantizados.

Del laboratorio a la revolución cuántica

El legado de este experimento, sin embargo, resultó ser mucho más trascendental. Aquel “átomo artificial” creado en Berkeley se convirtió en el primer ladrillo para demostrar un cúbit –unidad básica de información en la computación cuántica– superconductor. La conexión no es meramente conceptual: el dispositivo superconductor phase qubit, uno de los primeros diseños, utilizaba precisamente el efecto túnel macroscópico para leer el estado cuántico, del mismo modo que lo hicieron los galardonados en 1985.

La carrera práctica comenzó en 1999, cuando Y. Nakamura, Yu. A. Pashkin y J. S. Tsai observaron por primera vez en la compañía NEC en Japón oscilaciones cuánticas coherentes en una pequeña isla superconductora, un electrodo microscópico donde los pares de Cooper quedan confinados. Aunque estas primeras oscilaciones solo duraban 3 nanosegundos, este frágil primer paso inspiró diseños más robustos. Poco después, a principios de la década de 2000, se demostraron oscilaciones coherentes en phase qubits.

Computación con cúbits, una realidad

Desde aquellas primeras demostraciones hasta los cúbits modernos, la tecnología de circuitos superconductores –que es la base de los procesadores cuánticos con cientos de cúbits que desarrollan compañías como Google e IBM– ha tenido unos avances espectaculares en apenas 25 años. En la actualidad se han observado cúbits que mantienen su coherencia cuántica hasta varios milisegundos, ¡un millón de veces más que aquellos primeros 3 nanosegundos!

Los mismos fenómenos que han merecido el premio Nobel de este año ahora se replican y controlan a escala para ejecutar algoritmos que prometen revolucionar la criptografía, el descubrimiento de fármacos y la ciencia de materiales.

Sin embargo, para alcanzar estas promesas, aún debemos resolver un desafío tecnológico de enormes proporciones: escalar masivamente el número de cúbits –de cientos a millones– y combatir la decoherencia –proceso cuántico en el que un sistema pierde sus características cuánticas (como la superposición o el entrelazamiento) al interactuar con su entorno–.

Precisamente, esta búsqueda colectiva de soluciones subraya el valor de la investigación fundamental: el trabajo de Clarke, Devoret y Martinis muestra que la ciencia guiada por la curiosidad es, con frecuencia, la que acaba marcando la dirección de las futuras revoluciones tecnológicas.

The Conversation

Ramon Aguado no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Nobel de Física 2025: el despegue de los bits cuánticos – https://theconversation.com/nobel-de-fisica-2025-el-despegue-de-los-bits-cuanticos-267022

Simone Weil y el arte de prestar atención ‘suspendiendo el pensamiento’

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Sofía Esteban Moreno, Investigadora Predoctoral Teoría de la Literatura , Universidad de Valladolid

Elona Agug/Pexels

En tiempos de notificaciones constantes, mensajes que reclaman una respuesta inmediata y un flujo incesante de información, la atención se ha convertido en un recurso escaso. No solo es difícil concentrarse, también lo es sostener la concentración el tiempo suficiente para profundizar en una idea, un problema o un texto.

La filósofa francesa Simone Weil (1909-1943) propuso hace casi un siglo una concepción de la atención que, lejos de quedar obsoleta, sigue hoy más vigente que nunca. En 1942 escribió el ensayo Reflexiones sobre el buen uso de los estudios escolares como medio de cultivar el amor a Dios. Lo dirigió al dominico Joseph-Marie Perrin, como guía para acompañar a jóvenes cristianos. Aunque el texto tiene un trasfondo religioso, sus ideas pueden leerse en clave universal.

‘Aquel que pasa sus años de estudio sin desarrollar la atención pierde un gran tesoro’

En la vida académica y profesional solemos asociar prestar atención con hacer un esfuerzo sostenido. Weil rompe con esta visión. Para ella, atender no consiste en contraer la mente como un músculo, sino en abrirla. Es un acto de receptividad, no de tensión.

Imagen en blanco y negro de una mujer joven de melena corta.
Retrato de Simone Weil de joven.
Wikimedia Commons

“La atención consiste en suspender el pensamiento, en dejarlo disponible, vacío y penetrable al objeto”, escribe. No se trata de forzar la solución, sino más bien de crear el espacio interior donde pueda aparecer lo que buscamos. Atender es, en gran medida, una manera de esperar.

Esta forma de entender la atención tiene implicaciones profundas en la educación. Para Weil aprender no es solo una cuestión de memoria, técnica o voluntad. Así, cuestiona la idea de que trabajar mucho deba equivaler a fatigarse. Propone, en cambio, un ritmo natural, como la respiración: se inspira y se espira. En sus palabras: “Veinte minutos de atención intensa y sin fatiga valen infinitamente más que tres horas de esa dedicación de cejas fruncidas”.

Aprender como fin en sí mismo, no como medio

La pensadora llega a afirmar que “la facultad de atención es el objetivo verdadero y casi el único interés de los estudios –escolares–”; lo que significa que, aunque olvidemos fechas, datos o fórmulas, el hábito de prestar atención permanece. Por eso considera que todas las materias, incluso las que parecen alejadas de nuestras afinidades, son valiosas como campo de práctica.

Imaginemos que un estudiante de letras se enfrenta a un problema de geometría que no logra resolver. Según la lógica habitual, ese tiempo podría considerarse “perdido” porque no ha encontrado la solución. Para la filósofa, en cambio, el esfuerzo atento servirá después para leer un poema, escuchar a un amigo o tomar una decisión importante. También Leonardo Da Vinci recomendaba a sus discípulos que contemplaran una pared blanca durante horas hasta hallar inspiración. Lo esencial no es el contenido puntual, sino la disposición interior que florece en la atención sostenida.

Portada del libro en francés de Simone Weil en el que habla de la atención, Attente de Dieu.
Portada del libro en francés de Simone Weil en el que habla de la atención, Attente de Dieu.
Wikimedia Commons

Además, la inteligencia se mueve únicamente por el deseo, y ese deseo necesita de la alegría para mantenerse vivo. “La alegría de aprender –escribe– es tan indispensable para el estudio como la respiración para el atleta”. Sin placer, el esfuerzo se convierte en una tensión dolorosa.

¿Prestar atención nos hace mejores?

Weil insiste en que la atención verdadera exige humildad. Reconocer que no sabemos, que quizás nos hemos equivocado, que necesitamos volver atrás y mirar de otro modo. Este reconocimiento no es una derrota, es parte del proceso. Al vaciar la mente de certezas apresuradas, la dejamos libre para percibir conexiones y matices que antes no veíamos.

La leyenda del Grial sirve como ejemplo. En Perceval o el cuento del Grial (siglo XII), Chrétien de Troyes narra la historia del joven caballero Perceval y su llegada al castillo del Rey Pescador, guardián del Grial. El monarca sufre una herida misteriosa que vuelve estériles sus tierras.

Una de las pruebas del relato nos muestra que la consecución del propósito no depende de la fuerza. Perceval presencia una procesión en la que aparece el Grial, una copa sagrada y legendaria. Sin embargo, no pregunta: “¿Qué es el Grial? ¿A quién sirve?”. Versiones posteriores relacionarán ese silencio con el incumplimiento de su destino caballeresco: el héroe que podía restaurar la fertilidad del reino no logra cumplir su misión por falta de atención y compasión.

Weil retoma este gesto sencillo para señalar la repercusión de la atención fecunda en nuestra relación con el mundo, con nuestro presente, y con los otros. La humildad también está en mirar al otro y reconocerlo como único e irrepetible.

Contra la dispersión contemporánea

Aunque el ensayo de Reflexiones tiene un trasfondo espiritual explícito –ella concibe la atención como la forma más pura de oración–, su propuesta puede entenderse fuera de un marco religioso. En el contexto contemporáneo, se acerca a lo que llamamos atención plena. Pero Weil no escribe sobre una estrategia para mejorar el rendimiento o la productividad, sino como un camino para dejar de imponer al mundo nuestros prejuicios y ampliar así nuestra capacidad de encuentro con lo real.

En el fondo, lo que está en juego es nuestra presencia. Cultivar la atención es aprender a mirar y a escuchar de tal modo que dejemos un espacio para que la verdad pueda aparecer, en cualquier ámbito de la vida. Si estamos atentos, estamos presentes.


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Sofía Esteban Moreno recibe fondos de ayudas de Formación del Profesorado Universitario (FPU) financiadas por la Agencia Estatal de Investigación, el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Asimismo, forma parte del proyecto TRANSFERRE. Referencia: PID2023-148361NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación, el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y cofinanciado por la Unión Europea.

ref. Simone Weil y el arte de prestar atención ‘suspendiendo el pensamiento’ – https://theconversation.com/simone-weil-y-el-arte-de-prestar-atencion-suspendiendo-el-pensamiento-264083

La paz según Trump: el acuerdo contempla pocas garantías para el futuro del pueblo palestino

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Aritz Obregón Fernández, Investigador y profesor de Derecho internacional, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Panorama de la ciudad gazatí de Rafah en enero de 2025. Anas-Mohammed/Shutterstock

Israel y Hamás han anunciado que han alcanzado un alto al fuego, que constituiría una primera fase de un acuerdo mayor inspirado en el plan del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Por el momento, no se ha publicado ningún texto del acuerdo, por lo que todas las informaciones se basan en declaraciones de las partes, en algunos puntos contradictorias.

A grandes rasgos, en esta primera fase de duración indeterminada, se daría un cese a las hostilidades, se permitiría la entrada de ayuda humanitaria, se realizaría un intercambio de personas retenidas y se produciría una retirada parcial de Israel a la zona de amortiguación dentro de la Franja de Gaza.

Hamás liberaría a las 20 personas que llevan en su poder desde el 7 de octubre de 2023, entregando de forma gradual los cuerpos de los fallecidos. Israel, por su parte, liberaría a 2 000 detenidos, 250 de ellos condenados a cadena perpetua, excluyendo a los implicados en el ataque del 7 de octubre.

Asimismo, hay informaciones que apuntan a que la retirada del ejército israelí solo se produciría después de la liberación de todos los rehenes retenidos y estaría condicionada al desarme de Hamás.

Primera fase de un plan en el aire

Lo cierto es que el alto al fuego anunciado no es el acuerdo de “paz fuerte, duradera y eterna” que buscaba el presidente estadounidense. En este sentido, es similar a la primera fase del acuerdo alcanzado en enero de 2025 que, sin lugar a dudas, supuso un respiro momentáneo para la población gazatí.

A partir de aquí, queda pendiente negociar el resto de los aspectos fundamentales: retirada de la Franja de Gaza, desarme y futuro papel de Hamás, creación y despliegue de la fuerza internacional y forma de gobierno de la Franja. El propio marco de acuerdo establecido por la propuesta de Trump y la experiencia reciente no invitan al optimismo.

Aunque los 20 puntos del plan de Trump tienen aspectos indudablemente positivos, como la liberación de personas retenidas ilegalmente, el restablecimiento de la ayuda humanitaria bajo la supervisión de Naciones Unidas, la renuncia al desplazamiento forzado y el fin de las hostilidades, adolece de unos elementos que en su origen socavan una resolución definitiva.

Por ejemplo, prevé la anexión ilegal de un “perímetro de seguridad” en Gaza, la creación de una fuerza internacional que podría constituir una nueva fuerza de ocupación o el establecimiento de un gobierno que excluye a la Autoridad Nacional Palestina, que quedaría supeditada a un organismo de naturaleza colonial.

La coacción estadounidense resumible en “genocidio u ocupación” no es ninguna solución, si bien es comprensible que para las víctimas este plan sea preferible a la continuación del genocidio.

El comportamiento de Israel durante el acuerdo de enero es otro aspecto que desalienta la posibilidad de que se alcance una paz definitiva. El ejecutivo israelí cumplió únicamente con la primera fase para tratar de recuperar al mayor número posible de rehenes, mientras saboteaba cualquier posibilidad de acuerdo y preparaba la Operación Poder y Espada.

En la medida en la que la correlación de fuerzas en el interior de Israel no cambie y, sobre todo, no renuncie a sus aspiraciones coloniales, la continuidad de estas negociaciones se fía a la voluntad de Trump.

Trump: un hombre en busca del Nobel de la Paz y del negocio

Es de dominio público que el presidente estadounidense ansía el premio Nobel de la Paz, galardón que está previsto que se anuncia este 10 de octubre. No en vano, en su peculiar campaña como candidato, durante su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, afirmó que había puesto fin a siete guerras. Un somero repaso evidencia que no estuvo implicado en la resolución de estos conflictos o, en su caso, se trató de acuerdos de marketing sin relevancia práctica.

Junto con esta aspiración personalísima se encuentra la necesaria reconstrucción de la Franja de Gaza, percibida como una oportunidad de negocio. Jared Kushner, el yerno de Trump y miembro de la delegación negociadora, animó a Israel a expulsar a la población local gazatí señalando que las propiedades costeras de la Franja podrían ser muy valiosas. Podríamos encontrarnos ante una explotación ilegal de los recursos palestinos sin su consentimiento, una práctica que violaría la soberanía permanente del pueblo palestino a sus recursos.

El resto de actores

La mayor parte de Estados, con los matices que se quieran hacer, han respaldado el plan de Trump. Destacan los países de la zona, que han presionado a Hamás para que acepte los términos del acuerdo. Su voluntad por recomponer cierto equilibrio en la región, que desde 2023 se ha ido inclinando en favor de Israel, y garantizar que los palestinos de Gaza no son expulsados a sus países, son garantía de que continuarán presionando a Hamás.

Quien destaca, por su inacción, es la Unión Europea y sus Estados miembros. Tradicionalmente implicados en los intentos de procesos de paz de Oriente Próximo, en esta ocasión no han jugado ningún papel. En este sentido, es remarcable la pasividad de la Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Kaja Kallas, quien se ha limitado a aplaudir con seguidismo la labor estadounidense calificando el acuerdo de un “gran logro diplomático”.

Por el bien de la población gazatí, esperemos que se negocie una segunda fase, si es posible, en línea con la Declaración de Nueva York de septiembre, más acorde con el derecho internacional vigente.

The Conversation

Aritz Obregón Fernández no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. La paz según Trump: el acuerdo contempla pocas garantías para el futuro del pueblo palestino – https://theconversation.com/la-paz-segun-trump-el-acuerdo-contempla-pocas-garantias-para-el-futuro-del-pueblo-palestino-267179

László Krasznahorkai: vida, obra literaria y el camino hacia el Premio Nobel

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Dra. Emőke Jámbor, Hungarian Language Reader, Teacher, Universitat de Barcelona

Fotografía de László Krasznahorkai en 1990. Lenke Szilágyi/Wikimedia Commons, CC BY-SA

La Academia Sueca acaba de otorgarle al escritor húngaro László Krasznahorkai el Premio Nobel de Literatura, destacando su “obra visionaria y sin concesiones que explora las ruinas espirituales de la modernidad”. Aunque muchas de sus obras se han traducido al español, ¿qué se puede decir de él a quien todavía no haya leído nada de su literatura?

László Krasznahorkai nació el 5 de enero de 1954 en Gyula, una pequeña ciudad del sureste de Hungría, cerca de la frontera con Rumanía. Este entorno periférico, marcado por la historia y el aislamiento, influyó profundamente en su sensibilidad literaria.

Cursó la escuela primaria y secundaria en su ciudad natal, en el Instituto Erkel Ferenc, donde estudió en la sección de latín entre 1968 y 1972. Más tarde, estudió Derecho en la Universidad de Szeged y en la Universidad Eötvös Loránd (ELTE) de Budapest, pero pronto abandonó los estudios jurídicos para dedicarse a la literatura y la filología húngara. Durante sus años universitarios comenzó a publicar sus primeros textos, entre ellos Tebenned hittem (“Creí en ti”, 1977), que llamó la atención por su estilo oscuro y filosófico.

Trayectoria literaria y estilo

Krasznahorkai es uno de los escritores húngaros más singulares y complejos de su generación. Su obra se caracteriza por una prosa densa, hipnótica y desafiante, con frases extremadamente largas y una estructura narrativa ininterrumpida. Su estilo combina la melancolía centroeuropea con una visión apocalíptica del mundo moderno, y en ocasiones incorpora influencias filosóficas orientales derivadas de sus viajes a China y Japón.

Sus textos abordan con frecuencia la desesperanza, la decadencia social, el colapso moral y la búsqueda de sentido en un universo desintegrado. El tono sombrío de su narrativa no excluye una profunda espiritualidad ni una sutil ironía.

Entre sus obras más destacadas se encuentran:

Portada del libro Tango satánico de László Krasznahorkai.
Edición en español de Tango satánico.
Acantilado
  • Sátántangó (Tango satánico, 1985): su primera gran novela, ambientada en un pueblo abandonado tras la caída del comunismo. Es una alegoría sobre la corrupción, la fe y la manipulación colectiva. La versión cinematográfica de Béla Tarr (de más de siete horas de duración) consolidó la fama internacional de ambos artistas.

  • Az ellenállás melankóliája (Melancolía de la resistencia, 1989): explora la irrupción del caos en una comunidad provincial y el enfrentamiento entre el orden y el colapso moral.

  • Herscht 07769 (2021): esta narración está compuesta por una sola frase de cientos de páginas, ejemplo extremo de su dominio formal y su experimentación lingüística.

Además, ha publicado colecciones de relatos y ensayos que profundizan en los mismos temas: la soledad, la violencia y la imposibilidad de redención. Sus textos se han traducido a numerosos idiomas, y varios de ellos han sido adaptados al cine por directores como el ya citado Béla Tarr y György Fehér.

El Premio Nobel de Literatura 2025

A la hora de otorgarle el Nobel de Literatura, la Academia Sueca se ha basado en varios aspectos esenciales:

Ilustración de un hombre de barba y pelo largo.
Ilustración de László Krasznahorkai en los Premios Nobel.
Niklas Elmehed © Nobel Prize Outreach
  1. Una visión apocalíptica profundamente humana: Krasznahorkai describe un mundo en descomposición –social, moral y espiritual–, pero su escritura conserva una fe radical en el poder del arte. La Academia subrayó que su literatura “busca redención en medio del derrumbe”, un gesto que conecta con la tradición de autores como Franz Kafka o Samuel Beckett.

  2. La herencia centroeuropea y la innovación formal: aunque se inscribe en la tradición centroeuropea, Krasznahorkai no la repite: la transforma. Su prosa recuerda la intensidad de Thomas Bernhard o la lucidez de Kafka, pero su tono es propio, casi musical. En sus frases interminables se refleja la obsesión por el tiempo, la percepción y el pensamiento continuo.

  3. El riesgo estilístico y la experimentación: su uso del lenguaje es radical. Al rechazar la estructura tradicional de la novela, propone un flujo narrativo sin pausas que desafía al lector. Obras como Herscht 07769 son prueba de su voluntad de llevar la literatura al límite, donde la forma se convierte en una experiencia existencial.

  4. Reconocimiento internacional: antes del Nobel, Krasznahorkai ya había recibido el Man Booker International Prize en 2015 por el conjunto de su obra. Críticos y escritores de todo el mundo lo han considerado una de las voces más originales de la literatura contemporánea.

  5. El arte como resistencia: su literatura no ofrece consuelo, sino conciencia. En un tiempo marcado por la saturación de información y la pérdida de sentido, Krasznahorkai propone un acto de resistencia: la lentitud, la atención al lenguaje, la exploración interior. Esa ética de la escritura –exigente, profunda, sin adornos– es precisamente lo que la Academia quiso reconocer.


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Conciencia de nuestro tiempo

László Krasznahorkai es hoy una figura central de la literatura universal. Desde su infancia en Gyula hasta su consagración con el Premio Nobel, su trayectoria representa la fidelidad absoluta a una visión artística propia. En un mundo que busca la inmediatez, él reivindica la complejidad; frente a la superficialidad, ofrece profundidad; ante el caos, una forma literaria que lo contiene y lo trasciende.

Sus novelas, difíciles pero luminosas, recuerdan que el lenguaje puede ser un espejo de la desesperación y, al mismo tiempo, un instrumento de redención. Por ello, Krasznahorkai no solo es un escritor húngaro galardonado: es una de las conciencias más agudas de nuestro tiempo.

The Conversation

Dra. Emőke Jámbor no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. László Krasznahorkai: vida, obra literaria y el camino hacia el Premio Nobel – https://theconversation.com/laszlo-krasznahorkai-vida-obra-literaria-y-el-camino-hacia-el-premio-nobel-267166

Gauteng’s ‘Coloured’ community feels unsafe: who they are and why they’re discouraged

Source: The Conversation – Africa (2) – By Rashid Seedat, Executive Director, Gauteng City-Region Observatory

The “Coloured” community in Gauteng, South Africa’s economic heartland, continues to face barriers to full economic and social inclusion. Despite progress in post-apartheid South Africa, this historically oppressed community continues to experience significant socio-economic challenges.

The term “Coloured” is initially placed in quotation marks to acknowledge its contested nature. Historically, the formation of Coloured identity in South Africa emerged from a complex colonial encounter involving Dutch and British settlers, slaves from south and east Asia and east Africa, and the indigenous Khoi and San peoples. This produced a distinct, mixed group that did not neatly fit into colonial racial categories. During apartheid, Coloured people were legally defined by the 1950 Population Registration Act as those who were neither white nor Black African.

Today, it remains an official racial classification in South Africa. It is also used in everyday discourse. But it is not a universally accepted label.

Quotation marks signal critical distance and sensitivity to the complex debates surrounding the term.

The Coloured population is concentrated mainly in the Western Cape (42.1%) and the Northern Cape (41.6%). There are smaller proportions in the Eastern Cape (7.6%), Gauteng (2.9%), Free-State (2.6%), North-West (1.6%), KwaZulu-Natal (1.5%), Mpumalanga (0.6%) and Limpopo (0.3%).

Current, albeit limited, research on the Coloured community is usually focused on the Western Cape province. This means that there is no new substantial scholarship providing a deeper and more nuanced understanding of this community in Gauteng.

In a bid to fill this gap, the Gauteng City-Region Observatory (GCRO) initiated a research project that delves into the issues in greater detail. This follows findings from a GCRO Quality of Life Survey released in 2024 which revealed concerning data on the Coloured community in Gauteng. This included the fact that a larger proportion of Coloured people within Gauteng felt unsafe, discouraged, apathetic and dissatisfied compared to the provincial average.

The concerns highlighted in the survey are not separate from questions of Coloured identity. There is a link between an enduring perception of marginalisation within Coloured communities and real material struggles.

Biggest concerns

Safety: The survey indicated that safety remains a concern for the Coloured community in Gauteng. When asked about the main problems in their community, 2.3% indicated gangs as a problem. This compared with 0.2% of the general Gauteng population.

Additionally, 61% of Coloured people believed that the crime situation had worsened in their neighbourhoods over the past year. The provincial average was 48%.

South Africa is often regarded as “the protest capital of the world”. Over 680 protests were recorded in the country from August 2024 to August 2025, an average of nearly two a day. In September 2025, Johannesburg’s majority-Coloured suburbs, Westbury, Coronationville, Newclare and Claremont, erupted in violent protests following prolonged water shortages. These protests reflected broader frustrations over basic service delivery failures.

When Coloured respondents were asked about reasons for protests in the neighbourhood in the survey, 17% indicated that it was a result of crime and safety issues, compared to the provincial average of 4%.

Joblessness and financial stresses: The survey highlighted that 5% of Coloured residents are discouraged work seekers. This is double the average in Gauteng. A total of 26% of Coloured people felt that saving money was impossible, compared to 17% of the general population.

The highest proportion of households experiencing severe food insecurity in Gauteng belong to the Coloured (12%) and Black African (13%) population groups.

Food insecurity refers to individuals who do not have access to sufficient food to lead an active, healthy life. The GCRO developed a food security index based on four indicators: whether households could afford enough groceries, whether there was a place nearby to buy food, and whether adults or children had skipped a meal due to financial constraints.

Political apathy: Among Coloured people who stated that they intended not to vote or were unsure if they would vote, 40% indicated that they do not like politics, broken promises or believed that voting is a waste of time. This is nearly double the provincial average of 26%.

The Coloured community had the highest proportion of people who were dissatisfied with their local municipalities. This dissatisfaction extended to provincial and national government:

  • 72% of Coloured people expressed dissatisfaction with provincial government, compared to 63% across Gauteng, and

  • 78% were dissatisfied with the national government, compared to 67% for the province.

Over a quarter of Coloured people believed that politics was a waste of time (26%) and that South Africa was a failed state (29%). This was much higher than the provincial average.

The survey also shed light on the ongoing racial tensions within Gauteng. Eighteen percent of Coloured residents reported experiencing racial discrimination either always or often. This compares with 13% of the general population.

Unpacking Coloured identity

A range of South African scholars and authors are engaged in debates on the Coloured identity. In developing our own understanding of Coloured identity, we draw on a three-part framework for thinking about its formation developed by professor of anthropology Zimitri Erasmus and set out in the introduction of the book Coloured by history, shaped by place: New perspectives on Coloured identity in Cape Town.

First, Coloured identity cannot be reduced to a “race mixture”. It is a cultural formation shaped by the conditions of appropriation and dispossession under slavery, colonialism and apartheid.

Second, Coloured identity was developed through creolisation, the blending of subaltern and ruling cultures, and is continually, and creatively, remade by Coloured people across time and space in ways that help them make sense of their lives.

Third, the apartheid racial hierarchy placed Coloured between Black African and White. This gave rise to the common refrain, “not black enough to be Black and not white enough to be White”. This position is twofold. On the one hand researchers must recognise the intra-Black racism of Coloured people under apartheid. On the other hand, they need to recognise the community’s enduring sense of marginalisation.

Next steps

The GRCO‘s project, “The Coloured community in post-apartheid Gauteng” aims to understand and explore dimensions of the Coloured experience in Gauteng.

The research initiative includes these areas of focus: a political and historical overview; a demographic and geographic profile; an examination of social and economic conditions; subjective well-being; political attitudes; and the role of religion.

Shamsunisaa Miles-Timotheus and Shannon Whitaker, junior researchers at the GCRO, are co-authors of this article.

The Conversation

Rashid Seedat receives funding from Gauteng Provincial Government for the Gauteng City-Region Observatory. He is affiliated with the Ahmed Kathrada Foundation as a member of the Board of Trustees.

ref. Gauteng’s ‘Coloured’ community feels unsafe: who they are and why they’re discouraged – https://theconversation.com/gautengs-coloured-community-feels-unsafe-who-they-are-and-why-theyre-discouraged-264716

Southern right whales are having fewer calves: what this says about ocean health

Source: The Conversation – Africa (2) – By Matthew Germishuizen, Postdoctoral research fellow, Mammal Research Institute Whale Unit, Department of Zoology and Entomology, University of Pretoria

Most people are lucky to simply get a glimpse of some fragment of a whale. A subtle puff of mist over the horizon, the curve of a dark smooth back sliding beneath the surface, or for the fortunate, the flash of a tail or the explosive splash of 40 tons of flesh pounding the surface of the water when they breach. The immense satisfaction experienced during these brief appearances is a testimony to the whales’ elusiveness, and the immense difficulty of studying them.

For scientists, the challenge is even greater: whales spend most of their lives far offshore, hidden beneath the waves, or even well within the ice pack in some of the most remote and inhospitable oceans on Earth.

This difficulty has driven researchers to creative extremes – like using crossbows to gather skin samples, flying helicopters to count them, and sticking cameras with suction cups on their backs. I faced the challenge myself during my doctoral research at the University of Pretoria, which set out to unravel how southern right whales are responding to the combined pressures of climate change and shifting ocean ecosystems.

Southern rights are the species that draws thousands of visitors to Hermanus, a town on South Africa’s southern Cape coast, each spring when they reach peak numbers at their calving grounds. They generally start arriving here in June after feeding for a couple of years in the Antarctic, and generally all leave by November back into the Southern Ocean.

Southern right whales are one of the three species of right whales worldwide. All belong to the baleen whale group – the filter-feeding giants that include the blue, humpback and fin whales. Reaching up to 17 metres in length, they are among the larger whale species. The southern right is the only right whale found in the southern hemisphere, with populations off South America, South Africa, Australia and New Zealand.

My research shows that the South African population of southern right whales is being squeezed by climate change in the Southern Ocean. Their reproductive slowdown is a clear biological signal of environmental disruption: fewer calves in Hermanus most likely means there is less food under the ice thousands of kilometres away.

This has two important implications. First, it highlights the vulnerability of whale populations. These animals face an uncertain future in a warming ocean. Second, it demonstrates the remarkable role whales can play as sentinels. By monitoring their health and behaviour, we gain insight into vast, remote ecosystems that are otherwise costly and difficult to study.

Why southern right whales matter

Southern right whales were named by whalers who considered them the “right” whales to hunt: slow, predictable, and buoyant when killed. Those same traits almost drove them to extinction. Today, with international protection, many populations are recovering. But recovery is no guarantee of security. The very qualities that made them easy targets now make them excellent sentinels of environmental change.

These whales are what biologists call capital breeders. Mothers must accumulate enormous energy reserves during their foraging season in the Southern Ocean, then draw down on these stores through pregnancy, birth and nursing. If food is scarce, reproduction falters. This tight link between feeding and breeding makes them a living barometer of ocean health.

What I set out to investigate

For decades, South Africa has been at the forefront of southern right whale research. Since 1969, annual aerial surveys along the Cape coast have tracked mothers and calves, building one of the world’s most detailed datasets on any whale species.

In recent years, however, worrying trends have emerged. After 2009, calving intervals, the time between births, lengthened dramatically. Instead of a calf every three years, many mothers were only giving birth every four or five years. Female body condition declined, and stable isotope studies, which analyse molecules in the skin to indicate what whales have been feeding on, suggested whales were feeding further north than before. This indicates that mothers are potentially taking longer to meet the energy requirements of reproduction.

These red flags raised an urgent question: was climate change disrupting the whales’ food supply in their distant Southern Ocean feeding grounds?

Peering into the whales’ world

To answer this, I combined multiple approaches. I analysed 40 years of environmental data: sea ice cover, chlorophyll (a measure of ocean productivity), and historical whaling records. I deployed satellite tags on living whales to follow their migrations offshore. And I worked with international colleagues to use instruments attached directly to whales, tags that measure conductivity, temperature and depth, to understand the physical and biological features of their foraging habitats.




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Together, these methods painted a clear picture. The traditional high-latitude feeding grounds, once rich in one of their preferred prey, Antarctic krill, have experienced dramatic environmental shifts driven by changes in the Earth’s climate. Sea ice, critical for krill survival and reproduction, has declined by 15%-30% in key regions. The marginal ice zone, once a reliable nursery for krill, has retreated southward. In parallel, whale mothers showed signs of poorer body condition, consistent with struggling to find sufficient food.

At mid-latitudes, meanwhile, whales were often found foraging near ocean fronts, dynamic boundaries where warm and cold waters meet, concentrating nutrients and prey. This suggests that when their polar larder fails, whales are forced to adapt by exploiting less predictable feeding zones further north.

Why it matters to all of us

Southern right whales are more than just a tourist attraction. They are indicators of the health of the Southern Ocean, a region that regulates Earth’s climate by absorbing heat and carbon dioxide. Changes in this system ripple far beyond Antarctica, shaping weather, fisheries, and biodiversity across the globe.

When fewer whale calves appear along South Africa’s coast, it is not only a local conservation concern. It is a message carried on the backs of these giants: our oceans are changing faster than they can adapt.

As we celebrate their return each spring, we should also reflect on the bigger story they tell. Protecting whales, and the oceans they depend on, is inseparable from protecting our own future.

The Conversation

Matthew Germishuizen does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.

ref. Southern right whales are having fewer calves: what this says about ocean health – https://theconversation.com/southern-right-whales-are-having-fewer-calves-what-this-says-about-ocean-health-266375

What do Nigerian children think about computers? Our study found out

Source: The Conversation – Africa (2) – By Ismaila Sanusi, Postdoctoral Researcher, School of Computing, Faculty of Science, Forestry and Technology, University of Eastern Finland

Digital literacy is the ability to use digital tools and technologies effectively, safely and responsibly. This includes the use of smartphones and devices, navigating the internet and exploring coding basics.

In an era where digital literacy is more important than ever, it’s essential to understand how young children perceive computing concepts.

As a computer science education researcher, I led a team of researchers to study young children’s ideas about computing in an African setting. Our recent study sheds light on how children aged five to eight in Nigeria think about computing, including computers, the internet, coding and artificial intelligence (AI).

While most children were familiar with computers and had some idea of the internet, coding and AI were largely unfamiliar or misunderstood. The children’s understanding was shaped by what they observed at home, school and through the media.

This kind of research matters because early digital literacy prepares children for future learning and careers. In African countries, studies like this highlight the urgent need to bridge the digital divide – the wide variation in access and exposure to technology. Without early and inclusive computing education, many children risk being left behind in a world where digital skills are essential. They are crucial not just for the jobs of tomorrow, but for full participation in society.

The study approach

The study took place in two socio-economically distinct communities in Ibadan, Nigeria. It offers valuable insights into how concepts and ideas are formed in relation to understanding technology.

This research chose a small group of children for an in-depth study, rather than a huge sample. Using a “draw-and-talk” method, the researchers asked 12 children to draw what they believed computers, the internet, code and AI looked like.

Artificial intelligence is when machines act smart, like answering questions or recognising faces. Coding is writing instructions that tell computers what to do. The internet is a global network that lets people connect, share and learn online.

These drawings were followed by interviews to explore the children’s thoughts and experiences. This method revealed not only what the children knew but how they formed their ideas.

What children know and don’t know about computing

The study found that most children were familiar with computers, often describing them as resembling televisions or typewriters. This comparison highlights how children relate new concepts to familiar objects in their environment. But their understanding was largely limited to what computers looked like. They had little awareness of internal components or functions beyond “pressing” keys.

When it came to the internet, children’s conceptions were more abstract. Many associated the internet with actions like watching videos or sending messages. This was often based on observing their parents using smartphones. Few could say what the internet actually was or how it worked. This suggests that children’s understanding is shaped more by observed behaviours than formal instruction.

Coding and AI were even less understood. Most of the children had never heard of coding. Those who had offered vague or incorrect definitions, such as associating “code” with television programmes or numbers. Similarly, AI was a foreign concept to nearly all participants. Only two children offered rudimentary explanations based on media exposure, such as robots or voice assistants like Google.

Children’s misconceptions about computers, coding and AI reflect limited exposure and are consistent across different cultural contexts in Nigeria and outside Nigeria. They highlight the need for hands-on programming education and tailored learning models.

This study was based on a prior study conducted in Finland, and the results also have similarities with other studies.

The role of language and environment

A key finding of the study is the influence of socio-economic status and language on children’s understanding. Children from the higher-income community generally had more exposure to digital devices and could express slightly more informed views, especially about the internet.

In contrast, children from the lower-income community had limited access. They struggled to express their ideas, particularly when computing terms lacked equivalents in their native language, Yoruba.

This language barrier underscores a broader challenge in computing education in Africa. There are few culturally and linguistically appropriate teaching materials. Without localised terminology or relatable examples, children may struggle to grasp abstract computing concepts.

Implications for education and policy

The study’s findings have implications for educators, curriculum developers and policymakers. First, they highlight the need to introduce computing concepts like coding and AI at earlier stages of education.

While many African countries, including Nigeria, Ghana and South Africa, have begun integrating computing into school curricula, the focus remains on basic computer literacy. There’s little emphasis on programming or emerging technologies.

Second, the research emphasises the importance of informal learning environments. Children’s conceptions were largely shaped by interactions at home and in their communities. It seems parents, guardians and media play a big role in early digital education.

Initiatives like after-school coding clubs, community tech hubs and parent-focused digital literacy programmes could help bridge the gap.

Finally, the study calls for a more inclusive and equitable approach to computing education. Children from lower socio-economic backgrounds must be given equal opportunities to use technology. This includes not only access to devices but also exposure to meaningful learning experiences that foster curiosity and understanding.

Building a digitally inclusive future

As the digital divide continues to shape educational outcomes globally, studies like this one provide a roadmap for more inclusive computing education. Educators and policymakers can design interventions that are developmentally appropriate, culturally relevant and socially equitable.

The future of computing in Africa depends not just on infrastructure and policy but on nurturing the next generation’s curiosity and creativity. And that journey begins with listening to how children see the digital world around them.

The Conversation

Ismaila Sanusi does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.

ref. What do Nigerian children think about computers? Our study found out – https://theconversation.com/what-do-nigerian-children-think-about-computers-our-study-found-out-260602

Europe is allowing itself to be dominated by the US. It just isn’t admitting as much

Source: The Conversation – France – By Sylvain Kahn, Professeur agrégé d’histoire, docteur en géographie, européaniste au Centre d’histoire de Sciences Po, Sciences Po

For 80 years, Europe maintained an asymmetric yet cooperative relationship with the United States. This imbalance, long accepted as the price of stability and protection, has shifted dramatically under US President Donald Trump. What was once a strategically uneven interdependence has become an unbreakable grip, which is used to exert pressure while being denied by its victims.

In my book, l’Atlantisme est mort ? Vive l’Europe ! (Is Atlanticism Dead? Long Live Europe!), I describe this shift by introducing the concept of “emprisme”: a permitted grip in which Europeans, believing themselves to be partners, become dependent on a power that dominates them without their full awareness.

Emprisme does not merely refer to influence or soft power, but an internalised strategic subordination. Europeans justify this dependence in the name of realism, security, or economic stability, without recognising that it structurally weakens them.

In Trump’s worldview, Europeans are no longer allies but freeloaders. The common market enabled them to become the world’s largest consumer zone and strengthen their companies’ competitiveness, including in the US market. Meanwhile, through NATO, they let Washington bear the costs of collective defence.

The result? According to Trump, the US – because it is strong, generous, and noble – is being “taken advantage of” by its allies. This narrative justifies a shift: allies become resources to exploit. It is no longer cooperation, but extraction.

Ukraine as a pressure lever

The war in Ukraine perfectly illustrates this logic. While the EU mobilized to support Kyiv, this solidarity became a vulnerability exploited by Washington. When the Trump administration temporarily suspended Ukrainian access to US intelligence, the Ukrainian army became blind. Europeans, also dependent on this data, were left half-blind.

The administration’s move was not a mere tactical adjustment, but a strategic signal: European autonomy is conditional.

In July 2025, the EU accepted a deeply unbalanced trade agreement imposing 15% tariffs on its products, without reciprocity. The Turnberry agreement was negotiated at Trump’s private estate in Scotland – a strong symbol of the personalization and brutalization of international relations.

At the same time, the US stopped delivering weapons directly to Ukraine. Europeans now buy American-made arms and deliver them themselves to Kyiv. This is no longer partnership, but forced delegation.

From partners to tributaries

In the logic of the MAGA movement, which is dominant within the Republican Party, Europe is no longer a partner. At best, it is a client; at worst, a tributary.

In this situation, Europeans accept their subordination without naming it. This consent rests on two illusions: the idea that this dependence is the least bad option, and the belief that it is temporary.

Yet many European actors – political leaders, entrepreneurs, and industrialists – supported the Turnberry agreement and the intensification of US arms purchases. In 2025, Europe accepted a perverse deal: paying for its political, commercial and budgetary alignment in exchange for uncertain protection.

It is a quasi-mafia logic of international relations, based on intimidation, brutalization and the subordination of “partners”. Like Don Corleone in Frances Ford Coppola’s The Godfather, Trump seeks to impose an unpredictable American protection in exchange for an arbitrary price set unilaterally by the US.

Emprisme and imperialism: two logics of domination

It is essential to distinguish emprisme from other forms of domination. Unlike President Vladimir Putin’s Russia, whose imperialism relies on military violence, Trump’s US does not use direct force. When Trump threatens to annex Greenland, he exerts pressure but does not mobilize troops. He acts through economic coercion, trade blackmail, and political pressure.

Because Europeans are partially aware of this and debate the acceptable degree of pressure, this grip is all the more insidious. It is systemic, normalized, and thus hard to contest.

Putin’s regime, by contrast, relies on violence as a principle of government – against its own society and its neighbours. The invasion of Ukraine is its culmination. Both systems exercise domination, but through different logics: Russian imperialism is brutal and direct; US emprisme is accepted, constraining, and denied.

Breaking the denial

What makes emprisme particularly dangerous is the denial that accompanies it. Europeans continue to speak of the transatlantic partnership, shared values, and strategic alignment. But the reality is one of accepted coercion.

This denial is not only rhetorical: it shapes policies. European leaders justify trade concessions, arms purchases, and diplomatic alignments as reasonable compromises. They hope Trump will pass, that the old balance will return.

But emprisme is not a minor development. It is a structural transformation of the transatlantic relationship. And as long as Europe does not name it, it will keep weakening – strategically, economically and politically.

Naming emprisme to resist it

Europe must open its eyes. The transatlantic link, once protective, has become an instrument of domination. The concept of emprisme allows us to name this reality – and naming is already resisting.

The question is now clear: does Europe want to remain a passive subject of US strategy, or become a strategic actor again? The answer will determine its place in tomorrow’s world.


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The Conversation

Sylvain Kahn ne travaille pas, ne conseille pas, ne possède pas de parts, ne reçoit pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’a déclaré aucune autre affiliation que son organisme de recherche.

ref. Europe is allowing itself to be dominated by the US. It just isn’t admitting as much – https://theconversation.com/europe-is-allowing-itself-to-be-dominated-by-the-us-it-just-isnt-admitting-as-much-267060

Décoloniser les pratiques scientifiques : le cas du désert d’Atacama au Chili

Source: The Conversation – in French – By Adrien Tavernier, Scientist in environmental sciences, Universidad de Atacama

Est-il moral, éthique, voire tout simplement acceptable, que des projets de recherche soient menés dans des pays du « Sud global » sans qu’aucun scientifique local soit impliqué ? Une étude vient apporter une quantification de cette problématique dans la zone de la Puna sèche et du désert d’Atacama, en Amérique latine.


Tout travail de recherche scientifique implique, initialement, une revue bibliographique. Le but de ce travail préliminaire est de parcourir la littérature afin de compiler les informations susceptibles d’étayer la question principale à laquelle une équipe scientifique souhaite répondre.

C’est au cours de cette recherche bibliographique que notre équipe, travaillant sur la caractérisation environnementale de la Puna sèche et du désert d’Atacama, en Amérique du Sud, a eu l’impression que la plupart des travaux publiés jusqu’alors avaient été réalisés par des équipes étrangères, sans aucune implication de chercheurs appartenant à une institution locale.

Pour ramener la situation à la France, serait-il possible et acceptable que les Puys d’Auvergne ou la Mer de Glace soient étudiés exclusivement par des équipes issues d’organismes de recherche argentins, chiliens, péruviens ou boliviens sans participation de chercheurs appartenant à des institutions françaises ?

Localisation géographique de la Puna sèche (rouge) et du désert d’Atacama (jaune).
Fourni par l’auteur

La Puna sèche et le désert d’Atacama sont des régions du globe à cheval sur quatre pays (Argentine, Bolivie, Chili et Pérou). Ces zones géographiques particulières ont pour caractéristique principale une aridité extrême qui façonne des paysages que beaucoup qualifierait spontanément de « lunaires » ou de « martiens ». Ces deux régions correspondent en effet à ce que l’on appelle, dans le jargon scientifique, des analogues planétaires : des lieux géographiques présents sur Terre mais qui peuvent s’apparenter à des environnements extraterrestres.

La Puna sèche et le désert d’Atacama sont ainsi considérés comme de bons analogues terrestres de Mars et pourraient présenter, à l’heure actuelle, des conditions physico-chimiques proches de ce que la planète rouge aurait pu connaître au cours de son histoire géologique. Ce sont donc de formidables laboratoires naturels pour les domaines des sciences planétaires et de l’astrobiologie. Leur rareté suscite également l’intérêt des scientifiques du monde entier.

Comparaison entre un paysage terrestre dans le désert d’Atacama lors d’une campagne de recherche de météorites et un paysage martien capturé par le rover Curiosity.
Partie supérieure : Luigi Folco/Partie inférieure : NASA/JPL-Caltech/MSSS, CC BY

Comment passer d’une vague impression à une certitude de la prépondérance de travaux étrangers sur la zone géographique concernée ? Notre équipe francochilienne composée de géologues, de géophysiciens, d’astrophysiciens et de biologistes a mis en place une méthode systématique de comparaison des articles basés, d’une manière ou d’une autre, sur les caractéristiques exceptionnelles de la Puna sèche et du désert d’Atacama, dans les domaines des sciences planétaires et de l’astrobiologie.

Les résultats de cette étude ont été publiés en 2023 dans la revue Meteoritics and Planetary Science et notre impression a été confirmée : plus de 60 % des articles l’ont été sans impliquer un chercheur appartenant à une institution nationale d’un des pays abritant la Puna sèche et/ou le désert d’Atacama (5 369 articles analysés sur la sélection générale en sciences de la Terre, 161 pour les sciences planétaires et l’astrobiologie). Le déséquilibre mis en évidence est similaire à d’autres disciplines scientifiques et ne se limite pas à cette région.

La valorisation scientifique du patrimoine naturel de certains pays, sans contribution majeure des chercheurs locaux, suscite de plus en plus d’inquiétudes dans une partie de la communauté scientifique. Au cours de ce travail, nous avons découvert les termes relativement récents (depuis les années 2000) de sciences hélicoptères, sciences parachutes, sciences safari ou sciences néocoloniales (terme privilégié dans la suite de cet article) qui permettent de mettre des noms sur ces pratiques caractérisées par la mise en œuvre de projets de recherches scientifiques menées par des équipes de pays développés (Nord global) dans des pays en développement ou sous-développés (Sud global) sans aucune implication des chercheurs locaux.

Ces pratiques tendent à être considérées comme contraires à l’éthique et le sujet devient un thème de discussions et de publications au sein des sciences dures : le plus souvent sous forme de diagnostic général, mais aussi en termes de quantification.

Certaines revues scientifiques, dont Geoderma (référence du domaine en science du sol) a été l’un des pionniers à partir de 2020, ont pris l’initiative d’un positionnement sans équivoque contre les pratiques de sciences néocoloniales ouvrant la voie à la modification des lignes éditoriales afin de prendre en compte la nécessité d’impliquer les chercheurs locaux dans les publications scientifiques.

C’est le cas par exemple de l’ensemble des journaux PLOS qui exigent, depuis 2021, le remplissage d’un questionnaire d’inclusion de chercheurs locaux pour une recherche menée dans un pays tiers, exigence qui a depuis fait des émules au sein du monde de l’édition scientifique.

L’exigence éthique vis-à-vis des recherches menées dans des pays étrangers devient donc un standard éditorial important mais pas encore majeur. D’autres leviers pourraient cependant être activés comme des cadres législatifs nationaux ou internationaux restrictifs imposant la participation de chercheurs locaux dans des travaux de terrain menés par des scientifiques étrangers.

En France par exemple, la mise en place de programmes de recherche dans des territoires exceptionnels comme les îles Kerguelen (territoire subantarctique français de l’océan Indien) ou la terre Adélie en Antarctique nécessite que le projet soit porté par un scientifique, agent titulaire d’un organisme de recherche public français. Des modèles permettant d’éviter cette problématique d’appropriation culturelle d’un patrimoine naturel scientifique par des chercheurs appartenant à des institutions étrangères existent donc déjà et constituent autant de ressources sur lesquelles se fonder afin de limiter ces pratiques de sciences néocoloniales. Il nous semblerait cependant nécessaire que la communauté scientifique procède à une introspection de ces pratiques.

C’est tout l’enjeu de l’étude que nous avons menée et des travaux similaires qui se généralisent depuis quelques années : rendre ces pratiques de sciences néocoloniales visibles, notamment en quantifiant le phénomène, afin que cette problématique soit débattue au sein de la communauté. Cela a notamment permis à notre équipe de se poser des questions fondamentales sur ses pratiques scientifiques et de (re)découvrir les apports conséquents menés, depuis plus de 60 ans, par les sociologues et les épistémologues sur les racines profondes et historiques pouvant lier colonialisme, impérialisme et science et plus généralement des relations entre centre et périphérie (par exemple les déséquilibres, au sein d’un même pays, entre institutions métropolitaines ou centrales vis-à-vis des institutions régionales).

L’exemple des analogues terrestres de la Puna sèche et du désert d’Atacama illustre ainsi les écarts économique, scientifique et technologique creusés progressivement entre le Nord et le Sud global. Les sciences planétaires et l’astrobiologie, ont été historiquement liées au développement technologique de programmes spatiaux ambitieux et extrêmement coûteux dont souvent les principales ambitions n’étaient pas scientifiques. Les pays du Sud global n’ont ainsi pas eu l’opportunité de profiter de la conquête spatiale de la seconde moitié du XXe siècle pour développer une communauté scientifique locale en sciences planétaires et en astrobiologie.

Des efforts sont actuellement menés au sein du continent sud-américain afin de pallier cette situation et ainsi faciliter l’identification d’interlocuteurs scientifiques locaux par des chercheurs d’institutions étrangères souhaitant mener des recherches en sciences planétaires ou en astrobiologie en Amérique du Sud. Des démarches vertueuses entre certains chercheurs sud-américains et leurs homologues du Nord global ont aussi été menées afin de développer ex nihilo des initiatives de recherche locales dans des domaines spécifiques des sciences planétaires et de l’astrobiologie (par exemple, vis-à-vis d’un cas que notre équipe connaît bien, la recherche sur les météorites au Chili).

Dans le domaine de l’astronomie, à la marge donc des sciences planétaires et de l’astrobiologie, la mise en place des grands observatoires internationaux sur le sol chilien a permis la structuration d’une communauté locale d’astronomes et représente ainsi un bon exemple de début de coopération fructueuse entre le Nord et le Sud global. N’oublions pas de citer aussi le développement remarquable et exemplaire de l’astrobiologie au Mexique, dans les pas des scientifiques mexicains Antonio Lazcano et Rafael Navarro-González, qui démontre qu’une structuration locale indépendante reste possible et peut induire une dynamique positive pour l’ensemble du continent sud-américain.

Toutes ces initiatives restent cependant trop rares ou encore trop déséquilibrées au profit d’un leadership du Nord global et ne peuvent, selon nous, se substituer à une introspection profonde des pratiques de recherche scientifique. Dans un contexte où la légitimité des sciences est contestée, cet effort d’autocritique émanant de la communauté scientifique ne nous semblerait pas superflu.

The Conversation

Les auteurs ne travaillent pas, ne conseillent pas, ne possèdent pas de parts, ne reçoivent pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’ont déclaré aucune autre affiliation que leur organisme de recherche.

ref. Décoloniser les pratiques scientifiques : le cas du désert d’Atacama au Chili – https://theconversation.com/decoloniser-les-pratiques-scientifiques-le-cas-du-desert-datacama-au-chili-241954

Santé mentale : en finir avec la stigmatisation des troubles psychiques

Source: The Conversation – in French – By Thibault Jaubert, Chercheur post-doctoral en psychologie sociale et de la santé, Université Savoie Mont Blanc; Université Paris Cité

Les personnes concernées par la dépression, la schizophrénie ou d’autres troubles liés à l’altération de la santé mentale sont victimes de stéréotypes et comportements discriminatoires en raison de leur maladie. La Journée mondiale de la santé mentale du 10 octobre, sous l’égide de l’Organisation mondiale de la santé, est l’occasion de décrypter les causes de cette stigmatisation et de présenter des pistes explorées par la recherche pour la combattre.


Les troubles mentaux correspondent à des altérations de la santé mentale affectant le fonctionnement émotionnel, cognitif et social. Alors qu’on estime que près de la moitié de la population mondiale sera concernée au cours de sa vie dans la prochaine décennie, il faut faire face à un fardeau supplémentaire : la stigmatisation liée aux troubles mentaux.




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Troubles mentaux : quand la stigmatisation d’aujourd’hui reflète les conceptions d’hier


Être la cible de stigmatisations, c’est faire face à des stéréotypes négatifs, des préjugés et des comportements discriminatoires. Ce sont des freins majeurs à l’accès aux soins et au rétablissement.

Comment expliquer cette stigmatisation ? Et surtout, comment y remédier ? Des pistes concrètes existent.

Troubles mentaux et stigmatisation : un phénomène préoccupant et impactant

La stigmatisation des troubles mentaux pousse de nombreuses personnes concernées à minimiser ou à dissimuler leur condition, par crainte d’être jugées ou rejetées.

Contrairement à d’autres formes de handicap qualifiées de visibles, les troubles mentaux sont souvent peu apparents, ce qui les rend faciles à dissimuler. En parallèle, cette stigmatisation peut s’intérioriser, et les personnes ayant un trouble mental peuvent parfois intégrer les stéréotypes qui les visent.

Connu sous le terme d’« auto-stigmatisation », cet effet « Why try » (« À quoi bon essayer ») amène les personnes à se sentir incapables de changer leur condition. Ses conséquences ont un coût important pour les personnes concernées en retardant le recours aux soins, le rétablissement, mais aussi en favorisant l’isolement social.

Lutter contre la stigmatisation des personnes ayant un trouble mental représente un levier stratégique pour la mise en œuvre d’interventions à large échelle. Ce combat participe donc d’un défi en santé publique, au même titre que l’amélioration des parcours de soins, l’innovation thérapeutique (non médicamenteuse comme pharmacologique) et la mise en place d’actions de promotion et de prévention (comme préconisée par la « Feuille de route Santé mentale et psychiatrie, 2018 »).

Cela s’inscrit dans un contexte où les coûts – autant humains (personnels et familiaux), sociaux qu’économiques – sont considérables. En France, le coût annuel direct et indirect des troubles mentaux avait ainsi été estimé à 163 milliards d’euros pour l’année 2018.

D’où vient la stigmatisation des troubles mentaux ?

Une première cause de stigmatisation réside dans l’ensemble des croyances que les individus entretiennent vis-à-vis des troubles mentaux. Deux prédominent dans l’opinion publique : l’idée selon laquelle les individus ayant un trouble mental seraient responsables de leur trouble ; et le fait que les troubles mentaux sont perçus comme plus dangereux.

Par exemple, les personnes concernées par des troubles de l’humeur comme la dépression sont perçues comme ne parvenant pas ou ne faisant pas suffisamment d’efforts pour contrôler leurs pensées, leurs émotions ou leurs actions. Les troubles psychotiques, tels que la schizophrénie, sont associés à un risque perçu de violence ou de comportement imprévisible.

Ces croyances favorisent des émotions négatives, comme la peur ou la colère, ce qui encourage les comportements discriminatoires à l’égard des personnes ayant un trouble mental.

Lutter contre les croyances et développer des compétences socioaffectives

Les interventions qui promeuvent une compréhension de la complexité des troubles – incluant des causes biologiques, psychologiques et sociales – peuvent contribuer à remettre en question ces croyances.

Ce levier permet de déconstruire le stéréotype selon lequel les individus seraient responsables de leur état de santé mentale ou pourraient en sortir par un simple effort de volonté. Sensibiliser sur le rôle des facteurs, tels que les traumatismes précoces, les vulnérabilités économiques et sociales et les causes génétiques, aide à déconstruire les idées erronées d’autoresponsabilité et de dangerosité.

Au-delà des croyances, une seconde cause de stigmatisation tient aux compétences socioaffectives. Entre autres, le fait de ressentir de l’anxiété, de ne pas percevoir suffisamment de similarité et d’empathie envers les personnes ayant des troubles mentaux sont des facteurs favorisant la stigmatisation. Cela traduit souvent une difficulté à se représenter l’expérience vécue par les personnes concernées, à reconnaître leurs émotions et leurs besoins.

Les interventions encourageant le contact direct ou indirect avec des personnes ayant un trouble mental s’avèrent efficaces à court et moyen terme pour diminuer la stigmatisation. Leur potentiel s’explique par le fait qu’elles favorisent le développement de ces compétences. Cependant, des recherches sont nécessaires pour en évaluer les effets à long terme.

Explorer les atouts de la réalité virtuelle

Enfin, la réalité virtuelle s’affiche comme un autre levier d’action innovant. Elle permet aux individus de s’immerger dans des simulations interactives qui reproduisent des expériences associées à certains troubles mentaux (hallucinations auditives, épisodes anxieux).

Des recherches sont encore nécessaires. Mais si ses atouts étaient confirmés, la réalité virtuelle pourrait renforcer la compréhension de ce que signifie vivre avec un trouble mental au quotidien. Ces environnements immersifs semblent en effet réduire la stigmatisation sans nécessiter un contact direct réel.

Adapter les interventions de déstigmatisation aux contextes et aux publics

Il est important de préciser que l’efficacité des interventions de lutte contre la stigmatisation dépend évidemment de plusieurs facteurs, dont leur adéquation au contexte et aux publics visés. Les programmes de sensibilisation combinant connaissances et savoirs sont adaptés aux plus jeunes puisqu’ils sont peu coûteux, facilement intégrables en contexte scolaire, et semblent produire des effets chez les 10-19 ans.

Pour assurer leur efficacité, ces initiatives doivent être menées par des professionnels de santé, ou bien des enseignants ou personnes concernées expertes dûment formées. Auprès des adultes en revanche, les approches fondées sur le contact direct et mobilisant l’empathie apparaissent plus pertinentes.

Alors que certaines représentations, notamment dans les œuvres de science-fiction ou les faits divers médiatisés, véhiculent des messages caricaturaux et alarmistes qui renforcent certaines croyances, les ressources numériques et culturelles peuvent jouer un rôle dans la diffusion de représentations plus nuancées et inclusives des troubles.

De plus, la prise de parole de personnalités participe à la normalisation du sujet dans l’espace public au travers d’initiatives, telles que Pop & Psy. Des plateformes d’information, comme Psycom ou Santé mentale-Info service, facilitent l’accès à des contenus informatifs et de premières ressources accessibles au plus grand nombre.

Un enjeu d’inclusion sociale et de santé publique

La stigmatisation de la santé mentale soulève des enjeux relatifs à l’inclusion des personnes confrontées à diverses formes de vulnérabilité, et interroge plus largement les conditions de notre vivre-ensemble. En ce sens, déstigmatiser les troubles mentaux ne relève pas d’une simple sensibilisation individuelle, mais constitue un enjeu d’inclusion sociale et de santé publique.

Pour être efficaces, les politiques de lutte contre la stigmatisation doivent adopter une approche combinant la diffusion de connaissances sur les déterminants de la santé mentale, les initiatives fondées sur l’expérience (comme le contact direct ou la réalité virtuelle), tout en impliquant l’action coordonnée des acteurs éducatifs, médiatiques, et ceux de la santé.


Nicolas Rainteau, psychiatre au Centre hospitalier spécialisé de la Savoie, spécialiste de la réhabilitation psycho-sociale, membre associé à l’Université Savoie-Mont-Blanc, est coauteur de cet article.

The Conversation

Thibault Jaubert a reçu des financements de Fondation ARHM et Chaire BEST Santé Mentale.

Arnaud Carre a reçu des financements de la Fondation Université Savoie Mont Blanc.

Annique Smeding ne travaille pas, ne conseille pas, ne possède pas de parts, ne reçoit pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’a déclaré aucune autre affiliation que son organisme de recherche.

ref. Santé mentale : en finir avec la stigmatisation des troubles psychiques – https://theconversation.com/sante-mentale-en-finir-avec-la-stigmatisation-des-troubles-psychiques-266436