Andersen en Cádiz: entre el asombro y la decepción

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Yolanda Romero-Vallejo, Investigadora Predoctoral FPU del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura, Universidad de Cádiz

Vista de Cádiz desde la torre Tavira captada por Juan Laurent en el siglo XIX. Wikimedia Commons

Cuando el escritor Hans Christian Andersen llegó a Cádiz en noviembre de 1862, lo hizo con una maleta cargada de ilusiones y con el convencimiento de que, por fin, conocería el país de sus sueños. Durante décadas, España había sido para él un territorio mítico, escenario de lecturas románticas y recuerdos de infancia.

Portada del libro Viaje por España.

Alianza Editorial

Pero la realidad no siempre se parece a la fantasía. Tras pasear por las calles blancas y soleadas de la ciudad, el autor de La sirenita y El patito feo dejó escrito en su Viaje por España que “Cádiz no iba a agradarnos”. Un comentario breve, casi seco, que encierra toda una decepción: la distancia entre la Andalucía romántica de los libros y una ciudad portuaria elegante, sí, pero a sus ojos bastante anodina.

España, el destino soñado de los románticos

A mediados del siglo XIX, España era el gran destino exótico para viajeros europeos. Las ruinas de Al-Ándalus, las leyendas moriscas, la cercanía de Gibraltar y el atractivo de gitanos y bandoleros alimentaban el imaginario romántico. Andalucía, en particular, combinaba misterio, monumentalidad y un aire orientalista irresistible.

Por ella pasaron figuras de renombre que contribuyeron a fijar una Andalucía literaria, mezcla de realidad y fantasía. Entre ellos, el poeta británico Lord Byron, los escritores galos Théophile Gautier –con su Viaje por España (1840)–, Prosper Mérimée y Alejandro Dumas –con De París a Cádiz (1847)–, el autor estadounidense Washington Irving y sus Cuentos de la Alhambra, y el artista francés Gustave Doré, que ilustró su propio periplo por el país.

Andersen y su obsesión con España

El caso de Andersen fue especial. De niño convivió en su ciudad natal, Odense, con soldados españoles que habían luchado contra Napoleón. Aquellos hombres valientes de carácter bondadoso le dejaron un recuerdo imborrable: uno de ellos llegó a regalarle una medalla de plata. Décadas después, Andersen confesaba que ese momento marcó su infancia y de ahí nació su famoso cuento titulado El soldadito de plomo.

Esa huella se mezcló con años de lecturas románticas hasta convertir a España en su gran obsesión. Antes de poner un pie en la península ya había escrito sobre ella, con más entusiasmo que rigor. No pudo cumplir su sueño hasta 1862, cuando, a los 58 años y tras haber publicado cuentos tan célebres como La sirenita, El traje nuevo del emperador o La reina de las nieves, se lanzó a recorrer el país.

Un viaje lleno de desencantos

Fotografía virada a sepia de un hombre con abrigo, chistera y bastón.
Fotografía de Hans Christian Andersen hecha por Theodor Collin en 1862.
Wikimedia Commons

El itinerario de Andersen siguió la estela de tantos viajeros románticos. En Barcelona se entusiasmó con la vitalidad de los cafés, “más lujosos que los parisinos”. En Málaga declaró que le gustaría ser enterrado allí, si fallecía durante el viaje. En Granada pasó tres semanas, fascinado por la Alhambra pero sumido en una extraña melancolía.

Sevilla le pareció encantadora por su aire de “ciudad mora” y la belleza de sus mujeres. Madrid, en cambio, le resultó indigna como capital, y Toledo lo recibió en pleno invierno con un frío que lo empujó al desánimo. Tras recorrer San Sebastián, cerró un viaje que no cumplió las expectativas de toda una vida.

Cádiz: limpia, blanca… y aburrida

El 11 de noviembre de 1862, Andersen llegó a Cádiz desde Tánger y se alojó en La Fonda de París, hoy Hotel Las Cortes, que conserva una placa en su memoria. Se encontró con una ciudad con fachadas relucientes, banderas ondeando en los balcones y el bullicio del puerto. La Alameda, con sus palmeras y vistas al mar, le pareció hermosa.

Sin embargo, su entusiasmo se desinfló pronto. Se quejó de la ausencia de museos o ruinas que alimentaran su imaginación romántica. Tampoco le inspiraron los alrededores: describió los llanos interminables de salinas y las pirámides de sal que se alzaban sobre la costa como un paisaje monótono, sin el dramatismo montañoso que tanto entusiasmaba a los viajeros románticos en otros puntos de Andalucía. Cádiz, concluyó, parecía más una ciudad de comerciantes que un escenario de aventuras. Comparó la ciudad con una urbe “vestida de domingo, ¡pero aburrida, Dios mío!”. Y concluyó, con cierta ironía: “Bueno, no pienso tan mal de Cádiz como he dicho”.

No todo fueron críticas. Andersen disfrutó del casino, elegante y lleno de prensa extranjera, y anotó la vitalidad de las mujeres gaditanas. Pero sentenció que “el forastero no la ve” como materia de novela.

Fotografía de un paseo arbolado al lado del malecón.
La Alameda de Cádiz, en una fotografía hecha por Juan Laurent en el siglo XIX.
Wikimedia Commons

Un hombre triste en la tierra de la alegría

Hoy, de aquel paso breve por Cádiz quedan algunos ecos: el recuerdo en el Hotel Las Cortes, un concurso literario que lo homenajea y, sobre todo, las páginas de su Viaje por España. Allí se percibe a un Andersen que, pese a ser uno de los grandes renovadores de la literatura infantil y juvenil, fue incapaz de encontrar inspiración en la ciudad blanca del mar abierto.

En Cádiz, Andersen confesó con desencanto: “España, hasta el momento, no me había inspirado un solo cuento”. Quizá el contraste entre sus expectativas románticas y la realidad cotidiana de una ciudad mercantil explique esa decepción. O quizá, como él mismo escribió, “la culpa fuese mía, o puede que de la ciudad en sí”.

Sea como fuere, el breve paso de Andersen por Cádiz nos recuerda algo esencial: los lugares que habitan en la imaginación rara vez coinciden con los que encontramos al recorrer sus calles. Y a veces, incluso los grandes cuentistas descubren que no siempre hay un relato que contar.

The Conversation

Yolanda Romero-Vallejo no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Andersen en Cádiz: entre el asombro y la decepción – https://theconversation.com/andersen-en-cadiz-entre-el-asombro-y-la-decepcion-264316

Psicogeografía: los mapas de nuestras emociones

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Carlos Ferrás Sexto, Catedrático de Geografía Humana, Universidade de Santiago de Compostela

Mapa de una vista aérea de la ciudad de Nueva York con determinados lugares destacados. Rawpixel.com/Shutterstock

¿Alguna vez ha cartografiado mentalmente las calles que hay entre su hogar y su trabajo, haciendo énfasis en estos dos lugares sin visualizar todo lo que existe en medio? ¿O entre su piso y su cafetería favorita? Parece que, en nuestra cabeza, entre las localizaciones que nos interesan no existe la distancia… o al menos no tanta como realmente hay.

Las personas tendemos a representar el espacio de forma topológica, es decir, buscando cómo se organizan y se relacionan los lugares que conocemos y habitamos. Llamamos mapas mentales (o mapas psicogeográficos) a esas representaciones gráficas subjetivas del espacio vivido, que permiten una interpretación libre del paisaje en relación con las emociones.

Cómo nos vemos en el espacio

Ejemplo de mapa psicogeográfico dibujado por una chica de 12 años.
Ejemplo de mapa psicogeográfico dibujado por una chica de 12 años.
‘Mapas Divertidos. Achegando a Xeografía aos máis novos’, proyecto de I+D+i financiado por el Consello Social de la Universidad de Santiago de Compostela.

Estos mapas son resultado de nuestra percepción subjetiva del espacio vital en el que se insertan.

Por ejemplo, podemos hacer un mapa de los lugares en los que hemos quedado con nuestros amigos de la universidad, o un mapa del barrio con los lugares que visitamos rutinariamente. Sobre ellos identificaremos sentimientos y percepciones más o menos positivas o negativas: lugares agradables y desagradables, relajados o estresantes, seguros o inseguros, lugares del miedo, alegres o tristes…

También hacen posible observar el pensamiento espacial de las personas. Gracias a los mapas sabemos cómo nos orientamos, cómo estructuramos el espacio y cómo identificamos hitos, bordes, barrios, sendas y nodos, al representar gráficamente el entorno en el que nos desplazamos, vivimos y nos desarrollamos habitualmente. Se consideran recursos cognitivos útiles en la geografía de la percepción.

El nivel de madurez cognitiva de la persona, junto con su capacidad de pensamiento abstracto espacial, determinan su habilidad para crear una composición cartográfica estructurada, más o menos compleja en detalles, independientemente de su calidad cartesiana. Asimismo nos ayudan a analizar cómo cada uno percibe el espacio vital, y qué hábitos, valores, creencias y sentimientos tiene.

Además, permiten reconocer los “fondos de conocimiento”, es decir, todo lo que sabemos y aprendemos –cultural, institucional, social y geográficamente– a lo largo de la vida.

Conocer los movimientos para conocer a la persona

Debido a esta relación entre los espacios y la mente, se han comenzado a formular subdisciplinas geográficas como la geografía de las emociones, la psicogeografía o la geografía psicoanalítica.

En ellas, se estudian los estados de ánimo de enfermos crónicos o de grupos sociales, buscando la interrelación entre las emociones y el comportamiento humano y de estos con los lugares, el hábitat y el ambiente social, cultural y económico. Se puede constatar, por ejemplo, cómo la prevalencia de la depresión desciende a medida que aumenta la movilidad espacial de las personas y se multiplican las interacciones sociales, las experiencias y las percepciones de los lugares.

Portada de Guía psicogeográfica de París, de Guy Debord.
Guía psicogeográfica de París. Discurso sobre las pasiones del amor, de Guy Debord.
MACBA

La tecnología, de hecho, ofrece nuevas posibilidades en el estudio de este campo. Los datos georreferenciados a través de las comunicaciones móviles, las ubicaciones compartidas en internet o las operaciones de pago digital dan información sobre la vida cotidiana de las personas. Eso permite elaborar mapas de estados de ánimo personalizados que localizan lugares de mayor o menor estrés en la vida diaria. Se cartografían así las emociones de los lugares a los que accedemos físicamente o a través de internet, y también de nuestros sentimientos y experiencias.

Con estos mapas se pueden ofrecer terapias psicológicas que inciden en el análisis de los lugares cotidianos de la persona, atendiendo a la salud mental como una prioridad en la sociedad actual. Por ejemplo, en el caso de trastornos de ansiedad podemos identificar los lugares tóxicos, los lugares del miedo, y analizar los factores desencadenantes en esos lugares en esos momentos.

El censo como herramienta para el cuidado

También se pueden realizar investigaciones transdisciplinares entre geógrafos, psicoterapeutas e ingenieros informáticos.

Veamos como ejemplo el caso de Estados Unidos. Existe aquí el precedente de los denominados “Mapas de la Desesperación”, elaborados a partir de una encuesta telefónica sobre el estado de ánimo a más de 2,4 millones de personas. El objetivo era evaluar la salud mental a nivel territorial y obtener información para planificar y organizar los servicios de salud, tratando de orientar los recursos hacia aquellos lugares donde fuesen más necesarios.

Además de esa evaluación, con una combinación de datos podríamos producir informes psicogeográficos que fuesen más allá. ¿Cómo lo haríamos? A partir del censo. En EE. UU., para recoger datos demográficos en los centros de población, la unidad de medida más pequeña que utilizan es la sección censal. Por tanto, si analizásemos sus secciones censales, podríamos combinar los datos estadísticos con el entorno de las personas y su comportamiento y ser más precisos.


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En Europa también existen desafíos que puede abordar la investigación psicogeográfica. Por ejemplo, analizar las conexiones entre trastornos como la ansiedad o la depresión y su relación con el hogar de los afectados. Se mirarían indicadores estadísticos como la densidad residencial, la superficie disponible por vivienda, los espacios verdes, los equipamientos culturales, el desempleo, el consumo de medicamentos, el envejecimiento, la violencia contra la mujer, etc.

De hecho, en España los datos censales a nivel inframunicipal podrían ser objeto de comparación con las secciones censales de los Estados Unidos. Así, en investigaciones futuras podríamos llegar a identificar las áreas de especial incidencia para seleccionar comunidades objeto de investigación experimental. El próximo desafío sería establecer terapias psicosociales comunitarias en espacios vulnerables que se basasen en los datos psicogeográficos obtenidos.

Así, nuestra capacidad para dibujar el espacio que ocupamos podría ofrecernos ayuda a la hora de gestionar cómo sentirnos al habitarlo.

The Conversation

Carlos Ferrás Sexto no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Psicogeografía: los mapas de nuestras emociones – https://theconversation.com/psicogeografia-los-mapas-de-nuestras-emociones-255650

Productividad laboral: lo que la ley exige al trabajador (y lo que no)

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Francisco Trujillo Pons, Profesor e Investigador de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Universitat Jaume I

Vanz Studio/Shutterstock

Los empleados tienen la obligación de “contribuir a la mejora de la productividad de la empresa”. Así lo establece el artículo 5 del Estatuto de los Trabajadores. Este mandato no aparece como una recomendación ni como una cláusula simbólica, sino como parte del conjunto de deberes que conforman el vínculo laboral.

El deber de productividad, junto a otros como la diligencia, la buena fe o el cumplimiento de órdenes (en el marco de lo pactado), marca la línea entre la mera prestación del servicio y la cooperación activa con la organización. Al introducir este punto en la norma, el legislador buscaba dejar claro que el trabajo asalariado no puede concebirse solo como el cumplimiento mínimo de tareas, sino como una colaboración destinada a sostener y mejorar el rendimiento del sistema productivo.

Significado en términos reales

En la práctica, la obligación de contribuir a la productividad no exige al trabajador rendir como una máquina ni batir récords diarios. Lo que persigue la norma es que se cumpla de manera seria y diligente con las funciones encomendadas y evitar conductas que frenen intencionadamente la actividad.

Un trabajador que ralentiza de forma consciente el proceso estará incumpliendo este deber aunque cumpla su jornada completa. En cambio, si rinde menos porque atraviesa una fase de cansancio, carece de medios adecuados o simplemente su ritmo natural es diferente, no se puede considerar que esté infringiendo la norma.

La clave está, pues, en distinguir entre la buena fe en el cumplimiento y la deslealtad manifiesta.

¿Supone alcanzar objetivos concretos?

Concretamente, el deber de productividad no obliga, por ejemplo, a cumplir cuotas de ventas, fabricar X productos al día o cerrar determinado número de expedientes. Esos estándares solo pueden derivarse de lo pactado en el contrato de trabajo o en el convenio colectivo aplicable (de la empresa o del sector).

Por ejemplo, los objetivos de venta de un comercial van a depender de lo que se estipule en su contrato y no de forma automática del deber de productividad. En ausencia de un pacto expreso, exigir resultados cuantificables por esta vía sería una interpretación abusiva de la norma.

La productividad no será una excusa para sobrecargar

Así pues, la empresa no puede recurrir al deber de productividad del trabajador para obligarlo a asumir ritmos de trabajo imposibles o justificar una carga de trabajo desproporcionada. Dicho deber no ampara la explotación laboral ni puede utilizarse como excusa para forzar horas extra no pactadas o intensidades de trabajo que comprometen la salud.

Ejemplo real: en determinados sectores logísticos se han producido conflictos laborales porque las empresas establecían “tiempos de entrega imposibles”, que derivaban en sanciones o presiones sobre los trabajadores (ENLACE). Varios tribunales han recordado que el deber de productividad no significa aceptar exigencias que vayan más allá de lo previsto en la relación laboral.(ENLACE)

Deberes del trabajador marcados por ley

Desde el punto de vista legislativo, el deber de productividad se integra, como señalábamos antes, dentro de un conjunto de principios generales contemplados en el artículo 5 del Estatuto de los Trabajadores. Los trabajadores tienen como deberes básicos:

a) Cumplir con las obligaciones concretas de su puesto de trabajo, de conformidad con las reglas de la buena fe y diligencia.

b) Observar las medidas de prevención de riesgos laborales que se adopten.

c) Cumplir las órdenes e instrucciones del empresario en el ejercicio regular de sus facultades directivas.

d) No concurrir con la actividad de la empresa, en los términos fijados en esta ley.

e) Contribuir a la mejora de la productividad.

f) Los deberes que se deriven, en su caso, de los respectivos contratos de trabajo.

También conviene recordar que el artículo 54 del Estatuto, relativo al despido disciplinario, permite extinguir el contrato cuando se produce un incumplimiento grave y culpable, incluyendo la transgresión de la buena fe contractual o el abuso de confianza.

Buena fe y confianza

La jurisprudencia del Tribunal Supremo exige que los hechos revelen un comportamiento malicioso o negligente grave que rompa la fidelidad exigida al trabajador. No es imprescindible la intención de dañar: basta un incumplimiento grave y culpable. Además, hay distinción entre la transgresión de buena fe (actuar contra los deberes de conducta) y el abuso de confianza (uso desviado de facultades con riesgo para la empresa).

En resumen: la deslealtad, la falta de probidad o el abuso de confianza son expresiones de un mismo núcleo normativo, que sitúa la buena fe como columna vertebral de la relación laboral. Así pues, no se puede exigir al trabajador que asuma funciones que excedan claramente lo pactado. Lo que sí se espera es que el trabajo se realice evitando sabotajes, negligencias o actitudes que perjudiquen el normal funcionamiento del proceso productivo.

Seguridad laboral antes que productividad

Además, el deber de productividad nunca puede anteponerse a la seguridad y salud de los empleados.

Por ejemplo, no sería aceptable que una empresa obligara a un trabajador a manipular cargas por encima de los límites legales o que se descuidara la formación en seguridad para acelerar los procesos.

La propia Ley de Prevención de Riesgos Laborales establece que la seguridad prevalece sobre la producción. Ningún mandato de productividad puede justificar la vulneración de estas normas.

¿Qué ocurre si se incumple?

El Estatuto de los Trabajadores no define con precisión en qué consiste “no contribuir a la productividad”. Sin embargo, en la práctica, conductas de desidia manifiesta, sabotaje o absentismo encubierto pueden dar lugar a sanciones disciplinarias, siempre dentro de lo que marquen la ley y los convenios colectivos.

Lo que no es aceptable es despedir a alguien argumentando baja productividad si cumple de manera razonable con su trabajo. Esa deficiente productividad solo es sancionable si se demuestra que existe una voluntad de incumplimiento o negligencia grave.

Cooperación y responsabilidad

En definitiva, el deber de productividad contemplado en la ley no legitima abusos. Más bien refuerza la idea de que el trabajador forma parte de un engranaje colectivo y debe cooperar para que este funcione.

El deber de contribuir a la productividad es, en esencia, una cláusula de cooperación y responsabilidad dentro del contrato laboral. La norma obliga a cumplir con el trabajo de manera diligente, pero no autoriza a la empresa a imponer exigencias desmedidas.

En un contexto donde el debate sobre el rendimiento laboral se mezcla con la digitalización, la precariedad y la necesidad de conciliar, conviene recordar que la productividad no es sinónimo de sobrecarga, y que trabajar más duro no siempre significa trabajar mejor.


Una versión de este artículo se publicó en la revista jurídica Colex.

The Conversation

Francisco Trujillo Pons no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Productividad laboral: lo que la ley exige al trabajador (y lo que no) – https://theconversation.com/productividad-laboral-lo-que-la-ley-exige-al-trabajador-y-lo-que-no-265054

50 años sin aplicar la pena de muerte en España: los oscuros métodos de ejecución que nos marcaron durante siglos

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Cristian Sánchez Benítez, Profesor ayudante doctor de Derecho penal, Universidad de Jaén

Fusilamiento del general José María de Torrijos, ministro de la Guerra durante el Trienio Liberal (1820-1823), y sus compañeros en las playas de Málaga el 2 de diciembre de 1831, según el famoso lienzo de Antonio Gisbert Pérez. Museo del Prado/Wikimedia Commons, CC BY

El 25 de septiembre de 1975 se llevaron a cabo las últimas ejecuciones de pena capital en España con el fusilamiento de tres militantes del FRAP –Frente Revolucionario Antifascista y Patriota– y dos de ETA.

Poco después moría Franco y se iniciaba un proceso de transición democrática que culminó con la prohibición en la Constitución de aplicar la pena de muerte. Se añadía en el texto constitucional la salvedad de lo que pudieran disponer las leyes penales militares para tiempos de guerra. Fue en 1995 cuando una Ley Orgánica abolió la pena capital también para estos casos.

Hasta entonces, el Estado mató siempre, o casi siempre, pues la sanción se contempló en todos los códigos penales españoles, excepto en el de 1932. Además, con anterioridad a la codificación penal iniciada en 1822, fueron numerosas las normas que contenían la pena de muerte en su articulado: el Liber Iudiciorum visigótico, las Partidas de Alfonso X, muchos Fueros municipales como los de Salamanca o Madrid, la Nueva y la Novísima Recopilación o varias Pragmáticas, entre otras.

En la península ibérica se crucificó, despeñó y lapidó en época de íberos y celtíberos. En la Edad Media y en épocas posteriores se mató de hambre, sed o frío y a pedradas, se decapitó, se asaetó, se enterró con vida, se desmembró, se despeñó, se arrojó a las bestias, se quemó en la hoguera a los herejes y a los monederos falsos y se coció en calderas a los rebeldes. La pena solía ejecutarse acompañada de tormentos.

De la horca al culleum

Durante los siglos XVI, XVII y hasta finales del XVIII, la horca fue el método más utilizado en España para poner fin a la vida de los condenados. También se aplicó el fuego para los herejes y el culleum o poena cullei (de origen romano) para los parricidas. Esta pena consistía en introducir a una persona en un saco junto con varios animales, coserlo y tirarlo al mar.

Sin embargo, el método “más español” de ejecución fue el garrote, sin apenas trascendencia fuera de nuestras fronteras. Este instrumento consistía en sentar al condenado en un taburete y colocarle alrededor del cuello una argolla de hierro sujeta a un poste, atravesada en la parte trasera por un tornillo. Para la ejecución se giraba el tornillo hasta provocar la muerte del reo por la rotura del cuello.

El garrote ya se conocía en Castilla en el siglo XIII, pero fue imponiéndose fundamentalmente durante el siglo XVIII en detrimento de la horca, abolida definitivamente en 1832. Desde entonces, fue el medio empleado para ejecutar la pena en la justicia ordinaria, mientras que el fusilamiento (y con anterioridad el arcabuceamiento) fue la modalidad propia de la militar.

Garrote vil (1894), cuadro de Ramón Casas.
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Hasta 1990, las ejecuciones fueron públicas, y desde esa fecha se trasladaron al interior de las prisiones. Con la publicidad se perseguían objetivos intimidatorios y ejemplarizantes sobre los asistentes. Las ejecuciones congregaban a numerosos curiosos. Acudían a ver el “espectáculo” familias con sus hijos, vecinos de todos los puntos de la ciudad y de localidades cercanas e incluso vendedores ambulantes. Se sabe que los moradores de las viviendas con buenas vistas al patíbulo alquilaban sus balcones a interesados en presenciar las ejecuciones.

El ceremonial del garrote

El Código Penal de 1822 reguló detalladamente el ceremonial de la ejecución por garrote. El rito comenzaba con el traslado del condenado de la cárcel al cadalso en mula o asno, dependiendo del delito. Generalmente vestía túnica y gorro negros aunque, dependiendo del crimen, la vestimenta cambiaba. Este portaba en el pecho un cartel en el que se anunciaba su delito de traidor, homicida…

Durante el trayecto era acompañado por el verdugo –que dirigía al equino–, el pregonero público, dos sacerdotes, un escribano y los alguaciles enlutados, así como la escolta correspondiente.

Cada pocos pasos el pregonero anunciaba en voz alta el nombre del delincuente, el delito por el que hubiera sido condenado y la pena impuesta. Se exigía que durante el tránsito y la ejecución reinase el mayor orden, bajo amenaza de sanciones.

No se permitía manifestar nada ni al reo ni al público, sino tan solo rezar. Tras la ejecución, el cadáver permanecía expuesto al público hasta la puesta de sol. Los códigos penales siguientes simplificaron y humanizaron, en cierto modo, la ejecución.

Litografía de Mariana Pineda en el patíbulo (26 de mayo de 1831).
Wikimedia Commons, CC BY

El garrote también se aplicó a mujeres, aunque en mucha menor medida que a hombres, y se prohibía desde antiguo (Roma) notificarles y ejecutar la sentencia si estaban embarazadas.

Así, entre las ejecutadas más célebres figuran la liberal Mariana Pineda, en 1831; Higinia Balaguer, en 1890, condenada por el famoso crimen de la Calle Fuencarral, y Josefa Merino (La Perla) en 1896, última mujer ejecutada en público.

Ejecutadas durante el franquismo

Durante el franquismo fueron agarrotadas tres asesinas: María Domínguez Martínez, en 1949; Teresa Gómez Rubio, en 1954 y Pilar Prades Expósito, en 1959.

En este periodo el garrote se empleó en decenas de casos, pero mucho menos que el fusilamiento tras las condenas en Consejos de Guerra sumarísimos a los declarados como rebeldes por la hipertrofiada justicia militar. Así se ejecutó a las Trece Rosas, a Julián Grimau y a miles de personas por los responsables del nuevo Estado, sobre todo durante la Guerra Civil y los primeros años del franquismo.

No obstante, la justicia castrense también contemplaba el garrote para cuando el reo fuera civil. De hecho, el militante antifranquista Salvador Puig Antich y el alemán Georg Michael Welzel, últimos agarrotados en España, en 1974, habían sido condenados a muerte por la jurisdicción militar.

Uno de los argumentos principales que se han empleado contra la pena de muerte es que el error judicial resulta irreparable. En 1897 se produjo una de las últimas ejecuciones públicas en España, la de Silvestre Lluís, condenado por el asesinato de su mujer y sus dos hijas, y que siempre defendió su inocencia. Justo antes de morir expresó: “¡Pueblo de Barcelona, muero inocente!”. Unos años después, se encontró una nota en la que su cuñado afirmaba ser el verdadero asesino.

En 1956 fueron agarrotados tres delincuentes sevillanos que resultaron ser inocentes del robo con homicidio de dos hermanas que regentaban un estanco. Años después, el verdadero homicida confesó su crimen a un religioso.

Como ya sostuviera en el siglo XVIII el jurista italiano Cesare Beccaria, “no es, pues, la pena de muerte derecho”, sino “solo una guerra de la nación contra un ciudadano”. La pena capital es una sanción propia de las sociedades totalitarias, un peligroso recurso de tiranías, aunque persista en algunos estados formalmente democráticos como los de Estados Unidos.

Resulta, por ello, incompatible con un modelo de organización social como el español por cuanto se cimentó sobre el reconocimiento de los derechos humanos. Afortunadamente, España lleva cincuenta años sin ejecutar a sus ciudadanos. Sería deseable que nunca más se mate en nombre de la justicia en España y que el abolicionismo, como movimiento de lucha por el reconocimiento pleno del derecho a la vida, se extienda a todos los rincones del mundo.

The Conversation

Cristian Sánchez Benítez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. 50 años sin aplicar la pena de muerte en España: los oscuros métodos de ejecución que nos marcaron durante siglos – https://theconversation.com/50-anos-sin-aplicar-la-pena-de-muerte-en-espana-los-oscuros-metodos-de-ejecucion-que-nos-marcaron-durante-siglos-255929

Suplemento cultural: en un lugar de la pantalla

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Claudia Lorenzo Rubiera, Editora de Cultura, The Conversation

Fotografía del rodaje de ‘El cautivo’ de Alejandro Amenábar. Disney

Este texto se publicó por primera vez en nuestro boletín Suplemento cultural, un resumen quincenal de la actualidad cultural y una selección de los mejores artículos de historia, literatura, cine, arte o música. Si quiere recibirlo, puede suscribirse aquí.


A veces tengo la sensación de que, como hispanoparlantes, no somos conscientes de la relevancia e importancia que tiene la figura de Cervantes –alguien que forma parte de nuestro patrimonio– en todo el planeta. Recuerdo entonces ese capítulo de El Ministerio del Tiempo en el que don Miguel visualizaba, en un “sueño premonitorio”, la trascendencia que iba a tener su obra en todo el mundo. Menos mal que no era realmente consciente de ello, que eso solo pasó en esta ficción televisiva, porque… ¿cómo habría podido llevar en vida el peso de saberse el autor de la obra más importante de la literatura universal?

Por eso, en su última película, Alejandro Amenábar decidió despojar al escritor de su aura divina y tratarlo como la persona que fue. Es decir, un ser humano más. En este caso, incluso, un cautivo más. La película homónima del director español imagina cómo Cervantes pasó los cinco años que estuvo retenido en Argel y cómo desarrolló ahí su talento para contar historias. Para situar la acción consultó con uno de los mayores expertos de Cervantes, José Manuel Lucía Megías, que sirvió de asesor aunque, como dijo el propio cineasta, el filme plantea hipótesis que chocan con los argumentos del estudioso porque, después de todo, una ficción es una ficción.

Pero nosotros nos hemos asegurado de que Lucía Megías haga una panorámica de cómo era la Argel del cautiverio de Cervantes que derribe mitos y fábulas. Porque la vida del escritor está ahora mismo rodeada de fake news. No hay más que leer a Pablo Úrbez Fernández y su repaso por la imagen de Cervantes que se ha recreado en la pantalla para confirmarlo. De espadachín a ejemplo moral, hay de todo en su representación menos la realidad de un hombre de carne y hueso.

Por cierto, no me cansaré de recomendar, ahora que hablamos de Alejandro Amenábar, el pódcast Delirios de España y su última temporada, en la que se repasa el loco rodaje de Los otros. Ahí queda dicho.

El arte agota

No sé si alguna vez han ido al Museo del Prado intentando descifrar las caras de los asistentes, pero muchas veces, sobre todo entre los turistas, se alternan rostros de agotamiento con otros de desesperación. Los locales estamos más acostumbrados a abordar la colección de la pinacoteca de poco en poco, pero los visitantes ocasionales sienten que tienen que verlo todo en un día y acaban con la cabeza del revés.

Esto no es una percepción nuestra. Alberto Pérez-López e Irene Pérez López explican qué es la fatiga museal y cómo debemos prepararnos, mental pero también físicamente, para un maratón artístico. ¿La máxima principal? Quien mucho abarca poco aprieta.

Yo quiero bailar…

Recuerdo que, en un artículo escrito durante la pandemia en el que se hablaba de cómo habíamos perdido la oportunidad de socializar en masa durante aquellos meses –o años–, un chico comentaba: “Es que yo no me puedo creer que no hayamos podido bailar todavía el ‘Physical’ de Dua Lipa”. Para quien no conozca la música de la cantante, el pop que propone es, sobre cualquier otra cosa, bailongo y divertido. Cuando leí eso recordé que, efectivamente, yo solo había podido dar saltos con sus canciones a solas en el salón de mi casa.

Por eso me quedé fascinada –y algo preocupada– cuando asistí al concierto de Dua Lipa este año y toda la pista estaba quieta, grabando, sin moverse ante algunos de los temas más discotequeros de nuestro tiempo. ¿Por qué ha pasado esto? Se lo pregunté a Cristina Pérez Ordoñez, que ha investigado sobre este tema, y escribió un artículo en el que explica las posibles causas de este cambio de hábitos. Es certero y objetivo, pero también algo triste.

Gaza

Mucho antes de leer la reseña sobre este libro en The Conversation Australia, su título, que ya lo decía todo, había captado mi atención en las librerías: “Algún día –cuando no entrañe riesgo alguno, cuando podamos llamar a las cosas por su nombre, cuando sea demasiado tarde para exigir responsabilidades– todo el mundo habrá querido estar siempre en contra”.

En él, Omar El Akkad lanza un reflexivo grito de socorro por el pueblo palestino que confronta a Occidente con la realidad de su inmovilidad. En el futuro se dirán otras cosas, pero él defiende que lo que cuenta es lo que hacemos ahora, en el presente.

Más cine por favor

Vuelve el cole y vuelve también la agenda cargada de estrenos de cine (ver el inicio de este boletín). Pero antes de tener nada más en cuenta, repasemos lo que ha sucedido en las salas en los últimos meses.

Uno de los grandes éxitos veraniegos ha sido la cinta de terror Weapons que ha cosechado alabanzas de crítica y público –y a la que yo no pienso acercarme–. Pero ¿de verdad deberíamos tenerle miedo a lo paranormal cuando los seres humanos son capaces de provocarnos verdadero pavor?

Para hablar de eso, precisamente, conviene analizar uno de los últimos géneros en auge: el true crime. Y plantearse a quién se le da voz a la hora de divulgar los casos. Porque si bien convertirse en portavoz de personas injustamente acusadas puede ayudar a su defensa, ponerle un micrófono a quienes han cometido actos terribles provoca más dolor del ya infligido.

Y, para cerrar, hablemos de Elvis. O de Lilo & Stitch, el gran taquillazo de 2025 (con permiso de Ne Zha 2). A los niños que acudieron en masa a su visionado les acompañaban padres que, en muchos casos, disfrutaron de los guiños que la cinta hacía a la música del roquero. No es un caso aislado. Las películas cada vez buscan más referencias sonoras para contentar a los adultos que acuden a ver cine infantil.

Y aprovecho para despedirme con una serie de películas sobre las aulas en Francia (el país que mejor trata la educación en el cine).

The Conversation

ref. Suplemento cultural: en un lugar de la pantalla – https://theconversation.com/suplemento-cultural-en-un-lugar-de-la-pantalla-265150

La conversación docente: la salud mental de los universitarios

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Eva Catalán, Editora de Educación, The Conversation

¿Recuerda cuando era estudiante universitario? ¿Son recuerdos borrosos de cañas en la cafetería y fiestas en el colegio mayor, debates encendidos hasta altas horas de la noche “arreglando el mundo”? ¿O más bien de horas de estudio en la biblioteca, madrugones o noches sin dormir para preparar exámenes? Quizá pertenece al grupo afortunado que combina ambas opciones.

Empezamos la universidad siendo adolescentes, y terminamos, o al menos ese es el objetivo, como jóvenes preparados para la vida adulta. Es un salto importante en el desarrollo mental. Y mientras muchos jóvenes disfrutan y prosperan durante este proceso de maduración, algunos sufren. Mucho. En ocasiones, se sienten tan angustiados o perdidos que recurren a las autolesiones: es decir, se hacen daño físico deliberadamente.

Lorena Gutiérrez, de la Universidad Rey Juan Carlos nos ha explicado esta semana qué factores influyen en la aparición de este tipo de conductas, denominadas “autolíticas”, que están aumentando entre la población universitaria. Entre un 15 % y un 25 % de universitarios españoles recurren a las autolesiones, según datos recientes que cita esta experta, que ofrece algunas claves sobre cómo podemos intervenir ante estos comportamientos y prevenirlos.

No es ninguna sorpresa que la hiperconexión digital sea uno de los factores que influye en el malestar mental de los universitarios. El impacto de las redes sociales nos afecta a todos, pero especialmente a las nuevas generaciones, como hemos analizado y documentado exhaustivamente en nuestra campaña de Bienestar digital y menores.

Y una de sus consecuencias es el estar sometido a una “violencia insidiosa” o “violencia de baja intensidad”: un goteo continuo de imágenes y agresiones en el que viven inmersos no ya los jóvenes, sino los adolescentes y preadolescentes en cuanto comienzan a interactuar en línea. Así lo describen los expertos de la Universidad del País Vasco que han publicado recientemente el artículo “Los adolescentes viven inmersos en violencia digital: ¿cómo les afecta?”.

Pero en The Conversation no estamos solo para alertar y documentar con evidencias estas tendencias. Muchos expertos trabajan en proyectos y métodos para encontrar soluciones. Aquí he recopilado varios de ellos, porque también es responsabilidad de la comunidad educativa conocer los retos a los que se enfrentan los estudiantes, que a menudo comienzan mucho antes de que se manifiesten los síntomas, y ayudarles en ese camino de superación.

Incluyo también los mejores artículos de esta semana para docentes: ideas para la clase de música y posibilidades con realidad virtual en Educación Física.

Feliz semana.

The Conversation

ref. La conversación docente: la salud mental de los universitarios – https://theconversation.com/la-conversacion-docente-la-salud-mental-de-los-universitarios-265336

Aún podemos salvar al salmón atlántico de la extinción

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Daniel García Souto, Investigador postdoctoral en Genética, Instituto de Investigaciones Marinas (IIM-CSIC)

Ejemplar de salmón atlántico (‘Salmo salar’). Paul Abrahams/Shutterstock

El salmón atlántico es una especie prácticamente extinta en España, un riesgo que se lleva advirtiendo desde hace ya años. En la recién finalizada campaña de pesca de 2025 apenas se ha sobrepasado un centenar de ejemplares: 129 en Asturias, 7 en Galicia (muy por debajo de la cuota anual permitida por el Gobierno Autonómico) y apenas 1 en Cantabria, mientras que en Navarra el Gobierno Foral ha instaurado una interrupción indefinida de la pesca deportiva del salmón para evitar el colapso de sus poblaciones. Números que contrastan con las más de 10 000 capturas anuales que se hacían a mediados del siglo pasado en España.

En el río Sella, por ejemplo, se contaban más de 1 000 salmones hace apenas tres décadas, el Eo superaba holgadamente las 400 capturas en 1980 y cuencas como la del Nalón-Narcea y el Cares-Deva registraban miles cada año.

Sin embargo, ríos emblemáticos para la pesca del salmón como el Ulla, con una larga tradición de festejos ligados a su captura hasta bien entrado el siglo XX, han cerrado la campaña de este año sin un solo ejemplar. Otros, como el río Lérez, en la provincia de Pontevedra, llevan más de dos décadas sin registrar retornos significativos, lo que ha motivado el cierre permanente de sus cotos de pesca debido a la persistente ausencia de la especie. Todo ello a pesar de los continuos esfuerzos de repoblación impulsados por la Xunta de Galicia. Todo ello apunta a que, tras décadas de declive sostenido, podríamos estar asistiendo a la extinción local del salmón en la mayoría de los grandes ríos del país donde eran endémicos.




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Conservación frente a tradición

Las causas de este declive son múltiples y complejas: la fragmentación fluvial por presas y azudes que impiden el remonte, la contaminación industrial y agrícola que degrada los ecosistemas fluviales, la sobrepesca y, ahora, de manera cada vez más evidente, el cambio climático, que altera caudales y temperaturas del agua.

No se trata sólo de un problema biológico, sino también social y cultural, que requiere tanto de mayor entendimiento de este declive como de una regulación inmediata. Ante esta situación cabe pues preguntarse: ¿aceptaríamos batidas anuales de caza del lince ibérico, otra especie emblemática y en peligro, bajo la justificación de mantener una “tradición”?

Con el salmón atlántico, sin embargo, se mantienen campañas de pesca deportiva en ríos al borde del colapso. La paradoja es evidente: mientras invertimos grandes esfuerzos en conservar al lince o al oso pardo, ignoramos la extinción silenciosa de esta icónica especie.

La clave está en la diversidad

Ante este escenario, los estudios genéticos abren una ventana al pasado, presente y futuro de las poblaciones de salmón atlántico. Por ejemplo, al comparar ADN de escamas históricas con muestras más recientes, se ha constatado una pérdida notable de diversidad local y riqueza genética entre los años 1950 y la década de 1990 en ríos españoles, exhibiendo cuellos de botella genéticos en varias cuencas. Tal disminución evidencia que, cada año, los salmones retornados son genéticamente menos diversos.

También permiten estimar el tamaño de sus poblaciones y evaluar posibles mezclas con salmones procedentes de repoblaciones o piscifactorías, lo cual es clave para diseñar programas de conservación que eviten la pérdida de adaptaciones locales. Este conocimiento permite valorar la salud genética de las poblaciones, ya que una pérdida de variabilidad o el colapso genético alertan sobre vulnerabilidades frente a enfermedades, cambios ambientales o efectos demográficos no deseados.




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En busca de salmones prehistóricos

No obstante, la historia del salmón en la península ibérica va mucho, mucho más atrás. Al final de la última glaciación, cuando nuestros antepasados y neandertales habitaban cuevas como Atapuerca o El Mirón, ya consumían salmón atlántico. Los análisis de ADN antiguo han mostrado que los salmones presentes en la península ibérica hace entre 16 000 y 40 000 años poseían una estructura genética ancestral hoy casi desaparecida.

Por otro lado, el ADN sedimentario recuperado en la cueva de El Mirón confirma la presencia de fauna diversa, aunque todavía no se ha buscado salmón en los sedimentos. Estos avances abren además nuevas vías para rastrear la presencia de peces en épocas remotas y comprender cómo se adaptaron sus poblaciones a grandes cambios ambientales.

Ese paralelismo histórico resulta revelador. Entonces, como en la actualidad, el salmón formaba parte de redes ecológicas y culturales complejas, presionado tanto por el clima como por la acción humana. Conocer la diversidad genética de aquellas poblaciones –por ejemplo, cuán diverso era su genoma, qué tamaño tenían sus poblaciones, cómo cambiaron tras la glaciación y qué adaptaciones locales desaparecieron– puede ayudarnos a dimensionar la magnitud de la pérdida actual.




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Encontrar en el pasado las soluciones del futuro

Volver la mirada al pasado no ha de ser un ejercicio de arqueología gratuita. Los restos de salmones consumidos por nuestros antepasados nos revelan un legado genético que hoy apenas sobrevive en la Península. Estos “recuerdos genéticos”, accesibles gracias al análisis de ADN antiguo, pueden guiar políticas de conservación modernas, recordándonos que proteger al salmón no significa solo mantener un número mínimo de ejemplares, sino preservar su diversidad genética, sus adaptaciones locales y su importancia cultural milenaria.

Al igual que hace miles y miles de años el salmón resistió un cambio climático global durante la última glaciación, hoy se enfrenta a otro, de origen humano. Y su futuro dependerá de nuestra capacidad para aprender de la historia y actuar con decisión. Conservar al salmón atlántico no es solo un reto ecológico, sino también una responsabilidad con nuestro propio pasado y con las generaciones que vendrán.

The Conversation

Daniel García Souto está contratado a cargo de proyecto a través de un proyecto ATRAE financiado por el Ministerio de Ciencia Innovación y Universidades, Agencia Estatal de Investigación, (ATR2023-144170, Análisis de los cambios genómicos temporales en poblaciones de peces explotadas mediante ADN antiguo y ambiental) dirigido por Sofía Consuegra.

ref. Aún podemos salvar al salmón atlántico de la extinción – https://theconversation.com/aun-podemos-salvar-al-salmon-atlantico-de-la-extincion-263967

Moralización de la obesidad: cuando creemos (erróneamente) que el peso refleja el carácter de una persona

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Alejandro Magallares, Profesor Titular del Departamento de Psicología Social y de las Organizaciones, UNED – Universidad Nacional de Educación a Distancia

Representación de la gula en la ‘Mesa de los pecados capitales’ (1500), de El Bosco Museo del Pardo/Wikimedia Commons, CC BY

El Museo del Prado es una de las pinacotecas más visitadas del mundo. Una de las salas más apreciadas por los amantes de la pintura es la que contiene la colección de obras de El Bosco. El espectador no debería marcharse de Madrid sin antes admirar la maravillosa Mesa de los Pecados Capitales.

En esta pieza, el artista flamenco representa con gran maestría los siete pecados que son principio y fuente de otros de acuerdo con la tradición cristiana. En uno de los “radios” de la “rueda” (la obra tiene forma circular) aparece plasmada la gula mediante un señor con obesidad que come desaforadamente sentado en una silla, mientras que un niño pequeño, también con sobrepeso, le reclama al adulto que comparta el festín.

La obesidad en el arte a lo largo del tiempo

Este cuadro es un buen ejemplo de una representación negativa de la obesidad en el arte. Es importante mencionar que, antiguamente, el exceso de peso era un símbolo de fertilidad, como atestigua la famosa Venus de Willendorf, que podemos ver en el Museo de Historia Natural de Viena. Sin embargo, con el trascurrir de los siglos, esa percepción se fue transformando paulatinamente.

Así, lo que en los albores de la humanidad era una característica física positiva, asociada a la fecundidad, con el paso del tiempo se acabó convirtiendo en un rasgo denostado. Es fundamental recalcar que ese juicio va más allá de su dimensión corporal, para acabar valorando también el carácter de la persona con exceso de peso.

Un ejemplo: el doble rasero de la semaglutida

El proceso por el cual la obesidad deja de ser vista como un mero problema de salud para ser percibida también como un estado moralmente reprobable (asociado a defectos como la pereza, la falta de autocontrol o la irresponsabilidad) es lo que conocemos en psicología como “moralización de la obesidad”. Es decir, estamos “moralizando” a un individuo cuando creemos que una característica física externa (el peso) es un indicador fiable del carácter.

Un buen ejemplo actual de este fenómeno lo encontramos con la semaglutida. Este fármaco, comercializado con nombres como Ozempic o Wegovy, ayuda a reducir los niveles de azúcar en la sangre y a disminuir el hambre al promover la sensación de saciedad. Al inicio lo tomaban principalmente pacientes con diabetes tipo 2, pero pronto se vio que este compuesto también funcionaba muy bien para la pérdida de peso.




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El éxito abrumador de la semaglutida produjo que a finales del año 2022 hubiera una escasez del producto en todo el mundo. ¿Quiénes eran los culpables de que este milagroso fármaco estuviese agotado? Según algunos usuarios, los obesos estaban “robando” los medicamentos a la pobre gente afectada por diabetes tipo 2. Es decir, mientras que los diabéticos necesitaban su remedio, las personas con obesidad simplemente podían perder peso sin medicarse, ya que al fin y al cabo el peso es supuestamente una pura cuestión de voluntad.

La teoría de los fundamentos morales

Una reciente investigación ha examinado precisamente cómo afecta esa moralización al prejuicio que se siente hacia las personas con sobrepeso. El estudio, realizado en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) por los autores del presente artículo, trata de analizar cómo influyen algunos de los valores que forman parte de la conocida teoría de los fundamentales morales de Jonathan Haidt en la gordofobia.

Este profesor de la New York University Stern School of Business, autor del libro divulgativo de La mente de los justos, postula que la moralidad humana se basa en una serie de fundamentos universales. Entre ellos estarían el cuidado (es decir, la preocupación por proteger a otros de sufrir daño y la capacidad de sentir empatía) y la pureza (enfocada en evitar la contaminación, la degradación o la suciedad).

Nuestra investigación ha encontrado que resaltar los beneficios sociales de la pureza aumentaba la moralización de la obesidad e intensificaba el estigma relacionado con el peso. Es decir, los participantes que creían que las sociedades más “puras” disfrutaban de un mayor bienestar y felicidad, moralizaban más la obesidad y, por tanto, rechazaban más a las personas con sobrepeso.

Campañas contra la gordofobia

Estudios de este mismo año, 2025, ponen de manifiesto la dificultad que existe en hacer entender a las personas que el peso no depende exclusivamente de la voluntad personal. Por esa razón, las campañas para luchar contra la gordofobia que apelan meramente a argumentos racionales tienen problemas en hacer cambiar las creencias de la gente.

Nuestros hallazgos sugieren que para reducir el estigma relacionado con el peso es necesario enfatizar valores morales como la empatía o la compasión (el fundamento moral de cuidado) en los mensajes de salud pública, con el fin de fomentar actitudes más inclusivas hacia los cuerpos no normativos.

Uno de los carteles de la campaña lanzada por el Collectif National des Associations d'Obèses francés.
Uno de los carteles de la campaña lanzada por el Collectif National des Associations d’Obèses francés.
CNAO

En el ámbito internacional, recientes campañas a favor de las personas con obesidad inciden precisamente en esta idea. Por ejemplo, el Collectif National des Associations d’Obèses francés ha lanzado una serie de carteles enfatizando precisamente que “el peso de las palabras” en muchas ocasiones tiene un efecto más negativo sobre la persona con obesidad que la enfermedad en sí misma.

Por lo tanto, tratar de lograr que las personas con normopeso se pongan en el lugar de los obesos puede evitar que acabemos moralizándolos.

The Conversation

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.

ref. Moralización de la obesidad: cuando creemos (erróneamente) que el peso refleja el carácter de una persona – https://theconversation.com/moralizacion-de-la-obesidad-cuando-creemos-erroneamente-que-el-peso-refleja-el-caracter-de-una-persona-264998

La risa también tiene nombre de mujer

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Doina Repede, Profesora de Lengua española, Universidad de Granada

La cómica Henar Álvarez en un momento del programa de RTVE ‘Al cielo con ella’, del que es presentadora. RTVE

A lo largo del tiempo, la risa ha sido mucho más que un gesto. Ha sido compañía y refugio cuando más falta hacía. Desde las butacas del cine hasta los escenarios de teatro y las pantallas de televisión, el humor ha formado parte del día a día de los españoles.

Pero hablar de la historia del humor en España es hablar, durante mucho tiempo, de una risa escrita, interpretada y controlada por hombres. Eran ellos quienes ocupaban el centro del escenario. Las mujeres, en cambio, quedaban reducidas a un segundo plano o, directamente, convertidas en la diana del humor.

Evolución de la participación de hombres y mujeres en la historia del humor en España.
Extraído de Humcor.

De la alcahueta a los papeles de hombres

Cuando el teatro se consolidó como la gran máquina de entretenimiento popular, en los siglos XVI y XVII, la mujer ocupó sobre todo papeles cómicos muy definidos. Era la criada entrometida, la celosa desbordada, la beata hipócrita o la vieja alcahueta. Estos personajes funcionaban a la perfección para arrancar la risa del público, pero casi nunca se escapaban a la caricatura.

Aparte, las mujeres actuaban bajo una mirada de desconfianza social. Su presencia en escena estaba condicionada a normas estrictas. Debían estar casadas, tenían prohibido representar personajes masculinos y se las vigilaba con un fuerte control moral. Aún así, hubo mujeres que lograron imponerse con su talento en los corrales de comedias. Es el caso de María Calderón, Juana Orozco o Manuela Escamilla.

Otras fueron todavía más allá. Se lanzaron a hacer teatro de forma independiente, desafiando las normas sociales. Jusepa Vaca, Francisca Baltasara, María de Navas o Bárbara Coronel incluso se atrevieron a interpretar papeles masculinos. Esa valentía, sin embargo, les trajo más de un problema: escándalos públicos, escritos difamatorios e incluso castigos como el destierro o el encierro en conventos.

Pero el legado que dejaron hizo que otras mujeres pisaran con más fuerza las tablas.

El lento reconocimiento

Almanaque de los chistes.
Doina Repede/Humtext, CC BY-NC

En el siglo XIX, el teatro permitió que ellas siguiesen estando presentes en el escenario, aunque no dejaba de ser un terreno dominado por los hombres. Además, cualquier intento por parte de las mujeres de salirse de lo establecido solía convertirse en motivo de burla. Al fin y al cabo, la sociedad no veía con buenos ojos que ellas aspirasen a ocupar un lugar que, según las normas de la época, no les correspondía.

A pesar de las trabas, las mujeres consiguieron abrir algunas puertas. Seguían representando personajes típicos de la vida diaria –como la chulapa madrileña, la vecina curiosa o la criada ingeniosa–, pero sus actuaciones, cargadas de un humor pícaro y popular, no se limitaban a entretener: servían como una forma de crítica hacia la burguesía, los políticos y las estrictas normas sociales. También trataban temas como las relaciones y el amor con ingenio, recurriendo al doble sentido y a un tono juguetón.

A través de los papeles encarnados por Balbina Valverde, Luisa Campos, María Tubau o Rosario Pino la mujer no solo se convirtió en protagonista en el escenario, sino también en figura pública reconocida.

De vuelta al papel secundario

En los años 30 del siglo XX, la mujer seguía presente en el teatro, aunque cada vez tenía menos libertad en sus papeles. La dictadura y la censura limitaron enormemente el humor, y con ello la presencia femenina. Los personajes que solían interpretar eran, en su mayoría, los de siempre: vecinas chismosas, suegras entrometidas o madres arquetípicas.

En la radio tenían su espacio. Se las oían en seriales y adaptaciones de obras o radionovelas, pero su papel no era diferente y seguía reflejando normas tradicionales. En Matilde, Perico y Periquín, por ejemplo, Matilde, la madre, encarnaba el estereotipo de mujer preocupada por la casa, la familia y las apariencias sociales, aunque también podía ser protagonista de situaciones divertidas.

En la cultura popular surgieron figuras capaces de conquistar al público. Lina Morgan, con su humor gestual y su papel de pueblerina pícara e ingenua, llegó a convertirse en un auténtico icono del humor.

Junto a ella, se remarcaron otras figuras femeninas como Gracita Morales y Rafaela Aparicio. Interpretaban a criadas que llegaban del pueblo y que no sabían desenvolverse en la ciudad y rara vez tenían la oportunidad de encarnar personajes más serios o complejos.

Del papel de ingenua al de objeto sexual

Con la llegada del humor televisivo a los hogares españoles, apareció también un fenómeno muy visible: la hipersexualización de la mujer.

Un hombre bajito y con boina lleva en brazos a una chica en pantalón y bikini.
Un fotograma de la serie Arévalo y CIA (1994).

Durante décadas, incluso ya entrados los años 2000, era común ver personajes femeninos representados con poca ropa: enfermeras con batas muy ajustadas o empleadas del hogar con faldas demasiado cortas. Y si la empleada se subía a una escalera, el instante servía, aún más, para hacer reír a carcajadas. Pero no dejaban de ser imágenes que reforzaban estereotipos muy arraigados en la sociedad.

Y no solo pasaba en la televisión: también en revistas y periódicos se repetía la imagen de la mujer hipersexualizada. Era un objeto de deseo, siempre al servicio del hombre, incluso cuando él no cumplía con los mismos estándares de belleza que se le pedían a ella.

Dibujo de un hombre bajito que habla con una chica despampanante y que le dice que la ha contratado para que le suba el ego.
Viñeta publicada en la revista El Jueves en 2009.

Con la hipersexualización de la mujer llegó también el humor abiertamente machista, que solo buscaba la carcajada fácil. Los ejemplos abundan: “¿Ves ese coche estacionado torcido? Seguro que lo aparcó una mujer”, “El hombre mantiene, la mujer gasta”, “Las secretarias son bonitas, los jefes son inteligentes”, “A las mujeres no hay que entenderlas… hay que aguantarlas a golpes”.

Durante mucho tiempo, la violencia y la desigualdad pudieron disfrazarse de humor y sentirse a gusto.

A por el papel protagonista

Mientras abundaban chistes donde la mujer era objeto de burla o de violencia normalizada, había quienes daban la vuelta a las normas sociales. Es el caso de Rosa María Sardá en Ahí te quiero ver. La mujer ya no era la mandona pesada o la torpe doméstica. Ella era la esposa dominante, elegante y sarcástica. Y él, el esposo anulado, casi mudo.

Con la aparición del dúo cómico femenino Las Virtudes, a finales de los 80, cambió también la manera de mirar a la mujer en la comedia. Ellas recurrían a la exageración y el absurdo para sorprender al público y burlarse de las convenciones sociales. Además, quedó claro que las mujeres también podían contar chistes, y con mucho éxito, como Paz Padilla o Pilar Sánchez. El humor podía ser crítico, inteligente y con sello femenino. Ya no era cosa solo de hombres.

Una risa con nombre de mujer

Pero el verdadera cambio llegó, sobre todo, con la expansión de los monólogos. Eva Hache, Ana Morgade, Carolina Noriega o Virginia Riezu rompieron la lógica del humor tradicional. Ya no se trataba de encarnar personajes escritos por otros, sino de hablar en primera persona, con su propio guion, su propio estilo y su propia mirada crítica.

Hoy, las mujeres humoristas no solo nos hacen reír, sino que cuestionan estereotipos de género, se ríen de la vida cotidiana desde una perspectiva femenina. Y, muchas veces, utilizan el humor como herramienta de reivindicación. Aunque todavía hay menos mujeres que hombres, su papel ya no es secundario. Como demuestran los casos (y el éxito) de Eva Soriano o Henar Álvarez, son creadoras con voz propia. El camino no ha sido fácil, pero la risa, esa forma tan poderosa de resistencia y libertad, hoy suena cada vez más plural.

Porque si, como defendía el escritor francés François Rabelais en el prólogo de su obra Gargantúa (1534), “reír es propio del hombre”, usemos la primera acepción de la palabra de la RAE y digamos sí, es propio del hombre y de la mujer por igual.

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Doina Repede no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. La risa también tiene nombre de mujer – https://theconversation.com/la-risa-tambien-tiene-nombre-de-mujer-263879

¿Pueden las víctimas de la lancha venezolana reclamar justicia internacional? Explicamos el embrollo legal tras el incidente

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Tulio Alberto Álvarez-Ramos, Profesor/Investigador Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Católica Andrés Bello. Jefe de Cátedra de Derecho Constitucional de la Universidad Central de Venezuela, Universidad Católica Andrés Bello

Captura del vídeo difundido por Estados Unidos tras el ataque.

El 2 de septiembre de 2025, una lancha rápida que zarpó desde San Juan de Unare (Estado Sucre, Venezuela) fue destruida por una nave de guerra estadounidense en aguas del Caribe. El ataque, según el secretario de Estado Marco Rubio, fue ejecutado contra una embarcación “operada por una organización designada como narcoterrorista”.

Por su parte, Donald Trump afirmó: “Literalmente destruimos un barco, un barco que transportaba drogas, mucha droga”. Y agregó: “Muchas cosas están saliendo de Venezuela, así que lo eliminamos”.

Nicolás Maduro respondió calificando el hecho como una “pena de muerte marítima”. En su programa, Con Maduro+, afirmó: “Lo que hizo el gobierno de Estados Unidos fue una confesión pública de un crimen injustificable, sin derecho a la defensa, sin juicio, sin ley, sin respeto al derecho internacional”. Además, acusó a Washington de utilizar inteligencia artificial para fabricar el vídeo y advirtió que Venezuela se encuentra “bajo amenaza directa de agresión militar”.

Protocolo de acción

Existe un protocolo internacional en el caso de embarcaciones sospechosas de narcotráfico. Conforme a la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR) y al Convenio para la Represión de Actos Ilícitos contra la Seguridad de la Navegación Marítima (SUA), los Estados pueden abordar buques sin nacionalidad o con autorización del Estado de bandera si existen sospechas fundadas de tráfico ilícito.

La Marina de los Estados Unidos también sigue un protocolo de interdicción marítima que prioriza la identificación, verificación y abordaje seguro de embarcaciones sospechosas de narcotráfico o piratería en aguas internacionales.

Este procedimiento se rige por el Maritime Operational Threat Response (MOTR), que establece coordinación interagencial entre Defensa, Seguridad Nacional, DEA y el Departamento de Estado. Antes de cualquier acción letal, se exige la confirmación de la nacionalidad del buque, advertencias previas, uso proporcional de la fuerza y preservación de evidencia.

La destrucción de una embarcación solo se justifica si representa una amenaza directa e inminente que no puede ser neutralizada por otros medios.

Más allá del derecho internacional

Este caso no solo desafía los límites del derecho internacional, sino que obliga a revisar cómo las democracias enfrentan amenazas transnacionales sin erosionar sus propios principios. También nos sitúa ante un escenario donde se instrumentaliza la lucha contra el narcotráfico como arma política y se evidencian las grietas estructurales del derecho internacional.

El Tribunal Supremo estadounidense ha sido claro en establecer que el debido proceso no puede ser suspendido por voluntad política. Específicamente, en cuanto al alcance extraterritorial de dicho debido proceso, la Corte reconoció en el caso Wong Wing vs United States, 163 U.S. 228 (1896) que también los extranjeros tienen derecho a un juicio justo antes de ser castigados.

El evento que analizamos se sitúa en un terreno aún más complejo: ¿pueden las víctimas –presuntamente extranjeras y fuera del territorio estadounidense– reclamar justicia en cortes federales? El Alien Tort Statute (ATS), codificado en 28 U.S.C. § 1350, permite que los extranjeros demanden a Estados Unidos por violaciones al derecho internacional. Pero esta doctrina fue limitada en el caso Sosa vs Alvarez-Machain, 542 U.S. 692 (2004), donde se instruyó a los tribunales a ejercer tal jurisdicción con extrema prudencia, y solo en casos que involucrasen normas internacionales claramente definidas.

Más recientemente, en el caso Nestlé USA, Inc. vs Doe, 593 U.S.(2021), la Corte negó jurisdicción bajo el ATS –sistema que rastrea a viajeros con visas de inmigrantes– a víctimas de esclavitud infantil en África, al considerar que los actos lesivos ocurrieron fuera del territorio estadounidense y que la conducta doméstica alegada era insuficiente.

¿Y si fue una ejecución extrajudicial?

El Torture Victim Protection Act (TVPA), promulgado en 1991, permite acciones judiciales por tortura o ejecución extrajudicial, independientemente de la nacionalidad de la víctima. Pero su aplicación exige que el acto haya sido cometido bajo autoridad oficial y que exista una vía procedimental para identificar al responsable. En el caso de la lancha, no hay cadena de mando clara, solo declaraciones políticas que justifican la acción como parte de una “guerra contra el crimen transnacional”.

En EE. UU. se han reconocido excepciones al debido proceso en tiempos de guerra. En el caso In re Yamashita, 327 U.S. 1 (1946) se juzgó al general japonés por crímenes de guerra, y la mayoría de la Corte sostuvo que los enemigos beligerantes no tienen derecho a un juicio ordinario. Pero la minoría, encabezada por los jueces Wiley Blount Rutledge y Frank Murphy, advirtió que “no puede existir en nuestro sistema un poder tan irrestricto para tratar a cualquier ser humano sin proceso alguno”.

En Johnson vs Eisentrager, 339 U.S. 763 (1950) se reafirmó que los enemigos extranjeros no residentes no tienen acceso a los tribunales en tiempos de guerra. Pero también se reconoció que la jurisdicción judicial depende de la presencia territorial del individuo.

Sin verdad y sin justicia

El debido proceso no puede ser suspendido por conveniencia política. La forma en que fue destruida la lancha impide conocer la verdad. ¿Eran todos traficantes? Si hubieran sido detenidos podrían haber sido juzgados por tribunales federales de EE. UU., como ocurre regularmente en casos de narcotráfico o piratería. Pero se ejecutó una acción letal, más cercana a una declaración política que a un acto de justicia.

La destrucción total de los elementos probatorios –la embarcación, la carga, los cuerpos– convierte este episodio en un crimen sin expediente, donde el poder militar sustituye al poder judicial. Cuando no hay verdad no puede haber justicia. Y aquí la verdad quedó sepultada bajo el mar.

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Tulio Alberto Álvarez-Ramos no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. ¿Pueden las víctimas de la lancha venezolana reclamar justicia internacional? Explicamos el embrollo legal tras el incidente – https://theconversation.com/pueden-las-victimas-de-la-lancha-venezolana-reclamar-justicia-internacional-explicamos-el-embrollo-legal-tras-el-incidente-264841