Suplemento cultural: este nuestro verano

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Claudia Lorenzo Rubiera, Editora de Cultura, The Conversation

bepsy/Shutterstock

Este texto se publicó por primera vez en nuestro boletín Suplemento cultural, un resumen quincenal de la actualidad cultural y una selección de los mejores artículos de historia, literatura, cine, arte o música. Si quiere recibirlo, puede suscribirse aquí.


Hoy empieza agosto y aprovechamos este comienzo para hacer una pausa en el Suplemento hasta septiembre.

Esperamos que en nuestra ausencia disfruten del descanso (quien lo tenga). Y les dejamos con un boletín algo más extenso de lo normal, buscando que los artículos, en muchos casos, sirvan para abrir boca y sean puertas a otros mundos literarios, cinematográficos o musicales.

Como habrán visto, las redes sociales bullen con actualizaciones en época estival. Muchos retratan sus vacaciones, sus actividades y sus compañías con honestidad. Otros aprovechan el marco virtual para elaborar narraciones algo más alejadas de la realidad.

Si quitamos las redes de la ecuación, nos quedamos con la esencia del ser humano, esa parte que nos impulsa a presumir hasta, en ocasiones, vernos inmersos en una maraña de inexactitudes y mentiras. Es decir, que a veces por aparentar decimos que hicimos mucho más de lo que realmente conseguimos.

Pero esto no es exclusivo de nuestro tiempo. Ya en el Medievo algunos peregrinos, como cuentan Déborah González y Raquel Jabares, escribían sobre los grandes logros de un Camino de Santiago que, en realidad, no habían hecho.

Tiempo para leer

Una buena candidata a convertirse en lectura de verano es la epopeya fantástica Olvidado rey Gudú, de Ana María Matute (cuyo centenario celebramos este 2025).

Según Sergio Ferrer, editor de Ciencia en The Conversation y devoto de la novela, es una narración exigente que, sin embargo, da mucho a cambio, nunca frustra: “Lo facilón sería decir una verdad: si este libro se hubiera escrito en inglés habría varias películas y series sobre él y estaría a la altura de las grandes obras del género. Son casi 1 000 páginas y el estilo puede ser denso, pero si te dejas caer en él y te dejas atrapar te sabe a poco. Y no es fácil que un libro tan largo sepa a poco”. ¿Es un libro adecuado para el verano?, le pregunté. Pues depende del verano, añade. El reto puede ser grande, pero dicen que la recompensa también lo es.

Si de efemérides hablamos, el mundo anglosajón (y todos los demás, porque su arte es universal) está tirando la casa por la ventana con los fastos por el 250 aniversario del nacimiento de Jane Austen: exposiciones, bailes, adaptaciones, miniseries, reescrituras… Rosa García-Periago resume todo un año dedicado a la autora, para que sepamos por dónde empezar a hincarle el diente. Aunque una cosa queda clara: lo mejor que se puede hacer para celebrarla es leerla.

Y para cerrar el capítulo de los aniversarios, aprovechamos un mismo evento para recordar a Carmen Martín Gaite (que haría cien años este otoño) y a Mario Vargas Llosa, que falleció hace unos meses: el Premio Biblioteca Breve de 1962, que ganó este último con La ciudad y los perros y en el que la autora quedó finalista con otra apuesta arriesgada: Ritmo lento.

Aya de Yopougon es un cómic que cuenta las aventuras de la mencionada Aya, una chica de Costa de Marfil, narrando sus sueños, sus ilusiones y su día a día en el barrio. Con esta obra Marguerite Abouet ha arrasado internacionalmente y ha demostrado que no sólo hay una vida en África que merece ser contada más allá de la tragedia que siempre se intenta buscar en los relatos de ese continente, sino que el mundo está muy interesado en conocer esa realidad alejada de los estereotipos.

Acabamos la parte literaria con ese salseo de las últimas semanas que ha involucrado a Coldplay, una cámara pública en un concierto y el descubrimiento de una infidelidad. Este relato, magnificado por las redes sociales, terminó con los participantes abandonando sus puestos de trabajo, una consecuencia que parece exagerada para un asunto que, en el fondo, no dejaba de ser privado. Pero ya en los grandes dramas decimonónicos (y en los contemporáneos) queda claro que todo lo que ocurre en casa tiene reverberaciones en el mundo exterior.

De pantalla en pantalla

Viajemos momentáneamente a Lothlórien, el reino élfico de la Tierra Media. Al imaginarlo probablemente muchos piensen en los paisajes que Peter Jackson recreó en su trilogía de El señor de los anillos. Lara López Millán cuenta cómo la estética del ‘medievalismo suave’, nacida en Londres a mitad del siglo XIX, impregna actualmente muchas de las películas y series fantásticas que vemos, con su delicadeza, la vivacidad del color y su atención a la flora.

¿Alguna vez han dicho, ante una comedia, eso de “no es buena pero te ríes”? Esa coletilla, que todos añadimos, indica muchas veces que la película tiene una calidad superior a la que le atribuimos. Después de todo, hacer reír no es tan fácil como parece. De provocar carcajadas sabían mucho los ZAZ, David Zucker, Jim Abrahams y Jerry Zucker, artífices de algunas de las películas paródicas más desternillantes de la historia. Este agosto se estrena el remake de The Naked Gun (Agárralo como puedas en España, ¿Y dónde está el policía? en Hispanoamérica) y eso sirve de excusa para analizar qué hizo que los ZAZ fuesen unos maestros de la risa.

Hace unos días se subastó el Birkin original (por una cantidad de dinero estratosférica), un bolso que la marca Hermès creó para la actriz y cantante inglesa Jane Birkin y que después se convirtió en uno de los diseños más famosos del mundo. Aprovechando el ruido, Ana María Iglesias Botrán repasa la carrera artística de una mujer que, en muchos casos, fue recordada por ser compañera personal y profesional de Serge Gainsbourg pero que se labró un nombre propio y que triunfó en la gran pantalla y en los escenarios.

Y aprovechamos para felicitar a Gonzalo Suárez, al que ya recordamos el verano pasado en su 90 cumpleaños, por el Goya de Honor 2026 que se le entregará el año que viene. Las obras de autores libres, inclasificables y creativos siempre merecen ser premiadas.

Los días lentos

“Agora que por fin entama’l branu

y l’azul blanco del cielu inunda

la tierra entera y tamién el ríu,

yá ye tiempu, yá tengo tiempo

pa esperar imperceptibles cambios

nes nubes que pasen pa contra allá,

pa contra otru país de ceniza”.

Con estos versos, con ese “ahora que al fin comienza el verano”, quería cerrar el Suplemento cultural de esta semana, recordando a Xuan Bello, el escritor que contó desde Asturias el mundo entero. El autor de Historia universal de Paniceiros falleció recientemente, dejando un poquito más huérfana a la literatura española.

Las palabras de Bello nos remiten a una estación en la que los días se dilatan, se expanden, son infinitos y lentos. Tal vez en el fondo todos queramos, cuando llegan las vacaciones, regresar a aquellas eternas jornadas de los veranos de nuestra infancia.

Con ese espíritu recordamos dos artículos de hace algún tiempo. En el primero, Txetxu Ausín hace una defensa, a propósito del exitazo de Luis Fonsi y Daddy Yankee, del vivir “des-pa-ci-to”.

En el segundo vemos cómo Julio Cortázar y Carol Dunlop, sin saberlo, siguieron esta máxima al pie de la letra y atravesaron Francia con calma, tardando 33 días en recorrer 800 kilómetros en coche.

Esperamos que disfruten de un muy feliz agosto. Nos vemos en septiembre,

The Conversation

ref. Suplemento cultural: este nuestro verano – https://theconversation.com/suplemento-cultural-este-nuestro-verano-262538

Lors des canicules, notre cerveau ne s’aligne pas toujours avec le thermomètre et peut nous mettre en danger

Source: The Conversation – in French – By Elisabeth Bourgeois, Économiste, centrée sur les enjeux de climat, d’énergie et de vulnérabilités sociales, Université Savoie Mont Blanc

Pourquoi avons-nous tant de mal à nous adapter au changement climatique ? Quand l’asphalte chauffe, le thermomètre ne suffit pas à guider notre action : c’est notre manière de lire ses chiffres qui va décider de nos gestes. Perceptions, émotions et normes sociales forment un récit qui guide nos comportements – et qui façonne nos vulnérabilités face aux chaleurs extrêmes.


Il est 13 heures pile à l’école Joliot‑Curie dans une ville du Val‑de‑Marne. Un élève braque un thermomètre infrarouge sur la dalle : 52 °C. Trois pas plus loin, sous le paillis d’un jeune tilleul planté dans le cadre du programme européen OASIS – présenté comme étude de cas sur le portail Climate‑ADAPT de l’Agence européenne de l’environnement – le thermomètre tombe à 38 °C. Les enfants, médusés, rebaptisent la zone « four » et déplacent leur ballon vers l’ombre : en quelques secondes, la température devient un récit collectif qui reprogramme des gestes.

Pour réussir l’adaptation au changement climatique, à l’image de ces écoliers, nous devons voir les vagues de chaleur comme un récit partagé, avec des actions modulables. À cet égard, on dispose déjà d’une décennie de recherche internationale – et de l’expérience de quelques villes qui ont déjà mis ces travaux au service de la fraîcheur.

Les personnes en bonne santé plus susceptibles d’ignorer les risques de la chaleur

Au printemps 2025, nous avons publié une enquête, avec deux collègues économistes de l’énergie, dans la revue scientifique Climate Policy. Trois cents Français de plus de 55 ans, issus de 13 régions, étaient appelés à réagir à deux scénarios : l’un de cinq jours annoncés à 33 °C et, le deuxième, de cinq jours à 36 °C.

Ils devaient cocher, parmi une liste de cinq gestes protecteurs (boire plus d’eau, adapter sa tenue vestimentaire, prendre des mesures pour réguler au mieux la température de son logement, solliciter une aide extérieure et chercher un lieu frais), ceux qu’ils prévoyaient de réaliser.

Leurs réponses nous ont permis d’évaluer leurs croyances dans la probabilité d’une canicule et sa gravité pour leur santé, ainsi que la nature de leurs émotions face à ces scénarios.

De fait, les participants se disant « en pleine forme » passaient en moyenne de 3,6 gestes envisagés à 33 °C à 1,8 geste à 36 °C : près de deux fois moins. Ceux qui se déclaraient « un peu inquiets » suivaient le mouvement inverse : de 2,9 gestes à 4,4 (+ 52 %).

Certes, l’exercice reste déclaratif : il mesure l’intention et pas l’action. Mais des synthèses de psychologie sociale montrent qu’environ 40 % des comportements observés s’éclairent par les intentions déclarées. Dit autrement : quand l’intention augmente, le comportement suit souvent – pas toujours, mais suffisamment pour orienter à bon escient l’action publique.

Il suffit de trois degrés de plus pour que la vigilance change de camp et que la lecture de la situation change du tout au tout. Ces résultats prolongent ceux d’une méta‑analyse publiée dans Nature Climate Change. Notre perception du risque, notre sentiment d’efficacité et nos émotions expliquent près d’un tiers des conduites d’adaptation individuelles, davantage encore que l’âge ou la prise de médicaments comme des bêta-bloquants !

Le cerveau, pour le dire vite, règle le thermostat du corps. C’est notre « état intérieur » qui dicte pour beaucoup notre aptitude à nous adapter – et donc, notre vulnérabilité face aux chaleurs extrêmes.

Environnement, individu et comportement : un triptyque indissociable

Comme cela a été mis en évidence par une vaste revue de littérature publiée en 2019, les comportements face à la chaleur résultent toujours de la conjonction de trois types de facteur :

  • un facteur environnemental (géométrie urbaine, albédo – la capacité d’une surface à réfléchir la lumière –, circulation d’air…),

  • un facteur personnel (âge, santé, attentes, croyances…),

  • et, enfin, un facteur comportemental (type d’activité, normes sociales…).

Ces trois piliers sont indispensables pour prendre en compte la diversité des situations individuelles.

Les indicateurs utilisés pour évaluer le confort thermiques ne sont pertinents qu’en intérieur, et ne s’appliquent donc pas aux personnes actives en extérieur.
CC BY-NC-SA

Des indicateurs couramment utilisés pour évaluer le confort thermique, le Predicted Mean Vote (PMV) et le Physiologically Equivalent Temperature (PET) l’illustrent bien : le premier estime le « vote thermique moyen » d’un groupe assis dans un bureau climatisé et le second traduit l’état thermique équivalent pour un individu immobile.

Parfaits en intérieur, ces outils montrent leurs limites lorsqu’on les applique à un joggeur, à un ouvrier ou à des enfants dans une cour d’école. Autant dire que prédire la sensation d’un joggeur marseillais avec un modèle mis au point dans une chambre climatique danoise équivaudrait à calibrer un sous‑marin avec un altimètre.




À lire aussi :
Végétaliser les cours de récréation pour encourager la curiosité des enfants


Pourquoi et comment s’adapter au changement climatique

Les chiffres sont têtus et l’impact des vagues de chaleur difficile à ignorer. Par exemple :

L’adaptation n’a donc de sens que si l’on agit, en même temps, sur la façon dont les habitants lisent, ressentent et anticipent les degrés supplémentaires. Un espace vert ou un refuge climatisé ne suffisent pas : encore faut‑il que chacun sache où ils sont, quand ils ouvrent, ce qu’on y trouve et qu’on s’y sente légitime. C’est le rôle des récits collectifs.

Le retour d’expérience des villes pionnières montre que c’est possible :

Le parc de la citadelle, à Barcelone (Espagne), est un exemple de refuge climatique.
Barcelona for Climate

Mais les infrastructures ne suffisent pas. Elles rendent possible le geste (se déplacer, s’abriter, ralentir…), mais c’est d’abord le message ciblé qui fournira la clé cognitive pour le faire (« Je suis concerné », « Je sais quoi faire », « Je peux effectivement le faire »).

Adaptation et action publique : comment débusquer le biais d’invulnérabilité

Il est donc essentiel de tenir compte des éléments de psychologie et des biais de perception, mentionnés plus haut, pour améliorer l’adaptation climatique, et, en particulier, l’action publique dans ce domaine.

Réécrire les alertes est la première évidence. Ainsi, des messages d’ordre général comme « Buvez de l’eau » glisseront sur les profils les plus optimistes. Au contraire, un SMS nominatif rappelant, par exemple, qu’un traitement diurétique triple le risque de déshydratation va augmenter significativement l’adoption de gestes de protection et réduire le risque de stress thermique chez les personnes âgées.

En Finlande, par exemple, le service météorologique publie des avertissements relatifs aux températures et l’institut finnois pour la santé et le bien-être (THL) publie des guides spécifiques pour les crèches et écoles. La Ville d’Helsinki a d’ailleurs évalué l’adaptation au climat de ses écoles et de ses garderies.

Reste le cas des « invincibles volontaires » – ceux qui ont décidé qu’ils supporteront la chaleur. Là, l’outil le plus efficace n’est pas le gobelet d’eau mais l’autodiagnostic.

Un quiz de deux minutes, intégré à une appli de running par exemple, pourrait faire virer l’écran au rouge dès que l’humidex – indice combinant température et humidité – tutoie le seuil de danger. La liberté d’aller courir demeure, mais le sportif ne peut plus ignorer les risques.

Planter des arbres, enfin, est utile en ville pour limiter l’effet îlot de chaleur urbain (ICU), mais doit être fait avec discernement. Selon la Commission européenne, couvrir 30 % de la surface urbaine par le feuillage des arbres (canopée) permettrait d’éviter plus de 2 500 décès prématurés en Europe chaque été. Mais si un tilleul avenue Montaigne (Paris) va simplement flatter Instagram, le même tilleul à Clichy‑sous‑Bois (Seine-Saint-Denis) devient un acte de santé publique.

Ces enseignements ne suffiront probablement pas à dompter l’été 2050. Ils rappellent cependant que la chaleur meurtrière n’est pas qu’une donnée météorologique, mais avant tout un récit à réécrire sans cesse – avec des SMS, des cours, des QR codes sur les abribus et des arbres là où ils comptent.

Retour à Joliot‑Curie. Les élèves ont rangé le thermomètre et filent sous l’ombre maigre mais tangible du jeune tilleul. Le thermomètre ment rarement, mais nos certitudes, elles, peuvent tuer. Les tempérer – par un message bien tourné, un tilleul bien placé, un voisin bien informé – est tout aussi important que de faire tomber la température.

The Conversation

Elisabeth Bourgeois a reçu des financements de l’ANR (ANR‑18‑EURE‑0016 – Solar Academy) et de la Public Trust in Health Chair (Grenoble École de Management). Aucun autre intérêt déclaré.

ref. Lors des canicules, notre cerveau ne s’aligne pas toujours avec le thermomètre et peut nous mettre en danger – https://theconversation.com/lors-des-canicules-notre-cerveau-ne-saligne-pas-toujours-avec-le-thermometre-et-peut-nous-mettre-en-danger-261012

Canicule : soulignons, sans état d’âme, nos progrès d’adaptation depuis 2003

Source: The Conversation – in French – By François Lévêque, Professeur d’économie, Mines Paris – PSL

Depuis 2003, l’Europe a réalisé des progrès conséquents dans l’adaptation aux vagues de chaleur : en proportion, on meurt moins, même si les températures sont plus élevées. Et demain ?


La chaleur tue : on a recensé plusieurs centaines de décès à Paris ainsi que dans d’autres grandes capitales européennes lors de la canicule de mi-juin à début juillet 2025. Le nombre de morts aurait triplé par rapport à la normale du fait du changement climatique, selon une estimation réalisée par des chercheurs britanniques.

Ces chiffres font peur. Ils masquent cependant les grands progrès réalisés pour limiter notre vulnérabilité face à la multiplication des vagues de chaleur. La chaleur tue mais de moins en moins, grâce à nos actions individuelles et collectives d’adaptation. Il faut s’en féliciter, et non l’ignorer.

Les données d’observation de mortalité par les agences sanitaires n’étant pas encore disponibles, le calcul qui précède repose sur des modèles et des méthodes, connus des spécialistes. La plupart sont désormais suffisamment au point pour rendre compte en confiance de leurs résultats sur les progrès de l’adaptation.

La canicule de 2003, ou l’Année zéro

Commençons notre examen en prenant pour point de repère la canicule de 2003 en France. Cet été-là le pays a connu une véritable hécatombe : près de 15 000 décès en excès.

En contrecoup, les pouvoirs publics ont décidé toute une série d’actions préventives pour protéger la population des grandes chaleurs : mise en place d’un système d’alerte annonçant les canicules, campagnes d’information auprès du public sur les façons de se protéger, formation du personnel de santé, ouverture d’espaces climatisés dans les maisons de retraite et les services hospitaliers, etc.

Quelques années plus tard, une équipe regroupant des chercheurs de l’Inserm, de Météo France et de Santé publique France s’est demandé si ces mesures avaient bien été suivies d’effet. À partir d’un modèle reliant mortalité et températures observées en France sur vingt-cinq ans, ils ont estimé que la canicule de l’été 2006 s’était traduite par une baisse de plus de moitié du nombre de décès en excès.

Ce progrès ne peut pas, bien sûr, être imputé aux seules actions publiques. La canicule de 2003 a été à l’origine d’une prise de conscience généralisée des méfaits de la chaleur, de changement des comportements individuels et d’achat d’appareils de rafraîchissement, tels que ventilateurs et climatiseurs, mais aussi d’équipements plus innovants apparus plus tard sur le marché, comme les rafraîchisseurs d’air ou les pompes à chaleur réversibles.

Attention, le frigidaire distributeur de glaçons ne fait pas partie de cette panoplie ! En cas de fortes températures, il faut éviter de boire de l’eau glacée pour se rafraîchir. Elle ralentit la sudation, mécanisme fondamental de l’organisme pour lutter contre la chaleur.

Pourquoi il est délicat de comparer 2022 et 2003

L’été 2022 a constitué la seconde saison la plus chaude jamais enregistrée dans l’Hexagone. Le nombre de décès en excès a été toutefois cinq fois moindre que celui de 2003, mais on ne sait pas précisément quelle part de cette baisse est simplement due à des conditions caniculaires un peu moins défavorables.

La comparaison 2003/2022 est tout aussi délicate au niveau européen. On dispose bien, à cette échelle, de travaux d’estimation de la surmortalité en lien avec la chaleur aux deux dates, mais ils reposent sur des méthodes différentes qui rendent leurs résultats peu comparables : 74 483 décès pour la canicule de 2003 en Europe contre 61 672 morts lors de la canicule de 2022.

En effet, le premier chiffre mesure des décès en excès par rapport à une période de référence, tandis que le second découle de l’application d’une méthode épidémiologique. Celle-ci, plus sophistiquée, mais aussi plus rigoureuse, consiste à estimer pour une ville, une région ou un pays, le risque de mortalité relatif en fonction de la température, à tracer une « courbe exposition-réponse », selon le jargon des spécialistes.

Pour l’Europe entière, le risque est le plus faible autour de 17 °C à 19 °C, puis grimpe fortement au-delà. Connaissant les températures journalières atteintes les jours de canicule, on en déduit alors le nombre de décès associés à la chaleur.

Quelles canicules en Europe à l’horizon 2050 ?

Résumé ainsi, le travail paraît facile. Il exige cependant une myriade de données et repose sur de très nombreux calculs et hypothèses.

C’est cette méthode qui est employée pour estimer la surmortalité liée aux températures que l’on rencontrera d’ici le milieu ou la fin de ce siècle, en fonction, bien sûr, de différentes hypothèses de réchauffement de la planète. Elle devrait par exemple être décuplée en Europe à l’horizon 2100 dans le cas d’un réchauffement de 4 °C.

Ce chiffre est effrayant, mais il ne tient pas compte de l’adaptation à venir des hommes et des sociétés face au réchauffement. Une façon de la mesurer, pour ce qui est du passé, consiste à rechercher comment la courbe exposition-réponse à la température se déplace dans le temps. Si adaptation il y a, on doit observer une mortalité qui grimpe moins fortement avec la chaleur qu’auparavant.

C’est ce qui a été observé à Paris en comparant le risque relatif de mortalité à la chaleur entre la période 1996-2002 et la période 2004-2010. Aux températures les plus élevées, celles du quart supérieur de la distribution, le risque a diminué de 15 %.

Ce chiffre ne semble pas très impressionnant, mais il faut savoir qu’il tient uniquement compte de la mortalité le jour même où une température extrême est mesurée. Or, la mort associée à la chaleur peut survenir avec un effet de retard qui s’étend à plusieurs jours voire plusieurs semaines.

La prise en compte de cet effet diminue encore le risque entre les deux périodes : de 15 % à 50 %. Cette baisse de moitié est plus forte que celle observée dans d’autres capitales européennes comme Athènes et Rome. Autrement dit, Paris n’est pas à la traîne de l’adaptation aux canicules.

De façon générale et quelle que soit la méthode utilisée, la tendance à une diminution de la susceptibilité de la population à la chaleur se vérifie dans nombre d’autres villes et pays du monde développé. L’adaptation et la baisse de mortalité qu’elle permet y est la règle.

La baisse de la mortalité en Europe compensera-t-elle l’augmentation des températures ?

C’est une bonne nouvelle, mais cette baisse de la surmortalité reste relative. Si les progrès de l’adaptation sont moins rapides que le réchauffement, il reste possible que le nombre de morts en valeur absolue augmente. En d’autres termes, la mortalité baisse-t-elle plus vite ou moins vite que le réchauffement augmente ?

Plus vite, si l’on s’en tient à l’évolution observée dans dix pays européens entre 1985 et 2012. Comme ces auteurs l’écrivent :

« La réduction de la mortalité attribuable à la chaleur s’est produite malgré le décalage progressif des températures vers des plages de températures plus chaudes observées au cours des dernières décennies. »

En sera-t-il de même demain ? Nous avons mentionné plus haut un décuplement en Europe de la surmortalité de chaleur à l’horizon 2100. Il provient d’un article paru dans Nature Medicine qui estimait qu’elle passerait de 9 à 84 décès attribuables à la chaleur par tranche de 100 000 habitants.

Mais attention : ce nombre s’entend sans adaptation aucune. Pour en tenir compte dans leurs résultats, les auteurs de l’article postulent que son progrès, d’ici 2100, permettra un gain de mortalité de 50 % au maximum.

Au regard des progrès passés examinés dans ce qui précède, accomplis sur une période plus courte, une réduction plus forte ne semble pourtant pas hors de portée.

Surtout si la climatisation continue de se développer. Le taux d’équipement d’air conditionné en Europe s’élève aujourd’hui à seulement 19 %, alors qu’il dépasse 90 % aux États-Unis. Le déploiement qu’il a connu dans ce pays depuis un demi-siècle a conduit à une forte baisse de la mortalité liée à la chaleur.

Une moindre mortalité hivernale à prendre en compte

Derrière la question de savoir si les progrès futurs de l’adaptation permettront de réduire la mortalité liée à la chaleur de plus de 50 % en Europe, d’ici 2100, se joue en réalité une autre question : la surmortalité associée au réchauffement conduira-t-elle à un bilan global positif ou bien négatif ?

En effet, si le changement climatique conduit à des étés plus chauds, il conduit aussi à des hivers moins rudes – et donc, moins mortels. La mortalité associée au froid a été estimée en 2020 à 82 décès par 100 000 habitants. Avec une élévation de température de 4 °C, elle devrait, toujours selon les auteurs de l’article de Nature Medicine, s’établir à la fin du siècle à 39 décès par 100 000 personnes.

Si on rapporte ce chiffre aux 84 décès par tranche de 100 000 habitants liés à la chaleur, cités plus haut, on calcule aisément qu’un progrès de l’adaptation à la chaleur de 55 % suffirait pour que la mortalité liée au froid et à la chaleur s’égalisent. Le réchauffement deviendrait alors neutre pour l’Europe, si l’on examine la seule mortalité humaine liée aux températures extrêmes.

Mais chacun sait que le réchauffement est aussi à l’origine d’incendies, d’inondations et de tempêtes mortelles ainsi que de la destruction d’écosystèmes.

Sous cet angle très réducteur, le réchauffement serait même favorable, dès lors que le progrès de l’adaptation dépasserait ce seuil de 55 %. Si l’on ne considère que le cas de la France, ce seuil est à peine plus élevé : il s’établit à 56 %.

Des conclusions à nuancer

La moindre mortalité hivernale surprendra sans doute le lecteur, plus habitué à être informé et alarmé en période estivale des seuls effets sanitaires négatifs du réchauffement. L’idée déroutante que l’élévation des températures en Europe pourrait finalement être bénéfique est également dérangeante. Ne risque-t-elle pas de réduire les motivations et les incitations des Européens à diminuer leurs émissions de gaz à effet de serre ?

C’est peut-être cette crainte qui conduit d’ailleurs les auteurs de l’article de Nature Medicine à conclure que :

« La mortalité nette augmentera substantiellement si l’on considère les scénarios de réchauffement les plus extrêmes et cette tendance ne pourra être inversée qu’en considérant des niveaux non plausibles d’adaptation. »

Notons également que ces perspectives concernent ici l’Europe. Dans les pays situés à basse latitude, la surmortalité liée aux températures est effroyable. Leur population est beaucoup plus exposée que la nôtre au changement climatique ; elle est aussi plus vulnérable avec des capacités d’adaptation qui sont limitées par la pauvreté.

À l’horizon 2100, la mortalité nette liée aux températures est estimée à plus de 200 décès pour 100 000 habitants en Afrique sub-saharienne et à près de 600 décès pour 100 000 habitants au Pakistan.

Concluons qu’il ne faut pas relâcher nos efforts d’adaptation à la chaleur en Europe, quitte à ce qu’ils se soldent par un bénéfice net. Les actions individuelles et collectives d’adaptation à la chaleur sauvent des vies. Poursuivons-les. Et ne relâchons pas pour autant nos efforts de réduction des émissions, qui sauveront des vies ailleurs, en particulier dans les pays pauvres de basses latitudes.


François Lévêque a publié, avec Mathieu Glachant, Survivre à la chaleur. Adaptons-nous, Odile Jacob, 2025.

The Conversation

François Lévêque ne travaille pas, ne conseille pas, ne possède pas de parts, ne reçoit pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’a déclaré aucune autre affiliation que son organisme de recherche.

ref. Canicule : soulignons, sans état d’âme, nos progrès d’adaptation depuis 2003 – https://theconversation.com/canicule-soulignons-sans-etat-dame-nos-progres-dadaptation-depuis-2003-262091

This stone tool is over 1 million years old. How did its maker get to Sulawesi without a boat?

Source: The Conversation – Global Perspectives – By Adam Brumm, Professor of Archaeology, Griffith University

A stone tool from 1.04 million year ago. M.W. Moore/University of New England

Stone tools dating to at least 1.04 million years ago have been found on the Indonesian island of Sulawesi. This means early hominins made a major sea crossing from the Asian mainland much earlier than previously thought – and they likely didn’t have any boats.

This discovery, made by a team of Indonesian archaeologists working in collaboration with Australian researchers, is published today in Nature.

It adds to our understanding of how extinct humans once moved across the Wallace Line – an imaginary boundary that runs through the Lombok Strait in the Indonesian archipelago.

Beyond this line, unique and often peculiar animal species – including hominins – evolved in isolation.

Hominins in Wallacea

The oceanic island zone between the Asian and Australian landmasses is known as Wallacea.

Previously, archaeologists have found hominins lived here from at least 1.02 million years ago, thanks to discoveries of stone tools at Wolo Sege on the island of Flores. Meanwhile, tools dated to around 194,000 years ago have been found at Talepu on Sulawesi.

The human evolutionary story in the islands east of the Asian landmass is strange.

The ancient human species that used to live on the island of Flores were small in stature. We know this thanks to the fossils of Homo floresiensis (popularly known as “hobbits”), as well as the 700,000-year-old fossils of a similar small-bodied hominin.

These discoveries suggest it could have been the extinct Asian hominin Homo erectus that breached the formidable marine barrier between this small Wallacean island and mainland Southeast Asia. Over hundreds of thousands of years, their body size reduced in what’s known as island dwarfism.

To the north of Wallacea, the island of Luzon in the Philippines has also yielded evidence of hominins from around 700,000 years ago. Just recently, fossils of a previously unknown diminutive hominin species, Homo luzonensis, were found here.

So how and when did ancient human species cross the Wallace Line?

The Sulawesi stone tools

Our new study reveals the first evidence a sea crossing to Sulawesi may have happened at least 1 million years ago. That’s much earlier than previously known, and means humans reached here at about the same time as Flores, if not earlier.

A field team led by senior archaeologist Budianto Hakim from the National Research and Innovation Agency of Indonesia (BRIN), excavated a total of seven stone artefacts from the sedimentary layers of a sandstone outcrop in a modern corn field at Calio in southern Sulawesi.

In the Early Pleistocene, there was a river channel nearby. This would have been the site of hominin tool-making and other activities such as hunting.

The Calio artefacts consist of small, sharp-edged fragments of stones (flakes) that the early human tool-makers struck from larger pebbles they most likely found in nearby riverbeds.

To produce these flakes, the hominins hit the edge of one stone with another in a controlled manner. This would fracture the first stone in a predictable way.

This tool-making activity left telltale marks on the stones that can be clearly distinguished from naturally broken rocks. So we can say unequivocally that hominins were living in this landscape, making stone tools, at the time the ancient river sediments that comprise the sandstone rock were accumulating.

And that was a very long time ago. Indeed, the team confirmed an age of at least 1.04 million years for the stone artefacts based on paleomagnetic dating of the sandstone itself, along with direct dating of a pig fossil found alongside the artefacts.

A group of people on an archaeological dig under a blue shade cloth.
Excavations at the Early Pleistocene site of Calio in South Sulawesi, Indonesia.
BRIN

Who were these hominins and how did they get to Sulawesi?

As noted earlier, previous research has shown that archaic, stone tool-making hominins managed to get across from the Asian continental landmass to colonise at least some islands in Wallacea.

The discovery of the extremely old stone tools at Calio is another significant new piece of the puzzle. This site has yet to yield any hominin fossils, however. So while we now know there were tool-makers on Sulawesi 1 million years ago, their identity remains a mystery.

Indeed, there are many fascinating questions that remain unanswered, including how these hominins were able to cross the Wallace Line in the first place.

When sea levels were at their lowest, the shortest possible distance between Sulawesi and the nearest part of the adjacent Asian landmass would have been about 50 kilometres.

This is too far to swim, especially since the ocean currents are far too strong. It’s also unlikely these archaic hominins had the cognitive ability to develop watercraft capable of making sea voyages. Setting sail over the horizon to an unseen land would have required advanced planning to gather resources – something they probably weren’t capable of.

Most likely, then, they crossed to Sulawesi from the Asian mainland in the same way rodents and monkeys are suspected to have done – by accident. Perhaps they were castaways on natural “rafts” of floating vegetation.

Our discovery also leads us to wonder what might have happened to Homo erectus on the world’s 11th largest island. Sulawesi is more than 12 times the size of Flores, and much closer to the adjacent Asian mainland.

In fact, Sulawesi is a bit like a mini-continent in itself, which sets it apart from other Wallacean islands. If hominins were cut off in the ecologically rich habitats of this enormous island for a million years, would they have undergone the same evolutionary changes as the Flores hobbits? Or might something completely different have happened?

To unravel this fascinating story, we will continue to search the islands of Wallacea – especially those close to the Asian mainland – for ancient artefacts, fossils and other clues.

The Conversation

Adam Brumm receives funding from the Australian Research Council.

Basran Burhan is a researcher at Pusat Kolaborasi Riset Arkeologi Sulawesi (BRIN-Universitas Hasanuddin).

Gerrit (Gert) van den Bergh has received funding from the Australian Research Council.

Maxime Aubert receives funding from the Australian Research Council.

Renaud Joannes-Boyau receives funding from the Australian Research Council.

ref. This stone tool is over 1 million years old. How did its maker get to Sulawesi without a boat? – https://theconversation.com/this-stone-tool-is-over-1-million-years-old-how-did-its-maker-get-to-sulawesi-without-a-boat-262337

Is Israel committing genocide in Gaza? We asked 5 legal and genocide experts how to interpret the violence

Source: The Conversation – Global Perspectives – By Melanie O’Brien, Associate Professor in International Law, The University of Western Australia

In January 2024, the International Court of Justice (ICJ) issued a provisional ruling in a case brought by South Africa against Israel, alleging genocide in Gaza. The court found Palestinians have a “plausible” right to protection from genocide in Gaza and that Israel must take all measures to prevent a genocide from occurring.

Since then, United Nations experts and human rights groups have concluded that Israel is committing genocide in Gaza. In recent weeks, others have done the same, including leading genocide scholars and two Israeli human rights groups.

While the ICJ case may take years to play out, we asked five Australian experts in international law and genocide studies what constitutes a genocide, what the legal standard is, and whether the evidence, in their view, shows one is occurring.

The Conversation

Melanie O’Brien is the president of the International Association of Genocide Scholars (IAGS). This piece does not represent the view of IAGS.

Ben Saul is the United Nations special rapporteur on human rights and counter-terrorism, an independent expert appointed by consensus of the member states of the United Nations Human Rights Council.

Eyal Mayroz served as a counterterrorism specialist with the Israeli Defence Forces in the 1980s.

Paul James and Shannon Bosch do not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and have disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.

ref. Is Israel committing genocide in Gaza? We asked 5 legal and genocide experts how to interpret the violence – https://theconversation.com/is-israel-committing-genocide-in-gaza-we-asked-5-legal-and-genocide-experts-how-to-interpret-the-violence-262688

Climate-fuelled El Niño events are devastating butterflies, beetles and other tropical insects

Source: The Conversation – Global Perspectives – By Nigel Stork, Emeritus Professor in the Centre for Planetary Health and Food Security, Griffith University

Insects are arguably the most important animals on the planet. Their variety is unparalleled in nature, and they carry out vital tasks such as pollinating plants and providing food for other animals.

But all is not well in the insect world. Research over the last few years has shown sustained declines in insect species and numbers. It appeared Earth was witnessing a global-scale crash in insects – and climate change was partly to blame.

The evidence was mostly confined to temperate regions in the Northern Hemisphere. But our new research – published today in Nature – shows it’s also happening in the tropics, where most of Earth’s species live.

We found significant biodiversity loss in spiders, as well as insects including butterflies and beetles. The likely culprit is long-term changes to the El Niño cycle, caused by climate change. It suggests the life-support system underpinning the tropics is at serious risk in a warmer world.

Uncovering the effects of El Niño

El Niños vary massively across tropical regions, but are often characterised by hot and dry conditions (as opposed to the cool and moist conditions of La Niña).

Alternating El Niño and La Niña events can naturally cause many insects to come and go. That’s due to changes in temperature and moisture levels which can affect insect breeding, life cycles and behaviour.

But as climate change worsens, strong El Niño events are becoming more frequent and intense. We wanted to know how this affected insects in tropical regions.

To find out, we examined 80 existing studies of insects in relatively pristine tropical forests – mostly from the tropical Americas. We linked that data to measures of strength in El Niño and La Niña through time.

We found cause for concern. El Niño events appear to cause a rapid decline in both insect biodiversity, and the ecological tasks they perform. These trends were persistent and highly unnatural.

Several types of insects have become more rare in the tropical Americas over recent decades. These included butterflies, beetles and “true bugs” – insects from the order Hemiptera distinguished by two sets of wings and piercing mouthparts used to feed on plants. Butterflies in tropical Asia were also declining.

The strongest declines were in rare insects that would naturally decrease during El Niño. These insect populations would usually bounce back in a La Niña. But climate-fuelled El Niños are causing many populations to fall so far, they cannot recover.

Drastic changes to forests

Our findings suggest the diversity of tropical insects could be chipped away with every El Niño event. This is not just a problem for the species themselves, but other parts of the ecosystem that depend on them.

Our research also involved modelling the decomposition and consumption of leaves by insects across the tropical Americas, Asia and Africa. Both processes are crucial to the health of tropical forests.

Decomposition fluctuated in line with the abundance of termites, which are probably the most important decomposers in the tropics. And worryingly, the amount of live leaves consumed by insects appears to have crashed in recent decades. This correlated strongly with the crash in butterflies and beetles.

These drastic changes may have implications for food webs and other organisms that rely on insects.

a black beetle
The diversity of tropical insects could be chipped away with every El Niño event.
Li Ajang/Shtterstock

A difficult future ahead

Our research could not take in the huge diversity of tropical insects – most of which have not yet been formally described by scientists. But it points to a difficult future for insects – and their habitats – as climate change worsens.

Little data exists on insect numbers in Australia’s Wet Tropics, in Queensland. However, monitoring work is underway at facilities such as the Daintree Rainforest Observatory. Such projects will help us better understand changes in insect biodiversity under climate change.

More research is also needed at other locations around the world. Given the fundamental role insects play in supporting life on Earth, the urgency of this work cannot be overstated.

The Conversation

Nigel Stork receives funding from Australian Research Council grant DP200103100

Adam Sharp receives funding from Hong Kong University Grants Committee Collaborative Research Fund (C7048-22GF).

ref. Climate-fuelled El Niño events are devastating butterflies, beetles and other tropical insects – https://theconversation.com/climate-fuelled-el-nino-events-are-devastating-butterflies-beetles-and-other-tropical-insects-262625

Why Sydney Sweeney’s American Eagle campaign is part of a wider cultural backlash

Source: The Conversation – Canada – By Meaghan Furlano, PhD Student, Sociology, Western University

Actress Sydney Sweeney is once again embroiled in controversy. This time the debate isn’t centred around Sweeney selling soaps infused with her bathwater or posting pictures of MAGA-inspired red caps. Instead, the Euphoria star is making rounds for her role in a contentious ad campaign with American Eagle Outfitters.

While the entire campaign sparked debate online, one particular ad has drawn especially intense criticism.

In it, Sweeney lounges artfully on a chaise while fastening a pair of American Eagle jeans. In a breathy voiceover, she says, “Genes are passed down from parents to offspring, often determining traits like hair colour, personality and even eye colour.”

As the camera slowly pans upward and she turns her eyes toward the viewer, Sweeney concludes, “My jeans are blue.”

Commentators and social media users have argued the campaign serves as a conservative dog whistle, conveying thinly veiled support for white supremacy and eugenics.

Sydney Sweeney in the most controversial American Eagle ad.

American Eagle released a statement defending the ad on August 1, writing “‘Sydney Sweeney Has Great Jeans’ is and always was about the jeans,” on Instagram.

Innocent marketing or intentional dog whistle?

Eugenics is a discredited ideology rooted in white supremacy and scientific racism. It promotes the false belief that racial groupings are biologically determined, and that some groups are genetically superior to others and should selectively reproduce to preserve their “good genes.”

Historically, the end goal of eugenics has been to eliminate so-called “bad genes” — often associated with non-white, disabled, poor or otherwise marginalized communities — so social elites can maintain their dominance.

Fashion advertising playing on eugenic themes has a long history. Commentators have gestured to similarities between the Sweeney ad and the infamous 1980s campaign for Calvin Klein featuring a then-15-year-old Brooke Shields, who rolls around in her Calvins while talking about genetic codes, evolution and survival of the fittest — language evocative of eugenic thinking.

The American Eagle campaign appears to be a direct homage to the Calvin campaign, but is rhetoric reminiscent of eugenics really something we want to reference in marketing?

The return of ‘traditional’ femininity

The American Eagle campaign is pointedly titled “Sydney Sweeney Has Great Jeans,” with “jeans” sometimes swapped out for “genes.” It’s clearly meant to be tongue-in-cheek.

But this is not just a harmless ad. If the campaign didn’t reflect broader cultural tensions, neither U.S. President Donald Trump nor Sen. Ted Cruz would have commented on it.

“The crazy Left has come out against beautiful women,” Cruz wrote in a tweet about the controversy. A right-wing media outlet went further, claiming body positivity was bringing “the giggling blonde with an amazing rack … to the brink of extinction.”

With its celebration of Sweeney’s conventionally attractive appearance, American Eagle has reintroduced the “traditional” feminine figure loudly and proudly. In this sense, the campaign symbolizes a changing of the cultural tides: out with body positivity, in with the “amazing rack” and all it signifies.

In our present cultural moment saturated with conservative messaging, Sweeney — a young, thin, white and sexualized Hollywood star — is hardly a surprising figure to hear extolling the quality of her “genes” (sorry, jeans).




Read more:
Trad wives hearken back to an imagined past of white Christian womanhood


From the rise of tradwife influencers and SkinnyTokers to the ritualized feminine performance of “morning shedders,” the campaign lands squarely within a broader revival of regressive feminine ideals wrapped in aspirational, white-washed beauty.

Exorcising self-love from the corporate agenda

As a feminist media scholar interested in the intersection of pop culture and the far right, my ongoing research explores the rise of anti-feminism and right-wing politics. We are no longer in the age of popular feminism, when corporations eagerly appropriated feminist rhetoric to sell their products and services.

In its place, brands are reverting to traditional imagery: thin, white women styled for the male gaze — a term referring to the objectification and sexualization of women in popular media, from film and television to fashion ads. It’s a strategy that has long worked for them, and it’s one they’re glad is back in vogue.

The aesthetic regression encapsulated in the Sweeney American Eagle campaign reveals what many critics suspected all along: the corporate embrace of feminism was never sincere.




Read more:
How neoliberalism colonised feminism – and what you can do about it


Campaigns touting “love your body,” “empowerment,” and “confidence” in the late 2010s and early 2020s were intentionally designed to court progressive consumers and profit from the popularity of feminism. The core business model of these corporations — sell insecurities and reap profits for shareholders — had not fundamentally changed.

If anything, as other scholars argue, self-love marketing encouraged women to not only upgrade their bodies but also their minds. It was no longer culturally acceptable that women look good; they had to also feel good about their bodies. That standard required more work and, of course, products, which brands happily supplied.

Spurred on by an increasingly conservative political climate, many brands are no longer shy about expressing their motives. Thin is back in and whiteness is re-associated with rightness.

Living through the cultural backlash

As I have argued elsewhere, we are currently living in backlash times. In her 1991 book, journalist Susan Faludi wrote that backlash is “a recurring phenomenon” that “returns every time women begin to make some headway toward equality.”

Although many news articles are describing a consumer “backlash” to the Sweeney American Eagle campaign, I’m referring to something different: the rise of a cultural backlash against progressive social movements and politics. This backlash is currently taking shape across political, legal and economic domains, and it goes beyond a single ad.

Today’s current backlash is a reaction to popular feminism, Black Lives Matter, DEI and incisive systemic analyses found in feminist, anti-racist and queer scholarship and activism. The Sweeney campaign is just one expression of this larger pattern.

Faludi shrewdly observed that “images of the restrained women line the walls of the popular culture’s gallery” during periods of backlash. That insight feels newly relevant.

Just days after American Eagle dropped its campaign, Kim Kardashian’s company SKIMS released their “sculpt face wraps” — a product designed to give users a more “sculpted” jawline. On the SKIMS website, product images show women ensnared in products that resemble Hannibal Lecter’s famous mask or a surgical brace. They are disconcerting, to say the least.

If Faludi has taught us anything, it’s that a trend of images showing women restrained — physically or to rigidly defined roles — are not only harbingers of a menacing future, but are indicative of a chilling present that we must recognize to resist.

The Conversation

Meaghan Furlano does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.

ref. Why Sydney Sweeney’s American Eagle campaign is part of a wider cultural backlash – https://theconversation.com/why-sydney-sweeneys-american-eagle-campaign-is-part-of-a-wider-cultural-backlash-262417

Programar jugando: cómo un robot educativo potencia el pensamiento computacional desde edades tempranas

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Horacio Gómez Rodríguez, Investigador en tecnologías aplicadas a la educación y Sistemas de comunicación y Redes de computadora, Universidad de Guadalajara

AlesiaKan/Shutterstock

En mis años como maestro en el nivel superior y la experiencia de participar en algunas escuelas rurales, he sido testigo de cómo la curiosidad de los niños puede encenderse con las herramientas adecuadas.

Hace algunos años, un grupo de compañeros tuvimos la oportunidad de comprar y compartir 14 robots educativos y 14 tabletas con niños y niñas de educación básica. Desde ese momento, mi manera de ver la enseñanza cambió para siempre. La robótica educativa no solo permite aprender programación, sino que también abre puertas al pensamiento computacional, lógico y creativo.

Descubriendo al robot en el aula

Existen varias opciones de robots, con diferentes precios según el país y la marca: mBot, Bee Bot y Thymio II, que pueden ser ensamblados por los propios niños. Lo que los hace más fáciles de usar es su sistema de programación visual basado en bloques. Esto significa que incluso los niños que apenas comienzan a familiarizarse con la tecnología pueden darle instrucciones y ver cómo el robot las ejecuta.

Recuerdo la primera vez que un alumno de sexto grado de primaria logró programar el robot para seguir una línea en el suelo; sus ojos brillaban como si hubiera descubierto un truco de magia.

En algunas escuelas primarias del área metropolitana, y también en aulas multigrado rurales, el estado de Jalisco en México regaló mBots, como parte del programa de tecnologías. Bastó un solo mBot para transformar la dinámica de aprendizaje. Los niños se reunían alrededor del robot, compartían ideas y discutían cómo resolver problemas que surgían al programarlo. Se volvió un catalizador de colaboración y diálogo.

Aprender haciendo: la fuerza de la experiencia

Una de las mayores virtudes de estos robots es que permiten a los niños aprender mientras experimentan. Por ejemplo, en una ocasión planteé el reto de diseñar un cruce de semáforo para que el robot esquivara a los mBot de sus compañeros. Los estudiantes, divididos en equipos, comenzaron a proponer soluciones. Algunos programas no funcionaron al primer intento, pero eso no desanimó a nadie. Al contrario, reían, debatían y modificaban las instrucciones hasta lograr que el robot evitara chocar con sus compañeros.




Leer más:
Por qué enseñar a los niños a pensar como las máquinas


A través de estas actividades, los niños desarrollan lo que ahora conocemos como pensamiento computacional: la capacidad de descomponer un problema en partes pequeñas, detectar patrones y crear soluciones paso a paso. Pero, más allá de la lógica, también cultivan la paciencia, la creatividad, la imaginación y la capacidad de trabajar juntos.

Forma de trabajo

Es importante considerar que para aprovechar al máximo el potencial del robot, se recomienda contar con al menos 12 sesiones de trabajo con los niños, bajo la supervisión del docente. Esto permite planificar actividades que combinen las prácticas con los temas de cada sesión, logrando reforzar y ampliar el aprendizaje de los contenidos curriculares al integrarlos con el uso de robots. Este enfoque favorece una comprensión más profunda y significativa de las materias vistas en clase.

Además, se sugiere implementar estas actividades principalmente con estudiantes de cuarto, quinto y sexto de primaria, con edades entre los 9 y los 12 años, quienes ya cuentan con las bases necesarias para aprovechar las posibilidades que ofrece la robótica educativa y están en una etapa ideal para desarrollar habilidades de pensamiento crítico y resolución de problemas.

Historias de éxito y aprendizajes

Recuerdo a José, un alumno de sexto grado que al principio se mostraba tímido y con poco interés por las matemáticas. Cuando comenzamos a usar el mBot, se convirtió en uno de los más entusiastas. Ideó un programa para que el robot se moviera en zigzag mientras encendía sus luces LED en distintos colores. Su proyecto fue tan creativo que se lo mostró a la directora, quien quedó impresionada. Meses después, José me dijo que quería ser ingeniero. En ese momento supe que el esfuerzo había valido la pena.




Leer más:
Diez pasos para implantar el enfoque tecnológico y científico en las aulas


Estos pequeños logros demuestran que la robótica educativa no es un lujo, sino una necesidad para preparar a los estudiantes a enfrentar los retos del siglo XXI.

Consejos para docentes que desean implementar el robot

Para los maestros que estén pensando en introducir robots en sus clases, recomiendo empezar con actividades sencillas. Por ejemplo, programar al robot para avanzar, retroceder y girar. A medida que los estudiantes ganen confianza, pueden plantearse retos más complejos como simular un semáforo o diseñar un recorrido con obstáculos.

Es fundamental adoptar una actitud de guía y facilitador. En lugar de dar respuestas, formule preguntas que inviten a los niños a pensar y buscar soluciones. En mis clases siempre recordamos que equivocarse no es fracasar, sino un paso necesario para aprender.

Además, integre el robot en otras materias. En ciencias, los niños pueden explorar conceptos como sensores de luz o sonido. En matemáticas, pueden calcular distancias y ángulos para que el robot siga un trayecto específico. De esta manera, el aprendizaje se vuelve interdisciplinario y más significativo.

Curiosidad, equipo y emoción

Traer la robótica a las aulas rurales ha sido una de las experiencias más enriquecedoras de mi carrera. Los robots no solo enseñan a programar; también despiertan la curiosidad, fortalecen el trabajo en equipo y demuestran que aprender puede ser divertido y emocionante.

En contextos donde la tecnología a menudo parece lejana, herramientas como los robots mencionados tienen el poder de cerrar brechas tecnológicas y ofrecer a los niños nuevas posibilidades para imaginar su futuro. Como docentes, tenemos la responsabilidad de buscar estrategias que conecten a nuestros estudiantes con el mundo y los preparen para ser protagonistas activos de la sociedad.

The Conversation

Horacio Gómez Rodríguez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Programar jugando: cómo un robot educativo potencia el pensamiento computacional desde edades tempranas – https://theconversation.com/programar-jugando-como-un-robot-educativo-potencia-el-pensamiento-computacional-desde-edades-tempranas-259917

‘Aprender a vivir y a ser virtuosos entre lo ridículo’: el verano de Margaret Fuller

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Antonio Fernández Vicente, Profesor de Teoría de la Comunicación, Universidad de Castilla-La Mancha

Dibujo de Clifton House y Niágara, de Michael Symour, 1846. Library of Congress

El título de este artículo hace referencia a una frase que aparece en Verano en los lagos. Se trata de una especie de diario de viaje que escribió la periodista y activista estadounidense Margaret Fuller, quien decidió aventurarse hacia los grandes lagos del noroeste de su país en mayo de 1843. Quería vivir más allá de los libros y las bibliotecas.

Portada de _Verano en los lagos_, de Margaret Fuller.
Portada de Verano en los lagos, de Margaret Fuller.
La línea del horizonte

Era aún el tiempo de lo que la mitología contemporánea da en llamar Conquista del Oeste, aunque nuestra heroína no se adentró tan lejos. Dormía en ocasiones a la intemperie, viajaba a veces en tren, otras a pie, en canoa o en carromato. Y mantenía bien abiertos los ojos para observar con detalle lo que a su paso encontraba. Desde el este de EE. UU. llegó hasta las cataratas del Niágara, los frondosos bosques de Wisconsin e Illinois y los ríos Fox y Rock.

Era una especie de viaje de descubrimiento, que tan propicio es en la época estival. Sabemos que el verano es una suerte de interludio. A veces, marca un antes y un después, como puede hacer lo propio un viaje, un buen viaje en el que dejamos atrás nuestros prejuicios, claro está.

Insisto: era hora de vivir, no de leer ni de escribir. De hecho, Fuller dejó para su regreso la redacción de Verano en los lagos. Tuvo que pedir permiso a la Universidad de Harvard para entrar en la biblioteca a documentarse, ya que a ninguna mujer le era posible, y acabó siendo la primera en hacerlo. Así estaban las cosas en esa medianía del siglo XIX en EE. UU.

Como decía, el verano es un buen momento para replantearnos nuestro lugar en el mundo e, incluso, para cuestionarnos dicho mundo. Aunque hay que dar la razón a quienes aducen que la gente nunca, o casi nunca, cambia y que este será el mismo lugar inhóspito que siempre ha sido: habrá que teñir con un manto de esperanza tal constatación. Es lo que nos queda.

Y es lo que leemos en este fabuloso libro: las peripecias de Fuller desde lo que se llamaba “civilización” hacia las tierras de promisión donde se agolpaban colonos en busca de fortuna y una vida mejor. Un periplo a lo salvaje, para tomar conciencia de que siempre tachamos de salvaje lo que no conocemos, lo que no nos es familiar. Cómo cuesta salir del propio punto de vista y del ombliguismo de creer que la nuestra es la cultura ejemplar… y las demás, meros errores de la evolución humana. En fin.

Fuller frente al sueño americano

Eran tiempos de colonización de unas tierras vírgenes y paradisíacas. Se extendía por doquier el gran sueño americano, que atraía a cientos de miles de menesterosos y advenedizos.

Retrato de una mujer sentada que se sujeta la cabeza con la mano.
Retrato de Margaret Fuller por John Plumbe Jr en 1846.
National Portrait Gallery

Pero las impresiones de Fuller no ensalzaban este sueño. Antes al contrario, lo que encontraba era una devastación moral que asolaba los parajes naturales y sometía a la indigencia y al más abyecto menosprecio a la población india autóctona. Los que emigraban a la tierra prometida deseaban regeneración material, monetaria, pero no dejar a un lado las miserias morales.

Los colonos que encontraba no seguían más que el móvil del afán de lucro, el triunfo económico. El culto al dinero era su divisa. Despreciaban los paisajes naturales, a los que Fuller comparaba con un auténtico Edén. Si los miraban, era para adivinar cómo podrían explotarlos y obtener ganancias, aunque fuese al precio de destruirlos –ya saben, los resorts en lugares inapropiados… no digo más–. Y también despreciaban a los indígenas y sus ancestrales costumbres, sus modos de vivir pausados y genuinos, tan extraños para el ajetreado hombre moderno.

La vida era otra cosa

Retorno al título del artículo: ¿por qué aprender a vivir, a ser virtuosos?, y a la postre y para más inri, en una época ridícula.

Aprender a vivir porque nadie nos da un libro de instrucciones, por muchos manuales de autoayuda que parasiten las librerías. Porque cuando sólo nos preocupa ganarnos la vida, nos olvidamos de vivirla. La vida, como el amor, es un arte en el que hay alumnos aventajados y principiantes que nunca pasarán de la mediocridad. Y esto es lo que descubrió Fuller al integrarse en tribus indias, entre pieles rojas que no precisaban de ninguna medalla para ser felices. O entre vendedores ambulantes que pasaban el tiempo sentados en cualquier parte, a la espera de que alguien les comprase algo tras un bonito cambalache.

Ilustración de una roca con forma de arco.
Ilustración de Arch Rock (en Mackinac Island, Michigan) para la primera edición de Verano en los lagos.
Online Computer Library Center

Aprender a vivir es reconocer que no somos instrumentos canjeables ni cosas que explotar, y que la misma dignidad del águila que vuela majestuosa tendría que guiar cada uno de nuestros pasos por el mundo. Fuller admiraba la sencillez de las gentes sencillas con sus sencillas existencias, sin tanta codicia ni sed de reconocimientos, sin aspavientos ni frivolidades. Admiraba la virtud sincera que no tiene más recompensa que la de saber que hace lo correcto, que no es indiferente a lo que a otros les suceda.

La suya era una época ridícula, como la nuestra, además de despiadada. Su crítica a los convencionalismos del sueño americano hacía notar que el afán de lucro y la soberbia de los “civilizados” expolian el planeta y los pueblos vulnerables. No hace falta imaginar demasiado para hacerse una idea de lo que Fuller pensaría de los tiempos actuales, que me permito no nombrar para no manchar estas líneas de improperios.

Quizás la vida sea así y sea inútil calificarla de ridícula. Pero al menos, con Fuller, deberíamos intentar conocer mejor cuáles son las reglas del juego. Y no seguirlas si son injustas e inhumanas. La vida era otra cosa, imagino que pensó mientras escuchaba las conversaciones de gentes que nunca leyeron un libro, pero sabían apreciar la belleza de un paisaje, la belleza de un rostro, la belleza de una mirada.

The Conversation

Antonio Fernández Vicente no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. ‘Aprender a vivir y a ser virtuosos entre lo ridículo’: el verano de Margaret Fuller – https://theconversation.com/aprender-a-vivir-y-a-ser-virtuosos-entre-lo-ridiculo-el-verano-de-margaret-fuller-259205

Frío imposible: intentamos abrazar el cero absoluto de temperatura (y fallamos)

Source: The Conversation – (in Spanish) – By José Ygnacio Pastor Caño, Catedrático de Universidad en Ciencia e Ingeniería de los Materiales, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)

CornelPutan/Shutterstock

En las noches sofocantes del verano, mientras giramos en la cama y la almohada parece un trozo de lava volcánica, ¿quién no quisiera escapar a un gélido laboratorio criogénico, enfundarse en un abrigo digno de la remota Antártida y conquistar la frontera definitiva del frío: el cero absoluto?

Sin embargo, despertaríamos antes de lograrlo, porque esta frontera no solo es difícil de cruzar, sino literalmente imposible. Por más que nuestros termómetros digan otra cosa. Y eso nos lleva al fascinante sueño de William Thomsom Kelvin, más conocido en el “barrio científico” como Lord Kelvin.

El primer intento de llegar al 0 absoluto

Allá por 1848, este físico escocés, amante de los barcos a vapor y con una peculiar afición por medir absolutamente todo, decidió inventarse una nueva escala de temperatura. Hasta entonces, los físicos Anders Celsius y Daniel Gabriel Fahrenheit manejaban cifras caprichosas para definir el cero de temperatura. Sus respectivos ceros arbitrarios se definían según la temperatura de congelación de una solución de salmuera, hecha de una mezcla de agua, hielo y cloruro de amonio (una sal).

Pero William Thomson Kelvin perseguía algo más riguroso, más absoluto. Su cero sería la temperatura más baja posible, aquella en la que las partículas que componen la materia que vemos se detienen por completo. O casi, porque en física siempre hay trampas.

Un fenómeno de equilibrio

Durante décadas, la escala Kelvin de temperatura se definió tomando como referencia un fenómeno curioso llamado el punto triple del agua .

Para entender de qué se trata, imaginemos un espectáculo de equilibrio circense a escala molecular del H₂0 en tres estados distintos (el hielo sólido, el agua líquida y el vapor) logrando coexistir pacíficamente a exactamente a 273,16 kelvin (K, en su formato abreviado), es decir 0,01 °C, que se consigue a una presión de 657 Pascales (Pa), aproximadamente 0,0060366 veces la presión atmosférica habitual. Bonito número, ¿verdad?

Este escenario, digno de un tratado diplomático, sirvió de referencia universal hasta que los físicos nos cansamos de depender del agua para establecer la frontera del 0.

El valor de la K

En 2019, la física cambió de tercio. Se decidió fijar el kelvin a partir de una constante fundamental, algo así como el ADN térmico del universo: la constante de Boltzmann (otro científico increíble, padre de la Física Estadística y de otras muchas cosas).

Desde aquel momento, un kelvin quedó definido oficialmente por una energía microscópica de exactamente 1,380649 × 10⁻²³ julios por partícula. Es una cifra extraña y ridículamente pequeña, pero a la física le encantan los decimales interminables, así que no había mucho remedio.

Ahora bien, ¿por qué tanto empeño en esta escala tan peculiar? ¿Acaso no basta para entendernos cuando hace frío o calor con los grados Celsius o Centígrados? (que, por cierto, no son lo mismo y deberían reemplazar a los Fahrenheit en algún acuerdo internacional que nos facilitase la vida cuando salimos de viaje).

No todos los 0 son 0

La respuesta es sencilla pero profunda. Celsius fija el cero donde se congela el agua, algo práctico, admitámoslo, pero impreciso, porque el hielo puede estar a temperaturas bajo cero.

Por el contrario, el kelvin se conecta directamente con el corazón íntimo de la materia. Es una escala absoluta porque este cero de temperatura corresponde al mínimo movimiento posible de cualquier partícula. A eso lo llamamos “cero absoluto”, aunque aquí viene el chiste sideral: jamás podremos alcanzarlo.

Como diría Walther Nernst, autor de la tercera ley de la termodinámica –y probablemente aguafiestas profesional–, el cero absoluto es un límite al que podemos acercarnos infinitamente, pero jamás tocar.

Y no es que nos falten ganas: científicos de todo el mundo llevan décadas tratando de reducir en sus laboratorios la temperatura de la materia, de milikelvin en milikelvin, acercándose aventuradamente a ese frío cero perfecto. Pero siempre queda una fracción imposible de superar, un último peldaño que parece burlarse de nosotros desde el fondo del congelador cósmico.

El experimento más frío conocido

Esa tensión fértil entre límite teórico e innovación experimental es, justamente, lo que mantiene viva y pujante esta área de la Física.

Los físicos experimentales no cesan en la búsqueda del “santo grial” termodinámico, pero el cero absoluto –exactamente 0 K, donde toda actividad térmica cesa– sigue resistiendo con obstinación cualquier intento de alcanzarlo, aunque cada vez está más cerca.

En experimentos recientes se han logrado temperaturas extraordinariamente bajas. Por ejemplo, en 2021, científicos alemanes enfriaron átomos de rubidio hasta unos impresionantes 38 picokelvin (38 billonésimas de kelvin), aprovechando la microgravedad en la torre de caída de Bremen (Alemania). Este experimento es uno de los más fríos jamás realizados en nuestro planeta y muestra la increíble capacidad técnica actual para rozar los límites del 0 K.

A esa línea se suma la investigación en órbita espacial a bordo de la Estación Espacial Internacional, con el Laboratorio de Átomos Fríos (Cold Atom Lab) de la NASA, donde también se han producido y manipulado condensados con energías en el régimen de picokelvin y en escalas de duración temporal inalcanzables en la Tierra.

El Laboratorio de Átomos Fríos de la NASA se sometió a una importante actualización de hardware a bordo de la Estación Espacial Internacional en enero de 2020.

Pero ni siquiera estas impresionantes hazañas han logrado –ni lograrán– romper la barrera final: la teoría termodinámica actual indica claramente que el cero absoluto es inalcanzable en la práctica, ya que requiere energía y tiempo infinitos (Masanes & Oppenheim, 2017).

El frío cósmico

¿Y si miramos a la nada, al vacío cósmico? Por más que lo parezca, el universo no está muerto de frío. El espacio interestelar, ese páramo desolado entre galaxias, conserva un leve susurro térmico: 2,725 kelvin, la temperatura del fondo cósmico de microondas, ese eco sordo del Big Bang que aún vibra por los pasillos del tiempo. Ni siquiera los rincones más solitarios del cosmos consiguen librarse de él.

El cero absoluto, ese ideal de congelación total donde los átomos deberían rendirse y quedarse quietos de una vez, sigue siendo tan inalcanzable como la imparcialidad en un debate político. Siempre hay algo molestando, una radiación rezagada, una fluctuación cuántica inoportuna, la omnipresente gravedad metiendo baza.

Así que no, el universo no puede apagar del todo su calefacción. El 0 K es como el horizonte: lo ves, lo sueñas en una noche de verano shakesperiana, pero nunca lo pisas.

The Conversation

José Ygnacio Pastor Caño no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Frío imposible: intentamos abrazar el cero absoluto de temperatura (y fallamos) – https://theconversation.com/frio-imposible-intentamos-abrazar-el-cero-absoluto-de-temperatura-y-fallamos-261869