‘Christiancore’: la moda de parecer santa a la que se ha sumado Rosalía

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Sandra Bravo Durán, Socióloga y Doctora en Creatividad Aplicada, UDIT – Universidad de Diseño, Innovación y Tecnología

Portada del nuevo álbum de Rosalía, _LUX_, que saldrá a la venta el 7 de noviembre. Rosalía

La última tendencia estética no viene del gimnasio ni de la pasarela. Viene del cielo.

En redes sociales, la “santa contemporánea” se multiplica entre velos, cruces plateadas y frases bíblicas estampadas en camisetas. Se llama christiancore, y mezcla espiritualidad, ironía y deseo de pureza. Incluso Rosalía, cuya reciente imagen y la expectación en torno a su próximo álbum LUX han reavivado el interés por la imaginería católica, parece haberla abrazado.

Lo sagrado se ha vuelto tendencia. Y cuando la fe se convierte en filtro, la frontera entre devoción y performance se vuelve difusa.

De los altares al algoritmo

El término christiancore comenzó a circular en TikTok a mediados de 2023, impulsado por comunidades jóvenes que compartían imágenes de vírgenes, iglesias y frases como “God’s favorite” o “Heaven sent”. Medios como Highsnobiety o Dazed lo consagraron como “la nueva religión estética” del momento: una mezcla entre fervor, ironía y búsqueda de autenticidad.

En esencia, el christiancore convierte los símbolos del cristianismo –velos, cruces, túnicas blancas o frases bíblicas– en lenguaje visual. Es una forma de espiritualidad estilizada que transforma la fe en imagen y la devoción en estética, reflejando el deseo de hallar significado en un entorno dominado por la apariencia.

No es casual. En un mundo saturado de estímulos, donde cada deseo se convierte en contenido y cada emoción en story, el christiancore ofrece una pausa simbólica: un gesto de recogimiento visual. Sus protagonistas no visten religión: visten significado.

El retorno de lo sagrado

La fascinación por lo religioso en la cultura pop no es nueva. Desde la llamada “era católica” del pop –a la que se sumaron en su momento Madonna, Lady Gaga y Rosalía ya con El mal querer– hasta la exposición Heavenly Bodies del Metropolitan Museum en 2018, la estética litúrgica ha seducido a diseñadores y artistas.

Una mujer rubia vestida de blanco canta con un crucifijo al cuello.
Todo lo que se pone de moda ya lo hizo Madonna en su momento.
Instagram

El sociólogo Émile Durkheim definía la religión como el mecanismo que divide el mundo entre lo sagrado y lo profano, un sistema que permite a las sociedades dotarse de sentido.

Hoy, esa frontera se diluye: lo sagrado reaparece en forma de estética y lo profano se espiritualiza a través del algoritmo. Aunque la práctica religiosa institucional se debilita, la fe sigue presente bajo nuevas formas. Según el Pew Research Center (2025), en una muestra de 35 países, una media del 83 % de los adultos afirma creer en Dios o en un “ser superior”, mientras que la participación en servicios religiosos regulares cae con frecuencia a cifras mucho menores –en Europa occidental, por ejemplo, la asistencia semanal apenas alcanza o desciende por debajo del 25 %.– A escala global, se estima que el 76 % de la población se identifica con alguna religión, pero solo una parte minoritaria mantiene prácticas activas.

Esta paradoja revela que, mientras la devoción disminuye, la estética de lo sagrado resurge como patrimonio cultural y recurso simbólico. Su poder visual no es casualidad: durante siglos, la Iglesia utilizó el arte para enseñar, emocionar y transmitir su mensaje. En el Barroco, pintores como Murillo o Zurbarán crearon imágenes capaces de acercar lo divino a lo humano, transformando la fe en una experiencia sensorial a través de la luz, el color y la composición. Como explica el Museo del Prado, la imagen sagrada servía para instruir a una sociedad que apenas sabía leer. Esa tradición visual moldeó la sensibilidad colectiva del catolicismo y hoy reaparece, transformada por la cultura digital: los templos son pantallas, los altares algoritmos, y los símbolos de fe se reinventan como filtros que prometen sentido en un mundo saturado de imágenes.

Max Weber veía en la religión un motor de racionalización del mundo: una fuerza que daba orden y sentido a la vida social. Hoy ocurre justo al revés: el misterio se vuelve espectáculo. Vivimos una estetización de lo sagrado, donde lo trascendente se traduce en imagen, lo espiritual en estilo y la fe se muestra más que se practica.

Y sin embargo, el éxito del christiancore no habla de cinismo, sino de carencia. De una necesidad de trascendencia en una cultura que ya no sabe detenerse.

Santas del algoritmo: del ruido al recogimiento

Entre tanto ruido actual –redes, tareas, eventos sociales, crisis, guerras–, emerge una estética que busca silencio: una espiritualidad visual que traduce el agotamiento en recogimiento. El velo, el crucifijo o el blanco monacal funcionan como refugios simbólicos frente al vértigo digital, como si vestirse de santa fuese una forma de reconectar con lo esencial.

En este contexto, Rosalía encarna el tránsito de una pop star a una figura mística. Su reciente imaginería –entre monja, musa y penitente–, reforzada por la estética previa al lanzamiento de LUX, no es devoción: es búsqueda. Como ella misma confesó en su entrevista en Radio Noia, le atrae “la idea de vivir en clausura, como una monja, centrada solo en crear y encontrar la paz”.

Una declaración que condensa el espíritu del christiancore: el deseo de desconexión y de sentido en medio de la saturación.

Fe, identidad y mercado

La espiritualidad, sin embargo, también llega al mercado. Dentro del ecosistema core –abreviatura que agrupa subculturas estéticas como cottagecore, balletcore o blokettecore–, cada tendencia traduce un estado emocional colectivo. El christiancore simplifica la fe y la convierte en lenguaje visual: una espiritualidad portátil, wearable, accesible y replicable.

Aquí, la religión ya no organiza la vida social, sino que se fragmenta en microexperiencias visuales, donde la fe se estetiza y se consume. La trascendencia se privatiza, la comunidad se disuelve y lo espiritual se vuelve accesorio.

Como advertía Pierre Bourdieu, el campo religioso se reconfigura en campo simbólico: la fe se mide en capital cultural y la estética sustituye al dogma.

En la era del branding personal, el símbolo religioso ya no apunta hacia el cielo, sino hacia el yo. El crucifijo es accesorio; la santidad, pose. Y el altar ha sido sustituido por la cámara frontal. El mercado ha entendido que la fe también vende.

Surgen marcas del llamado faith-based apparel –moda inspirada en la fe– como God is Dope o Elevated Faith, que combinan lenguaje evangélico y estética urbana: tipografías góticas, ángeles bordados o frases sobre Dios. La lógica de los drops (lanzamientos limitados de ropa que generan deseo por escasez) convierte lo divino en producto.

En palabras de Karl Marx, la religión –y ahora su estética– puede funcionar como una ilusión reconfortante: una forma de espiritualidad al servicio del capital.

Del ruido al recogimiento

Pero el christiancore no es una moda superficial: es un síntoma. Habla de una época que, agotada por la saturación, busca trascendencia entre pantallas. Numerosos estudios muestran que la generación Z ha dejado de confiar en las instituciones –políticas, mediáticas y religiosas–, pero no ha renunciado al deseo de creer.

Según el informe “Gen Z & Grievance”, el 58 % de los menores de 30 años expresa un “grado moderado o alto de queja” hacia las instituciones, reflejando una profunda desafección. Y sin embargo, el Springtide Institute señala que más del 70 % de los jóvenes se consideran espirituales. Esa brecha entre desafección y anhelo explica el auge de lenguajes estéticos como el christiancore: intentos de vestir el vacío de sentido con símbolos que aún prometen redención.

El filósofo Byung-Chul Han en No-cosas lo resumió con precisión: “cuantas más informaciones producimos, menos sentido tenemos”. En un mundo saturado de imágenes, la generación Z busca símbolos que devuelvan profundidad al gesto. Lo sagrado se vuelve estética, la fe se hace visible, y la moda se convierte en un nuevo lenguaje espiritual.

Rosalía y los adeptos a esta tendencia no visten religión: visten significado. Nos recuerdan que, incluso en la era del algoritmo, la belleza y la fe comparten una misma raíz: la búsqueda de sentido.

Y quizá ese sea, también, el punto en el que se encuentra hoy la moda.

The Conversation

Sandra Bravo Durán no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. ‘Christiancore’: la moda de parecer santa a la que se ha sumado Rosalía – https://theconversation.com/christiancore-la-moda-de-parecer-santa-a-la-que-se-ha-sumado-rosalia-268156

Podemos usar la tecnología para pensar mejor, y no para que piense por nosotros

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Luis Daniel Lozano Flores, Profesor investigador en Educación, Universidad de Guadalajara

Pheelings media/Shutterstock

El término cíborg proviene del acrónimo en inglés de la frase “organismo cibernético” y define un ser que combina sus elementos biológicos con los tecnológicos. Pero aunque en nuestra mente a menudo asociemos la palabra con un organismo artificial, metálico y robótico, una persona que trabaja con su computadora y usa tabletas, dispositivos móviles, relojes inteligentes o gafas de inteligencia artificial podría ser, en la concepción más amplia del término, un cíborg.

Si a nuestras capacidades biológicas como la memorización (de un número de teléfono, una receta de cocina, la ruta hacia un lugar) unimos las capacidades artificiales de almacenaje de datos y su recuperación que nos dan las tecnologías (pues de algún modo nuestra memoria se apoya y alimenta de lo que nos ofrecen los dispositivos), no hablamos tanto de cíborg como de “mente extendida”.

Es decir, aprovechamos una herramienta artificial para extender nuestras capacidades cognitivas. Por ejemplo, usamos una calculadora para resolver una multiplicación; seguimos las instrucciones de Google Maps para llegar a un sitio; o pedimos a la inteligencia artificial que nos ayude a corregir la redacción de un ensayo académico, o incluso nos proponga una estructura distinta que ayude a mejorarlo.




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¿Y dónde queda la cognición?

¿Pero hasta qué punto estamos “extendiendo” nuestra mente, es decir, llegando más lejos de lo que podríamos solos, o simplemente reemplazándola? ¿Dónde ponemos la frontera entre la tecnología como potenciadora de nuestras capacidades y la tecnología como sustituta de estas capacidades, especialmente cuando hablamos de mentes en desarrollo como las de los estudiantes?

Pensemos en el siguiente ejemplo:

En una tarea universitaria se les pide a los estudiantes que redacten un ensayo sobre la historia de la inteligencia artificial.

El estudiante 1 le pide a algún motor de inteligencia artificial generativa como Gemini, ChatGPT o Deepseek que le elabore un ensayo. Después corrige algunas cuestiones de redacción, nexos, y listo: pareciera un trabajo que cumple con las directrices del docente, incluso en el texto propone una mirada crítica ante el tema.




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El estudiante 2 analiza primeramente cuáles son sus conocimientos previos y basándose en ellos utiliza los mismos motores, agregando Notebook LM para crear guías de estudio, un pódcast y un vídeo explicativo. Al mismo tiempo, anota a mano en su cuaderno sus ideas críticas, redacta el texto y utiliza la inteligencia artificial para revisar si hubo algún error de dedo, si alguna idea parece no entenderse. Por último, utiliza las modalidades de investigación profunda de ChatGPT y Gemini para identificar cursos y libros que pudieran ayudarle a mejorar los aspectos gramaticales en donde tuvo errores dentro de su ensayo.

En ambos casos, se cumple con el trabajo con la ayuda de herramientas tecnológicas que amplían nuestras capacidades cognitivas, pero sólo en el segundo caso se hace énfasis en técnicas de estudio, en respetar el ritmo biológico de los procesos cognitivos que influyen en la redacción e incluso en utilizar Notebook LM y otras herramientas para aprender.

Equilibrio entre tecnología y aprendizaje

Para aprovechar las tecnologías sin empeorar nuestras capacidades cognitivas y crear dependencias, es fundamental que reflexionemos siempre si el uso está contribuyendo al aprendizaje.

Son tres los puntos relevantes que ayudarían a encontrar un equilibrio entre una mente extendida y una mente dependiente. El primero de ellos es la ética en el uso de la tecnología y la IA: para entender las directrices éticas en la utilización de la inteligencia artificial existen ya algunas guías prácticas como la elaborada por la Unión Europea o la UNESCO.

Entre los puntos clave para su uso ético, está la transparencia, es decir, ser honesto sobre cuándo y cómo se ha utilizado; la responsabilidad, al asumir siempre la autoría y responsabilidad del trabajo final; originalidad y aporte personal, utilizando la IA para explorar ideas y superar bloqueos, pero nunca para sustituir el esfuerzo intelectual, y la privacidad, para ser consciente de la información que compartimos con estas herramientas.

Automatizar lo mecánico, no lo estratégico

En segundo lugar, debemos ser intencionales con la automatización. La tecnología nos permite ahorrar tiempo, pero es crucial diferenciar qué tipo de acciones delegamos. El equilibrio no se mide en “cuántas” tareas automatizamos, sino en “cuáles”. La regla es simple: automaticemos lo mecánico, no lo estratégico. Podemos usar la IA para tareas que apoyan nuestro pensamiento, pero que no son el pensamiento per se. Por ejemplo: transcribir una entrevista, resumir un documento largo para captar la idea principal, corregir la ortografía y la gramática o buscar fuentes de información.

Las acciones que debemos proteger del exceso de automatización son aquellas que construyen nuestras habilidades a largo plazo: la búsqueda de ideas originales, la estructuración de un argumento complejo, la conexión de conceptos dispares para generar una idea nueva (innovación) y la redacción del pensamiento crítico que forma el corazón de un ensayo.

El peligro de automatizar estas tareas centrales es que, a largo plazo, podríamos entorpecer nuestra capacidad de imaginar, crear y razonar de forma independiente, convirtiéndonos en meros editores de contenido generado por máquinas.

Un asistente brillante pero falible

En tercer lugar, debemos mantener una supervisión crítica y activa. La inteligencia artificial puede fallar, inventar fuentes o presentar datos erróneos. La relación de este hecho con la dependencia es fundamental: al saber que la herramienta no es infalible, nos vemos obligados a verificar, cuestionar y contrastar la información.

Este proceso de supervisión es un ejercicio cognitivo en sí mismo. Caemos en la dependencia cuando aceptamos pasivamente lo que la IA nos entrega. Por el contrario, al tratarla como un asistente brillante pero falible, mantenemos nuestra mente en el centro del proceso, ejercitando el juicio crítico que es, precisamente, lo que queremos potenciar.

Conciencia e intención

La línea que separa una mente extendida de una mente dependiente no está en la tecnología en sí, sino en la conciencia y la intención con que la usamos. Como vimos en el ejemplo de los dos estudiantes, las mismas herramientas pueden conducir a resultados muy diferentes: una puede simular el conocimiento, mientras que otra puede promover una comprensión más profunda y auténtica.

Esto no implica renunciar al gran potencial de la inteligencia artificial, sino convertirnos en expertos en nuestras herramientas y apoyarnos en tres pilares: una actitud ética que garantice que somos los autores definitivos de nuestro trabajo; una automatización consciente, que nos libera de tareas rutinarias para enfocarnos en la creatividad y el pensamiento crítico; y una supervisión activa, que asegura que nuestro juicio siga siendo el filtro final y esencial.

La verdadera mente extendida no es aquella que externaliza su memoria o habilidades de escritura, sino la que usa la tecnología para potenciar sus capacidades humanas únicas, como la curiosidad, la creatividad, la empatía y el juicio ético.

The Conversation

Luis Daniel Lozano Flores no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Podemos usar la tecnología para pensar mejor, y no para que piense por nosotros – https://theconversation.com/podemos-usar-la-tecnologia-para-pensar-mejor-y-no-para-que-piense-por-nosotros-265225

Un estudio de la microbiota de tres generaciones confirma cuánto cambia y cómo afecta a la salud

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Alma Cristina Villaseñor Solís, Profesor de Análisis Químico y Técnicas Bioanalíticas, Universidad CEU San Pablo

Fuseass/Shutterstock

El estudio de la microbiota ha cobrado una importancia creciente en los últimos años. Actualmente es habitual encontrar alusiones a ese término –o al “microbioma”– en campañas publicitarias de yogures o incluso cremas corporales. Sin embargo, ¿qué sabemos sobre ella? ¿Qué papel juega desde que nacemos? Porque, como indican las últimas investigaciones, su evolución durante la primera infancia tiene implicaciones en nuestra salud del futuro.

Antes que nada, para aclarar la confusión terminológica, debemos puntualizar que el término “microbiota” se ciñe al conjunto de microorganismos que residen en nuestro cuerpo. Estos incluyen hongos, arqueas, virus, parásitos y, sobre todo, bacterias, que son las más abundantes. Aunque también se ha conocido históricamente como flora intestinal, este término está cayendo en desuso.

Distribución de la microbiota en las diferentes regiones del cuerpo. La ilustración indica el número de especies bacterianas estimadas en cada órgano o sistema. Ilustración de los autores.

Por su parte, el concepto de “microbioma” es más amplio: alude, además, al conjunto de genes que estos microorganismos aportan en un ecosistema o nicho biológico.

Importancia de la microbiota intestinal

Los primeros indicios sobre la existencia de microorganismos datan del siglo XVII. Sin embargo, han sido los avances en técnicas innovadoras y altamente especializadas, como la genómica y la metabolómica, los que han revolucionado su estudio.

Debido al elevado número de bacterias que residen en el cuerpo humano, la microbiota se considera un “superorganismo”. Por tanto, no es de extrañar que desempeñe un papel fundamental en los procesos metabólicos de nuestro cuerpo y, por ende, en nuestra salud.

Su desequilibrio, situación conocida como disbiosis, aumenta la probabilidad de trastornos y enfermedades en el huésped. En numerosos estudios, estos desequilibrios se asocian con enfermedades gastrointestinales, como la enfermedad de Crohn o la colitis ulcerosa, y diferentes alergias alimentarias.

Además, la disbiosis se relaciona con trastornos que afectan a otros órganos, tales como el sistema nervioso central, en el caso del autismo y depresión.

Aunque resulta difícil definir qué es una microbiota “normal o beneficiosa”, se considera que es más saludable cuanto mayor sea su diversidad y equilibrio entre las especies, así como su capacidad de producir metabolitos como los ácidos grasos de cadena corta, especialmente el ácido butírico.

Evolución de la microbiota intestinal con la edad

A pesar de los avances en el conocimiento de la microbiota intestinal, existen numerosas incógnitas sobre su desarrollo y evolución. La colonización temprana, que ocurre principalmente por la vía materna, es fundamental para la salud futura, ya que influye en el bienestar del individuo a lo largo de la vida.

En particular, los primeros mil días de vida son cruciales. Este periodo marca los primeros contactos con estímulos externos y coincide con el desarrollo y maduración del sistema inmunitario. Patrones anormales en esta etapa pueden estar asociados con enfermedades inmunitarias en edad adulta.

Para comprender cómo se establece la microbiota intestinal desde la infancia y la influencia de factores maternos, emprendimos un estudio intergeneracional que, diseñado entre la Universidad CEU San Pablo y el Hospital Niño Jesús, incluía a bebes lactantes, sus madres y sus abuelas. En este trabajo se reclutaron 200 participantes de las tres generaciones y se recogieron muestras de heces de todos ellos.

Los cambios más importantes que encontramos en los metabolitos fecales de los lactantes con respecto a las progenitoras fueron el aumento de la glucosa y los ácidos grasos poliinsaturados. Por el contrario, observamos una disminución de los niveles de ácidos grasos saturados y monoinsaturados, los cuales eran más altos en madres y abuelas. Estos cambios son el reflejo de las diferencias en el tipo de dieta y los procesos metabólicos relativos al envejecimiento.

En cuanto a los ácidos grasos de cadena corta, los lactantes presentaron en su mayoría menores cantidades que sus progenitoras. Estos metabolitos derivan principalmente de la microbiota y son muy importantes porque tienen propiedades beneficiosas para la salud.

Por otra parte, el estudio genómico permitió observar que el 40 % de bacterias intestinales de los lactantes pertenecen a unas pocas especies, como Bifidobacterium bifidum, Bifidobacterium breve, Bifidobacterium longum, Escherichia coli y Faecalibacterium prausnitzii. Por el contrario, estas bacterias en la microbiota adulta tan solo representan el 7 %.

En conjunto, los resultados demuestran que la microbiota de los lactantes es menos diversa porque se encuentra todavía en maduración, al igual que su sistema inmune y gastrointestinal.

La integración de toda esta información también nos permitió identificar que los lactantes estaban caracterizados por una mayor presencia en heces de bacterias del género Bifidobacterium y glucosa. Este dato coincide con el tipo de dieta de los lactantes, que está basada en leche materna. Por otra parte, en las adultas se encontró una microbiota más diversa, con menor cantidad de azúcares, lo que indica un menor metabolismo de carbohidratos.

En conjunto, nuestros hallazgos ayudaron a entender mejor cómo se desarrollan las diferentes comunidades microbianas en etapas tempranas. Además, proporcionaron pruebas claras sobre los procesos biológicos que caracterizan la microbiota intestinal según la edad.

Modulación de la microbiota intestinal

Actualmente, la microbiota se considera una diana terapéutica sobre la que actuar para mejorar la salud. Dentro de las principales estrategias destacan:

1. Dieta. Es un factor clave para modular la microbiota intestinal. Esto se debe a que diversos alimentos pueden tener un efecto positivo o negativo en su composición.

2. Probióticos, prebióticos y simbióticos. Los probióticos son microorganismos vivos que, en cantidades adecuadas, aportan beneficios al hospedador. Los más estudiados incluyen Lactobacillus rhamnosus y bifidobacterias, que favorecen una microbiota diversa y saludable. En cambio, los prebióticos son compuestos no digeribles como la fibra que estimulan el crecimiento de bacterias saludables.

La combinación de ambos, conocida como simbióticos, tiene un efecto sinérgico que mejora la implantación de bacterias beneficiosas. Como consecuencia, los resultados con simbióticos son superiores a los obtenidos con probióticos o prebióticos por separado. Por ejemplo, la leche materna es un simbiótico natural que contribuye a la prevención de alergias.

3. Trasplante de microbiota fecal. Consiste en transferir microorganismos fecales de un donante sano a un paciente enfermo con el objetivo de restaurar su microbiota intestinal. Actualmente, esta práctica está aprobada únicamente para tratar infecciones recurrentes por Clostridium difficile en pacientes que no responden a antibióticos, aunque está siendo investigada en otras muchas enfermedades.

Hoy sabemos que los microorganismos que habitan en nuestro cuerpo no son simples “inquilinos”. Por el contrario, la microbiota es un aliado fundamental que juega un papel crucial en el sistema inmunitario y en la homeostasis de nuestra salud desde nuestros primeros días de vida. Por ello, la investigación en biomedicina avanza hacia tratamientos personalizados que contemplen el genoma, el metabolismo y el microbioma de cada paciente.

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Cómo usar la IA en clase de Historia con mirada crítica y humanística

Source: The Conversation – (in Spanish) – By Jorge Chauca García, Profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales, Universidad de Málaga

LightField Studios/Shutterstock

Son las dos de la tarde del viernes. A estas alturas del día y de la semana, los contenidos de Geografía e Historia de 2º de la ESO parecen muy alejados del interés del alumnado. Juanma, el profesor, les propuso a principios del trimestre leer el libro El oro de los sueños de José María Merino. Un buen texto adaptado para la comprensión de la conquista de América. Hoy hay que poner en común los resúmenes.

Uno de los estudiantes, Alonso, recurrió a ChatGPT, y le pidió un párrafo de síntesis. Esta fue la respuesta, y lo que él trajo a la clase:

“Narra la expedición de Miguel, un joven mestizo, en busca del reino de la Gran Yupaha, donde se cree que hay grandes riquezas. En su viaje, que se desarrolla en la época de la conquista de América, Miguel y su grupo, incluido su padrino y fray Bavón, enfrentan peligros en tierras salvajes e indígenas, pero lo más crucial es cómo la codicia y la complejidad de la naturaleza humana se convierten en la mayor amenaza para la expedición”.

Lectura profunda y pensamiento crítico

Leonor, por el contrario, hizo el esfuerzo de leer el libro. Nada más y nada menos que 186 páginas. Hoy los resume a viva voz en la clase. Narra la conquista de América, las aventuras y dificultades, el encuentro entre españoles e indígenas. Explica que no hay ninguna niña entre los personajes del libro, y cómo su protagonista tiene quince años, casi como Alberto el repetidor. Sonríe y todos se despiertan.

A muchos alumnos hispanoamericanos les suena y comentan: parece que estoy en mi salón (clase) de Lima. El grupo-clase se despide con las ideas más importantes del librito, relacionadas con el conocimiento de nuevas tierras y gentes. Incluso otro compañero ya leyó otro libro titulado El inca de Cuzco, de Jorge Martínez Juárez. Se le antoja un complemento perfecto. Todo este contenido corresponde a una unidad didáctica de la asignatura: el descubrimiento y conquista de América.




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¿Con qué se quedó Alonso del libro y de la conquista de América? Con un resumen plano del argumento de un libro. Leonor y muchos de sus compañeros que sí la escucharon tuvieron un aprendizaje más profundo. A ella, en concreto, el haber leído el libro entero de manera pausada y concentrada le ha ayudado a desarrollar un músculo fundamental para la vida contemporánea: el pensamiento crítico. Al escuchar su resumen y discutir sobre él, los demás compañeros también han pensado de manera más profunda en este asunto.

Metodologías activas y mirada humanística

La inteligencia artificial puede ser un gran aliado para aprender y asimilar los contenidos de la asignatura de Historia. Se trata de usarla en el contexto de las metodologías activas, y siempre desde la mirada humanística.

Por ejemplo, discriminando falacias y verdades en el aula. Proponer a los estudiantes investigar si tal o cual frase atribuida a Pizarro en la conquista del Perú es real o una atribución posterior dudosa. Habrá que indagar si la propuesta por el profesor es real y extraída de los cronistas o circula en la red de modo algo sospechoso.

Comprobarán que los chatbots repiten las muchas frases que circulan en internet. Necesitarán ir a la biblioteca y consultar el libro del Inca Garcilaso, cronista mestizo cuzqueño, que recomendó el profe. Es una selección y adaptación, pero ahí está la respuesta.

La IA les ayudó inicialmente en su pequeña indagación, conocieron las crónicas, que son muchas e incluso contrapuestas. Han comprendido que la Historia tiene muchas interpretaciones, como la vida misma.

Datos históricos y pensamiento crítico

Los datos históricos al alcance del alumnado hubieran sido impensables hace años. Hoy lo que necesitan aprender es cómo desarrollar una buena praxis histórica: cotejarlos y verificarlos. De este modo se individualiza un aprendizaje que se sirve de la indagación autónoma en red, desarrollando además la competencia digital.

Otra posible tarea es proponerles la elaboración de pequeñas biografías, individualmente o por parejas, partiendo de la información proporcionada por la inteligencia artificial sobre determinados personajes históricos: esta actividad permite descubrir falacias en textos e imágenes, que se pueden poner en común con el resto de la clase.

Talleres de actualidad

Existen numerosas cuestiones de actualidad que están relacionadas con el pasado, y por lo tanto con la materia de Historia: inmigración, conflictos bélicos, mundo laboral y precariedad salarial, desigualdades económicas y sociales… La Historia Moderna fue una época de flujos migratorios constantes que globalizaron el planeta, una realidad que se vincula con las corrientes migratorias actuales en una segunda globalización.




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Tras organizar al alumnado en grupos, se les encarga que investiguen una situación de la actualidad. Como hay muchos alumnos americanos, el profesor les pone la tarea de averiguar de dónde viene hoy el principal aporte migratorio a España. En sus conclusiones podrán comprobar que se corresponde con aquellos destinos pasados de los españoles. Es una dinámica de ida y vuelta.

Este es un taller que desde la metodología del aprendizaje basado en problemas incorpora la inteligencia artificial: así se observan las muchas respuestas posibles ante un mismo reto, según el enfoque de partida. Por ejemplo: ¿Cuáles son los beneficios de la inmigración? Frente a ¿Cuáles son las desventajas económicas y sociales de la inmigración? O preguntar estas cuestiones desde la perspectiva del que migra y desde la del que observa.

Paso a paso y bajo la tutela del docente, entienden que los problemas sociales tienen varias miradas y no solo las que vieron de su influencer en internet.




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El chatbot: conversaciones con mucha Historia

Los chatbots conversacionales –muy atractivos para el alumnado porque permiten conversaciones de voz o en texto– no solo pueden proporcionar información, sino también formación. Para el aprendizaje de la Historia se puede establecer un diálogo sobre procesos históricos o historias de vida mediante una batería de preguntas.

Todo supervisado por el docente: preguntas, objetivo y conclusiones. La conversación se plasma en un trabajo escrito con conclusiones y un último debate que permite comparar el trabajo dentro del grupo-clase. Además de valorar su aprendizaje, podemos evaluar cómo han utilizado la IA: una vez adquirida esta competencia, se podrá aplicar a múltiples aprendizajes.

Buen uso educativo de la IA

La Historia es un patrimonio compartido y la inteligencia artificial debe ser una herramienta social de mejora, empezando por las aulas. En este sentido, los tres ejemplos anteriores aportan el desarrollo de competencias digitales novedosas, imprescindibles para su futuro personal y laboral, y la capacidad de moverse críticamente por las redes.

Respecto a la Historia, la actitud crítica ante la IA mejora su conocimiento y lo aleja de la manipulación y los bulos, tan frecuentes en esta disciplina. Merece la pena el esfuerzo emplear la IA, si no queremos quedar marginados en un futuro próximo: en cualquier caso, el alumnado la va a usar seguro y si aprende a hacerlo correctamente, mejor.

The Conversation

Jorge Chauca García no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

ref. Cómo usar la IA en clase de Historia con mirada crítica y humanística – https://theconversation.com/como-usar-la-ia-en-clase-de-historia-con-mirada-critica-y-humanistica-265612

Comment Telegram est devenue le champ de bataille des conflits modernes

Source: The Conversation – France in French (3) – By Marie Guermeur, Sorbonne Université

Née comme une messagerie destinée à protéger au mieux la vie privée de ses utilisateurs, Telegram est devenue un théâtre d’affrontement permanent. Sur l’application, de multiples canaux diffusent l’horreur brute, la criminalité organisée prospère, les services secrets recrutent et, surtout, la propagande bat son plein. Décryptage du fonctionnement de cet outil qui s’est transformé en véritable arme de guerre numérique.


Longtemps perçue comme une alternative sécurisée aux réseaux sociaux de la galaxie Meta notamment par une frange d’internautes soucieux de la protection de leur vie privée et par les défenseurs des libertés numériques, séduits par son image « anti-système » et sa promesse d’un espace affranchi de la surveillance commerciale, Telegram, fondée en 2013 par les frères Durov, s’est imposée comme l’une des plateformes les plus influentes de la planète.

Pavel Durov, en est à sa seconde aventure numérique. Avant Telegram, il avait lancé VKontakte (VK), souvent qualifié de « Facebook russe ». Dès sa création en 2006, VK s’était distinguée comme un rare bastion de liberté sur le Web russe, jusqu’à ce que Durov refuse de livrer aux services secrets de son pays (le FSB) les données des blogueurs et de fermer les pages de l’opposition. Ce refus lui coûta progressivement le contrôle de l’entreprise, reprise ensuite par des proches du pouvoir. Aujourd’hui, Telegram, forte de près de 950 millions d’utilisateurs dans le monde, séduit par son chiffrement, sa promesse de confidentialité et la possibilité de créer des « canaux » rassemblant des centaines de milliers de personnes.

Mais derrière l’image de havre numérique pour défenseurs de la vie privée, Telegram est devenue un outil central pour des usages beaucoup plus sombres : trafic, voyeurisme et surtout… guerres de propagande.

Arrestation et mise en examen de Pavel Durov

Le 24 août 2024, le cofondateur de Telegram Pavel Durov, franco-russe, est arrêté et mis en examen en France. La justice lui reproche de ne pas avoir empêché la prolifération sur son réseau d’activités illégales : trafic de stupéfiants, pédocriminalité, escroqueries.

Mis en examen, Durov s’est défendu en soulignant le caractère inédit d’une telle procédure : « Arrêter le PDG d’une plateforme parce que certains utilisateurs commettent des crimes, c’était absurde », déclare-t-il alors. Depuis cette date, Telegram collabore davantage avec les autorités, selon plusieurs sources judiciaires. Mais la question reste entière : comment contrôler un espace aussi vaste et opaque ?

En Chine, une enquête de CNN a récemment révélé l’existence d’un gigantesque réseau de voyeurisme pornographique hébergé sur Telegram. Plus de 100 000 membres y échangeaient, à l’insu de leurs victimes, des milliards de photos et vidéos intimes et récits d’agression. L’affaire a choqué l’opinion publique et souligné l’extrême difficulté à contenir les dérives de l’application.

Car Telegram est un écosystème : tout y circule, de la contrebande de drogues aux fichiers frauduleux, en passant par des contenus extrêmes de propagande. Si le darknet exigeait autrefois des compétences techniques pour accéder à ces contenus, l’application rend aujourd’hui de tels échanges disponibles en quelques clics.

Du chiffrement à la cruauté

C’est sans doute sur le terrain de la guerre que Telegram s’impose le plus brutalement. Lors des attaques terroristes du Hamas contre Israël en octobre 2023, l’application est devenue un champ de bataille parallèle. Les groupes armés ont immédiatement compris le potentiel de l’outil : diffuser sans filtre des vidéos de violences, de tortures, de profanations de cadavres, accompagnées de messages galvanisant.

Le même jour, nous avons décidé d’infiltrer le canal du Hamas depuis la France. La facilité avec laquelle nous avons pu accéder à des contenus insoutenables a été glaçante : viols, exécutions, actes nécrophiles, corps – souvent d’enfants – mutilés et exhibés comme trophées de victoire. Chaque jour, des dizaines de vidéos de propagande inondaient les canaux, repoussant sans cesse les limites de l’indicible.

Le lendemain, les canaux liés à l’armée israélienne, Tsahal, adoptaient la même logique : images de massacres et de représailles, accompagnées de messages de haine et d’encouragement à la vengeance. La guerre des armes trouvait son double, instantané et cru, sur Telegram.

Les horreurs observées sont telles que nous avons choisi de ne pas toutes les relater ici. Mais il est essentiel que le lecteur comprenne l’ampleur de cette banalisation de la violence : sur cette plateforme, la cruauté devient quotidienne, accessible à tous et, souvent, reproduite à l’infini.

« Ce canal enfreint la législation locale »

En France, il a fallu attendre le 17 octobre 2023 pour qu’un blocage partiel du compte du Hamas soit mis en place, peu après la diffusion d’une vidéo montrant un otage. Dès lors, une tentative de connexion au canal faisait apparaître : « Ce canal enfreint la législation locale. » Trop tard pour éviter la propagation de scènes inimaginables, parfois accessibles à des mineurs, et pour certaines reprises sur des réseaux comme X. Car l’utilisation de VPN permet encore de contourner ces restrictions, laissant circuler sans entrave les pires images de guerre.

Cette banalisation de la violence interroge. En rendant la propagande accessible au grand public, Telegram transforme le spectateur en témoin, parfois complice, d’atrocités qui étaient jadis reléguées aux marges cachées d’Internet, à ce que l’on appelait le « darknet ». Les groupes armés, eux, ont compris l’impact psychologique de cette exposition massive. La guerre ne se joue plus seulement sur le terrain militaire ; elle s’écrit et se diffuse en direct, dans la poche de chacun.

Telegram, par sa souplesse et par son opacité, est devenue l’arme invisible des conflits contemporains.

De l’outil de contestation à l’arme de propagande

Bien avant d’être l’outil favori des groupes armés au Moyen-Orient, Telegram avait déjà marqué l’histoire des contestations. Du Printemps arabe aux manifestations iraniennes « Femme, vie, liberté » de 2022 après la mort de Mahsa Amini, l’application s’est imposée comme un refuge numérique pour les dissidents, pour les journalistes citoyens et pour les organisateurs de mobilisations. Son atout majeur : un chiffrement et une architecture décentralisée qui échappent aux régulations traditionnelles.

De 2015 à 2019, Telegram se dressait comme un outil central de mobilisation citoyenne en Iran. Néanmoins, en 2018, les autorités iraniennes ont procédé à l’interdiction de la plateforme, sous prétexte de préserver la sécurité nationale, anéantissant l’un des derniers canaux d’expression et de coordination accessibles à la société civile.

En Biélorussie, puis ailleurs en Europe de l’Est, les manifestants se sont organisés sur l’application, tandis que les États tentaient de reprendre la main sur ce canal incontrôlable. L’histoire de Telegram dans les révoltes est celle d’un couteau à double tranchant : un outil de contre-pouvoir, mais aussi une scène où s’exerce la lutte pour le contrôle de l’information.

Lorsque Israël a coupé l’accès à Internet dans la bande de Gaza, le 27 octobre 2023, Telegram est restée la seule fenêtre sur le monde. Les journalistes palestiniens, comme Motaz Azaiza, y ont diffusé en direct des images de frappes, de victimes et de quartiers dévastés, vues par des millions de personnes en quelques minutes. L’application suppléait ainsi les médias traditionnels, empêtrés dans la vérification des faits et les contraintes d’accès.

Sur ce même réseau circulaient aussi les vidéos officielles des Brigades Al-Qassam, la branche armée du Hamas, glorifiant leurs combattants et diffusant des images insoutenables. De leur côté, les chaînes proches de l’armée israélienne diffusaient leurs propres contenus militaires, souvent teintés de propagande. Telegram s’est transformé en un champ de bataille à part entière, où journalisme citoyen, propagande terroriste, communication officielle et rumeurs incontrôlées cohabitaient sur le même écran.

Une plateforme qui refuse de trancher

Contrairement à X (ex-Twitter) ou à Facebook, Telegram se distingue par l’absence de modération coercitive. Son cofondateur Pavel Durov revendique une conception radicale de la liberté d’expression, n’hésitant pas à héberger des groupes proscrits ailleurs. Cette latitude a bénéficié à des organisations, telles que Hayat Tahrir Al-Cham, ex-filiale d’Al-Qaida en Syrie, qui exerce désormais un contrôle politique et administratif étendu sur plusieurs régions du pays, où elle s’impose comme l’autorité de facto, tout en continuant à y diffuser sans entrave communiqués, vidéos et matériaux idéologiques.

Dans des zones auxquelles aucun journaliste étranger n’a accès et où les reporters locaux risquent leur vie, ces chaînes deviennent la seule source d’information disponible. Mais ce sont les groupes armés eux-mêmes qui décident de ce qui est montré, et de ce qui est passé sous silence.

L’exemple de la Syrie est frappant. En 2022, lors des pénuries de gaz, les chaînes prorégime imputaient la crise aux sanctions occidentales. En parallèle, celles de l’opposition diffusaient des vidéos de files interminables dans les stations-service, accusant l’Iran de sabotage. Aucune des deux versions n’a pu être vérifiée par des médias indépendants, mais toutes deux ont circulé massivement et nourri la colère populaire.

L’étude, publiée en 2024 par Hans W. A. Hanley et Zakir Durumeric lors de l’International Conference on Web and Social Media (ICWSM), intitulée Partial Mobilization : Tracking Multilingual Information Flows amongst Russian Media Outlets and Telegram montre l’usage systématique de Telegram par les médias russes pour orienter et modeler l’opinion publique autour de la guerre en Ukraine. Les auteurs développent une approche originale et extensible, capable de suivre les flux narratifs à travers différentes langues et plateformes, appliquée à 215 000 articles et 2,48 millions de messages Telegram. Les chercheurs soulignent une intensification marquée de l’usage de Telegram par les médias russes, qui y puisent régulièrement des thèmes qu’ils réinjectent ensuite dans leurs publications traditionnelles.

Leur méthodologie permet également d’identifier de manière automatisée des chaînes Telegram véhiculant des contenus pro-russes ou anti-ukrainiens, souvent en résonance avec les narrations des médias d’État. Telegram se révèle ainsi un vecteur stratégique clé, central dans la diffusion et la coordination de ces narratives (récits) à grande échelle.

Telegram, média ou machine d’influence ?

À cette dimension géopolitique s’ajoute une logique économique. Dans plusieurs pays en crise, comme le Liban, des équipes rédactionnelles de médias exclusivement installés sur Telegram se sont constituées. Certaines chaînes vendent des abonnements premium, d’autres acceptent des dons en cryptomonnaies, et beaucoup diffusent des contenus sponsorisés par des partis politiques. Sans transparence ni vérification, la frontière entre information et propagande devient poreuse.

Le danger n’est pas seulement la désinformation. C’est qu’à défaut d’alternatives, Telegram devienne la seule source d’information dans des environnements fragiles. Là où les civils n’ont pas de médias indépendants, et tandis que les milices et les États disposent de puissants relais, l’équilibre est faussé dès le départ.

Depuis le début de l’invasion russe, en février 2022, la direction générale du renseignement de l’Ukraine (DGRR, souvent désignée par son acronyme anglais HUR) a adopté une posture inédite : utiliser Telegram comme un relais officiel. Selon une étude publiée en août 2025 par le chercheur Peter Schrijver dans la revue scientifique The International Journal of Intelligence and CounterIntelligence, il s’agit d’un tournant majeur. Pour la première fois, un service de renseignement d’État conçoit sa communication non plus comme une sensibilisation ponctuelle, mais comme un processus continu d’engagement public.

Un instrument de renseignement public

Ce choix illustre ce que les spécialistes appellent la « communication participative du renseignement ». Sur Telegram, la DGRR ne se contente pas de diffuser des informations : elle coordonne le récit national tout en impliquant directement la population dans la défense du pays. Trois axes structurent cette stratégie. D’abord, l’institution met en avant ses opérations réussies, honore ses agents tombés et valorise ses valeurs de service et de sacrifice. La stratégie consiste à projeter l’image d’un renseignement compétent, héroïque et digne de confiance. Les chercheurs parlent d’un véritable « lobby du renseignement », une diplomatie de l’image destinée à rallier les civils autour d’un appareil habituellement secret.

Ensuite, la DGRR diffuse des documents ciblés visant l’adversaire : conversations interceptées, preuves de crimes de guerre, affaires de corruption, et parfois des données personnelles de militaires russes. Ces publications ont une double fonction : tactique, en fragilisant le moral et la crédibilité des troupes ennemies ; symbolique, en renforçant la légitimité morale de l’Ukraine sur la scène internationale.

Enfin, l’agence implique directement les citoyens. Les canaux Telegram incitent à signaler les mouvements ennemis, proposent un « Main Intelligence Bot » pour centraliser les informations et diffusent des conseils pratiques, notamment de cybersécurité pour les habitants des zones occupées. Dans ce modèle, le citoyen cesse d’être simple spectateur : il devient un acteur distribué de la défense nationale.

Telegram, né comme un refuge pour les défenseurs de la vie privée, est aujourd’hui devenu une scène mondiale où se mêlent contestation, propagande et espionnage. Mais derrière l’écran, c’est une autre guerre qui se joue : celle des récits, des images, sans filtre et sans règles. En rendant l’horreur accessible en un clic, l’application brouille les frontières entre information et manipulation. Dans les conflits du début de notre siècle, ce ne sont plus seulement les bombes qui frappent les populations… ce sont aussi les notifications.

The Conversation

Marie Guermeur ne travaille pas, ne conseille pas, ne possède pas de parts, ne reçoit pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’a déclaré aucune autre affiliation que son organisme de recherche.

ref. Comment Telegram est devenue le champ de bataille des conflits modernes – https://theconversation.com/comment-telegram-est-devenue-le-champ-de-bataille-des-conflits-modernes-267339

The conflation problem: Why anti-Zionism and anti-semitism are not the same

Source: The Conversation – Canada – By Mira Sucharov, Professor of Political Science, Carleton University

With antisemitism on the rise while Israeli-Palestinian relations remain at an historic low, one question that continues to dog public discourse is whether anti-Zionism is a form of antisemitism.

The stakes within the Jewish community have recently increased, with the issuing of a letter signed by more than 850 American rabbis and cantors opposing New York City mayoral frontrunner Zohran Mamdani due to his opposition to Zionism. The letter argues that anti-Zionism “encourage[s] and exacerbate[s] hostility toward Judaism and Jews.”

Why does the distinction matter?

If anti-Zionism is understood to be antisemitism, then those protesting or otherwise articulating deep opposition to the governing ideology of the state of Israel could find themselves on the receiving end of public opprobrium — harsh criticism and disgrace.

A global debate with deep roots

People in Canada and the United States have lost employment offers and jobs for seeming anti-Zionist.

This debate is not new, however. In 2022, Jonathan Greenblatt, head of the Anti-Defamation League, stated that “anti-Zionism is antisemitism” and that anti-Zionism is “an ideology rooted in rage.” A year later, the U.S. House of Representatives passed a resolution stating that “anti-Zionism is antisemitism.”

In 2017, French President Emmanuel Macron called anti-Zionism a “reinvented form of antisemitism.” And perhaps most importantly, against this backdrop is the definition of antisemitism adopted by many countries, including the U.S. and Canada, which brings the two concepts very close together, if not outright equating them.

Specifically, the International Holocaust Remembrance Alliance defines antisemitism, among other things, as “denying the Jewish people their right to self-determination (e.g., by claiming that the existence of a State of Israel is a racist endeavour).”

What data reveals about Zionism

But is anti-Zionism really antisemitism?

To determine whether anti-Zionism is antisemitic, we first need to think about how we define Zionism. As a Canadian Jewish political scientist, my own research has found that the term Zionism is understood in wildly different ways.

In 2022, I surveyed American Jews with a weighted sample to account for various demographics. I found that while 58 per cent identified as Zionist, 70 per cent identified as such when I defined Zionism as “a feeling of attachment to Israel.” When I defined Zionism as a “belief in a Jewish and democratic state,” the number rose slightly, to 72 per cent.

But a very different picture emerged when I presented a vastly alternate definition of Zionism. If Zionism, I offered, “means the belief in privileging Jewish rights over non-Jewish rights in Israel, are you a Zionist?” Here, respondents’ support for the kind of Zionism experienced by Palestinians plummeted: only 10 per cent of respondents said they were “definitely” (three per cent) or “probably” (seven per cent) Zionist, according to this definition, with a full 69 per cent saying they were “probably not” or “definitely not.”

A lifetime of analysis of Zionism, and adopting various labels at different phases of life for myself — I have at times identified as progressive Zionist, liberal Zionist, anti-Zionist, non-Zionist and none of the above — leads me to conclude that anti-Zionism and antisemitism should be considered distinct concepts.

Identity, nationalism and belonging

Those who see anti-Zionism as antisemitic deploy various arguments.

One is that self-determination is a right, and denying that right to Jews — and sometimes seemingly only to Jews — is discriminatory and prejudicial. But while everyone has the right to self-determination, no one has the right to determine themselves by denying the rights of others to do the same.

Another is that given that the majority of Jews by most accounts embrace some form of Zionism, denying a part of their identity is hateful. But unlike most other markers and symbols of ethnic or religious identity, Zionism has historically, and continues to, directly affect another ethnic group: namely, Palestinians.

Contrast this kind of identity with dietary laws, clothing restrictions, modes of prayer and one’s relationship to sacred texts: none of these aspects of identity necessarily affect another group. By contrast, the historical record of how Zionism has affected Palestinians is vast.

A third argument concerns antisemitism in general — that every other group gets to define the terminology around their own oppression, and therefore so should Jews. But again, when a state — which by definition interacts with others within and outside its borders — is brought into the equation, the debate about antisemitism ceases to be about only Jews.

At its core, Zionism is a political ideology. A cornerstone of liberal society is political debate, including subjecting ideologies to the stress test of critique. These ideologies include capitalism, socialism, social democracy, communism, ethno-nationalism, settler colonialism, theocracy, Islamism, Hindu nationalism and so on.

In the right of others to support, oppose, analyze or criticize it, Zionism is — or at least should be — be no different.

The personal and the political

I understand why many Jews feel that anti-Zionist actions or statements are hateful to their identity. Most Jews have grown up believing that to be Jewish is to feel a deep connection to the state of Israel.

I grew up singing Hatikvah, Israel’s national anthem, every evening at Hebrew summer camp in Manitoba as we lowered the two flags hanging from the flagpole: one the flag of Canada, the other, of course, of Israel.

And in many synagogues across Canada, it is typical to hear the Prayer for Israel recited, and it is not uncommon for the Israeli flag to be displayed prominently. At one synagogue I attended last year for a family celebration, there were even depictions of Israel Defense Forces soldiers etched into the stained-glass windows above the sanctuary.

But to feel connected to Israel — the land, the people, the safe refuge it has served for Jews in crisis, especially but not only after the Holocaust — one doesn’t necessarily need to embrace its governing ideology.

One can seek to understand the harm Zionism has caused to Palestinians. One can try to consider alternative framings, ideologies or governing structures that would enable Israelis to thrive along with Palestinians.

As Zionist founder Theodor Herzl famously said, “If you will it, it is no dream.”

The Conversation

Mira Sucharov has received funding from the Social Sciences and Humanities Research Council. She is on the Advisory Council of New Israel Fund-Canada, sits on the task force of the Nexus Project, and is a founding signatory of the Jerusalem Declaration on Antisemitism.

ref. The conflation problem: Why anti-Zionism and anti-semitism are not the same – https://theconversation.com/the-conflation-problem-why-anti-zionism-and-anti-semitism-are-not-the-same-267676

Struggling with closure? Here are some things you can try

Source: The Conversation – Canada – By Chantal M. Boucher, Assistant Professor, Clinical Psychologist, University of Windsor

We all want closure. A breakup, a sudden job loss, or the death of someone we love can leave us desperate for answers. Wars, natural disasters and shared tragedies stir the same kind of longing.

Our need for closure runs so deep, it’s echoed everywhere — in movies, novels, songs about heartbreak and loss, even in everyday phrases like “moving on” or “getting over” something.

However, closure is easier said than done. Sometimes it never fully arrives. When it doesn’t, unfinished business can weigh on us, affecting our mood, our health, our identity and our relationships. In a world of growing uncertainties, learning how to cope with what’s “open” or unresolved is essential.

As a psychologist, I am interested in studying why closure matters, why it’s hard to find and how we can begin to heal when life fails to provide clear answers.

What is closure, and why does it matter?

Closure is the psychological sense of resolution felt when a painful or confusing experience is settled enough that it no longer demands constant mental and emotional energy.

It’s a sense that an event is understood, settled and no longer bothersome. Without it, old memories intrude like uninvited guests, resurfacing with regret, anger or confusion, even years later.

Trauma research shows unresolved memories can feel as though they’re happening right now until they’re reframed as part of the distant past. Everyday hurts work the same way.

Resolution frees the mind to focus on what matters now — our goals, our emotional needs and the people around us — with calm and clarity. This is why so many turn to therapy, self-help resources and other tools to make sense of, find peace with or otherwise close open parts of their lives.

Measuring closure: A step forward

Despite its popularity and adaptive value, closure has been hard to study because it has been hard to measure. A new tool colleagues and I have developed, the Closure and Resolution Scale, is changing that.

This self-report measure captures multiple facets of resolution — finality, understanding, distance, emotional relief, mental release, even behavioural shifts — offering a comprehensive picture of what closure looks and feels like for people.

Clinicians and researchers can use the CRS to track progress, test interventions and identify what helps or hinders resolution.

Our preliminary work, aided by research assistant, Meaghan Tome, suggests that beliefs about finding closure are as rich and nuanced as the construct itself.

Some see it as self-driven, others as dependent on someone else. Some treat it as active problem-solving, others as quiet acceptance. Some lean on internal change, others on external action. These personal theories shape how we seek — or avoid — closure in our own lives.

Why we struggle to find closure

Why does closure often feel out of reach? Research suggests several reasons.

Ambiguity: When stories feel unfinished, like when we’re ghosted, the mind scrambles to fill in the blanks. We crave coherent explanations, but life doesn’t always provide them.

Avoidance: Pain hurts. Memories can spark guilt, shame, fear or grief, and our natural inclination is to push these feelings away. Avoidance offers short-term relief but delays real healing. What we resist persists.

Barriers: Open memories are often interpersonal. People who lack closure may feel like they need an apology, explanation or conversation that never comes. Limited time, money or unsupportive environments can make getting closure feel impossible.

Working toward closure

If you or someone in your life is struggling with closure, here are a few things you can try:

Talk it through. Therapy can help name the experience, examine thoughts, manage emotions and identify steps toward resolution.

Write it out. Expressive writing and journaling can ease intrusive memories and facilitate new meaning. Try writing an unsent letter when direct dialogue isn’t possible.

Shift perspective. Reframe the story from an outside view or focus on the broader significance to gain clarity and distance.

Lean on others. Friends, peers or people who’ve “been there” can offer comfort and validation.

Rethink closure. Some endings remain unresolved. For ambiguous losses, rituals, meaning-making and flexibility can help to live with uncertainty.

Act on values. When change is possible, take purposeful steps that align with your values — have the conversation, set boundaries, leave harmful situations. When it isn’t, let go, treat it as a lesson rather than a weight and redirect your energy.

Beware the closure trap

Not every experience is “closable” in the way we might hope. Some losses are ambiguous. Some events remain unclear. And rigid ideas about what closure should look like can keep us stuck.

A healthier aim is to make space for what can’t be answered, create meaning where we can and live our values alongside the unknown — freeing attention and energy, with acceptance and compassion, for what matters now.

Closure isn’t always possible, but new meaning and movement forward always are.

Looking ahead

Closure isn’t about forgetting the past. It’s about learning to live with it, answers or no answers. What we know so far is that closure is deeply personal, impacting our health, our relationships and our views of ourselves and others.

While therapy, writing, social support or values-guided actions can help, the path to resolution is rarely one-size-fits-all. Tools like the Closure and Resolution Scale can help us to better understand the idiosyncrasies of this journey.

In the end, what often hurts most is not an event itself, but the silence and questions it leaves behind. The good news? Closure doesn’t have to be given by others. It can be chosen.

Sometimes the most powerful ending is the one we write ourselves.

The Conversation

Chantal M. Boucher does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.

ref. Struggling with closure? Here are some things you can try – https://theconversation.com/struggling-with-closure-here-are-some-things-you-can-try-264856

The fate of Marineland’s belugas expose the ethical cracks in Canadian animal law

Source: The Conversation – Canada – By Maneesha Deckha, Professor and Lansdowne Chair in law, University of Victoria

Most people think countries like Canada have strong animal protection laws, but it doesn’t. A case in point is the unfolding tragedy-in-the-making at Marineland.

Facing economic ruin amid waning public acceptance of whale captivity, Marineland has threatened it will euthanize its remaining 30 beluga whales unless the government provides emergency funding for their care.

This ultimatum follows the federal government’s recent denial of Marineland’s request for an export permit to ship the belugas to a large theme park in China. Fisheries Minister Joanne Thompson denied the permit due to concerns that the belugas would be used for entertainment — a fate now illegal in Canada since the 2019 ban on capturing cetaceans for display.

The 2019 federal legislation banned bringing new cetaceans into captivity, subject to a few exceptions. Ontario passed a similar law in 2015. However, the cetaceans who were already in captivity were not included, effectively preserving Marineland’s property rights over its remaining animals.




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Marineland’s decline raises questions about the future of zoo tourism


But with changing public attitudes, Marineland now has a deteriorating facility and expensive care on its hands for animals it can no longer use to turn a profit.

The threat to kill the belugas as a solution to its economic woes, while shocking, reflects the ethical emptiness of the Canadian legal system when it comes to animals. Simply put, Canadian law still allows human and corporate owners to kill their animals because animals are legally treated as “property.”

The weakness of Canada’s animal cruelty laws

Marineland can carry out its “euthanasia” so long as it doesn’t run afoul of tepid anti-cruelty laws, which are poorly enforced, as demonstrated by Marineland’s history.

Animal advocates have long argued that captive and socially deprived animals at Marineland have suffered for decades. A 2012 Toronto Star investigation series brought overdue and much-needed public and prosecutorial attention to the park, resulting in more than 200 visits by provincial inspectors since 2000.

Even so, since 2019, 20 whales have died in Marineland’s care. The park has only been charged with animal cruelty a handful of times, and all of those charges were eventually dropped. Other complaints to Animal Welfare Services, the provincial body responsible for the enforcement of anti-cruelty legislation, have largely gone nowhere.

In fact, anti-cruelty charges against Marineland have only gone ahead twice: once in 2021 regarding water quality for the cetaceans and once in relation to its care of black bears in 2024.

The dearth of legal sanctions for Marineland, and its ability to hold the lives of its belugas as a bargaining chip, highlights the need for a legal paradigm shift.

But it’s not just the interests and needs of whales that are at stake here. Other animals matter, too, not least the non-cetaceans still at Marineland and the animals trapped in farms, labs and zoos.

Challenging human exceptionalism

Book cover of 'Animals as Legal Beings' by Maneesha Deckha. It has a painting of a monkey on the cover
‘Animals as Legal Beings’ by Maneesha Deckha.
(University of Toronto Press)

As I’ve written at length in my book Animals as Legal Beings, we need to displace the human exceptionalism that characterizes our laws and shapes our relationships with all animals — even dogs, cats and other companion animals.

This means rejecting the idea that humans are superior and animals are merely “property.” It also means valuing and respecting animals enough to stop their immense suffering in captive industries.

Eliminating human exceptionalism would dramatically reshape society by calling for structural changes to our economy, laws and daily practices. But it would benefit all of us.

Now, more than ever, we need to see the links between the dismal legal treatment of animals and other social issues. As I have also written about, human exceptionalism in the law undermines efforts to surmount sexism and racism because all of these systems depend on devaluing animals.

Human exceptionalism is also incompatible with reconciliation and decolonization, which require respect for Indigenous worldviews and laws. Many Indigenous legal orders view animals as equals, kin and beings with their own intentions, families and life purposes.

Keeping belugas and other animals in captivity disavows animal autonomy and devastates animal families. The suffering of captive animals is part of a broader failure to see animals as fellow beings with their own rights.

Protecting animal lives

Human exceptionalism is at the heart of climate change, biodiversity loss, ocean warming and other planetary health crises. The same extractive logic that drives industrial pollution, deforestation and climate destruction also governs how we treat animals.

While whales in the ocean have it better than the belugas still enduring captivity at Marineland, all animals — no matter where they live — are unjustly harmed by a social and legal system that privileges human and corporate interests and runs roughshod over the interests of non-humans.

The belugas and other animals at Marineland deserve to live. A legal system that allows them to be killed because it is economically convenient is one that needs to change. It’s not the belugas that should be euthanized, but rather the human exceptionalism that continues to drive Canadian law and policy.

We can transition away from this outdated and harmful worldview toward a future that views justice and compassion from an interspecies lens and will uplift us all.

The Conversation

Maneesha Deckha is a monthly supporter of the advocacy group Animal Justice.

ref. The fate of Marineland’s belugas expose the ethical cracks in Canadian animal law – https://theconversation.com/the-fate-of-marinelands-belugas-expose-the-ethical-cracks-in-canadian-animal-law-267500

Médecine, transports, technologies numériques… Et si on arrêtait d’inventer de nouveaux matériaux ?

Source: The Conversation – in French – By Mathilde Laurent-Brocq, Docteure – chercheuse en science des matériaux, Université Paris-Est Créteil Val de Marne (UPEC); Centre national de la recherche scientifique (CNRS)

Développer des matériaux nouveaux semble toujours nécessaire pour répondre à des besoins urgents en médecine ou dans le registre de la transition écologique. Pourtant, l’extraction des matières premières nécessaires à leur fabrication et leur mauvaise capacité de recyclage engendrent des impacts environnementaux très lourds. Comment résoudre ce dilemme ?


« L’un des pires scandales sanitaires depuis des décennies », « une famille de 10 000 polluants éternels », « la France empoisonnée à perpétuité », « la pollution sans fin des PFAS » : voilà ce que titrait la presse à propos des PFAS, acronyme anglais de per- and polyfluoroalkyl substances. Il est loin le temps où ces nouveaux composés chimiques étaient admirés et développés pour leurs nombreuses propriétés : antiadhésifs, ignifuges, antitaches, imperméabilisants… Aujourd’hui, c’est plutôt leur toxicité qui inquiète. Cela nous rappelle évidemment l’histoire de l’amiante, un très bon isolant, mais qui s’est révélé hautement toxique. Face à ces scandales à répétition, la question se pose : et si on arrêtait d’inventer de nouveaux matériaux ?

Mais tout d’abord, qu’est-ce qu’un matériau ? C’est une matière que nous utilisons pour fabriquer des objets. Scientifiquement, un matériau est caractérisé par une composition chimique (la concentration en atomes de fer, de silicium, de carbone, d’azote, de fluor…) et une microstructure (l’organisation de ces atomes à toutes les échelles). Ces deux caractéristiques déterminent les propriétés du matériau – mécaniques, électriques, magnétiques, esthétiques… – qui guideront le choix de l’utiliser dans un objet en particulier. Après avoir exploité les matériaux d’origine naturelle, nous avons conçu et produit de très nombreux matériaux artificiels, de plus en plus performants et sophistiqués. Bien sûr, personne ne souhaite revenir à l’âge de fer, mais a-t-on encore besoin de continuer cette course folle ?

D’autant que l’impact sur la santé n’est pas le seul inconvénient des nouveaux matériaux. Ces derniers requièrent souvent des matières premières ayant un impact environnemental majeur. Prenons l’exemple des fameuses terres rares, tels que l’erbium ou le dysprosium, omniprésents dans les aimants des éoliennes ou dans les écrans des appareils électroniques. Leur concentration dans les gisements varie de 1 % à 10 %, à comparer aux plus de 60 % des mines brésiliennes de fer.

On extrait donc énormément de roches pour obtenir une maigre quantité de terres rares. Il reste encore à traiter le minerai, à en séparer les terres rares, ce qui est coûteux en énergie, en eau et en produits chimiques. Donnons aussi l’exemple du titane, étoile montante de l’aéronautique et du secteur biomédical. La transformation de son minerai émet environ 30 tonnes de CO₂ par tonne de titane produite, soit 15 fois plus que pour le minerai de fer.

Grande mine à ciel ouvert dans un paysage montagneux
La mine de Mountain Pass, aux États-Unis en Californie, est un gigantesque gisement de terres rares à ciel ouvert.
Tmy350/Wikimedia, CC BY-SA

Des composés si complexes qu’on ne peut pas les recycler

Autre inconvénient des nouveaux matériaux : leur recyclage est peu performant, voire inexistant, du fait de leurs compositions chimiques complexes. Par exemple, la quatrième génération de superalliages, utilisés dans les moteurs d’avion, contient au moins 10 éléments chimiques différents. Un smartphone en contient facilement une trentaine. Il existe une très grande variété de ces nouveaux matériaux. On dénombre 600 alliages d’aluminium classés dans 17 familles et une centaine de plastiques durs largement utilisés dans l’industrie, bien plus en comptant les nombreux additifs qui y sont incorporés.

Alors, imaginez nos petits atomes de dysprosium perdus à l’échelle atomique dans un aimant, lui-même imbriqué à d’autres matériaux du moteur de l’éolienne, le tout enseveli sous une montagne de déchets en tous genres. Il existe des techniques capables de trier puis de séparer ces éléments, mais elles font encore l’objet de nombreuses recherches. En attendant, plus d’une trentaine d’éléments chimiques ont un taux de recyclage inférieur à 1 %, autant dire nul.

Tableau périodique des éléments indiquant en couleur pour chaque élément son taux de recyclage
Estimation du taux de recyclage en fin de vie des métaux et métalloïdes, d’après les données du rapport « Recycling rates of metals : A status report » du Programme des Nations unies pour l’environnement (PNUE).
Mathilde Laurent-Brocq/CNRS, Fourni par l’auteur

Nous aurons pourtant besoin de nouveaux matériaux

Mais, au moins, est-ce que cela vaut la peine de produire et de (trop peu) recycler à grands frais environnementaux ces matériaux ? Laissons de côté les applications gadget et inutiles, tels que les écrans pliables, pour nous concentrer sur la transition énergétique.

Le déploiement des véhicules électriques et des énergies renouvelables semble indissociable du développement des matériaux qui les constitueront. Pour l’énergie nucléaire produite dans les réacteurs de quatrième génération ou par l’ambitieux projet de fusion nucléaire, les matériaux sont même le principal verrou technologique.

Ces nouveaux matériaux tiendront-ils leurs promesses ? Engendreront-ils un bénéfice global pour la société et pour l’environnement ? Le passé nous montre que c’est loin d’être évident.

Prenons l’exemple de l’allègement des matériaux de structure, mené pendant des dizaines d’années, avec l’objectif final (et louable) de réduire la consommation en carburant des véhicules. Ce fut un grand succès scientifique. Néanmoins le poids des voitures n’a cessé d’augmenter, les nouvelles fonctionnalités annulant les gains de l’allègement. C’est ce que l’on appelle l’« effet rebond », phénomène qui se manifeste malheureusement très souvent dès qu’une avancée permet des économies d’énergie et/ou de matériau.




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J’ai participé à l’organisation d’une session du Tribunal pour les générations futures (TGF), une conférence-spectacle qui reprend la mise en scène d’un procès pour discuter de grands enjeux de société. La question était « Faut-il encore inventer des matériaux ? » Plusieurs témoins ont été appelés à la barre : des chercheurs en science des matériaux, mais aussi un responsable d’un centre de recherche et développement (R&D) et une autrice de science-fiction. Après les avoir écoutés, les jurés ont répondu « Oui » à une large majorité.

Personnellement, malgré toute la conscience des effets délétères que je vous ai présentés, je pense également que cela reste nécessaire, car nous ne pouvons pas priver les générations futures des découvertes à venir. Actuellement, des laboratoires travaillent sur des matériaux qui permettraient de purifier l’air intérieur ou d’administrer des médicaments de manière ciblée.

Évidemment que nous souhaitons donner leur chance à ces nouveaux matériaux ! Sans parler des découvertes dont nous n’avons aucune idée aujourd’hui et qui ouvriront de nouvelles perspectives. De plus, nous ne souhaitons pas entraver notre soif de connaissances. Étudier un nouveau matériau, c’est comme explorer des galeries souterraines et chercher à comprendre comment elles se sont formées.

Image en noir et blanc d’un alliage métallique vu de très près par microscopie électronique à balayge
Observations au microscope électronique à balayage de la surface d’un alliage métallique après rupture. « Explorer les galeries », comme sur l’image zoomée en bas à droite, aide à identifier la cause de la rupture. À terme, le but est de concevoir des alliages plus résistants.
Mathilde Laurent-Brocq/CNRS, Fourni par l’auteur

Dès la conception, prendre en compte les impacts environnementaux

Alors oui, continuons à inventer des matériaux, mais faisons-le autrement. Commençons par questionner les objectifs de nos recherches : pour remplir quels objectifs ? Qui tire profit de ces recherches ? Quelle science pour quelle société ?

Ces questions, pourtant anciennes, sont peu familières des chercheurs en sciences des matériaux. La science participative, par exemple grâce à des consultations citoyennes ou en impliquant des citoyens dans la collecte de données, permet de créer des interactions avec la société.

Cette démarche se développe en sciences naturelles où des citoyens peuvent compter la présence d’une espèce sur un territoire. Des collectifs citoyens espèrent même intervenir dans les discussions concernant les budgets et les objectifs des programmes de recherche. En science des matériaux, de telles démarches n’ont pas encore émergé, probablement limitées par le recours fréquent à des équipements expérimentaux complexes et coûteux ou à des simulations numériques non moins complexes.

Ensuite, éliminons dès le départ les applications néfastes et intégrons les enjeux environnementaux dès le début d’un projet de développement d’un matériau. Appliquons la démarche d’écoconception, qui a été définie pour les produits et les services. Évaluons les émissions de gaz à effet de serre, mais aussi la consommation de ressources, la pollution ou encore la perte de biodiversité qui seront induites par la production, l’utilisation et la fin de vie d’un matériau. Pour un nouveau matériau, la plupart de ces informations n’existeront pas et devront donc être mesurées en laboratoire puis extrapolées. C’est un défi en soi et, pour le relever, une unité d’appui et de recherche (UAR) baptisée Unité transdisciplinaire d’orientation et de prospective des impacts environnementaux de la recherche en ingénierie (Utopii), regroupant le CNRS ainsi que plusieurs universités et écoles d’ingénieur, vient d’être créée.

Et dans les nombreux cas de matériaux à l’impact environnemental néfaste, mais aux performances très prometteuses, que faire ? Les superalliages, dont la liste des composants est longue comme le bras, n’ont pas été développés par un irréductible ennemi du recyclage, mais parce que leur tenue à haute température est bien plus intéressante que leurs prédécesseurs. C’est le choix cornélien actuel de nombreux matériaux : performance, parfois au profit de la transition énergétique, ou respect de l’environnement.

Changer notre façon de faire

Pour sortir de cette impasse, un changement de point de vue s’impose. Et si, comme le propose le chercheur en biologie Olivier Hamant, on s’inspirait du vivant pour basculer de la performance vers la robustesse ?

La performance, c’est atteindre à court terme un objectif très précis : une bonne stratégie dans un monde stable aux ressources abondantes. La robustesse au contraire, c’est la capacité de s’adapter aux fluctuations, grâce à de la polyvalence, de la redondance, de la diversité.

Dans notre monde aux aléas croissants, la robustesse est très probablement préférable. Alors, comment l’appliquer aux nouveaux matériaux ? En créant des matériaux réparables, au moins en partie, qui supportent les contaminations du recyclage, ou bien qui s’adaptent à plusieurs applications ? Il semble que tout reste à inventer.

The Conversation

Mathilde Laurent-Brocq a reçu des financements du CNRS et de l’Université Paris Est Créteil.

ref. Médecine, transports, technologies numériques… Et si on arrêtait d’inventer de nouveaux matériaux ? – https://theconversation.com/medecine-transports-technologies-numeriques-et-si-on-arretait-dinventer-de-nouveaux-materiaux-267560

Ethiopian quarter: how migrants have shaped a thriving shopping district in South Africa’s city of gold

Source: The Conversation – Africa – By Tanya Zack, Visiting senior lecturer, University of the Witwatersrand

Since its founding in 1886, Johannesburg, has been a city of migrants, internal and international. But the economic capital of South Africa has undergone big changes since 1994 when South Africa became a democracy. One such change involves migration into the city by people from other African countries.

A new book, The Chaos Precinct: Johannesburg as a port city, by Tanya Zack traces how migrant Ethiopians have shaped a trading post in Johannesburg’s inner city. Zack, a planner who specialises in urban policy, regeneration, informality and sustainable development, explains how the Ethiopians did it.

What space have Ethiopian migrants carved out in the centre of Johannesburg?

The book is set in the shopping centres of the so-called Ethiopian Quarter, in high-rise, formerly commercial buildings in the inner city of Johannesburg. It is a cross-border shopping hub of thousands of cupboard-sized shops crammed into buildings. It defies the categories of formal or informal, of wholesale or retail. And it is where people from all of southern Africa come to shop for fast fashion.

While migrants from several countries trade here, the trading post was pioneered by and remains dominated by Ethiopian and Eritrean migrants. It is an extraordinary shopping district in what were high-rise medical buildings. These office towers centre on Rahima Moosa (previously Jeppe) Street, where medical practitioners and pharmaceutical companies once agglomerated.




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Buildings that had been underutilised or abandoned became the canvas for an entrepreneurial transformation. Ethiopian migrants led the repurposing of these structures into over 3,000 tiny shops. Shopfronts are linked to storerooms located higher up in the buildings or nearby spaces. This new retail footprint wasn’t known in Johannesburg three decades ago. And the scale of trading has attracted many infrastructure uses that support the transnational movement of goods and people.

It was not supported by formal planning or pension funds, but developed by migrant entrepreneurs, one shop at a time.

They draw on global supply chains, particularly Chinese wholesalers operating in warehouse-style malls west of the inner city, to access a steady stream of fast fashion, cosmetics and household items. Inner-city-based Ethiopian traders then retail these goods in individual or smaller quantities. Their clientele is composed largely of cross-border traders who on-sell the products throughout southern Africa.




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This model has effectively turned the inner city into an inland port. It’s a logistics hub where goods circulate rapidly, and where shoppers are embedded in an informal yet highly organised distribution network.

The inner-city street grid, first surveyed in 1886 during Johannesburg’s mining camp era, consists of very short blocks, which amplify pedestrian and vehicular congestion. It’s a frenzied shopping environment.

Shopkeepers and stallholders have maximised their display areas through creative lightweight architectures. Small shopfronts are linked to storerooms higher up in buildings or nearby. Sidewalks are lined with street vendors, forming mini corridors.

Internal arcades in the buildings further maximise the retail footprint. This hybrid, vertically integrated structuring has generated a real estate boom in previously underutilised buildings in a flagging property market.

The success of this enclave is also tied to the migrants’ ability to craft both social and commercial networks. Migrant traders and cross-border shoppers have relationships based on trading through information sharing, mutual assistance, and informal credit mechanisms. Traders are necessarily adaptive. They adjust to the pace of demand, shifting product lines quickly. They also coordinate closely with suppliers and resellers throughout Southern Africa. The spaces they use and adapt are similarly flexible.

This combination of adaptive reuse, dense retail specialisation and networked entrepreneurship has allowed Ethiopian migrants to carve out a commercial territory that is at once highly visible and deeply embedded in regional trade flows.

South Africa has been harsh towards informal economic activity. How has this been managed?

The Ethiopian Quarter exists in a context of often-hostile municipal and national governance.

South Africa has historically oscillated between tolerance and repression of informal economic activity, particularly when driven by foreign migrants. Law enforcement campaigns have regularly targeted street traders and migrant shopkeepers. Traders and shoppers alike face the constant threat of violent policing, corruption, theft, and harassment. Uniformed police or wardens regularly confront them, demanding that they prove their migrant status. There’s talk of being detained in vehicles until a bribe is paid.

Ethiopian migrant traders have developed a range of strategies to navigate the challenges of hostility. They co-locate with other Ethiopian traders, and rely on ethnic and commercial networks to absorb shocks and share information about law enforcement activities.

Ethiopian traders have also innovatively adapted their physical and commercial operations to reduce vulnerability. Shops are designed to control stock and display goods while concealing cash and high-value items. The light architectures and arcade designs of Jeppe also make it possible to conceal the shop in the event of raids.




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Shoppers spend as little time as possible inside the crime-ridden Johannesburg CBD. On the day they choose goods, they often carry no money. They return later with cash to purchase goods as swiftly as possible so that cash is not carried unnecessarily. Many hide cash on their bodies.

The infrastructures that have developed to service the port-like functions of this massive cross border trading hub offer storage, package, information exchange and distribution services. Hotels, buses and storage facilities provide relative safety for cross-border shoppers who must navigate a city known for crime. A 2017 survey, funded by the Johannesburg Inner City Partnership,
found that over 60% of retailers had experienced physical assault. 38% reported regularly giving police officers something to mitigate harassment.

What lessons do you draw about how cities should govern migration?

The cross-border shopping hub demonstrates that migrant-driven informal economies are engines of economic activity. Estimates based on the 2017 cross border shopping survey showed that shoppers in the Jeppe district alone spent close to US$600 million annually. This was twice the turnover of Sandton City, at that time Africa’s richest mall.




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The activities of Jeppe mimic international entrepots like Singapore and Hong Kong. They offer information exchange, repackaging and distribution services for goods flowing from China to international destinations. This Johannesburg entrepot has regional significance, distributing goods throughout southern Africa. But it’s under-recognised by municipal authorities.

A law and order approach must at least be coupled with a developmental approach. Cities that aim to govern migration must integrate migrant economic activity rather than suppress it.




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Support through infrastructure improvements and security provision would amplify Jeppe’s economic impact.

This includes recognising the legitimacy of informal trading spaces, investing in basic infrastructure and safety, and developing regulations that protect safety while accommodating new building uses.

Partnership approaches that involve traders’ associations, building managers and community intermediaries to co-manage spaces would be valuable.

What does your work tell us about a city that’s been in decline. And solutions?

The burgeoning economy in Jeppe needs to be recognised alongside the private investments in Johannesburg that are celebrated for their regenerative capacity. This migrant enclave demonstrates how urban regeneration can evolve out of the actions of thousands of actors.

The challenge is to direct, support and harness this energy.




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If we were to think of Johannesburg as a port, how would we understand and use the ecosystems of trade, movement and distribution that this networked economy has created? What other services could flow through these ecosystems? And what safety, mobility and public infrastructure services are required to enhance these entrepot functions and claim this role for the city, an African urban hub tied to multiple cities and small towns across the continent?

The cross-border shopping hub of Jeppe offers hope for an inland entrepot to be recognised, supported and expanded to offer the global services that Johannesburg’s infrastructure can provide.

The Conversation

Tanya Zack does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.

ref. Ethiopian quarter: how migrants have shaped a thriving shopping district in South Africa’s city of gold – https://theconversation.com/ethiopian-quarter-how-migrants-have-shaped-a-thriving-shopping-district-in-south-africas-city-of-gold-266494