Source: The Conversation – (in Spanish) – By María Luisa Fanjul Fernández, Profesora en el grado de Marketing y el Máster de Emprendimiento Digital, Universidad Europea
La inteligencia artificial (IA) tiene el potencial, nos dicen sus defensores, de democratizar el conocimiento y personalizar el aprendizaje. Con itinerarios diseñados específicamente para cada estudiante en función de sus objetivos y necesidades, esta herramienta, bien utilizada, puede resultar revolucionaria.
Pero ¿cuál es su impacto actual? ¿Está ayudando a los estudiantes a mejorar en su rendimiento académico? Pues según nuestro reciente estudio entre más de 200 universitarios, la respuesta apunta a que, de momento, no es así. La inteligencia artificial ha transformado la forma en que los jóvenes se preparan y aprenden, pero su impacto en el rendimiento académico es limitado y no necesariamente positivo.
La IA como compañera de estudio
La mayoría de los universitarios utiliza herramientas de IA para resolver dudas, resumir textos o generar ideas. Pero lo hacen de maneras muy distintas.
El estudio detecta tres perfiles de uso:
Perfil estratégico y funcional. Utiliza la IA como herramienta para optimizar el estudio, gestionar mejor el tiempo, acceder a más información y mejorar su productividad, aunque no esperan necesariamente un impacto directo en las calificaciones. Supone el 41,18 % del total.
Perfil instrumental y resolutivo. Refleja un uso claramente utilitarista, centrado en reducir el esfuerzo. Quienes forman parte de este grupo valoran la rapidez y la comodidad que ofrece la IA, pero suelen mostrar una comprensión más superficial de su potencial educativo. Son el 23,53 %
Perfil cognitivo y explorador. Comprende a los estudiantes que emplean la IA con una orientación al aprendizaje. Usan estas herramientas para profundizar en los contenidos, mejorar su comprensión y desarrollar nuevas competencias. No buscan ahorrar tiempo, sino aprender mejor: son el 35,29 %.
Esta segmentación muestra que la IA amplifica diferencias entre los estudiantes: quienes ya tienen buenos hábitos de estudio la utilizan para aprender más, mientras que quienes no los tienen tienden a emplearla para reducir su carga de trabajo.
Aprender más rápido no es aprender mejor
El 70 % de los estudiantes encuestados afirman que la IA les ayuda a “estudiar más rápido”. Sin embargo, ese ahorro de tiempo no se traduce en una comprensión más profunda de los conceptos.
Las respuestas son inmediatas, pero también favorecen un aprendizaje mucho más superficial. Los estudiantes nos cuentan que su uso más habitual es “entender el tema sin leerlo todo” o “resumir lo importante en pocas líneas”. En otras palabras, las herramientas de inteligencia artificial acortan el camino, pero también el proceso que da sentido al aprendizaje.
De esta manera, lejos de igualar oportunidades, esta herramienta puede ampliar la brecha educativa. Por ejemplo, hemos visto que entre los estudiantes con mejor rendimiento, el 72 % asegura revisar o contrastar siempre la información generada por la IA. Entre los de peor rendimiento, solo el 28 % lo hace.
El resultado es un sistema de aprendizaje desigual: los más críticos convierten la IA en una aliada, mientras que los menos preparados la usan como un atajo.
Una nueva cultura del esfuerzo
La relación emocional con el aprendizaje también está cambiando. Algunos estudiantes afirman que “ya no merece la pena romperse la cabeza si la IA te lo explica mejor”.
A esta afirmación se suman respuestas como “te lo da hecho” o “ahorra pensar”. Esta percepción, especialmente presente en el grupo instrumental y resolutivo formado por el 23,53 % de los estudiantes encuestados, muestra que el esfuerzo ya no se identifica necesariamente como parte del proceso formativo. En este contexto, enfrentarse a la dificultad, equivocarse o intentarlo varias veces empieza a verse como un obstáculo prescindible en un entorno cada vez más automatizado.
Así, la inteligencia artificial reduce la frustración, pero también el valor del error en el aprendizaje. En este sentido, el desafío para la educación superior ya no es solo enseñar contenidos, sino preservar el sentido del esfuerzo frente al de la inmediatez.
Prohibir la utilización de herramientas de inteligencia artificial no es una opción realista. El reto en el aula consiste en guiar a los estudiantes hacia un uso crítico, ético y responsable de estas herramientas. La alfabetización digital no consiste solo en manejar herramientas, sino en saber preguntar, contrastar y evaluar la fiabilidad de las respuestas.
También será necesario repensar la forma de evaluar. Si la IA puede redactar un texto o resolver un caso práctico, habrá que diseñar actividades que pongan en valor cuestiones como la reflexión, la creatividad y la aplicación del conocimiento más allá del contenido.
Un aprendizaje más humano
La inteligencia artificial ha llegado para quedarse, pero su integración en la educación superior debería ser pedagógica y consciente. Es recomendable plantear actividades que inviten a contrastar las respuestas generadas por la IA con otras fuentes de información y a detectar errores o inconsistencias en sus explicaciones.
Esto no solo refuerza competencias clave como la capacidad de argumentar, sino que fomenta pensamiento crítico frente a la tecnología. Aprender a identificar sesgos o respuestas incorrectas y ser capaces de corregirlos será tan importante como saber formular una buena pregunta.
El valor de la inteligencia artificial dependerá, por tanto, de cómo se utilice: como sustituto del pensamiento o como acelerador de nuevas formas de aprendizaje. Puede facilitar el acceso al conocimiento, pero solo la inteligencia humana transforma la información en comprensión.
Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.
AI systems often promise personalization and convenience. But behind the scenes, they collect vast amounts of personal data, make predictions and influence behaviour, without clear rules or consent.
The author’s guide on how to protect youth privacy in an AI world.
Concerns about privacy
My research team conducted national research and heard from youth aged 16 to 19 who use AI daily – on social media, in classrooms and in online games.
They told us they want the benefits of AI, but not at the cost of their privacy. While they value tailored content and smart recommendations, they feel uneasy about what happens to their data.
Many expressed concern about who owns their information, how it is used and whether they can ever take it back. They are frustrated by long privacy policies, hidden settings and the sense that you need to be a tech expert just to protect yourself.
As one participant said:
“I am mainly concerned about what data is being taken and how it is used. We often aren’t informed clearly.”
Uncomfortable sharing their data
Young people were the most uncomfortable group when it came to sharing personal data with AI. Even when they got something in return, like convenience or customization, they didn’t trust what would happen next. Many worried about being watched, tracked or categorized in ways they can’t see.
This goes beyond technical risks. It’s about how it feels to be constantly analyzed and predicted by systems you can’t question or understand.
AI doesn’t just collect data, it draws conclusions, shapes online experiences, and influences choices. That can feel like manipulation.
Parents and teachers are concerned
Adults (educators and parents) in our study shared similar concerns. They want better safeguards and stronger rules.
But many admitted they struggle to keep up with how fast AI is moving. They often don’t feel confident helping youth make smart choices about data and privacy.
Some saw this as a gap in digital education. Others pointed to the need for plain-language explanations and more transparency from the tech companies that build and deploy AI systems.
Professionals focus on tools, not people
The study found AI professionals approach these challenges differently. They think about privacy in technical terms such as encryption, data minimization and compliance.
While these are important, they don’t always align with what youth and educators care about: trust, control and the right to understand what’s going on.
Companies often see privacy as a trade-off for innovation. They value efficiency and performance and tend to trust technical solutions over user input. That can leave out key concerns from the people most affected, especially young users.
Power and control lie elsewhere
AI professionals, parents and educators influence how AI is used. But the biggest decisions happen elsewhere. Powerful tech companies design most digital platforms and decide what data is collected, how systems work and what choices users see.
Even when professional push for safer practices, they work within systems they did not build. Weak privacy laws and limited enforcement mean that control over data and design stays with a few companies.
This makes transparency and holding platforms accountable even more difficult.
What’s missing? A shared understanding
Right now, youth, parents, educators and tech companies are not on the same page. Young people want control, parents want protection and professionals want scalability.
These goals often clash, and without a shared vision, privacy rules are inconsistent, hard to enforce or simply ignored.
Our research shows that ethical AI governance can’t be solved by one group alone. We need to bring youth, families, educators and experts together to shape the future of AI.
The PEA-AI model
To guide this process, we developed a framework called PEA-AI: Privacy–Ethics Alignment in Artificial Intelligence. It helps identify where values collide and how to move forward. The model highlights four key tensions:
1. Control versus trust: Youth want autonomy. Developers want reliability. We need systems that support both.
2. Transparency versus perception: What counts as “clear” to experts often feels confusing to users.
3. Parental oversight versus youth voice: Policies must balance protection with respect for youth agency.
4. Education versus awareness gaps: We can’t expect youth to make informed choices without better tools and support.
What can be done?
Our research points to six practical steps:
1. Simplify consent. Use short, visual, plain-language forms. Let youth update settings regularly.
2. Design for privacy. Minimize data collection. Make dashboards that show users what’s being stored.
3. Explain the systems. Provide clear, non-technical explanations of how AI works, especially when used in schools.
4. Hold systems accountable. Run audits, allow feedback and create ways for users to report harm.
5. Teach privacy. Bring AI literacy into classrooms. Train teachers and involve parents.
6. Share power. Include youth in tech policy decisions. Build systems with them, not just for them.
AI can be a powerful tool for learning and connection, but it must be built with care. Right now, our research suggests young people don’t feel in control of how AI sees them, uses their data or shapes their world.
Ethical AI starts with listening. If we want digital systems to be fair, safe and trusted, we must give youth a seat at the table and treat their voices as essential, not optional.
Ajay Shrestha receives funding from the Office of the Privacy Commissioner of Canada (OPC); the views expressed herein are those of the authors and do not necessarily reflect those of the OPC.
This rubbery disc is an artificial eye that could give soft robots vision.Corey Zheng/Georgia Institute of Technology
Inspired by the human eye, our biomedical engineering lab at Georgia Tech has designed an adaptive lens made of soft, light-responsive, tissuelike materials.
Adjustable camera systems usually require a set of bulky, moving, solid lenses and a pupil in front of a camera chip to adjust focus and intensity. In contrast, human eyes perform these same functions using soft, flexible tissues in a highly compact form.
Our lens, called the photo-responsive hydrogel soft lens, or PHySL, replaces rigid components with soft polymers acting as artificial muscles. The polymers are composed of a hydrogel − a water-based polymer material. This hydrogel muscle changes the shape of a soft lens to alter the lens’s focal length, a mechanism analogous to the ciliary muscles in the human eye.
The hydrogel material contracts in response to light, allowing us to control the lens without touching it by projecting light onto its surface. This property also allows us to finely control the shape of the lens by selectively illuminating different parts of the hydrogel. By eliminating rigid optics and structures, our system is flexible and compliant, making it more durable and safer in contact with the body.
Why it matters
Artificial vision using cameras is commonplace in a variety of technological systems, including robots and medical tools. The optics needed to form a visual system are still typically restricted to rigid materials using electric power. This limitation presents a challenge for emerging fields, including soft robotics and biomedical tools that integrate soft materials into flexible, low-power and autonomous systems. Our soft lens is particularly suitable for this task.
Soft robots are machines made with compliant materials and structures, taking inspiration from animals. This additional flexibility makes them more durable and adaptive. Researchers are using the technology to develop surgical endoscopes, grippers for handling delicate objects and robots for navigating environments that are difficult for rigid robots.
The same principles apply to biomedical tools. Tissuelike materials can soften the interface between body and machine, making biomedical tools safer by making them move with the body. These include skinlike wearable sensors and hydrogel-coated implants.
This variable-focus soft lens, shown viewing a Rubik’s Cube, can flex and twist without being damaged. Corey Zheng/Georgia Institute of Technology
What other research is being done in this field
This work merges concepts from tunable optics and soft “smart” materials. While these materials are often used to create soft actuators – parts of machines that move – such as grippers or propulsors, their application in optical systems has faced challenges.
Many existing soft lens designs depend on liquid-filled pouches or actuators requiring electronics. These factors can increase complexity or limit their use in delicate or untethered systems. Our light-activated design offers a simpler, electronics-free alternative.
What’s next
We aim to improve the performance of the system using advances in hydrogel materials. New research has yielded several types of stimuli-responsive hydrogels with faster and more powerful contraction abilities. We aim to incorporate the latest material developments to improve the physical capabilities of the photo-responsive hydrogel soft lens.
We also aim to show its practical use in new types of camera systems. In our current work, we developed a proof-of-concept, electronics-free camera using our soft lens and a custom light-activated, microfluidic chip. We plan to incorporate this system into a soft robot to give it electronics-free vision. This system would be a significant demonstration for the potential of our design to enable new types of soft visual sensing.
The Research Brief is a short take on interesting academic work.
Corey Zheng receives funding from the National Science Foundation.
Shu Jia receives funding from the National Science Foundation and the National Institutes of Health.
These experiences are often the first time students apply classroom learning in unpredictable, high-stakes environments.
For students with disabilities, that leap can be especially challenging. Structural barriers, inaccessible learning environments and past negative experiences can make these transitions harder.
Something that can help students overcome barriers is simulation-based learning — when, via role playing, students practise key skills, try out strategies and learn from mistakes without the real-world consequences. It’s an approach practised across fields like health care, business as well as social work education.
We decided to explore the use of simulations with students who experience disability-related barriers, drawing on research related to learning through simulations and students with disabilities in practicum learning.
In this case study, we sought to design simulations that were practical, empowering and suited to a neurodiverse, social work university student. We also wanted simulations that reflected his particular concerns and were grounded in his unique lived experiences.
The student had experienced barriers in a previous work-integrated learning placement. Before starting another, he needed a safer way to build confidence, practise communication and prepare for the professional environment.
A team approach
The project was collaborative. As faculty members, we worked with the social work student involved in the field education course and a theatre student hired as our partner to co-create the simulations. Other participants were from MacEwan’s access and disability resources and the Centre for Teaching and Learning.
Together, the group co-designed two tailored, realistic simulation experiences aimed at helping the social work student prepare for his upcoming practicum.
How it worked
The team met over a summer to co-design the personalized simulations:
A workplace conversation, where the student practised setting expectations with a supervisor.
A client-facing scenario, where he responded to a phone inquiry — something he was likely to encounter during his placement.
Each simulation followed a three-part process:
Briefing: The student reviewed the context and goals.
Role play: The theatre student played a realistic role based on the scenario.
Debrief: The student watched a video of the simulation, reflected on what worked, and received supportive feedback.
By repeating the simulations multiple times, the students could build skills gradually, adjust strategies and become more confident with each try.
The theatre student also gained valuable experience learning and practising how to respond authentically and adapt during unscripted moments — skills that carry over to his own performance training.
What changed
When determining learning goals for the simulation, we focused on aligning course learning outcomes with needs specific to the social work student, such as communication skills. With each role play rotation, we captured how long it took for the social work student to clearly communicate his question or reflection to the client (played by the theatre student).
The amount of time decreased each rotation. By the end, the social work student reported he felt more confident moving through the situations. He became quicker, more confident and more comfortable with professional communication.
Most importantly, he reported feeling included and respected throughout the process. He said:
“Being involved in everything helped me feel more prepared. I made mistakes in the simulation and learned from them — so I didn’t have to make those same mistakes in real life.”
The theatre student echoed this:
“I wasn’t just acting — I was helping someone grow. It made me realize how powerful theatre can be beyond performance.”
Beyond skill development, this was capacity-building, confidence-building and community-building — all made possible by student-centred design. A year later, the student with a disability has successfully completed two field practicums and has graduated.
Why it matters
When universities design learning experiences with students, not just for them — especially students who are often left out of the process, like students facing disability-related barriers — opportunties for student engagement and empowerment are strengthened.
Simulations give students a chance to:
Practise real-world scenarios without real-world risk.
Learn from feedback in a supportive environment.
Build self-advocacy and professional communication skills.
Develop strategies that work for their unique needs.
This kind of tailored preparation can be the difference between just getting through a placement and truly thriving in it.
Looking ahead
This project shows that personalized simulations, grounded in student experiences and supported by interdisciplinary collaboration, can pave the way for more equitable, empowering education.
It suggests how when students are treated as co-creators, not just consumers or recipients of education, the learning becomes deeper, more inclusive and more meaningful. It also points to the relevance of broader use of co-created simulations across disciplines. Future possibilities include:
Adapting simulations for group settings or online delivery.
Partnering across departments, like theatre and business or accessibility and STEM.
The approach is flexible, scalable and most importantly, human-centred. Sometimes, the best way to prepare for real life is to practise it.
The authors do not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and have disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.
Source: The Conversation – in French – By Marie-Michèle Lord, Professeure, département d’ergothérapie Université du Québec à Trois-Rivières; chercheuse régulière Centre de recherche et d’expertise en gérontologie sociale , Université du Québec à Trois-Rivières (UQTR)
Peindre un mur, déneiger, réparer… les menus travaux peuvent s’avérer difficiles à exécuter pour les personnes âgées. Il faut développer des services qui leur permettent de demeurer plus longtemps à domicile.(Unsplash), CC BY
La plupart des personnes âgées au Canada préfèrent vieillir chez elles et dans leur communauté.
Dans une enquête réalisée en 2020, 96 % des Canadiens âgés de 65 ans et plus ont déclaré qu’ils feraient tout ce qui est en leur pouvoir afin d’éviter d’entrer dans un établissement de soins de longue durée. De plus, une étude menée en 2024 révèle que la majorité des personnes aînées (61 %) souhaite rester à la maison jusqu’à leur fin de vie, mais, pas à n’importe quel prix.
Vivre dans un endroit sécuritaire et adéquat est essentiel dans la perspective d’un maintien à domicile. La qualité du milieu de vie d’une personne est un déterminant de sa santé.
Ainsi, plusieurs facteurs associés au logement ont une influence sur la santé et le bien-être, selon une étude publiée en 2024 par l’Institut national de santé publique du Québec en 2024. On compte des facteurs physiques et environnementaux, comme la qualité de l’air ou la température, des facteurs sociaux et psychologiques, tels que le sentiment de sécurité, ou encore des facteurs ergonomiques et fonctionnels, comme le fait d’avoir un espace suffisant, un aménagement adapté, et un accès facile à son lieu de vie.
Or, tout logement demande de l’entretien. Qu’arrive-t-il lorsqu’une personne n’arrive plus à prendre soin de son milieu de vie ? Quand déneiger l’entrée devient une tâche insurmontable ? Ou vider ses gouttières ? Avec l’avancée en âge, il peut devenir de plus en plus pénible d’entretenir sa maison seule. Certaines tâches peuvent être difficiles à accomplir en raison d’un manque d’énergie, ou de capacités diminuées.
Notre équipe de recherche réalise, en partenariat avec l’organisme Développement social Lanaudière, un projet de recherche pour mieux comprendre les besoins des personnes aînées en matière de menus travaux, ainsi que les facteurs qui entravent le déploiement de services à large échelle au Québec. Nous souhaitons développer un modèle de prestation de ce type de service qui tient compte des réalités territoriales diverses du Québec (régions rurales, semi-urbaines et urbaines).
Cet article fait partie de notre série La Révolution grise. La Conversation vous propose d’analyser sous toutes ses facettes l’impact du vieillissement de l’imposante cohorte des boomers sur notre société, qu’ils transforment depuis leur venue au monde. Manières de se loger, de travailler, de consommer la culture, de s’alimenter, de voyager, de se soigner, de vivre… découvrez avec nous les bouleversements en cours, et à venir.
Les services de menus travaux : l’angle mort du maintien à domicile
Les services de menus travaux sont l’ensemble du soutien et de l’aide pour les tâches d’entretien, de réparation, d’installation et de remisage qui demandent un peu de force ou une énergie soutenue.
Les menus travaux comprennent la réalisation de tâches qui sont en hauteur ou qui exigent de la souplesse ou de la force, qui nécessitent des connaissances particulières et des habiletés manuelles et qui ne sont pas visées par les métiers qui exigent des cartes de compétences. Des services pourraient permettre aux personnes qui en ont besoin, dont les aînées, de disposer d’aide pour entretenir leur domicile et en assurer la salubrité et la sécurité.
Pelleter son entrée l’hiver demande de la force et une bonne forme physique, qui manquent parfois aux personnes âgées. (Unsplash), CC BY
Malgré le fait que les besoins de services de menus travaux devraient croitre de manière corollaire à l’évolution du vieillissement de la population, il est étonnant de constater qu’au Québec ils n’ont pas fait l’objet d’une mise en place structurée et ne sont pas offerts dans toutes les régions.
Actuellement, les rares initiatives locales de menus travaux qui existent sont principalement mises sur pied par des acteurs du secteur communautaire ou du secteur privé (par exemple des coopératives ou des entreprises d’économie sociale en aide à domicile). Elles desservent un petit bassin de personnes aînées, sans déploiement à large échelle.
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Les quelques initiatives existantes ne sont pas suffisantes pour répondre aux besoins de la population vieillissante d’aujourd’hui et encore moins dans les années à venir. Le gouvernement n’inclut toujours pas les menus travaux dans les services offerts au soutien à domicile.
Il n’a pas non plus bonifié le Programme d’exonération financière pour les services d’aide domestique (PEFSAD). Il pourrait pourtant offrir une réduction des coûts associés au recours à des services provenant du secteur privé pour les aînés selon leur niveau de revenus.
Quatre difficultés auxquelles se heurtent les aînés
Il devient prioritaire de se pencher sur les conditions gagnantes pour développer un modèle de services de menus travaux offert à grande échelle au Québec et favorable au maintien à domicile des personnes aînées.
Le projet de recherche que nous poursuivons a permis à ce jour de créer des espaces de parole pour que les personnes aînées elles-mêmes nomment leurs enjeux et besoins face aux services de menus travaux.
Les personnes âgées doivent s’engager dans de longues recherches pour obtenir de l’aide pour leurs tâches domestiques. (Unsplash), CC BY-SA
Ce qui en ressort, c’est qu’elles doivent s’engager dans des recherches interminables d’un prestataire de service lorsqu’elles désirent obtenir des services de réparation ou d’entretien de leur domicile — elles désirent donc un service facile à trouver.
Puis, elles ont de la difficulté à trouver des personnes en qui elles ont confiance pour réaliser les travaux et entrer dans leur « intimité », dans leur chez-soi — elles désirent donc un service qui est offert par une organisation de confiance (un CLSC ou une entreprise d’économie sociale de leur région), qui dispose de moyens financiers suffisants pour retenir une main-d’œuvre qualifiée, fiable et stable.
Finalement, il leur est difficile de comprendre les mécanismes de remboursement des services de menus travaux. En effet, il existe certains programmes gouvernementaux pour couvrir une partie des frais reliés aux services de menus travaux, mais ces programmes sont peu connus, ne remboursent qu’une portion des frais encourus et sont difficilement accessibles — elles aimeraient donc avoir accès à des processus de remboursement ou de couverture simple, accessible et suffisant.
Le soutien à domicile doit aller au-delà des soins de santé
Un service de menus travaux accessible, stable, de proximité et bien financé semble être une avenue à prioriser. Il n’est pas encore clair qui devrait être le « porteur de ballon » de ce service. Est-ce que ces services doivent être offerts par le secteur de la santé et des services sociaux ? Est-ce que le gouvernement devrait bonifier le Programme d’exonération financière pour y inclure une meilleure couverture des services afin que le déploiement à large échelle de ce service par les entreprises d’économie sociale en aide à domicile soit possible (c’est-à-dire rentable) ? Cela reste à déterminer.
Une chose est certaine, demeurer chez soi en vieillissant ne devrait pas être la seule responsabilité des personnes aînées, mais bien celle des gouvernements et des organisations qui pourraient et devraient mieux les soutenir. Pour ce faire, une vision globale des facteurs qui influencent la santé est nécessaire.
Nous ne pouvons retreindre le soutien à domicile au seul aspect médical et aux soins offerts. Nous devons mettre en place des services pour que le maintien à domicile soit fait dans des domiciles sécuritaires et satisfaisants pour ceux qui y demeurent.
Marie-Michèle Lord a reçu des financements des Fonds de recherche du Québec
Source: The Conversation – in French – By Sandra Breux, Démocratie municipale, élections municipales, Institut national de la recherche scientifique (INRS)
De façon générale, les médias traditionnels réussissent difficilement, faute de moyens, à couvrir l’ensemble des enjeux et à les documenter en profondeur.La Conversation Canada, CC BY
La campagne électorale du 2 novembre, qui déterminera la composition de plus de 1 000 conseils municipaux, est l’occasion de nous rappeler que la démocratie municipale québécoise souffre d’un double déficit : un manque criant de couverture médiatique et un traitement systématiquement négatif qui occulte les dynamiques constructives au profit des dysfonctionnements.
Cette vision déséquilibrée décourage la participation électorale et l’engagement citoyen.
La démocratie municipale, c’est près de 12 000 candidats qui postulent aux quelques 8 000 postes à pourvoir. C’est aussi des élus qui sont, dans leur grande majorité, rémunérés à temps partiel et qui tentent de satisfaire les besoins de la population, de répondre aux exigences auxquelles ils et elles doivent se conformer et d’inciter les citoyens à participer au développement de leur municipalité.
La démocratie municipale, c’est aussi des électeurs qui exercent leurs droits de vote, qui proposent des projets audacieux, se mobilisent, participent à des consultations publiques, cherchent à comprendre le bien-fondé d’une décision, demandent des comptes à leurs élus et font du bénévolat. C’est aussi un ensemble d’organismes variés qui soutiennent l’action des municipalités dans différents domaines pour essayer d’améliorer leur cadre de vie et le bien-être général de la population.
Parler de démocratie municipale, ce n’est pas que – certaines représentations sont tenaces – parler d’aqueducs, de déneigement et de collecte de poubelles. C’est discuter de la façon dont les ressources vont être allouées : faut-il vendre un terrain à un promoteur immobilier pour récupérer des fonds qui seront investis dans d’autres projets, ou le conserver pour créer un espace pour la population ?
Respectivement professeure à l’INRS en études urbaines, et professeure à l’Université d’Ottawa en sciences politiques, nous nous interrogeons sur le contexte médiatique et ses effets sur notre manière collective d’appréhender le palier de gouvernement municipal. Outre le déficit d’information qui le caractérise, le traitement médiatique dont il est l’objet pose certainement question à la veille du rendez-vous démocratique du 2 novembre prochain.
De façon générale, les médias traditionnels réussissent difficilement, faute de moyens, à couvrir l’ensemble des enjeux et à les documenter en profondeur. Cette situation n’est pas spécifique au Québec. Plusieurs travaux en Amérique du Nord font l’hypothèse qu’il existe à l’échelle municipale une circulation plus faible de l’information politique en comparaison avec les autres niveaux de gouvernement.
L’absence d’une circulation suffisante et adéquate de l’information politique a des conséquences sur l’électorat : il est plus difficile de savoir qui se présente, quel est le programme de chaque candidat, mais aussi de saisir la réelle portée des enjeux qui sont discutés. Plus encore, une enquête menée en 2017 sur 3 200 électeurs au Québec a montré que plus un électeur connaît les programmes et les projets des candidats, plus il est susceptible de voter.
Sur le traitement médiatique
Lorsqu’elle existe, la couverture municipale met davantage l’accent sur les dysfonctionnements (faible participation, augmentation du nombre d’élections par acclamation, démissions d’élus, harcèlement des élus, climat tendu au sein du conseil, mécontentement des citoyens), que sur les dynamiques constructives (solutions locales, innovations de services, mobilisations citoyennes).
Ces éléments s’ajoutent aux nouveaux enjeux auxquels sont confrontées les municipalités : logement, mobilité, itinérance, ou gestion de l’eau. La complexité de ces problèmes empêche souvent les municipalités de trouver des solutions à court ou à moyen terme. Ils nourrissent alors un flot de nouvelles négatives qui surpasse de loin les informations valorisant les actions des élus et des citoyens.
Le problème n’est pas que ces sujets soient couverts – ils doivent l’être –, mais que l’écart avec les informations valorisant les actions et les solutions soit tel qu’il produit une image déséquilibrée et décourageante de la démocratie municipale.
La faible présence médiatique du municipal favorise par ailleurs la domination d’une seule grille de lecture qui met sans cesse en évidence les défaillances de cette démocratie. Ce cadrage unique ne favorise ni la participation électorale, ni l’engagement citoyen, ni le renouvellement des élus. Et si on peut penser que de façon générale, la couverture médiatique des affaires provinciales et fédérales peut aussi être négative, la diversité des médias et le volume des informations relayées rendent possibles plusieurs lectures.
Lire que 65 % des élus en 2021 l’ont été par acclamation laisse entendre que c’est un problème. On sait pourtant que ce fait mérite une lecture plus nuancée et qu’il cache une réalité bien différente. Cette situation peut s’expliquer par la difficulté à recruter, parfois par un choix volontaire pour éviter des frais de tenue d’élection, et d’autres fois encore par la volonté de ne pas s’opposer à quelqu’un que l’on connaît. Il convient par ailleurs de rappeler que le fait d’avoir quelque 8 000 élus est déjà une réalisation de taille.
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De même, mettre de l’avant que la population ne participe pas, notamment les jeunes, c’est occulter l’ensemble des actions que des bénévoles (Commission jeunesse etc.), des citoyens, des municipalités et des institutions mettent en place pour favoriser l’intérêt des citoyens. La moyenne provinciale de la participation électorale est par ailleurs plus élevée que celle que l’on rencontre dans d’autres provinces, notamment l’Ontario, même si elle demeure faible, à 38,7% de taux de participation.
Enfin, parler d’un climat politique tendu et des difficultés d’être élu, c’est oublier que certains élus se mobilisent et s’entraident pour parler d’une fonction qu’ils apprécient (que ce soit au sein de la FQM et de l’UMQ, ou dans de nouveaux lieux comme la nouvelle vague municipale, ou encore via une série de publications individuelles ou collectives.
Sandra Breux a reçu des financements du CRSH, du FRQSC et du programme des Chaires de recherche du Canada
Source: The Conversation – in French – By Melise Panetta, Lecturer of Marketing in the Lazaridis School of Business and Economics, Wilfrid Laurier University
Les jeunes adultes âgés de 20 à 39 ans sont confrontés à un paysage social modifié où les réalités financières influencent leurs relations.(Rene Ranisch/Unsplash)
Les jeunes dans la vingtaine et la trentaine évoluent dans un nouveau contexte social où les réalités financières influencent leurs relations.
Si vous avez l’impression que l’inflation transforme votre vie amoureuse ou vos amitiés, vous ne rêvez pas. Partout dans le monde les contraintes économiques ont un véritable impact sur les relations humaines.
25-35 ans : vos enjeux, est une série produite par La Conversation/The Conversation.
Chacun vit sa vingtaine et sa trentaine à sa façon. Certains économisent pour contracter un prêt hypothécaire quand d’autres se démènent pour payer leur loyer. Certains passent tout leur temps sur les applications de rencontres quand d’autres essaient de comprendre comment élever un enfant. Notre série sur les 25-35 ans aborde vos défis et enjeux de tous les jours.
Les adultes dans la vingtaine et la trentaine, en particulier, évoluent dans un nouveau contexte social, où même les aspects les plus fondamentaux des relations sont influencés par la réalité financière.
Au Canada, 77 % des couples déclarent rencontrer des contraintes financières et 62 % affirment se disputer à propos de l’argent. L’augmentation du coût du loyer, de l’alimentation et des dépenses quotidiennes a en effet poussé de nombreux couples à prendre des décisions financières difficiles, parfois au détriment de leur relation, toujours selon le sondage RBC.
Ces préoccupations ne concernent pas uniquement les ménages canadiens. Une étude menée au Royaume-Uni a révélé que 38 % des personnes en couple admettent avoir un compte secret ou « de l’argent caché » dont leur partenaire ignore l’existence. Aux États-Unis, les couples interrogés ont déclaré avoir 58 disputes liées à l’argent par an.
L’argent est depuis longtemps l’une des principales sources de conflit dans les relations amoureuses. (Shutterstock)
Plus inquiétant encore, l’instabilité financière a une incidence sur la durée des relations. Toujours selon le récent sondage de la RBC, 55 % des Canadiens estimaient devoir être en couple pour pouvoir se permettre leur style de vie.
Les obstacles économiques à l’indépendance sont particulièrement importants si l’on envisage une séparation ou un divorce. Traditionnellement, une rupture signifiait que l’un des partenaires quittait la maison, mais aujourd’hui, de plus en plus de couples divorcés ou séparés doivent cohabiter simplement parce qu’ils n’ont pas les moyens de vivre seuls.
Pour les couples, savoir entretenir une relation saine lorsqu’on rencontre des contraintes financières est essentiel pour traverser ces temps difficiles.
Ce problème ne repousse pas seulement le passage à l’indépendance, il provoque même des retours en arrière. Au Royaume-Uni, par exemple, un jeune adulte sur cinq ayant quitté le domicile familial a dû y revenir en raison de la crise actuelle.
L’accessibilité au logement joue un rôle majeur dans ce contexte. Avec la flambée des prix de l’immobilier au Canada, aux États-Unis, au Royaume-Uni et ailleurs, l’accession à la propriété semble hors de portée pour beaucoup. Ainsi, 55 % des jeunes Canadiens déclarent que la crise du logement les incite à reporter le projet de fonder une famille.
La crise du coût de la vie retarde les étapes importantes de la vie des jeunes adultes dans le monde entier. On peut voir ici des panneaux immobiliers à Calgary en mai 2023. (Shutterstock)
Les rencontres amoureuses à l’ère des budgets serrés
Une des conséquences de la hausse du coût de la vie est que les couples emménagent ensemble plus tôt qu’ils ne l’auraient fait autrement, afin de partager les dépenses courantes. D’autres adoptent une approche pragmatique de l’amour et abordent des sujets tels que la stabilité financière, la sécurité de l’emploi et le logement beaucoup plus tôt dans leur relation.
Une tendance dans le monde de la recherche amoureuse, connue sous le nom de « future-proofing » (préparer son avenir) se répand également. Selon le rapport annuel de Bumble sur les tendances, 95 % des célibataires interrogés déclarent que leurs inquiétudes quant à l’avenir influencent leurs choix en matière de rencontres et leur approche des relations. Parmi leurs principales préoccupations figurent les finances, la sécurité de l’emploi, le logement et les changements climatiques.
Parallèlement, les difficultés financières incitent les gens à opter pour des sorties simples et bon marché. Plus de la moitié des Canadiens affirment que la hausse du coût de la vie a une incidence sur leur façon de faire des rencontres. Les gens privilégient les activités abordables, comme les rendez-vous dans un café, les pique-niques ou les repas faits maison, plutôt que les restaurants chics ou les escapades d’une fin de semaine.
Au Royaume-Uni, le tiers des jeunes célibataires se disent moins enclins à faire des rencontres à cause de l’inflation et des dépenses quotidiennes. Environ un quart d’entre eux affirment que cela les a rendus moins enclins à rechercher une relation amoureuse.
Les difficultés financières incitent les gens à faire moins de sorties coûteuses et luxueuses. (Shutterstock)
Ces coûts obligent les célibataires américains à revoir leurs projets en matière de rencontres amoureuses. En effet, 44 % d’entre eux déclarent avoir modifié un rendez-vous pour des raisons financières et 27 % l’avoir carrément annulé. Il est clair que le coût de la vie transforme la façon dont les Américains font des rencontres.
De plus, 38 % des Canadiens qui cherchent l’amour affirment que les coûts liés aux rendez-vous ont un impact négatif sur leur capacité à atteindre leurs objectifs financiers, certains allant même jusqu’à renoncer complètement aux rencontres.
Le coût de l’amitié
Les amitiés en pâtissent également. L’époque où l’on pouvait aller au restaurant ou assister à un concert sans se poser de questions est révolue. Environ 40 % des Canadiens, 42 % des Britanniques et 37 % des Américains ont en effet réduit leurs sorties sociales pour des raisons financières.
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Le sacrifice peut sembler anodin, mais le déclin des interactions sociales a de graves conséquences. Une vie sociale régulière est essentielle pour la santé mentale, la résilience et la réussite professionnelle. L’augmentation de la solitude et de l’isolement, deux facteurs pouvant avoir un impact significatif sur le bien-être émotionnel, est proportionnelle à la réduction des activités sociales.
De nos jours, beaucoup de gens choisissent des activités abordables pour socialiser. Cependant, même avec des solutions créatives, les contraintes financières rendent difficile le maintien de liens solides.
Les relations changent
Si vous êtes dans la vingtaine ou la trentaine, vous avez probablement remarqué à quel point la réalité économique actuelle transforme les relations. L’inflation influence beaucoup de choses, notamment les choix de cohabitation, de sorties amoureuses ou encore le moment où l’on franchit des étapes importantes de la vie.
Vous avez peut-être emménagé avec votre conjoint plus tôt que prévu pour partager les frais de loyer, remplacé les sorties nocturnes par des activités moins coûteuses ou reporté des étapes importantes, comme fonder une famille. Vous n’êtes pas seul. Les contraintes financières redéfinissent la façon dont nous vivons les uns avec les autres.
Il est essentiel de trouver des moyens de maintenir des relations solides dans un contexte économique difficile. Des études montrent que le soutien émotionnel, l’utilisation de techniques positives de résolution de problèmes et une communication ouverte sont fondamentaux pour entretenir des relations de qualité.
Melise Panetta ne travaille pas, ne conseille pas, ne possède pas de parts, ne reçoit pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’a déclaré aucune autre affiliation que son organisme de recherche.
Des séances de spiritisme, très populaires au XIXᵉ siècle, aux vidéos contemporaines qui retracent des « chasses aux fantômes dans des maisons hantées », la quête d’une forme de communication avec l’Au-delà en dit long sur nos peurs et sur notre rapport à la mort.
En 1874, le célèbre chimiste Sir William Crookes était assis dans une pièce sombre, les yeux fixés sur un rideau recouvrant une alcôve. Soudain, le rideau s’est agité, et un fantôme lumineux, celui d’une jeune femme vêtue d’un linceul blanc, en est sorti. Crookes était fasciné.
Mais le fantôme était faux, et l’implication du scientifique dans des séances de spiritisme faillit ruiner sa carrière. Malgré tout, Crookes, comme des milliers d’autres après lui, continua à rechercher des preuves de l’existence des esprits.
La popularité des séances de spiritisme victoriennes et de la pseudo-religion qui y était associée (le spiritisme) se répandit rapidement à travers le monde. Des petits salons silencieux où se réunissaient les personnes récemment endeuillées aux grandes salles de concert, le public était avide de spectacles effrayants.
Aujourd’hui, la chasse aux fantômes reste un sujet culturel extrêmement populaire. Des plateformes, telles que YouTube et TikTok, regorgent désormais d’enquêteurs amateurs qui parcourent des bâtiments abandonnés et des maisons hantées bien connues afin de recueillir des preuves.
J’ai passé ces dernières années à faire des recherches sur l’histoire sociale de la chasse aux fantômes pour mon nouveau livre, Ghosted : A History of Ghost-Hunting, and Why We Keep Looking (cet ouvrage n’est pas traduit en français, ndlr), afin d’examiner les fantômes du point de vue des vivants. Pourquoi continuons-nous à nous accrocher à l’espoir de trouver une preuve de l’existence d’une vie après la mort ?
La chasse aux fantômes est devenue un phénomène international en 1848, lorsque les jeunes sœurs Kate et Mary Fox ont popularisé un code pour communiquer avec le fantôme qui, selon elles, hantait leur ferme à Hydesville, dans l’État de New York : il s’agissait, pour l’esprit invoqué, de frapper un certain nombre de coups pour former des réponses.
Cinq ans plus tard, on estimait qu’elles avaient amassé 500 000 dollars (soit près de 17 millions d’euros aujourd’hui). Le spiritisme s’est répandu dans le monde entier, en particulier au Royaume-Uni, en France et en Australie. Il a été favorisé par les nombreuses pertes humaines qui ont suivi la guerre civile américaine et, au début du XXe siècle, par les pertes massives causées par la Première Guerre mondiale.
Les gens se tournaient vers le spiritisme et la chasse aux fantômes pour obtenir la gloire et la fortune, mais aussi pour cultiver l’espoir et chercher inlassablement des preuves que la mort n’était pas la fin.
L’essor du scepticisme
Parallèlement au spiritisme, cependant, des sceptiques désireux de découvrir la vérité sur les fantômes ont fait leur apparition. Les critiques les plus virulents du spiritisme étaient les magiciens, qui estimaient que les médiums tentaient de copier leur art, mais en adoptant une approche moralement répréhensible. Au moins, le public d’un magicien savait qu’il était délibérément trompé.
Le célèbre illusionniste Harry Houdini, par exemple, se disputait souvent avec son ami proche et fervent spirite, l’écrivain britannique Sir Arthur Conan Doyle, au sujet des pratiques frauduleuses des médiums.
Avec l’essor des laboratoires scientifiques modernes et le développement des appareils portables d’enregistrement du son et de l’image au XXe siècle, la chasse aux fantômes est devenue un passe-temps de plus en plus populaire et sensationnel. Harry Price, chercheur en parapsychologie, auteur et amateur professionnel, a utilisé la chasse aux fantômes pour créer un culte de la personnalité, dénichant toute apparition intéressante susceptible de lui apporter de la notoriété.
C’est lui qui a introduit la chasse aux fantômes dans les médias comme forme de divertissement. En 1936, il a réalisé une émission en direct sur la BBC depuis une maison hantée.
Le programme lancé par Price est le précurseur oublié de la chasse aux fantômes telle que nous la connaissons aujourd’hui. Les émissions de téléréalité imitent le format de son émission de 1936, avec des exemples tels que Most Haunted qui a su fidéliser son public depuis sa première diffusion sur Living TV en 2002. Bien qu’elle ne soit plus produite pour la télévision, l’équipe de Most Haunted continue de filmer et de publier de nouveaux épisodes sur sa chaîne YouTube.
Most Haunted est apparue pour la première fois à la télévision en 2002, mais est désormais disponible sur YouTube.
Elle a également clairement influencé des copies internationales telles que Bytva ekstrasensov en Ukraine et Ghost Hunt en Nouvelle-Zélande. Les réseaux sociaux ont également changé notre façon de chasser les fantômes. Ils ont permis à des groupes d’amateurs et à des enquêteurs d’atteindre un public immense sur diverses plateformes.
Mais la chasse aux fantômes est également marquée par une forte concurrence, les groupes et les enquêteurs cherchant à se surpasser les uns les autres pour obtenir les meilleures preuves. Pour beaucoup, cela signifie s’équiper d’outils dignes des ghostbusters. Il peut s’agir de gadgets et de capteurs clignotants, notamment des détecteurs de champs électromagnétiques, des enregistreurs audio high-tech et même des jouets pour chats à LED activés par le mouvement.
Tout cela dans le but d’obtenir les preuves les plus « scientifiques » et, par conséquent, la popularité et le respect de leurs pairs. Il semble que plus nous prétendons être scientifiques dans la recherche de fantômes, plus nous laissons les théories pseudoscientifiques envahir la chasse.
Une histoire de sociabilité
Pourtant, nous n’abandonnons jamais. C’est ce qui m’a fasciné lorsque j’ai entrepris mes recherches. Je voulais savoir pourquoi, après des siècles, nous ne sommes toujours pas plus près d’obtenir des preuves concluantes de l’existence du paranormal, tandis que la chasse aux fantômes est plus populaire que jamais.
J’ai même participé à quelques chasses aux fantômes pour essayer de comprendre ce mystère. Ma conclusion ? La chasse aux fantômes sert à créer des liens sociaux et en dit plus long sur les vivants que sur les morts.
J’ai vécu les expériences les plus amusantes de ma vie lors de ces chasses, qui m’ont permis d’entrer en contact, non pas avec des fantômes, mais avec de nouvelles personnes et aussi d’en apprendre davantage sur l’histoire des bâtiments « hantés ».
Ce que j’ai appris, c’est que la chasse aux fantômes concerne davantage les vivants que les morts ou les fantômes que nous essayons de trouver. La chasse aux fantômes, lorsqu’elle est pratiquée de manière éthique, est une activité sociale de première importance. Elle nous permet de surmonter notre chagrin, d’affronter notre peur de la mort et d’explorer ce que signifie être en vie.
Alice Vernon ne travaille pas, ne conseille pas, ne possède pas de parts, ne reçoit pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’a déclaré aucune autre affiliation que son organisme de recherche.
L’arrêt historique rendu par la Cour de cassation, le 21 janvier 2025, dans l’affaire France Télécom marque un tournant majeur en droit du travail et en droit pénal. Rappelons que la direction de l’entreprise (devenue Orange en 2013) avait mis en œuvre, à compter de 2006, deux plans de restructuration qui prévoyaient le départ de 22 000 employés et la mobilité de 10 000 autres (sur quelque 120 000 employés). En 2008 et en 2009, 35 salariés s’étaient suicidés. Cet arrêt ouvre la voie à une nouvelle ère de responsabilisation des organisations, publiques comme privées, en matière de santé au travail.
En consacrant la notion de « harcèlement moral institutionnel », la plus haute juridiction française reconnaît définitivement que la responsabilité pénale d’une entreprise et de ses dirigeants peut être engagée lorsqu’une politique managériale, menée en connaissance de cause, a pour effet de dégrader les conditions de travail des salariés.
L’arrêt de la Cour de cassation du 21 janvier 2025 condamne définitivement sept dirigeants, mais aussi la personnalité morale de France Télécom au titre d’un « harcèlement moral institutionnel » résultant de la politique de l’entreprise. Avec cette nouvelle notion, la responsabilité pénale d’une société et de ses dirigeants peut désormais être engagée lorsqu’ils ont mis en œuvre, « en connaissance de cause », une politique d’entreprise ayant pour « objet » ou pour « effet » une dégradation des conditions de travail des salariés.
Au début des années 2000, le PDG Didier Lombard lance en effet le plan Nouvelles Expériences des Télécommunications (Next), qui prévoyait 22 000 départs en trois ans, soit 20 % de départs parmi les salariés ayant le statut de fonctionnaire. Sans procéder à des licenciements classiques, l’entreprise imagine alors une politique visant à précipiter les départs.
Les différents niveaux de l’encadrement installent un climat de pressions constantes, effectuent des réorganisations permanentes et abusives, des mutations forcées ou des mises à l’isolement. Les brimades de salariés sont fréquentes. Entre 2008 et 2011, plus de soixante employés se suicident, et quarante tentent de mettre fin à leur jour. Ce plan Next sera d’ailleurs qualifié par la presse de « plan de l’éradication ».
L’arrêt consacre la notion de harcèlement moral institutionnel
En pratique, cet arrêt vient ainsi consacrer la notion même de harcèlement moral institutionnel. Comme le rappelle Michel Miné, le harcèlement moral institutionnel « figure désormais au plus haut niveau de la jurisprudence […] un grand arrêt de droit pénal, mais aussi de droit du travail ».
Complétant le droit relatif au harcèlement moral, cette évolution a une portée considérable pour les salariés de toutes les organisations, mais également pour leurs directions et leurs responsables RH. Ces derniers sont désormais pénalement responsables des effets de leurs politiques. C’est donc un nouvel univers de la santé au travail qui s’ouvre potentiellement.
L’arrêt de janvier 2025 concerne aussi les situations antérieures à 2025
En s’appuyant principalement sur les travaux parlementaires relatifs à la loi n°2002-73 du 17 janvier 2002 de modernisation sociale, la rédaction de cet arrêt de la Cour de cassation inscrit dans le droit deux ouvertures à très forte portée progressiste. Ces ouvertures répondent précisément aux attentes des salariés dont la santé s’est détériorée du fait de politiques organisationnelles ou managériales. Michel Miné résume très bien cette évolution en notant que
« le juge n’est pas là pour juger des choix stratégiques, mais pour examiner les effets des méthodes de gestion qui en découlent ».
À la suite de cet arrêt, un tribunal administratif sera désormais légitime pour « déterminer si la méthode employée pour mettre en œuvre la politique d’entreprise excède le pouvoir normal de direction et de contrôle du chef d’entreprise » (§70). Tout n’est donc plus possible au seul motif que c’est la liberté d’entreprendre qui appelle des choix stratégiques d’entreprise… non discutables. En matière de santé au travail, le choix de gestion dans l’organisation ne bénéficie plus d’une totale immunité : il peut être jugé.
Ensuite, cet arrêt crée, à côté du harcèlement moral déjà défini par l’article L.1152-1 du Code du travail, une forme de harcèlement moral sans qu’une relation entre des personnes individuellement identifiées soit nécessaire. Sans nécessité d’une action d’une personne sur une autre, le harcèlement moral institutionnel peut être exercé à l’égard « d’autrui » (terme de l’arrêt). Sans besoin de prouver un ciblage individuel, le harcèlement peut donc indifféremment concerner une équipe, un service, un groupe de salariés et, par extension, l’ensemble des membres d’une organisation. En fait, « pourvu que ces dernières fassent partie de la même communauté de travail et aient été susceptibles de subir ou aient subi les conséquences » de la politique managériale (§40).
Les conséquences de cet arrêt sont en réalité aussi vastes que profondes. Première conséquence de l’arrêt de janvier 2025, des situations antérieures à 2025 sont concernées. Il est en effet considéré que cette évolution du droit était « prévisible » de sorte qu’elle peut s’appliquer à des faits antérieurs.
Toutes les politiques managériales dysfonctionnelles ou pathogènes sont concernées
Si la temporalité est étendue, le champ l’est aussi. En condamnant également la personne morale France Télécom, la Cour de cassation étend potentiellement le champ à toutes formes d’organisation : de la TPE à la collectivité territoriale en passant par l’hôpital ou l’université, toutes les politiques managériales dysfonctionnelles ou pathogènes sont potentiellement concernées.
Cette nouveauté est intéressante : les organisations publiques et bureaucratiques sont en effet particulièrement sujettes à ces politiques aux effets dévastateurs et peu abordés, comme nous l’avons montré ailleurs à partir de la pratique du harcèlement en meute.
Ainsi, dans les mois qui viennent, les premiers jugements de différentes juridictions vont être connus et discutés. Le juge administratif sera particulièrement scruté pour connaître son degré de suivisme de l’arrêt de la Cour de cassation ; juridiction qui représente le plus haut niveau de jurisprudence : va-t-il vraiment suivre l’arrêt qui consacre le harcèlement moral institutionnel et, ainsi importer ce délit dans l’environnement public ?
L’égalité devant la loi devrait imposer que ce type de décision soit également adoptée par les juridictions administratives. Il semble assez probable que le juge administratif suive cette voie, avec toutefois quelques modulations. Un premier arrêt de la Cour administrative d’appel de Bordeaux en avril 2025 va dans ce sens. Ainsi, la jurisprudence pourrait par exemple, amener à condamner une université pour « faute de service » en cas de harcèlement moral institutionnel. Le juge devra au fond arbitrer entre un jugement mettant en avant la « responsabilité pour carence » (manquement à l’obligation de protéger les agents) ou « une qualification pénale ». Si rien n’est encore joué sur le sens de cet arbitrage, il n’en demeure pas moins que le temps de l’impunité semble révolu : les victimes peuvent désormais agir sur le terrain pénal contre l’institution elle-même, en complément des recours en droit du travail ou administratif.
Deuxième conséquence, le périmètre des acteurs impliqués et l’incidence sur leurs responsabilités sont en définitive précisés par cet arrêt de janvier 2025. C’est surtout leur mise en cause pénale qui est mise en lumière.
Dit simplement, si une politique managériale promeut, en connaissance de causes, des méthodes de gestion pathogènes pour la santé des salariés, tout dirigeant, mais aussi tout cadre actif dans la promotion de cette politique peut être jugé responsable. La Cour de cassation signale ainsi, dans son arrêt de janvier 2025, le « suivisme » des directions et services de ressources humaines (DRH) dont « les procédures et les méthodes ont infusé dans toute la politique managériale ». Fait majeur, une DRH est potentiellement « complice du délit » de harcèlement moral institutionnel quand elle accompagne des politiques pathogènes dont les effets sont connus.
Au minimum, une vigilance accrue est donc attendue des DRH en matière d’adoption de méthodes de gestion afin de ne pas être dans l’abus immanquablement porteur de risque pénal. Plus largement, la posture professionnelle de la DRH est sérieusement questionnée : connaissant l’objet ou les effets d’une politique sur la santé des salariés, doit-elle toujours accompagner sa direction, dont elle dépend de manière souvent très étroite ? Si la DRH a par exemple connaissance de la volonté d’un dirigeant de cibler un ou plusieurs salariés, au point que des atteintes à leur santé soient envisageables, quelle doit être sa posture ou son éthique, pour reprendre une notion chère à la communauté des responsables de ressources humaines ?
Vers une responsabilité de tous en matière de santé au travail ?
Par enchaînement, il est possible de tracer des perspectives au regard de ce nouvel état des lieux des responsabilités quand un harcèlement moral institutionnel est avéré pour le juge.
Comment évaluer, par exemple, la responsabilité des élus de conseils des collectivités publiques, des élus d’un conseil d’administration d’universités, d’hôpitaux ou d’associations dès lors qu’ils marquent une trop grande complaisance vis-à-vis de la poursuite de politiques managériales dont ils ont à connaître les effets sur la santé des salariés ? Ne sont-ils pas, comme « organes de décisions » partie prenante des atteintes à la santé, comme l’ont été des cadres de France Télécom ?
Naturellement, le même questionnement peut être adressé aux représentants du personnel et à leur posture. Pour la plupart d’entre eux, ils ont évidemment chevillé au corps le souci de documenter les atteintes à la santé des salariés liés au management du travail et d’accompagner les salariés en souffrance, y compris pas l’outil juridique. L’affaire de France Télécom est d’ailleurs emblématique du rôle exemplaire des représentants syndicaux. Ils ont consciencieusement mobilisés les dispositifs légaux prévus à cet effet dans les organisations (les outils de la commission Santé, sécurité et conditions de travail (CSSCT), notamment).
Une interrogation demeure pourtant : quelle est la responsabilité de représentants des salariés qui, par complaisance, faiblesse, intérêt ou connivence avec les directions, minimisent ou ignorent l’importance de la prise en charge cette nouvelle question du harcèlement moral institutionnel ? Dans l’affaire France Télécom, les élus CFDT et FO étaient par exemple dans « un déni de la situation » selon le syndicat Solidaires, acteur central de la démarche d’accompagnement et de dépôt de plainte. N’oublions pourtant jamais que « l’homme est responsable de son ignorance, l’ignorance est une faute », pour Milan Kundera.
Pour le citoyen-salarié, avec la reconnaissance juridique du harcèlement moral institutionnel, une nouvelle étape est sans nul doute franchie : le temps de l’impunité des directions et du management semble en tout cas révolu, quelle que soit l’organisation concernée. Tout montre que le citoyen-salarié peut donc se sentir un peu moins seul face à ses éventuelles souffrances, comme ce fut déjà le cas avec la reconnaissance juridique du « harcèlement moral », en 2002, à la suite des travaux pionniers de Marie-France Hirigoyen et de Christophe Desjours.
En définitive, le premier défi de la caractérisation juridique de cette nouvelle facette du harcèlement moral semble maintenant relevé. Si les faits sont donc assez documentés, notamment par les représentants du personnel, le juge peut travailler. Encore faudra-t-il, in fine, que les différentes juridictions fassent demain écho, dans un délai raisonnable, à cette immense attente de justice face aux errances de directions et de manageurs aux politiques déviantes et pratiques toxiques, toutes porteuses de profondes souffrances au travail, souvent inaudibles. C’est le prochain défi de santé au travail qui est devant nous.
Michel Rocca ne travaille pas, ne conseille pas, ne possède pas de parts, ne reçoit pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’a déclaré aucune autre affiliation que son organisme de recherche.
Source: The Conversation – in French – By Virginie Arantes, Postdoctoral Researcher – Projet Chine CoREF, CNRS/EHESS (CECMC), Université Libre de Bruxelles (ULB)
Le terme s’est imposé en librairie, en politique. Il est aussi de plus en plus repris par des institutions. Il apparaît souvent comme un synonyme de « nature ». Mais que signifie ce « vivant » dont on se réclame de plus en plus ? Les autrices et auteur de Rendre le vivant politique (éditions de l’Université de Bruxelles, 2025) sondent le succès nouveau de ce mot.
C’est un terme que l’on entend de plus en plus : « vivant ». Mais d’où vient-il ? que décrit-il ? et pourquoi est-il de plus en plus invoqué ?
Une rapide recherche du terme « vivant » dans Google Ngram Viewer, qui recense la fréquence des mots usités dans les livres numérisés sur Google Books, permet déjà de repérer deux moments où son usage explose : dans les années 1980 et aujourd’hui.
Mis en ligne par Google en décembre 2010, Ngram Viewer permet de visualiser la fréquence de suites de mots dans les livres numérisés sur Google Books. L’outil s’appuie sur plus de 5 millions d’ouvrages, soit environ 4 % des livres jamais publiés, et dont la très grande majorité est postérieure à 1800. L’interprétation des visualisations appelle à la précaution, mais cette courbe sert ici seulement à poser des questions au sujet de ce succès du « vivant » dans la production éditoriale. Capture d’écran Google Ngram Viewer
Le pic des années 1980 peut sans doute s’expliquer par la montée en puissance du discours sur la biodiversité qui n’est plus confinée au registre scientifique. Mais comment expliquer le regain actuel ? Serait-il la manifestation d’un moment politique qui voit le « vivant » devenir un nouvel imaginaire structurant et un horizon de lutte ? Dans les librairies, la tendance est en tout cas nette. Le succès d’ouvrages comme Manières d’être vivant (Baptiste Morizot, 2020), Exploiter les vivants (Paul Guillibert, 2023) ou le Moment du vivant (sous la direction d’Arnaud François et de Frédéric Worms, 2016) témoigne d’une quête de sens et d’un désir de rupture avec une vision instrumentale de la nature.
Mais le mot ne circule pas qu’en rayon : il s’invite de plus en plus dans les slogans militants et partisans. En Belgique, le parti Écolo s’interroge : « Qui va protéger le vivant, qui va protéger ma santé ? », tandis qu’en France, le parti antispéciste Révolution écologique pour le vivant (REV) a été créé en 2018. On retrouve aussi ce terme dans le vocabulaire des politiques publiques, dans les mouvements sociaux, dans les dictionnaires d’écologie politique et jusque dans le langage éducatif.
Dans cette perspective, les défenseurs du vivant appellent à « faire corps » avec les écosystèmes. Ils proposent de repartir des milieux partagés à toutes les échelles – de la mare à l’océan – et de tenir compte de leurs liens, de la goutte d’eau à l’atmosphère.
« Anthropocène », « zone critique » : d’autres termes qui émergent en même temps que celui de « vivant ».
Ce déplacement de regard trouve un écho dans l’histoire récente des sciences. Il n’est pas anodin que la notion controversée d’anthropocène, apparue au début des années 2000 dans un colloque de géologues, résonne aujourd’hui dans les luttes pour le vivant. De même, il n’est pas plus surprenant que l’Institut de physique du globe de Paris (IPGP), fondé en 1921 pour étudier les forces telluriques et les champs magnétiques, s’intéresse désormais à la zone critique – cette fine couche où se nouent les interactions entre vie, sol et atmosphère. Chez Bruno Latour, cette zone prend une dimension philosophique : elle devient le lieu d’où penser le « nouveau régime climatique ».
Dans un contexte où les sociétés peinent à répondre à la crise environnementale – et où une partie du débat public rejette même l’écologie –, le terme « vivant » propose de décentrer le regard. Il invite à le déplacer, à voir dans la nature et les êtres qui la peuplent non pas des ressources à dominer, mais des existences avec lesquelles apprendre à cohabiter.
Pourquoi ce retour du vivant ?
Le « vivant » permet ainsi de dire ce que la « nature » ne permet pas.
Contrairement à « nature », souvent pensée comme un décor extérieur ou une ressource à exploiter, le « vivant » inclut les humains dans une communauté élargie avec les animaux, les végétaux et les écosystèmes, et s’interroge sur l’ensemble plutôt que sur telle ou telle partie. Il insiste sur les relations, sur les interdépendances et sur la fragilité des milieux que nous habitons. Cette nuance explique son succès croissant : il offre un langage qui relie la crise écologique à nos existences concrètes, à nos corps, à nos manières d’habiter le monde sans nous en couper. Il comble les lacunes des analyses trop focalisées sur la partie et qui perdent de vue le tout. Et c’est précisément parce qu’il nous attache à notre être sensible qu’il ouvre un espace de luttes, d’appropriations et d’expérimentations politiques.
Sa signification varie selon les contextes. En français, il évoque des dynamiques d’interdépendance entre humains et non-humains. En anglais (life, living beings, vital), il est souvent ramené aux Life Sciences, c’est-à-dire l’ensemble des sciences de la vie (biologie, médecine, génétique, agronomie, écologie scientifique), à une approche plus fonctionnelle et technique. En Amérique latine, le « vivant » prend une tournure institutionnelle : la Constitution de l’Équateur reconnaît ainsi la Pachamama (la Terre-Mère) comme sujet de droit – une manière de traduire dans le langage juridique des visions du monde autochtones, fondées sur l’harmonie entre les êtres humains et la nature. Le préambule du texte évoque d’ailleurs la volonté de « construire une nouvelle forme de coexistence publique, dans la diversité et en harmonie avec la nature, afin de parvenir au buen vivir, le sumak kawsay », c’est-à-dire le bien vivre ou la vie en plénitude.
Dans d’autres contextes, notamment occidentaux, la gestion écologique reste trop souvent marquée par des logiques de contrôle, de « maîtrise » de la nature et de ses risques, voire d’exclusion, comme le souligne la chercheuse en sciences politiques Krystel Wanneau lorsqu’elle analyse les dispositifs de « solutions fondées sur la nature » promus par les Nations unies. Elle prend ici comme exemple les problèmes d’inondation dans le nord de la France et aux Pays-Bas pour illustrer l’attrait de ces solutions redonnant de la place à la nature en s’inspirant des services offerts par les écosystèmes.
Dès le XIIe siècle, les Flamands ont ainsi mis en place les wateringues, des dispositifs de canaux pour contenir les inondations et gagner des terres agricoles sur la mer. Aujourd’hui, ces approches conciliant activités humaines et préservation écologique se multiplient, mais elles restent marquées par des tensions entre logiques administratives, agricoles, urbaines et écologiques pouvant reconduire des rapports de pouvoir inégaux entre politiques nationales et initiatives locales, comme dans le Nord-Pas-de-Calais. Partout dans le monde, ces approches de gestion des risques « avec » le vivant séduisent sur le papier, mais leur concrétisation se heurte à des conflits dont la résolution appelle de véritables débats démocratiques.
« Dunkerque veut aller plus loin et met en place un partenariat avec les agriculteurs des sections de son territoire pour les amener à ne pas évacuer l’eau systématiquement, mais à refaire des zones humides moins drainées, en contrepartie du paiement de leurs rôles par la communauté urbaine », explique le chercheur Bernard Barraqué dans son article « Les wateringues hier et aujourd’hui, en France et aux Pays-Bas » (2025). CC BY
Pas étonnant donc qu’en parallèle, des alternatives démocratiques émergent. Le mouvement des villes en transition, lancé par l’enseignant britannique Rob Hopkins, promeut des modes de vie collectifs résilients, où « prendre soin du vivant » devient un mot d’ordre local. En France, les Soulèvements de la Terre, ou encore les mobilisations écologistes radicales étudiées par le politiste Luc Sémal, montrent que le vivant peut devenir un outil de mobilisation et de critique.
Parallèlement, certaines collectivités locales expérimentent des Parlements du vivant (dans l’agglomération Dracénie Provence Verdon [Var]) ou des micro-Parlements des vivants (à La Rochelle [Charente-Maritime], à Paris) pour faire participer les écosystèmes dans les décisions publiques afin de dépasser les oppositions modernes entre humain et non-humain, raison et émotion, corps et esprit. Ce changement reflète une tentative de réinventer notre rapport au monde, en mobilisant des savoirs sensibles longtemps marginalisés.
Mais cette prise de conscience ne suffit pas. Comme le montrent les historiens de l’environnement, l’anthropocène n’est pas qu’un moment de réveil écologique : c’est aussi le produit de trajectoires politiques et économiques anciennes, qui vont de l’industrialisation et de l’exploitation coloniale aux logiques extractives et financières contemporaines. Penser le vivant exige donc plus qu’un changement de regard. Il faut transformer les priorités, les institutions, les formes de pouvoir. Les chercheurs en théorie politique Marc-Antoine Sabaté et Emmanuel Charreau insistent : ce n’est pas parce qu’on parle du vivant qu’on agit en conséquence. Il ne suffit pas d’ouvrir les yeux, encore faut-il changer les cadres hérités de ces histoires longues. Avoir conscience du réchauffement climatique ne produit pas une action immédiate, mais plutôt l’inverse.
Ces tensions deviennent de plus en plus visibles en Europe. En Belgique, la Cour constitutionnelle a suspendu le report de l’interdiction des diesels Euro 5 à Bruxelles, mobilisant le droit à la santé et à un environnement sain. En France, le Conseil d’État a condamné l’État pour inaction climatique (affaire Grande-Synthe, dans le Nord), confirmant que seule la contrainte juridique oblige à agir.
Mais la crise des gilets jaunes rappelle que protéger le climat sans corriger les inégalités sociales peut générer de nouvelles fractures. Comme le note le chercheur en théorie politique Éric Fabri, reconnaître le vivant sans transformer les logiques propriétaires revient à reproduire les mêmes asymétries de pouvoir et, en fait, à reconduire le paradigme de la nature (ontologie naturaliste) dont la propriété est une expression juridique. L’histoire des idées est ici utile pour révéler à quel point la vision d’une nature dont l’humain est maître et possesseur est intimement liée à l’idéologie propriétaire. Ne pas la remettre en question, c’est ainsi accepter de continuer à porter les œillères modernes qui font de la nature un ensemble de ressources à s’approprier.
Le vivant bat en brèche cette représentation et invite à penser un rapport au monde qui ne soit pas hiérarchique, unilatéral ni fondé sur la domination.
Une révolution intellectuelle ou un discours récupéré ?
À mesure que le vivant devient un objet de débat, une question devient centrale : assiste-t-on à une transformation en profondeur de nos institutions, ou à une récupération d’un langage critique vidé de sa portée subversive ?
Comme le souligne le professeur en philosophie Philippe Caumières, parler du vivant n’a de sens que si cela s’accompagne d’un véritable renouveau de l’activité politique autonome. Or, aujourd’hui, deux dynamiques coexistent – et parfois s’opposent frontalement. D’un côté, on observe des tentatives sincères pour repenser notre rapport au vivant, à travers le droit, la politique, ou de nouvelles formes de gouvernance écologique. Mais en parallèle, le vivant devient aussi un outil de langage pour des logiques plus anciennes. États et entreprises invoquent la protection du vivant pour légitimer des politiques de contrôle, de marchandisation ou de surveillance.
C’est particulièrement visible en Chine : derrière la bannière de la « civilisation écologique », le Parti communiste chinois promet de réconcilier développement et environnement. Dans les faits, la conservation d’espèces emblématiques comme le panda ou la mise en place de parcs nationaux servent à renforcer le contrôle territorial, à limiter l’accès aux ressources ou à encadrer les populations locales, comme l’analyse la chercheuse en science politique Virginie Arantes, spécialiste de la Chine. Le vivant y devient un capital écologique et symbolique, mais aussi un instrument de gouvernement.
Ceci soulève une question centrale : le vivant remet-il en cause la distinction entre nature et culture, ou la redéfinit-il selon de nouvelles logiques ? Même lorsqu’on parle de vivant, les dynamiques d’exploitation et de pouvoir demeurent. Quel rôle peuvent jouer les humains dans ces conflits d’intérêts interespèces ? Peuvent-ils être arbitres sans imposer leurs propres normes comme seul étalon ? Cette tension traverse également les débats philosophiques. Bruno Latour appelait ainsi à reconstruire nos attachements au vivant et à reconnaître la pluralité des êtres avec lesquels nous cohabitons. Mais des penseurs, comme Frédéric Lordon ou Andreas Malm, rappellent que toute réflexion écologique qui oublie les rapports de classe et la dynamique du capitalisme risque de manquer sa cible. Penser le vivant, oui – mais sans perdre de vue les structures sociales et économiques qui façonnent les conditions de vie et le travail.
Le vivant n’est pas un mot magique. C’est un champ de lutte. Ce qui se joue, c’est la fabrication d’une frontière entre humain et nature, et la difficulté – voire l’impossibilité – d’entretenir avec celle-ci un rapport autre qu’extractiviste. Et la manière dont nous habitons le vivant, le nommons, le protégeons ou l’exploitons en dit long sur le monde que nous sommes en train de construire.
À mesure que le vivant devient un enjeu central, il peut ouvrir des voies nouvelles – ou servir à reconduire des logiques anciennes de domination.
Le défi est triple :
Transformer les prises de conscience en actions concrètes.
Mobiliser les savoirs permettant de réordonner les priorités politiques.
Questionner les formes d’appropriation du vivant, qu’elles soient économiques, juridiques ou politiques.
Plutôt qu’un consensus, le vivant est aujourd’hui une question. Il nous force à choisir : que préserver, pour quels mondes à venir, avec qui et pour qui ?
Cet article est inspiré de l’ouvrage Rendre le vivant politique, dirigé par Virginie Arantes, Éric Fabri et Krystel Wanneau, paru en 2025 aux éditions de l’Université de Bruxelles et consultable en ligne.
Virginie Arantes a bénéficié de financements du Fonds de la Recherche Scientifique – FNRS (Belgique) et du CNRS dans le cadre de son postdoctorat au sein du projet Chine CoREF. Ces soutiens n’ont exercé aucune influence sur les résultats ou les conclusions de sa recherche.
Eric Fabri a reçu des financements du Fonds National de la Recherche Scientifique FRS-FNRS pour financer ses recherches postdoctorales. Ces financements n’engendrent cependant aucun contrainte quant aux résultats des recherches menées.
Wanneau Krystel a reçu des financements de l’Agence nationale de recherche (ANR) dans le cadre de son postdoctorat au sein du projet ANR “SciOUTPOST”. Ces financements n’exercent aucune influence sur les résultats ou les conclusions de sa recherche.